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Palabras de esperanza: Martes 3 de Cuaresma

P. Clemente Sobrado cp

“Se adelantó Pedro y le preguntó a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siente veces?” Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. (Mt 18,21-35)

“El rey de la parábola es un hombre generoso que, preso de la compasión, perdona una deuda enorme —«diez mil talentos»: enorme— a un siervo que lo suplica. Pero aquel mismo siervo, en cuanto encuentra a otro siervo como él que le debe cien dinares —es decir, mucho menos—, se comporta de un modo despiadado, mandándolo a la cárcel. El comportamiento incoherente de este siervo es también el nuestro cuando negamos el perdón a nuestros hermanos. Mientras el rey de la parábola es la imagen de Dios que nos ama de un amor tan lleno de misericordia para acogernos y amarnos y perdonarnos continuamente.
Desde nuestro bautismo Dios nos ha perdonado, perdonándonos una deuda insoluta: el pecado original. Pero, aquella es la primera vez. Después, con una misericordia sin límites, Él nos perdona todos los pecados en cuanto mostramos incluso solo una pequeña señal de arrepentimiento. Dios es así: misericordioso. Cuando estamos tentados de cerrar nuestro corazón a quien nos ha ofendido y nos pide perdón, recordemos las palabras del Padre celestial al siervo despiadado: «siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No deberías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?» (vv. 32-33). Cualquiera que haya experimentado la alegría, la paz y la libertad interior que viene al ser perdonado puede abrirse a la posibilidad de perdonar a su vez”.
(Papa Francisco)

Me encanta Jesús porque no le gustan las matemáticas.
Me gusta el amor porque no juega con las matemáticas.
No me gustan los que ponen límites al amor.
No me gustan los que ponen límites al perdón.
No me gustan los que ponen límites a la comprensión.
No me gustan los que ponen límites a las cosas.
No me gusta aquel que le pregunta a Jesús
“si serán pocos los que se salvan”
No me gusta Pedro que, pone límites al perdón.
Me hubiese gustado hablar con su esposa
para saber cuántas veces le había perdonado.

Me gusta el Papa Francisco, que, en su Bula
de convocación al Jubileo extraordinario de la misericordia, escribe:

“Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón.
La misericordia siempre es más grande que cualquier pecado
y nadie podrá poner límite al amor de Dios que perdona” (n.3)

Qué maravilloso es Dios que no lleva cuenta
de las veces que me ha perdonado.
Qué maravilloso es Dios que no pone límites a su perdón.
Qué maravilloso es Dios que perdona siempre.

Dice el Papa Francisco:

“La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros.
Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien
y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos.
Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar
el amor misericordioso de los cristianos.
Como ama el Padre, así aman los hijos”. (n.9)

El perdón es expresión del amor.
Me gusta Pablo que nos dice que:
“El amor es paciente, es servicial.
El amor no es envidioso, no es jactancioso, no se engríe.
El amor todo lo excusa.
Todo lo cree. Todo lo espera.
Todo lo soporta. El amor no acaba nunca”. (1Co 13,4-8)

Cuando al amor le ponemos matemáticas, deja de ser amor.
Porque el perdón es expresión y manifestación del amor.
Y el amor que tiene barreras y fronteras y aduanas,
no es verdadero amor.
El amor que pone números al perdón, no es verdadero amor.
Por eso mismo, como Dios es amor:
Dios perdona siempre.
Disculpa siempre.
Comprende siempre.
Ama siempre.
Me sonríe siempre.

Yo que me paso diariamente horas confesando, soy testigo de este amor de Dios.
¡Cuántos me vienen lamentándose!
“Padre, he vuelto a caer”.
“Padre, he luchado, y de nuevo he metido la pata”.
“Padre, disculpe: le prometí ser fuerte y de nuevo he fallado”.
Mi respuesta es siempre la misma:
“Antes te cansarás tú de caer, que Dios de perdonarte”.
“Antes te aburrirás tú de fallarte a ti mismo, que Dios de comprenderte”.
“Antes te cansarás tú de tus debilidades, que Dios de sonreírte”.
“Por eso, a comenzar de nuevo”.

