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Homilía de Pentecostés

Escucha aquí la Homilía del P. Clemente Sobrado cp. sobre el Domingo de Pentecostés: La venida del Espíritu Santo.

Palabras de esperanza

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él”. (Jn 3,16-18)

“Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de hoy nos invita a dejarnos fascinar una vez más por la belleza de Dios; belleza, bondad e inagotable verdad. Pero también belleza, bondad y verdad humilde, cercana, que se hizo carne para entrar en nuestra vida, en nuestra historia, en mi historia, en la historia de cada uno de nosotros, para que cada hombre y mujer pueda encontrarla y obtener la vida eterna”.
«Jesús nos ha dado a conocer el rostro de Dios como Padre misericordioso; se presentó a sí mismo, hombre verdadero, como el Hijo de Dios y la Palabra del Padre, el Salvador que da su vida por nosotros; y ha hablado del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, el Espíritu de la Verdad, el Espíritu Paráclito».
(Papa Francisco)

Celebramos hoy la fiesta de la Santísima Trinidad.
Bueno, quiero comenzar que el nombre no me gusta.
Me encanta más llamarle “la Fiesta de Dios Padre,
de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo”.
Lo de Trinidad me suena más a teología.
Lo de “Dios Padre” me suena más a vida.
Me suena a “unidad”, “a misericordia”,
“a perdón”, “a salvación”.

¿Qué sabemos nosotros de Dios?
Yo diría que lo sabemos todo y no sabemos nada.
Porque de Dios solo sabemos lo que él mismo nos ha dicho de sí mismo.
Y aun lo que nos ha dicho, nos lo ha dicho en nuestro lenguaje.
Y nuestro lenguaje humano expresa
más nuestros sentimientos humanos, que la verdad misma de Dios.

Cuando Dios se expresa en palabras tiene que utilizar
las palabras que nosotros podemos entender
y así acercarnos alguito a él.
El único que puede hablar de Dios es Jesús,
“el que vino del Padre” y nos lo contó todo.
Y también nos lo contó con lenguaje humano.
Es la maravilla de Dios “rebajarse a sí mismo
para darse a conocer”,
y lo hace “encarnándose, traduciéndose a sí mismo
en nuestra condición humana”.

El Papa Francisco nos dice:

«Jesús nos ha dado a conocer el rostro de Dios como Padre misericordioso;
se presentó a sí mismo, hombre verdadero, como el Hijo de Dios
y la Palabra del Padre, el Salvador que da su vida por nosotros;
y ha hablado del Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo,
el Espíritu de la Verdad, el Espíritu Paráclito».

¿Y que nos ha dicho Dios de sí mismo?
Que es Padre, por tanto, que es vida.
Una vida que quiere compartir con cada uno de nosotros.
Que quiere que tengamos vida, y participemos de su vida.
Porque esa es la condición de “Padre e hijo”.
Sólo que Dios “es más Padre”, que “mis propios padres”.

Que como Padre quiere compartir su vida con nosotros
y sentirnos como algo suyo.
Y, por tanto, se hace “compañero de camino” en cada uno de nosotros.
Toda la revelación del A.T, ¿qué otra cosa es
sino “Dios acompañando a su pueblo”,
“escuchando los sufrimientos de su pueblo”,
y haciéndose “compañero de viaje compartiendo nuestros caminos
y nuestras luchas, camino de la libertad”.
No es el Dios lejano al que hay que ir, sino el Dios cercano que viene.
No es el Dios que, sentado en su trono nos ve caminar,
sino el Dios que camina a nuestro lado.
Escribe su historia en nuestra historia.

¿Y qué nos dice Jesús sobre Dios?
Lo primero, “es presentarse él mismo como el rostro humano de Dios”.
“El enviado de Dios al mundo”.
Lo segundo, “que Dios es amor”: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”.
No nos revela la omnipotencia de Dios, “nos revela que Dios es amor”.
No nos revela la grandeza de Dios, “nos revela que Dios nos ama entrañablemente”,
“nos ama como le ama a él”.
Que Dios no está “para juzgar y condenar”,
sino “que él ha sido enviado para salvar”, para que “nadie se pierda”.

Como nos dice el Papa Francisco:

«Porque el amor es esencialmente donación,
y en su realidad original e infinita es el Padre
quien se da a sí mismo generando al Hijo,
que a su vez se da al Padre, y su amor mutuo es el Espíritu Santo,
vínculo de su unidad. No es fácil de entender este misterio
pero todos nosotros podemos vivirlo tanto».

