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Homilía del Domingo de la Ascensión del Señor

Escucha aquí la Homilía del P Clemente Sobrado cp. sobre el Domingo de la Ascensión del Señor

Palabras de esperanza

“Se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban”. (Mc 16,15-20)

“La última palabra de Jesús a los discípulos es la orden de partir: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19). Es un mandato preciso, ¡no es facultativo! La comunidad cristiana es una comunidad “en salida”, “en partida”. Y ustedes me dirán: ¿pero y las comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre “en salida” con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos, los enfermos? También ellos, con la oración y la unión a las llagas de Jesús”. (Papa Francisco)

Hola amigos, hoy celebramos la Fiesta de la Ascensión de Jesús,
que mejor sería decir, celebramos la despedida de Jesús
de su condición humana para volver a su condición divina.

Y hay algo bien simpático en esta despedida:
¿Recuerdan su venida? ¿Recuerdan la Navidad?
Nadie le esperaba.
Sólo María y José.
¿Y se dan cuenta de que ahora, la despedida
tampoco está rodeada de multitudes
sino de su grupito pequeño, miedoso
y todavía indeciso y dudando?

Nosotros somos mucho más ruidosos que Dios.
Dios hace poco ruido, tanto cuando viene a nosotros,
como cuando se despide.

Jesús no es un exhibicionista, como nosotros,
que hacemos tremendas campañas publicitarias
cuando llega algún personaje
o cuando le despiden sus fans.

Como veis, Dios no gasta en publicidad.
Por algo dice ese refrán: “mucho ruido y pocas nueces”.
Nosotros hacemos mucho ruido y con el ruido ocultamos,
con frecuencia, muchas penas,
muchas desilusiones, muchas pobrezas.
Ruidos para distraernos.

Jesús no quiere distraernos con los ruidos.
Le encantan los silencios que hablan,
los silencios que dejan escuchar,
los silencios que permiten escucharnos a nosotros mismos.

¿Ustedes son capaces de escuchar con el ruido de las discotecas?
Yo, por supuesto, no sería capaz. Me quedaría sordo.
Pero sí podemos escuchar las palabras de Jesús,
sin necesidad de megáfono y parlantes ni micrófonos.

Y podemos escuchar con qué naturalidad
nos dice a todos: “id por todo el mundo y
proclamad la Buena Nueva a toda la creación”.

No. No me digáis que no le habéis escuchado
porque había muchos ruidos.
En la cima de la montaña solo se escuchaba
el canto de los pájaros y la voz de Jesús despidiéndose de todos:
“Chau”, amigos, yo me voy, pero no os dejo,
seguiré con vosotros.

Y vosotros, nada de quedaros aquí como
sonsos mirando al cielo. “¡Chau!” “¡Id!”
Vosotros a poneros en camino por los caminos del mundo.
No tengáis miedo a nada.
Vuestra seguridad está en que lleváis a los hombres
lo que los hombres esperan: “La Buena Noticia”.
Sed como los periódicos que, cada mañana,
todos los abren en busca de novedades y de noticias.
Desde hoy, vosotros seréis mis periódicos de cada mañana,
mis noticieros de cada mañana.

Por eso, amigos, la Ascensión me gusta.
Me gusta por su sencillez.
Me gusta porque es el triunfo silencioso y sin ruidos.
Y me gusta, porque pone pies a nuestros corazones
para que tengamos como hogar el mundo entero
y como hermanos a todos los hombres.

La Ascensión de Jesús es un cambio de posta
Igual que los que corren en la pista suelen
cambiar de “testigo” o “posta”,
la Ascensión es el cambio de “posta de Jesús a nosotros”.

Hasta ahora todo dependía de Él,
desde la Ascensión todo depende de nosotros.
“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”.
Él se nos va. Pero deja a su Iglesia.
Él se nos va. Pero nos deja a nosotros.
Él se nos va, pero aún, así será nuestro compañero.
Él se va, pero nos deja un mandato: “ID”.
Él vino. A nosotros nos manda: “ID”.

Él inició la predicación del reino.
A nosotros nos toca llevarla como el viento lleva
las semillas por todo el mundo.
Con la única diferencia de que ahora
la responsabilidad recae sobre todos nosotros.

Jesús se nos va, pero nos deja la Iglesia.
No solo una Iglesia institución,
sino una Iglesia “pueblo de Dios”.
Jesús vuelve al Padre
Y a nosotros nos envía al encuentro con los hombres.

