Archivo mensual: febrero 2013

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Sábado de la 1 a. Semana – Ciclo C

“Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijo de vuestro Padre que esté en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Si amáis a los que os aman ¿qué mérito tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?” (Mt 5,43-48)

Una llamada a ser diferentes.
Una llamada a no ser como todos.
Vivimos como todos, pero somos diferentes.
Hacemos lo que hacen todos, pero somos diferentes.
Estamos en el mundo como todos, pero somos diferentes.

¿Qué es lo que nos diferencia a los cristianos?
¿Qué es lo que nos hace distintos a los cristianos?
Una sola cosa: el amor.
Amamos como todos, pero amamos de otra manera.
Amamos como todos, pero con un amor que nos diferencia.

Amar al que nos ama, eso lo hace todo el mundo.
Amar a nuestros amigos, eso lo hacen todos.
Amar a los que nos hacen el bien, todos lo hacen.
Pero hasta ahí no somos cristianos, somos como todos.
Y Jesús no vino a hacernos como todos.

El cristiano ama a los que no le aman.
El cristiano ama también a los que no son sus amigos.
El cristiano ama a los que hablan mal de él.
El cristiano ama a los que murmuran de él.
El cristiano ama a los que le calumnian.
El cristiano ama a los que le persiguen.
El cristiano ama a los que le condenan.
El cristiano a los buenos y también a los malos.
El cristiano ama a los que piensan como él y a los que piensan distinto.

Ahí está la madre del cordero.
Amar sí, pero un amor diferente.
No el amor de nuestra lógica humana.
Sino el amor de la lógica divina, que hace salir el sol a malos.
No el amor que es correspondencia al amor.
Sino el amor que es correspondencia al desamor.
No el amor que es respuesta a los amigos.
Sino el amor que es la respuesta a nuestros enemigos.
No es el amor en respuesta a los que nos han hecho el bien.
Sino el amor como respuesta a los que nos han hecho mal.
No es el amor del “antes se dijo”, sino el amor del “yo os digo”.

Es el amor que nos hace “hijos del Padre celestial”.
Es el amor que nos hace “hermanos a todos”.
Es el amor con el que Dios ama a todos.
Es el amor que revela Jesús entregando su vida por todos.
“Este mi cuerpo que será entregado por todos”.
“Esta es mi sangre que será derramada por todos”.
No es el amor del “antes se dijo”, sino el amor del “yo os digo”.

Lo que nos distingue y diferencia a los seguidores de Jesús:
Es el amar como ama el Padre.
Es el amar como ama el Hijo.
Por eso mismo, el ideal del cristiano no es ser como todos.
“Es ser perfectos como vuestro Padre es ser perfecto”.
Ser cristiano no es fácil.
Porque no es fácil ser diferentes en medio del resto.
Ser cristiano no es fácil.
Porque la meta a la que estamos llamados es la perfección del Padre.
Porque el horizonte de nuestro corazón es el corazón del Padre.
Porque el amor ama a todos y ama siempre.
No somos distintos por rezar mucho.
Somos distintos por amar como El nos ama.
¿Quién se atreve a ser distintos al resto?

Clemente Sobrado C. P.

Del monte al llano

Domingo 2 de Cuaresma – C

Hay días que amanecen igual que los demás. Y sin embargo terminan siendo distintos.
Aquel día Jesús invitó a sus tres más allegados a subir con El al monte.
No. No era una prueba de alpinismo.
Los invitó a orar. Por tanto, a hablar con Dios.
Los invitó a orar. Por tanto, a escuchar a Dios.
Los invitó a orar. Por tanto, a hacer una experiencia de Dios.

Para muchos la oración parece un tiempo perdido, cuando hay tanto que hacer.
Sin embargo, fue mientras Jesús oraba que se transfiguró delante de ellos.
No dice que ellos orasen. Pero sí fueron testigos de lo que es capaz de hacer la oración.
“Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, los vestidos brillaban de blancos”.
La mejor manera de enseñar a orar, no es hablar de la oración.
La mejor manera de enseñar a orar, es poniéndose uno en oración.
Porque es ahí donde uno descubre la importante que es la oración.
Porque es precisamente en la oración, en esa experiencia de Dios, que Jesús se transfigura.

Mientras Jesús deja traslucir la belleza de Dios en él, también ellos se sienten “transformados”.
Sienten el asombro de lo que están viendo.
Sienten la alegría no que tenían mientras subían.
Sienten el gozo de que aquello que no termine.
“Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas”.
“Aquí nos quedamos”.