¡Cómo nos han engañado ofreciéndonos un Dios que condena con el infierno!
¡Con Dios que cada día escribe mis pecados en su libro!
Los hijos comienzan por “hacerles cariñitos a sus papás”,
“a sentirse a gusto en sus brazos”.
¡Y como creyentes comenzaron por ponernos
miedo en nuestro corazón, a Dios nuestro Papá del cielo!
¿Por qué nuestra fe no ha comenzado por “hacerle cariñitos a Papi Dios”?
Todavía no sé por qué a Papa Dios siempre ponemos con una gran barba.
¿Será para que, como hijitos pequeños, nos entretengamos acariciándola?

Lo tercero, Jesús nos ha enseñado que Papá Dios,
es un “papá lleno de bondad, de misericordia”.
Dispuesto siempre “al perdón”, “que nos perdona siempre”
y que “disfruta perdonándonos”, “y que hace fiesta perdonándonos”.
¿Por qué sentiremos miedo y vergüenza de confesarnos?
¿Será que no vemos el rostro de Papá Dios en el confesor?
¡Cuánto me gustaría que, cada vez que entro a confesar
pudiera decir como Jesús: “Quien me ve a mí ve al Padre”.

Lo cuarto que nos enseña Jesús,
es que “Dios es comunión de vida, de verdad y de amor”.
Y que lo que Papi Dios quiere de nosotros es que
“también nosotros vivamos en esa comunión de vida, de verdad y de amor”.
“Que seamos uno como ellos son uno”.
“Familia de hijos, familia de hermanos”,
al calor de nuestros padres, y al calor de Dios Padre,
compartiendo la fraternidad del Hijo, unidos en el amor del Espíritu Santo.
¿Seremos capaces de vivir en esta comunidad familiar?
¡Por favor, que Papa Dios, no nos vea como hijos divididos y sin amor,
discutiendo sobre herencias!
Porque la verdadera herencia es “ser herederos de Dios nuestro Padre”:
“la vida eterna en el cielo”. “Somos coherederos con el Hijo”.

Y la última Palabra que nos habla de sí mismo nuestro Padre Dios,
la escuchamos en la Cruz:
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo”.
“Así ama y así nos ama Dios, hasta morir por nosotros”.
La Cruz nos habla de Papá Dios “entregando a su Hijo”.
La Cruz nos habla del “hijo entregado hasta dar su vida”.
La Cruz nos habla del “Espíritu Santo revelándonos el amor”.

O como dice el Papa Francisco:

“Y esto nos habla al corazón, porque lo encontramos,
este misterio, encerrado en esa expresión de San Juan
que resume toda la revelación:
«Dios es amor». El Padre es amor, el Hijo es amor,
el Espíritu Santo es amor”.

Queridos amigos: ¿qué celebramos realmente hoy?
El misterio de Dios en sí mismo como amor.
Y el misterio de Dios “manifestado en nosotros en su amor”.
Santísima Trinidad “anticipo del Día del padre”.
La paternidad de Dios.

Homilía del Domingo de Pentecostés

Escucha aquí la Homilía de Pentecostés del P. Clemente Sobrado cp.

Homilía del Domingo de Pentecostés

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Palabras de Esperanza

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo. Como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”. (Hch 2,1-11)

“La historia de los discípulos, que parecía haber llegado a su final, es en definitiva renovada por la juventud del Espíritu: aquellos jóvenes que, poseídos por la incertidumbre pensaban que habían llegado al final, fueron transformados por una alegría que los hizo renacer. El Espíritu Santo hizo esto.
Fijémonos en los apóstoles. El Espíritu no les facilitó la vida, no realizó milagros espectaculares, no eliminó problemas y adversarios. El Espíritu trajo a la vida de los discípulos una armonía que les faltaba, porque Él es armonía”. (Papa Francisco)

Amigos: Celebramos hoy la gran fiesta del año litúrgico.
Pentecostés, o la fiesta del Espíritu Santo.
O si me permitís: “la fiesta de la presentación en sociedad de la Iglesia”.

Hablamos de Iglesia de Jesús. Y es cierto.
Pero también hay que decir, “Iglesia del Espíritu Santo”.
Es Espíritu Santo el que garantiza la presencia de Jesús en la Iglesia.
Y es el que garantiza la verdad y la misión de la Iglesia.

¿Qué hacemos nosotros cuando formamos cualquier tipo de grupo?
Lo primero en que pensamos es en elaborar un Reglamento,
que regule al grupo.
El Reglamento es un punto de referencia del grupo.

Cuando pensamos en la Iglesia, las cosas cambian.
Lo primero no es el Reglamento.
Lo primero es el Espíritu que le da vida por dentro.
Es cierto, la Iglesia necesita de una estructuración externa,
como fenómeno social.
Pero no es esta estructuración sociológica la que hace a la Iglesia.
Lo que realmente constituye a la Iglesia
es el Espíritu Santo que la habita.
La verdad de la Iglesia no podemos verla desde algo
exterior a la Iglesia, sino desde su verdad interior,
desde su vida interior.
La misión del Espíritu Santo en la Iglesia es esencial.