Era necesaria la Ascensión, como el triunfo de Jesús.
Pero era necesaria, para que nosotros comenzásemos
a crecer asumiendo nuestras responsabilidades.
La Iglesia no podía quedarse en el grupo de los Once.
Tenía que abrirse al mundo.
No podía seguir bajo las alas de Jesús.
Tenía que llegar la hora de volar por sí misma.
Tenía que llegar la hora de dar el examen de su fe
y comenzar a anunciar a todos los hombres.
Y como él, también la Iglesia tenía que abrirse
a buenos y malos.
A los de dentro pero también a los de fuera.
Por eso hoy, es el triunfo de Jesús,
pero es el comienzo del camino que
nos lleva a todos y a todos los hombres.

El Papa Francisco tiene una frase que lo dice todo:
«Se trata de ser hombres y mujeres de la Ascensión,
es decir, buscadores de Cristo en los caminos
de nuestro tiempo, llevando su palabra
de salvación a los confines de la tierra».

Yo le llamaría a la Ascensión: La fiesta de los caprichos de Dios:
Estabas con nosotros, y regresaste a la casa del Padre.
No estábamos preparados, y te fiaste de nosotros.
Nosotros dudábamos de ti, y tú confiaste en nosotros.
Decías que te ibas, pero nos prometiste no dejarnos.
Decías que volvías al Padre, pero nos dijiste que seguirías a nuestro lado.
Sabías que éramos débiles, pero confiaste en nosotros.
Tú lo serías todo, pero quisiste que nosotros nos sintiésemos responsables.
Tú solo anduviste por Palestina, y a nosotros nos envías al mundo entero.
Nosotros seríamos los que decidiésemos, pero tú el que inspiras.

Señor, nos alegramos de que te hayas ido. Te lo merecías.
Aunque nos da pena no verte como antes.
Danos docilidad para hacer lo que tú haces en secreto.
Está bien andes a escondidas, pero déjate ver un poco más.
Y cuando tengamos miedo, danos tú fortaleza.
Y cuando no veamos claro, ilumínanos interiormente.
Y si nos equivocamos, te regamos nos suplas.

«Dirijo un pensamiento especial a los jóvenes,
los ancianos, los enfermos y los recién casados.
Jesucristo, ascendiendo al cielo,
deja un mensaje y un programa para toda la Iglesia:
«Ve y enseña a todas las naciones …
enseñándoles a observar todo lo que te he mandado».
Da a conocer la palabra de salvación de Cristo,
y testimoniarla en la vida diaria,
y sea vuestro ideal y vuestro compromiso.
¡Mi bendición para todos!» (Papa Francisco)

Señor, ¿te nos vas? Nosotros aquí quedamos.
Tenemos miedo a quedarnos solos,
pero contigo seguiremos contando
y te prometemos que “no te fallaremos”.

Homilía del 5to. Domingo de Pascua

Escucha aquí la Homilía del P. Clemente sobre el 5to. Domingo de Pascua.

Palabras de esperanza

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”. (Jn15,1-8)

“El Señor vuelve sobre el “permanecer en Él”, y nos dice: “La vida cristiana es permanecer en mí”. Permanecer. Y utiliza aquí la imagen de la vid y de los sarmientos que permanecen en la vid (cf. Jn 15,1-8). Y este permanecer no es un permanecer pasivo, un adormecimiento en el Señor: esto sería quizás un “sueño beatífico”, pero no es eso. Este permanecer es un permanecer activo, y también es un permanecer recíproco. ¿Por qué? Porque Él dice: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (v. 4). Él también permanece en nosotros, no sólo nosotros en Él. Es una permanencia recíproca. En otra parte dice: Yo y el Padre «vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). Es un misterio, pero un misterio de vida, un hermoso misterio. Esta permanencia recíproca. También con el ejemplo de los sarmientos: es cierto, los sarmientos sin la vid no pueden hacer nada porque la savia no circula, necesitan la savia para crecer y dar fruto; pero también el árbol, la vid necesita sarmientos, porque los frutos no están unidos al árbol, a la vid. Es una necesidad recíproca, es una permanencia recíproca para dar fruto”. (Papa Francisco)

Hola amigos, ¿me permitís que comience este domingo con una pregunta?
Pues, allá va. ¿Hay alguien que no quiera vivir?
Personalmente, ahora ya a estos años,
he comenzado a sentir más profundamente la vida.
Cuando era joven vivía y vivía a gusto.
Y sentía como si la vida dependiese totalmente de mí.
Recién ahora, comienzo a dar gracias cada mañana
por un nuevo día que Dios me regala.