Como Dios me ama siempre, me perdona siempre.
Como Dios me ama siempre, me comprende siempre.
Como Dios me ama siempre, me disculpa siempre.
Como Dios me ama siempre, me levanta siempre.
Como Dios me ama siempre, me abraza siempre.

Perdonamos según amamos.
Perdona poco quien ama poco.
Perdona siempre quien ama siempre.
Perdona siempre cuando el amor es más grande que mi pecado.

Palabras de esperanza: Lunes 3 de Cuaresma

P. Clemente Sobrado cp.

“Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”. “Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte donde se alzaba el pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba”. (Lc 4,24-30)

“Nadie es profeta en su propia patria, y Jesús no obra milagros con sus compatriotas debido a la falta de fe de ellos. Jesús cita dos episodios de la Biblia: la curación milagrosa de la lepra de Naamán el sirio en la época del profeta Eliseo; y el encuentro del profeta Elías con la viuda de Sarepta, que fue salvada de la carestía. Los leprosos y las viudas en aquel tiempo eran los marginados y estos dos al acoger a los profetas fueron salvados. En cambio los de Nazaret no aceptaron a Jesús, porque estaban demasiado seguros en su ‘fe’, de tal manera seguros en la observancia de los mandamientos, que no tenían necesidad de otra salvación. Este es el drama de la observancia de los mandamientos sin la fe: ‘yo me salvo sólo porque voy a la sinagoga todos los sábados, trato de obedecer los mandamientos, pero que no venga éste a decirme que eran mejor que yo el leproso y la viuda, porque esos eran marginados’. Entretanto Jesús nos dice: ‘¡Mira que si tú no eres marginado y no te sientes marginado, no tendrás salvación!’ Esta es la humildad, la vía de la humildad: sentirse talmente marginados que necesitamos la salvación del Señor. Solamente él nos salva y no nuestra observancia de los preceptos. Esto no les gustó y querían asesinarlo”. (Papa Francisco)

¡Qué difícil es ser reconocido en la propia casa!
¡Qué difícil reconocer la bondad y la importancia
de los que viven con nosotros!
Siempre resulta más fácil reconocer y aceptar
a los de afuera que a los de dentro.
¡Y qué difícil resulta decir la verdad a aquellos que nos conocen!
Siempre es más fácil decir la verdad a los extraños.
Siempre es más fácil decir la verdad a los malos que a los buenos.
Siempre es más fácil que sean los de fuera los que tengan fe en nosotros.

Todos hablamos mucho de la verdad,
mientras no nos digan la nuestra.
Todos hablamos mucho de la sinceridad,
pero mientras la cosa no vaya con nosotros.
Todos hablamos mucho de diálogo,
mientras seamos nosotros los que hablamos.

Las dos situaciones de que habla Jesús revelan
una doble verdad que duele y molesta a la gente de la sinagoga.
Viudas abundaban en Israel y sin embargo,
Elías es enviado a una viuda de Sarepta.
Leprosos abundaban en Israel en tiempos del profeta Eliseo,
y sin embargo sólo pudo curar a Naamán de Siria.

Por una parte, es una manera explícita de decirles
que el Reino y la salvación de Dios no es exclusiva de Israel.
Que Dios también se preocupa de los que están fuera.
Que Dios también derrama su gracia a los que no pertenecen a Israel.
Que Dios también hace milagros con los extraños y extranjeros.
Que los de Sarepta también se merecen el anuncio del Reino.
Que los de Siria también se merecen la atención de los profetas.

Por otra parte, les hace ver algo curioso:
Habiendo viudas en Israel sólo una pagana confía en el profeta Elías.
Habiendo tantos leprosos en Israel tiene que ser un pagano
de Siria el que cree en el profeta Eliseo.

Los de fuera no son extraños para Dios.
Dios tampoco es extraño para ellos.
Los de casa no creen en las posibilidades que tienen.
Los de casa no valoran lo que tienen.
Han de venir de afuera para descubrir el poder
de sanación de los que estaban en la propia casa.