La experiencia de Dios despierta el corazón dormido.
La experiencia de Dios despierta las alegrías dormidas.
La experiencia de Dios despierta las ganas de sentirnos cerca de Dios.

Pero, Pedro, solo quiere quedarse en ese ambiente maravilloso.
Una experiencia que le hace olvidarse de que abajo en el llano están los otros.
Una experiencia que le hace olvidarse de que abajo en el llano los demás les esperan.
Una experiencia que le hace olvidarse de que abajo es donde los necesitan.
Pero entendió bien la oración como experiencia de lo maravilloso que es Dios.
Pero no entendió que la experiencia de Dios no es para quedarse a solas con ella.
No entendió que la experiencia de Dios tiene que llevarnos siempre al encuentro con los otros.

El maestro hizo una experiencia con sus discípulos.
Se lo pasaron estupendo.
Y cuando más felices estaban, el maestro les dice que “es hora de bajar”.
Los discípulos le dijeron: “Maestro, ¿no te da pena dejar estos momentos tan bonitos?”
Estos momentos tan bonitos, dijo el maestro, se disiparían pronto si los guardamos en la caja fuerte de nuestro corazón. Lo importante es prolongar la experiencia ahora con los demás.
La oración que encierra en uno mismo se convierte en un lago tranquilo sin salida.
La oración, como experiencia de Dios, se convierte en esos reservorios de agua de las ciudades, que tiene una serie de conductos que hace que el agua llegue a todas las casas de la ciudad.

La oración no es para pasarlo bien a solas.
La oración es para sentirnos bien cuando a estamos a solas con El.
La oración es para luego sentir que esa experiencia debe ser un dinamismo que nos conduce hacia los demás.
Oramos para descubrir a Dios.
Oramos para comunicar a los demás lo que hemos descubierto.
Oramos para anunciar a los demás que Dios es capaz de hacernos felices.
Oramos para anunciar a los demás que Dios solo se puede experimentar desde dentro.
Oramos para anunciar a los demás que Dios puede cambiar nuestras vidas.
Oramos no para hacernos constructores de tiendas donde lo pasemos bien.
Oramos no para quedarnos arriba en la cima del monte.
Oramos para bajar al llano con la nueva experiencia de Dios.

La oración no nos aísla, ni aunque seamos monjas de clausura.
La oración no nos hace solitarios, aunque vivamos en el claustro conventual.
La oración, como experiencia de Dios, nos abre más allá de nosotros mismos.
La oración, como experiencia de Dios, baja a nuestros pies para llevar la buena noticia a los demás.

Diócesis de Málaga

No se puede hablar de Dios, si no le hemos experimentado.
No se puede anunciar a Dios, si no le hemos visto.
No se puede proclamar a Dios, si antes no hemos sido cogidos por su belleza.
No se puede hablar adecuadamente de Dios si antes no sentimos esa felicidad de quedarnos siempre con él, aunque luego tengamos que volver a encontrarnos con los hombres.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Viernes de la 1 a. Semana – Ciclo C

“Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? El les preguntó: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. “¡Dichoso tú, Simón porque te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. (Mt 16, 13-19)

Hay preguntas y preguntas.
Hay preguntas que no preguntan nada porque son tonterías.
Hay preguntas que preguntan demasiado.
Mejor dicho complican demasiado.
Y además, son preguntas a las que no podemos evadir, o mandarlas al desvío.

Con frecuencia damos sin respuestas sin que alguien nos pregunte.
Por ejemplo, qué fácil es responder sobre lo que pensamos de los demás.
Y por eso son respuestas que no dicen nada.

El problema está cuando el que nos pregunta es el mismo Jesús.
Aquí no valen los desvíos.
Estamos obligados, si es que el Evangelio tiene interés para nosotros, saber responder lo que piensan los demás sobre Dios.
Porque nos debe preocupar lo que la gente piensa y dice sobre Dios.
Primero porque debe interesarnos qué significa Dios hoy para el hombre.
En segundo lugar, porque cuando hablamos de Dios a los demás no podemos hablar por hablar, sino saber presentar un Dios que interese al hombre y debemos hablar de Dios como respuesta a los interrogantes que el hombre lleva dentro.