¿Qué tiene que ver esto con el Evangelio de hoy?
Quiero presentar una imagen que nos ayude a comprenderlo.
Un árbol es más que un conjunto de ramas.
Las ramas dan visibilidad al árbol.
Pero el árbol necesita del tronco que es el que hunde
sus raíces en la tierra. Sin tronco no hay ramas.
Sin tronco no hay sabia, ni vida. Sin tronco no hay árbol.
Puedes cortar las ramas, pero mientras sigue el tronco
siempre habrá árbol.
La vida de las ramas depende de la vida del tronco.
Incluso si cortas todas las ramas, el tronco hará brotar otras.

Cuando Jesús quiso expresar su relación vital con los creyentes
y cuando quiso expresar el modo de ser de la Iglesia,
utilizó esta misma imagen.
Es cierto que Jesús no habló de un árbol, sino de una vid,
que en el fondo viene a decir lo mismo.

Y lo primero que dijo fue que nosotros
éramos “ramas”, “sarmientos”.
No nos dijo que nosotros fuésemos el tronco
de la vid ni el tronco del árbol.
Nos puso en la condición de “sarmientos y ramas”.
Pero con ello dijo algo bien claro:
“el tronco soy yo”. La “vid era él”.
“Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos”.
“Y mi Padre es el labrador”.
El dueño de la viña y de la vid y de los sarmientos.
El tronco es el que retransmite la sabia y la vida.
El tronco es el que da consistencia al árbol y a la vid.
El tronco es el que da consistencia y resistencia
a los embates del viento y la lluvia.

Mientras haya un tronco fuerte,
tendremos unas ramas consistentes.
Pero si el tronco de la vid se debilita,
Los sarmientos se doblan porque el tronco no aguanta el peso.

En la vida, amigos, necesitamos de algo que nos dé consistencia.
No todo puede ser relativo.
En la vida se necesitan ideas claves que nos afirmen en la verdad.
No todo puede ser puro relativismo.
Se puede secar una que otra rama.
Pero el tronco sigue ahí dando vida a los sarmientos.
Se puede secar un sarmiento.
Pero ahí sigue la cepa de la vid.

En la Iglesia se puede secar éste o aquel de sus miembros.
Pero ahí sigue firme en el tronco que es Jesús.
La Iglesia puede verse sacudida por muchos vientos y tempestades.
Pero ahí sigue firme apoyada en su tronco que es Jesús.

No podemos cambiar las cosas.
No podemos convertirnos nosotros en el tronco de la Iglesia.
Nadie tiene ese derecho.
A todos los miembros de la Iglesia nos corresponde ser sarmientos.
Pero la cepa, el tronco de la Iglesia será siempre Jesús.
Aunque hoy algunos “ya se están creyendo troncos”.
Ni Él suplanta a las ramas, ni las ramas,
por grandes que seamos, podemos suplantarle a Él.
No somos el tronco de los sarmientos,
sino las ramas del tronco.

Dejémosle que Él sea nuestro tronco, nuestra vid.
Y nosotros seamos sus frondosas ramas,
sus sarmientos cargados de racimos.
Los racimos brotan de las ramas.
Pero las ramas brotan, nacen
y se alimentan del tronco o la cepa.

La parábola de la vid y los sarmientos nos habla
de comunión con la cepa, y de comunión de los sarmientos.
Somos sarmientos que vivimos y compartimos la misma sabia.
Cada sarmiento no vive independiente de los demás.

El Evangelio de hoy nos viene a decir:
Que no podemos ser cristianos, no podemos vivir
si no es unidos a alguien, que en este caso es Jesús.
De ahí la imagen de la vid y los sarmientos.
Los sarmientos quieren vivir.
Pero unidos al resto de sarmientos, sin excluir a nadie.
Entre todos forman la “vid”.
Y si algún sarmiento se separa, termina muriéndose.
Cristiano es el que vive unido a Él.
Ningún sarmiento puede dar fruto si no está unido a la vid.
Por eso, vivir como cristianos es vivir en unión y comunión.
Lo esencial es vivir como sarmiento unido a la vid.
Y todos formando una comunión de vida.
Pero Jesús nos habla de sarmientos que “no dan frutos”
y de sarmientos que “sí dan fruto abundante”.
A unos, los inútiles los “arranca” y a los que “dan fruto, los poda”.
Y los poda para que den “más fruto”.