Hay gente en casa que no ve.
Y hay gente de afuera que logra ver.
Los de casa no le aceptan.
En cambio, los de afuera abren sus oídos y su corazón.

Ellos entendieron muy bien que se refería a ellos.
Entendieron muy bien que la pelota estaba en la propia cancha.
Entendieron muy bien que los que se negaban a ver eran ellos.
Y que por tanto, resultaban peores que los extraños.

La reacción no se dejó esperar.
En vez de tomar conciencia de sus actitudes,
mejor solucionaban el problema desbarrancándolo monte abajo.
La verdad duele, pero suele sanar los corazones.
El engaño nos puede poner una aureola artificial, pero no logra saciar.
La verdad llega por muchos caminos.
No mires el camino, ábrete a la verdad en sí misma.
No es el envoltorio lo que cura, sino la medicina que va dentro.

Homilía del 3er. Domingo de Cuaresma

Haz click y escucha aquí la Homilía del P Clemente Sobrado cp sobre el 3er Domingo de Cuaresma, Ciclo B.

Palabras de esperanza

“Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; y a los cambistas sentados, y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo… no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días. (Jn 2, 13-25)

“En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, en la que renovaremos las promesas de nuestro bautismo. Caminemos en el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo de su amor para nuestros hermanos, especialmente para los más débiles y los más pobres, construyamos para Dios un templo en nuestra vida. Y así lo hacemos «encontrable» para muchas personas que encontramos en nuestro camino. Si somos testigos de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero —nos preguntamos, y cada uno de nosotros puede preguntarse—, ¿se siente el Señor verdaderamente como en su casa en mi vida? ¿Le permitimos que haga «limpieza» en nuestro corazón y expulse a los ídolos, es decir, las actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, la costumbre de murmurar y «despellejar» a los demás? ¿Le permito que haga limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hemos escuchado hoy en la primera lectura? Cada uno puede responder a sí mismo, en silencio, en su corazón. «¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?». «Oh padre, tengo miedo de que me reprenda». Pero Jesús no reprende jamás. Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su modo de hacer limpieza. Dejemos —cada uno de nosotros—, dejemos que el Señor entre con su misericordia —no con el látigo, no, sino con su misericordia— para hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús para nosotros es su misericordia. Abrámosle la puerta, para que haga un poco de limpieza”.

Jesús ha puesto fin a la religión de la Ley,
reemplazándola con la religión del corazón y del amor.
Ya no será la religión del cumplimiento de unos deberes y obligaciones.
Será la religión del cambio del corazón.
Será la religión del amor a Dios.
Será la religión del amor a los hermanos.
Será la religión de las bodas, del buen vino, de la alegría y la fiesta,

Jesús ha puesto fin al templo para reemplazarlo
por el nuevo templo que será el mismo
y será cada uno de nosotros abiertos a la acción salvífica y pascual de Dios.

El templo era lo más sagrado:
Porque era el lugar de la presencia de Dios.
Porque era el lugar del encuentro del hombre con Dios.
Porque era el lugar del diálogo del hombre con Dios, “lugar de oración”.

Con Jesús, el templo ya no será de materiales nobles,
sino que será en primer lugar su propio corazón:
El verdadero lugar para encontrarnos con Dios
será Jesús mismos resucitado.
El verdadero lugar para encontrarnos con Dios
seremos cada uno de nosotros alojando a Dios en nuestro corazón.

Ya no será el lugar donde encerramos a Dios y lo sacamos de circulación.
El verdadero templo será un espacio abierto, donde Dios habitará,
no secuestrado, sino libre y por la calle compartiendo
la realidad de la vida de cada hombre y mujer.
Ya no será necesario ir al templo cada Pascua para encontrarnos con El.
Ahora, será suficiente entrar en el corazón del Resucitado
y en el corazón de cada creyente.