Confieso que me preocupa hasta dónde hablamos de Dios como quien habla de las papas o del arroz.
Me preocupa si lo que habla llega al corazón del hombre y le dice algo.
Me preocupa conocer sus necesidades para que experimenten a Dios como algo extraño sino como respuesta a sus problemas.
Me preocupa que hablemos demasiado desde nosotros mismos y no desde el hombre.
Me preocupa que hablemos demasiado de memoria para salirnos al paso.
Por eso nuestra predicación resulta, con frecuencia, aburrida y sin decir nada.

Pero, mucho más obligados estamos a responder cuando se nos pregunta directamente a nosotros. “¿Y vosotros quién decís que soy yo?”.
Nuestra respuesta tiene que ser una respuesta de fe.
Nuestra respuesta tiene que ser una respuesta desde lo que realmente sentimos.
Nuestra respuesta tiene que ser una respuesta desde lo que realmente El significa para nosotros.
Y aquí se necesita mucha sinceridad.
Aquí se requiere mucha honestidad.
Aquí se requiere confesar cuál es el eje y centro de nuestras vidas.

No basta decir que Jesús es un hombre interesante.
No basta decir que Jesús es un profeta.
Aquí se necesita descubrir nuestros sentimientos hacia El.
Aquí se necesita descubrir nuestra verdad frente a Dios.
Aquí se necesita descubrir nuestra verdad.
Aquí no basta reconocer que creemos en El, pero no “practicamos”.
Aquí no basta reconocer que creemos en El, pero luego “no le vivimos”.
Porque también Jesús puede ser alguien importante, pero no nuestro centro.
Porque también Jesús puede ser alguien interesante, pero no el que da sentido a nuestras vidas.

A la confesión de Pedro sigue una promesa: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
A nuestra confesión también debiera seguir otra promesa:
A vosotros nos haré mi Iglesia.
A vosotros os haré testigos de mí en el mundo.
A vosotros os haré testimonios de mi Evangelio.
A vosotros os haré rocas de mi Reino.

¿Quién es Jesús hoy para la Iglesia?
¿Quién es Jesús hoy para el sacerdote?
¿Quién es Jesús hoy para los jóvenes?
¿Quién es Jesús hoy para los casados?
¿Quién es Jesús hoy para los políticos y economistas?
¿Quién es Jesús hoy divorciados?
¿Quién es Jesús hoy para los que cada domingo lo anunciamos?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Jueves de la 1 a. Semana – Ciclo C

“Pedid y se os dará; buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre. Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden! En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas”. (Mt 7,7-12)

Un Evangelio que se presta a toda una serie de ambigüedades.
Se nos dice “pedid y se os dará”.
Y nosotros pedimos no sentimos que no recibimos.
Se nos dice “buscad y encontraréis”.
Y nosotros buscamos sin encontrar.
Se nos dice “llamad y se os abrirá”.
Y nosotros llamamos y sentimos que las puertas siguen cerradas.

Y con frecuencia nos sentimos decepcionados y como engañados.
¿Tendrá razón Jesús o tendremos razón nosotros?
El corazón humano es misterioso.
Y Dios es misterioso en nuestro corazón.
¿Será Dios indiferente a los sentimientos de nuestro corazón?
¿Hay padre alguno que sea indiferente al corazón de sus hijos?
¿Será Dios menos que nuestros padres?

La oración no es marcar un número de teléfono y que alguien levante el suyo al otro lado.
La oración no es tocar el timbre de la puerta y que nos responda la empleada de srvicio.
Dios siempre escucha.
Dios siempre responde.
Pero ¿pediremos siempre lo que nos conviene?
Pediremos siempre lo que realmente necesitamos.
Creo que la respuesta está en lo que dice continuación Lucas: “¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!”.

No siempre los padres acceden a los caprichos de los hijos.
No siempre los padres dan lo que el hijo pide, sino lo que el hijo necesita.
Y lo que más necesitamos nosotros es el don del Espíritu Santo.
Por eso Dios siempre escucha y siempre da, por más que no siempre nosotros sintamos la presencia del Espíritu dentro de nosotros.
Por eso la oración siempre es eficaz.
No cambiando la voluntad de Dios.
Sino regalándonos al mismo Dios.

Muchos dejan de rezar porque no han sido escuchados en lo que ellos piden.
Muchos dejan de rezar porque no siempre su oración responde a los planes de Dios.