¿Os habéis dado cuenta de cómo describen los Hechos
de los Apóstoles la venida del Espíritu Santo?

Primero nos dice que “estaban todos reunidos en un mismo lugar”.
Habían visto al resucitado, pero aún seguían desconcertados.
Les unía más el miedo y la desorientación que una meta en la vida.
Prácticamente no sabían qué hacer ni a donde ir.
Jesús les había dicho “os conviene que yo me vaya” y “os envíe al Espíritu”.

De repente “un ruido, como de viento recio, resonó en toda la casa”.
Es el primer símbolo del Espíritu Santo.
Un viento que sacude sus vidas, los espabila.
Un viento que sopla, que empuja.
Un viento que empuja las velas para zarpar al mar.
Un viento que los empuja a salir de su escondrijo.
Es que la Iglesia no es “un grupito reunido
al calor de los unos con los otros”.
La Iglesia es empujada a “salir”, a no “encerrarse”,
a no “esconderse”.
La Iglesia es una comunidad,
pero no una comunidad encerrada y miedosa”.
El Espíritu la empuja a ser una comunidad en camino.
La empuja a salir “de casa”, a ponerse en camino.
No es una “brisa que refresca”, es un “viento recio”,
y que resuena “en toda la casa”.
El Espíritu empuja a todos. Resuena en toda la Iglesia,
y en cada uno de nosotros, no solo a algunos.
Todos estamos movidos y empujados por el mismo Espíritu.

Y luego, “vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas”.
El viento empuja, el fuego quema y da calor.
Los discípulos sienten el fuego de Espíritu que quema sus miedos,
sus cobardías, sus dudas, sus indecisiones.
Un fuego que calienta sus corazones, los reanima, los empuja.

Y empiezan a “hablar lenguas extranjeras”.
En torno se reúnen de todas las naciones.
Y todos los escuchan en su propia lengua.
De unos hombres que solo pensaban en su pequeño mundo de Israel,
ahora se transforman en los hombres universales,
hombres del mundo, hombres sin razas ni colores.
Símbolo de la universalidad de la Iglesia.
Una Iglesia sin colores, una Iglesia sin razas.
Una Iglesia de todos y para todos.

Lo primero que hace el Espíritu en nosotros,
es el cambio y la conversión de los corazones
a la fidelidad al Evangelio.
Sin esta transformación de los corazones
en “corazones eclesiales”, no tenemos Iglesia.
Después de recibir el Espíritu, ellos son los mismos,
pero no son los de antes, el Espíritu los ha transformado.

El Espíritu es el que empuja,
anima y guía a la Iglesia en su fidelidad al Evangelio
y en su fidelidad a todos los hombres y de todos los tiempos.

El Espíritu Santo actúa en todos, en la Iglesia.
En el Papa, en los Obispos, en los Sacerdotes, en los seglares.
Actúa en ti y en mí y en el vecino.
Es el Espíritu de la comunidad.
Una comunidad con una serie de servicios y carismas.
Pero la verdad de la Iglesia es “todo el pueblo de Dios”.
Obispos, sacerdotes y seglares. Todos somos Pueblo de Dios.
Todos somos Iglesia.

Por eso mismo, el Espíritu guía y gobierna a la Iglesia
regalando los dones necesarios a cada uno,
según la misión que cada uno tenemos dentro de la comunidad.
Tenemos que decir, que el Espíritu Santo
guía a la Iglesia desde las cabezas que la gobiernan,
pero le da vida desde cada uno de nosotros
y la hace fiel desde la fidelidad de cada uno de nosotros.

La Iglesia tiene una estructura externa.
Pero la Iglesia tiene una vida por dentro.
Es el Espíritu el que la anima, le da vida,
la renueva y rejuvenece desde dentro de ella misma.

La Iglesia, como cada uno de nosotros, sin el Espíritu Santo
seríamos pura apariencia, pura cáscara.
El Espíritu Santo, amigos:
Sopla dentro de cada uno de nosotros.
¿Quieres escuchar ese viento que sopla vida dentro de ti?
El Espíritu Santo empuja desde dentro como la vida.
¿Quieres sentirte empujado por ese dinamismo?
El Espíritu Santo “rejuvenece desde dentro”.
¿Quieres sentirte rejuvenecido?
El Espíritu Santo es el que “actualiza, renueva, desde dentro”.
¿Quieres sentir que ese Espíritu actualiza y renueva a la Iglesia desde ti?
La Iglesia se rejuvenece desde cada uno de nosotros.
Somos tú y yo, movidos por ese Espíritu, los que la hacemos joven.
Es el Espíritu Santo el que impide a la Iglesia envejecerse, hacerse vieja.
Y lo hace desde ti y desde mí. Los dos podemos ser el rostro nuevo de la Iglesia.