El templo dejará de ser un lugar de negocio.
El templo dejará de ser un lugar de mercadeo.
El templo dejará de ser un espacio donde todo
se vende y todo se compra.
El templo dejará de ser un lugar de lucro; sin bueyes,
ni ovejas, ni palomas ni mesas de cambio.
El templo dejará de ser un lugar donde se compran títulos dignidades.
El templo:
Será un espacio vivo.
Será el corazón humano.
Será ese espacio donde Dios mora y habita.
Será ese espacio dondequiera que viva el hombre y la mujer.

El nuevo templo:
Será la calle por donde caminamos cada día.
Será el hogar y la familia donde vivimos cada día.
Será el lugar de trabajo donde cada día ganamos el pan de nuestros hijos.
Será el lugar donde nos divertimos y disfrutamos de las alegrías de la vida.

Dios quiere templos vivos.
Dios quiere templos donde se ame y no donde se haga negocio.
Dios quiere templos que lo hagan cercano a los hombres.
Dios quiere templos, no a donde los hombres tengan que ir
para encontrarse con El, sino donde El pueda
encontrarse con los hombres.
No es el hombre el que tiene que ir en peregrinación
a encontrarse con Dios.
Es Dios el que sale a encontrarse con el hombre.
No es sagrado el templo hecho de manos humanas.
Sagrado es cada hombre que se nos cruza en la calle,
en el merado o en el trabajo.

Por eso mismo, nuestros corazones no pueden
ser supermercados de todo.
Sino espacios, pedazos de cielo, donde Dios quiere morar y habitar.
Dios sale del templo para vivir en los infinitos templos humanos.
Dios no está lejos. La distancia entre tú y Dios
es la que media entre tú y corazón, entre tú y tu hermano.

Palabras de esperanza: Sábado 2 de Cuaresma

P. Clemente Sobrado cp.

“Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo”. (Lc 15,1-3.11-32)

“¡Pero padre, éste ha hecho muchas cosas!”: cálida acogida. Y nosotros, ¿hacemos esto? ¿Buscamos a quien está lejos, deseamos celebrar fiesta con él? ¡Cuánto bien puede hacer un corazón abierto, una escucha verdadera, una sonrisa transparente; celebrar fiesta; no hacerle sentir incómodo! El padre podría decir: está bien hijo, vuelve a casa, vuelve a trabajar, vete a tu habitación, prepárate y ¡al trabajo! Y este habría sido un buen perdón. ¡Pero no! ¡Dios no sabe perdonar sin hacer fiesta! Y el padre hace fiesta, por la alegría que tiene porque ha vuelto el hijo”. (Papa Francisco)

La parábola de las parábolas.
La parábola del Padre Dios.
La palabra del hijo hombre.
La parábola del hermano sin hermanos.
La parábola de la fiesta del regreso.

Es la parábola del Padre, pero todos preferimos
quedarnos en nuestra condición de hijos.
Un hijo que, en realidad somos todos los hijos.
Un hijo que, en realidad todos tenemos la experiencia de una vida de huérfanos.
Porque, de alguna manera, todos hemos matado a nuestro padre.
Porque, de alguna manera, todos hemos preferido vivir sin padre.
Porque, de alguna manera, todos hemos preferido vivir lejos del padre.

Una parábola:
Que es la parábola de cuantos, algún día, nos hemos ido de casa,
pensando que lejos se vive mejor.
Que es la parábola de cuantos, algún día, hemos sentido el vacío
de lo que es vivir sin amor.
Que es la parábola de cuantos, algún día,
hemos sentido que, lejos de Dios, solo no quedan amigos
mientras nos queda plata en el bolsillo.
Que es la parábola de cuantos, algún día,
hemos cuidado de cerdos.
Que es la parábola de cuantos, algún día el hambre de Dios
nos ha hecho pensar y descubrir lo que hemos perdido.
Que es la parábola de cuantos, algún día hemos preferido
ser simples empleados de Dios,
pero tener pan para llenar nuestro estómago.

La parábola:
De Dios que, cada día, sale a la ventana, por si regresamos a casa.
De Dios que, cada día, vive de la esperanza de nuestro regreso.
De Dios que, cada día, siente el vacío de que nosotros no estamos en casa.
De Dios que, cada día, siente el dolor de nuestra ausencia.