Pero el texto tiene una conclusión que parece rara y extraña: “Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la ley y los profetas”.
¿Qué nos quiere decir aquí Jesús?
Algo muy sencillo: La oración tiene que ser la expresión de los dos mandamientos principales.
Expresión del amor a Dios.
Expresión del amor al hermano.
Ambos amores caminan juntos.
Ambos amores se condicionan.
Ambos amores se implican y son la mejor respuesta a la oración.
La oración tiene que expresar nuestra condición filial.
La oración tiene que expresar nuestra condición fraternal.
Y el amor es el mejor fruto de la oración.

Nosotros le pedimos camotes y El nos da su Espíritu Santo.
Nosotros le pedimos cosas y El nos da lo más importante.
Nosotros le pedimos cosas y El se da a sí mismo.

Además la condición para que nuestra oración sea eficaz tiene que partir de nuestro amor a los demás.
Así como tenemos que amar a Dios con todo nuestro ser, es preciso que amemos a nuestros hermanos, al menos como a nosotros mismos.
Por eso, si antes de dar culto a Dios tenemos que ir a reconciliarnos con el hermano, también habría que decir que, antes de ponernos a orar, reconciliemos nuestro corazón con los demás.

Señor: no me des lo que te pido, dame lo que necesito.
Señor: no me des lo que es accidental, dame lo que es esencial.
Señor: que cuando ore, tenga mi corazón unido al tuyo y al de mi hermano.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Miércoles de la 1 a. Semana – Ciclo C

“Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación”. (Lc 11,29-32)

Yo espero que Jesús hoy no se caliente con nosotros.
Porque no quisiera que no dijese que somos una “generación perversa”.
Que somos una generación jorobada todavía lo entiendo.
Pero lo de “perversa” ya no me gusta.

Yo sé que somos bien parecidos a aquellos a quienes Jesús se dirige.
Yo sé que también nosotros le pedimos signos para creer en él.
Yo sé que también nosotros le pedimos señales que lo hagan creíble.
Yo sé que también nosotros, con frecuencia, nos cabreamos con él porque no hace los signos que nosotros quisiéramos.
El problema está ahí:
Sabemos que diariamente hace signos de credibilidad.
Sabemos que diariamente hace señales que lo revelan y manifiestan.

Pero el problema no es él.
El problema somos nosotros que le pedimos los signos que a nosotros nos interesan.
Y los signos que nosotros le pedimos no son precisamente los que le identifican.
Le pedimos los signos de que nos cure de nuestras dolencias.
Le pedimos los signos de que nos consiga un trabajo de gerentes.
Le pedimos los signos de que nos aumenten los sueldos.
Le pedimos los signos de que nos asciendan como a los otros.
Hasta le pedimos que nos consiga un novio, pero con plata.
Algo así como si El tuviese una de esas Agencias de novios.

Jesús se siente decepcionado.
El verdadero signo de Jesús será el de Jonás que predica la conversión.
El verdadero signo de Jesús será estar tres días en el sepulcro y resucitar.
El verdadero signo de Jesús será su muerte en la Cruz.
El verdadero signo de Jesús será el dar su vida por los demás.

Pero esos signos a nosotros no nos van.
Y ahí está nuestro problema.
No aceptar los signos que Dios nos revela y manifiesta.
No aceptar los signos que Dios quiere que nosotros reconozcamos.
No aceptar los signos a través de los cuales El nos habla.
Dios nos habla en una clave y nosotros tenemos otra.

Además, los signos que Dios nos envía tienen una finalidad:
Nuestra conversión.
Nuestro cambio.
Eso fue lo que hizo Jonás.
Y pese a Jonás no estaba muy conforme, Nínive se convirtió.
Jonás se resiste a predicar a Nínive.
Y para colmo, se resiste porque conoce el corazón de Dios y sabe que los va a perdonar.
“Ya lo decía yo” exclama Jonás cuando Nínive se convierte y hace penitencia.

¿No será también esta una señal para muchos de nosotros que no quisiéramos que otros cambiasen?
¿No será también esta una señal para muchos de nosotros que quisiéramos que el amor de Dios fuese exclusivo para nosotros?
Jonás se llevó una gran decepción con el cambio de Nínive.
Es posible que también nosotros no llevemos demasiados engaños, pensando que tenemos la exclusiva, y mientras tanto son los que están fuera los que descubren el mensaje de Dios.

Señor: No quiero imponerte yo señales.
Señor: Quiero reconocer las tuyas.
Señor: No quiero sentirme dueño de corazón.
Señor: dame la alegría que los ninivitas de hoy escuchen tus llamadas y se conviertan.

Clemente Sobrado C. P.