“El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. El duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano”. (Mc 4,26-34)
Es el misterio de cada grano sembrado en la tierra.
Y es el misterio del reino de Dios sembrado en la tierra de nuestro corazón. Es el misterio de la vida.
Es el misterio de la vida en el seno materno. Comienza sin enterarnos, hasta que da señales y avisos de que ya está germinando dentro.
Es el misterio de las flores que, te levantas y te encuentras que ha brotado un capullo o se ha abierto ese capullo que ayer dejaste acurrucadito sobre sí mismo.
Y es el misterio de la gracia.
Tú sigues viviendo tu vida, pero la gracia va haciendo su obra dentro de ti.
Es el misterio de tu vocación que comienza, tal vez por un simple deseo o una simple moción dentro de ti hasta que florece en una gzosa decisión.
Es el misterio de toda vida que, silenciosa y calladamente va creciendo por dentro hasta que descubres unos brotes en las ramas.
Y es el misterio de Dios dentro de tu corazón.
Escuchaste su palabra y como que no te dijo nada o casi nada.
Pero, poco a poco, esa palabra va tomando vida en ti y, cuando menos lo piensas, sientes que ha brotado y tú sientes que algo ha cambiado dentro de ti.
Como que hay una nueva luz que comienza a amanecer.
Como que hay una nueva actitud que comienza a cambiar tu modo de pensar y de actuar.
Dios comienza como una semilla en tu corazón.
Al principio puede parecer algo imperceptible.
Luego poco a poco tú vas sintiendo que algo está cambiando en tu corazón.
Hasta puede que tú mismo te sientas indiferente, y de repelente como que algo ha sucedido dentro.
Dios no suele sacar mucho ruido.
La vida tampoco saca ruido.
Lo esencial no hace ruido.
Con frecuencia, los padres, siente que han sembrado buenas semillas en el corazón de los hijos y se sienten defraudados porque no ven los frutos.
No es el momento de la desesperación ni de la desilusión.
Es el momento de la espera.
No todas las semillas crecen al mismo ritmo, y menos aún, al ritmo de nuestras prisas.
La parábola de Jesús es clara:
Sembramos y nos dormimos.
Pero ahora es la tierra la que trabaja por nosotros.
Es la tierra la que fecunda el grano y le hace crecer.
Es la energía secreta del Evangelio.
Dios actúa en silencio.
Dios actúa callado.
Dios no hace ruidos.
Pero, por más que tú creas que Dios está lejos o no te hace caso o te tiene olvidado, Dios sigue ahí en tu corazón a la espera del momento.
No me gustan las cosas que hacen mucho ruido.
Una sonrisa no hace ruido y puede ser mucho más sincera y eficaz que una gran carcajada que puede estar vacía.
Una convertida que Dios puso en mi camino, tuvo un proceso lento.
Primero se sintió sorprendida por mi alegría.
Luego le fue tomando gusto a las explicaciones que le daba de las parábolas.
Luego se fue sintiendo cautivada por las explicaciones que yo hacía de ciertas conversiones.
Aparentemente no pasaba nada. Hasta que un día se rompió la cáscara del trigo y me sorprende con una pregunta: “¿Y yo puedo ser también como alguno de ellos?” Y brotó el primer tallo de su conversión hasta florecer en una maravillosa espiga.
No lo olvides, Dios es una semilla sembrada en el corazón.
Primero En silencio, de noche. Luego Dios se hace espiga en nosotros.
No vemos lo que hace ni como lo hace.
Solo nos enteramos cuando ya ha brotado.
Clemente Sobrado cp.