“Ven, Espíritu Santo,
manda tu luz desde cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, de tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
Descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
Brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos:
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.

Homilía del Domingo de Pentecostés

Haz click en el botón de “Play” ▶️ y escucha la Homilía del P. Clemente Sobrado sobre Pentecostés.

 

Dios también me habla hoy: Domingo de Pentecostés – Ciclo A

P. Clemente Sobrado cp.

Pentecostés, Espíritu Santo

“Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu;
hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor;
y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
En cada uno se manifiesta el, Espíritu para el bien común”. (1 Co 12,3-7.12-13)

Ven dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos”. (Secuencia de la Misa)

La Iglesia Orquesta del Espíritu Santo

Es la fiesta del Espíritu Santo.
Es la fiesta de la comunión eclesial.
Es la fiesta de la unión en la pluralidad.
Es la fiesta de la diversidad en la unidad.
Es la fiesta de la Iglesia Orquesta del Espíritu Santo.
Cada uno somos un instrumento distinto.
Pero todos tocamos la misma melodía.

Es la fiesta de los “corazones nuevos” transformados por el fuego del Espíritu.
Es la fiesta los “hombres nuevos” empujados por el viento del Espíritu.
Es la fiesta del cambio del “yo” por el “nosotros”.
Es la fiesta “no del individualismo” sino de la “comunidad”.

Cuando el Espíritu se hace fuego en nuestros corazones, dejamos de tener miedo el viento fuerte del Espíritu “nos pone en camino del anuncio”.
Ya no tenemos miedo a esconder nuestra fe, sino ánimo para anunciarla.
Ya no tenemos miedo a los que no quieren escucharnos, sino ánimo para confesar públicamente.
“Y empezaron a hablar en lenguas extranjeras”.

“Porque cuando el Espíritu se instala dentro de nosotros dejamos el calorcillo de nuestro hogar y convertimos en el mundo en nuestra casa. Necesitamos el Espíritu de unidad, que nos regenere como Iglesia, como Pueblo de Dios y como humanidad fraterna. Siempre existe la tentación de construir “nidos”: de reunirse en torno al propio grupo, a las propias preferencias, el igual con el igual, alérgicos a cualquier contaminación.
Del nido a la secta, el paso es corto: ¡cuántas veces se define la propia identidad contra alguien o contra algo! El Espíritu Santo, en cambio, reúne a los distantes, une a los alejados, trae de vuelta a los dispersos. Mezcla diferentes tonos en una sola armonía, porque ve sobre todo lo bueno, mira al hombre antes que sus errores, a las personas antes que sus acciones”. (Papa Francisco)

Por eso Pentecostés es la fiesta de la Filarmónica Eclesial de Dios.
Dios nos ha hecho a todos diferentes, pero unidos por el amor.
Dios nos concede dones personales, pero que enriquecen a todos por el amor.
Dios nos encomienda ministerios diferentes, pero que son para el “servicio de todos”.

Cada uno tocamos instrumentos distintos, pero que juntos no desafinan sino crean armonía.
Lo fundamental aquí está en la “diversidad”, pero unida por el gran director que es el Espíritu Santo.
El fortalece nuestras individualidades.
Pero en la armonía y comunión de todos.
Todos al servicio de todos.
“En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común”, que nos dice Pablo.

Que tú piensas distinto a mí. Eso cuestiona y enriquece lo que yo pienso.
Que tú tienes un carisma distinto al mío. Eso enriquece y me ayuda a madurar el mío.
Que tú formas parte de un grupo distinto al mío. Démonos la mano para ser comunidad.
Que tú no crees. Puede que tu incredulidad cuestione mi fe y la enriquezca.
Que tú no crees. Pues eso me cuestiona para que yo sea más luminoso en la mía.

Quiere dejarte lo que dice el Papa Francisco: “En este día, aprendemos qué hacer cuando necesitamos un cambio verdadero. ¿Quién de nosotros no lo necesita? Sobre todo, cuando estamos hundidos, cuando estamos cansados por el peso de la vida, cuando nuestras debilidades nos oprimen, cuando avanzar es difícil y amar parece imposible. Entonces necesitamos un fuerte “reconstituyente”: es él, la fuerza de Dios. Es él que, como profesamos en el “Credo”, «da la vida». Qué bien nos vendrá asumir cada día este reconstituyente de vida. Decir, cuando despertamos: “Ven, Espíritu Santo, ven a mi corazón, ven a mi jornada”. (Papa Francisco)

Todos los días son Pentecostés, porque todos los días el Espíritu derrama el amor de Dios en nosotros.
“Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor”.