La parábola:
De Dios que nos ve regresar cuando aún estamos lejos.
De Dios que nos ve regresar antes de que nosotros le veamos esperándonos.
De Dios que nos ve regresar desde lejos y echa a correr.
De Dios que no espera a que lleguemos y nos sale al encuentro.
De Dios que no espera a que le digamos nada
y nos estrecha contra su corazón.
De Dios que hace fiesta con nuestro regreso.
De Dios que hace fiesta porque estábamos perdidos
y hemos regresado vivos.
De Dios que no puede vivir sin nosotros.
De Dios que, sin nosotros, le falta algo a su corazón.

Es la parábola de cuantos, algún día, nos hemos
ido en busca de nuevos placeres, creyendo que eso era vivir la vida.
Es la parábola de cuantos, algún día, hemos pensado
que se puede vivir bien, lejos y sin El.
Es la parábola de Dios, que no puede vivir sin nosotros,
por más que nosotros pensemos que podemos vivir bien sin El.

Por eso, Señor, permíteme decirte algo que me sale del corazón,
en este día de fiesta:
Un día sentí que me faltaba el calor de tus brazos.
Sentí el frío de no contar con ellos. Un frío que enfría el alma.
Me creí libre de ti, Señor, y me encontré esclavo de mí mismo.
Sentí la soledad, aunque estaba con todos.
Sentí la tristeza, aunque todos se reían.
Sentí el vacío, y todos parecían felices.
Hoy vuelvo a Ti, Padre.
Necesito que tus brazos me estrechen.
Necesito que tu corazón me devuelva la alegría.
Necesito que tu calor se lleve mi frío.
Necesito sentir que me vuelves a llamar hijo.
Necesito sentir el calor de tus abrazos.
Necesito sentir el silencio del no reproche.
Necesito sentir que me invitas a tu mesa.
Necesito sentir que Tú mismo me abres la puerta.
Necesito sentir que hoy me dices:
“Entra. Esta es tu casa”.
“Ponte cómodo y hagamos fiesta”.

“Dios perdona siempre, somos nosotros los que nos cansamos
de pedir perdón, pero Él perdona siempre”.
Por ello, esta parábola nos muestra que Dios se alegra
y hace fiesta por cada hijo que vuelve a casa.
“Nosotros somos ese hijo, y conmueve pensar en cuánto
nos ama y espera siempre el Padre”. (Papa Francisco)

Palabras de esperanza: Viernes 2 de Cuaresma

P. Clemente Sobrado cp.

“Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: “Tendrán respeto a mi hijo”. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: “Este es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» (Mt 21,33-43.45-46)

“La historia de amor entre Dios y su pueblo parece ser una historia de fracasos, como sucede en la parábola de los labradores asesinos, que aparece como el fracaso del sueño de Dios. Hay un hombre que construye una viña y están los labradores que matan a todos los que envía el señor. Pero es precisamente de esos muertos que todo toma vida. Los profetas, los hombres de Dios que han hablado al pueblo, que no fueron escuchados, que fueron descartados, serán su gloria. El Hijo, el último enviado, que fue precisamente descartado por eso, juzgado, no escuchado y asesinado, se convirtió en piedra angular. Esta historia que parece ser una historia de amor, después parece terminar en una historia de fracasos, pero que termina con el gran don de Dios, que del descarte saca la salvación; de su Hijo descartado nos salva a todos. Es aquí donde la lógica del fracaso se cae. Y Jesús lo recuerda a los jefes del pueblo, citando la Escritura: La piedra que descartaron los constructores es ahora piedra angular. Esto lo ha hecho el Señor y es una maravilla a nuestros ojos”. (Papa Francisco)

Jesús anuncia su muerte a través de una parábola.
Anuncia cómo su muerte significará el cambio de religión.
“Se os quitará a vosotros el Reino de Dios
y se dará a otro pueblo que produzca frutos”.

¡Qué poco vale la vida, cuando se trata de enriquecernos!
¡Qué poco vale la vida, cuando se trata de robar lo que no es nuestro!
Eso ayer y hoy.
Aquí se mata a los criados, que son los profetas.
Y aquí se mata al Hijo, que es Jesús.
Y todo por la simple ambición.
Hacernos dueños del Reino de Dios.
No solo nos atrevemos a robar dinero.
No solo nos atrevemos a atracar bancos.
Somos capaces de robarle al mismísimo Dios.
Somos capaces de robarle la Iglesia a Jesús.

Y cuidado que los ladrones no están tan lejos.
Porque tampoco hoy faltan quienes
quieren “hacerse dueños de la Iglesia”.
Tampoco hoy faltan los que se creen dueños de la Iglesia.
Tampoco hoy faltan los que quieren
que la Iglesia sea como ellos quisieran.
Tampoco hoy faltan los que quieren
que la Iglesia responda a sus criterios.
Tampoco hoy faltan los que quieren
que la Iglesia sea la que ellos piensan.
Por eso se oponen y critican a los cambios en la Iglesia,
porque tendrían ellos que cambiar también.

Hay ciertos celos que expresan que nos
queremos hacer dueños de la Iglesia.
Hay ciertas preocupaciones que ponen de manifiesto
que la Iglesia es solo como ellos se la imaginan y no como piensa la gente sencilla.
Nadie confiesa abiertamente que se siente dueño de la Iglesia.
Incluso no faltan quienes creen que solo se es fiel
cuando somos fieles a su Iglesia.
No faltan quienes se creen con poderes divinos
para decidir cómo ha de ser la Iglesia.

Y la Iglesia es propiedad de Jesús.
Y la Iglesia es propiedad de todo el Pueblo de Dios.
Y la Iglesia es propiedad de todos.
Porque Dios actúa a través de todos.
Porque en la Iglesia todos somos constructores del Reino.
Cada uno con su propio carisma.
Cada uno con su propia gracia.
Cada uno con su propia cultura.

Ciertos celos pueden ser una manera de matar también hoy
a los profetas que anuncian cambios.
Ciertos celos pueden ser una manera de matar
el Espíritu también hoy en la Iglesia.
Ciertos celos pueden ser una manera de matar a Jesús en la Iglesia.

Lo peor que le puede suceder hoy a la Iglesia:
Es que solo algunos se sientan los dueños de la verdad.
Es que solo algunos se sientan los dueños de la fidelidad.
Es que solo algunos se sientan los dueños del Espíritu.
Es que solo algunos se sientan los dueños de la teología.
Es que solo algunos se sientan los dueños
de lo que debe hacer o no la Iglesia.

Y excluyan al resto.
Como si Dios no hablase a todo el pueblo de Dios.
Como si el Espíritu fuese exclusivo de unos pocos.
Como si Dios no estuviese en todo el pueblo de Dios.
Como si el Espíritu no hablase y animase a todo el pueblo de Dios.

Nadie es dueño de la Iglesia.
Solo Jesús y el Espíritu son dueños de la Iglesia.
Y ellos están haciendo Iglesia en el corazón de todos.
“A veces, decía el Cardenal Martini, los no creyentes
están más cerca de nosotros que muchos devotos de simple apariencia.
Usted no lo sabe, pero el Señor, sí”.
La Iglesia es de todos aquellos que escuchan a Jesús y al Espíritu.
Por algo nos dijo Pablo: “no matéis al Espíritu”.

“El camino de nuestra redención es un camino de muchos fracasos.
También el último, el de la cruz, es un escándalo.
Pero precisamente ahí vence el amor.
Y esa historia que comienza con un sueño de amor
y continúa con una historia de fracasos,
termina en la victoria del amor: la cruz de Jesús.
No debemos olvidar este camino, es un camino difícil.
Si cada uno de nosotros hace un examen de conciencia,
verá cuántas veces ha expulsado a los profetas.
Cuántas veces ha dicho a Jesús ‘vete’,
cuántas veces ha querido salvarse a sí mismo,
cuántas veces hemos pensado que nosotros éramos los justos”.
(Papa Francisco)