Podar parece algo muy sencillo y fácil.
Y, sin embargo, para podar hay que saber.
Hay que saber discernir cuáles son los sarmientos inútiles
y cuáles son los necesarios y útiles.
Pero más difícil es todavía la tarea de “arrancar”, es decir, extirpar de raíz.
Jesús nos dice que “a todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca”
Pero ¿quién es el que arranca y quién es el que poda?
Para Jesús es el “Padre” que es “el labrador”.
No los demás sarmientos que somos nosotros.

Si el “podar” requiere una técnica y un discernimiento en el Espíritu,
con mucha más razón el “arrancar” o extirpar.
Para arrancar hay que pensarlo muchas veces.
No se puede arrancar a alguien por el simple capricho,
ni llevado de una emoción pasajera.

Con frecuencia, nosotros solemos tener más vocación
de “arrancar” que de “podar”.
Con suma facilidad decidimos quiénes deben formar la Iglesia,
quiénes deben quedarse en la Iglesia
y quiénes debieran ser excluidos de la Iglesia.
Quiénes son los que dan fruto y quiénes no lo dan.
Fácilmente decidimos la suerte de los demás.

Amigos: El único que decide “el cortar” y el “podar” es el Padre,
el verdadero “labrador” de la viña y de la Iglesia.
Es posible que nosotros estemos echando de la Iglesia
a quienes el Padre quiere que sigan en la Iglesia.
Y es posible que nosotros queramos que sigan
aquellos a quienes el Padre quisiera fuera.
¿Alguien se atreve a juzgar y condenar a alguien?
¿Alguien se atreve a decir quiénes sí y quiénes no?

Amigos: ¿Vivimos de verdad como sarmientos
de la cepa de la vida que es Jesús?
¡Y qué linda es una vida cargada de racimos maduros!
¿Seremos esos racimos que alegran nuestras mesas?
¿Seremos esos racimos que se estrujan para sacarles el vino?
Cuando tomemos una copita, pensemos “cuántas uvas
se han sacrificado por este vasito de vino”.

Homilía del Domingo de Pascua

Haz click y escucha aquí la Homilía del P. Clemente Sobrado cp. sobre el Domingo de Pascua de Resurrección del Señor.

Palabras de esperanza

“El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien tanto quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos donde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del Sepulcro. Los dos corrían junto, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al Sepulcro…” (Jn 20,1-9)

“La mañana de Pascua, advertidos por las mujeres, Pedro y Juan corrieron al sepulcro y lo encontraron abierto y vacío. Entonces, se acercaron y se “inclinaron” para entrar en la tumba. Para entrar en el misterio hay que “inclinarse”, abajarse. Solo quien se abaja, comprende la glorificación de Jesús y puede seguirlo en su camino.
El mundo propone imponerse a toda costa, competir, hacerse valer… Pero los cristianos, por la gracia de Cristo muerto y resucitado, son los brotes de otra humanidad, en la cual tratamos de vivir al servicio de los demás, de no ser altivos, sino disponibles y respetuosos. […] Pidamos paz y libertad para tantos hombres y mujeres sometidos a nuevas y antiguas formas de esclavitud por parte de personas y organizaciones criminales. Paz y libertad para las víctimas de los traficantes de droga, muchas veces aliados con los poderes que deberían defender la paz y la armonía en la familia humana. E imploremos la paz para este mundo sometido a los traficantes de armas que ganan con la sangre de los hombres y las mujeres”.
(Papa Francisco)

La mañana de Pascua resultó para los discípulos:
Una mañana que recién está amaneciendo.
Una mañana que está todavía a oscuras.
Una mañana de carreras.
Una mañana de sepulcro vacío.
Una mañana de desilusión.
Una mañana de preguntas sin respuestas.

La Resurrección no resulta evidente.
La Resurrección es toda una búsqueda
en la oscuridad que busca la luz.
La Resurrección es toda una mañana de sepulcros.
La Resurrección tendrá que ser un “hecho”,
pero en ellos, tiene que ser “acontecimiento”
Ellos tendrán que esperar al anochecer.

La Resurrección es la mañana de las mujeres.
De las que no tienen miedo a la oscuridad.
De las que son los primeros testigos del sepulcro vacío.
De las que son las primeras en llevar a la noticia.
Es la primera manifestación del resucitado:
la valoración de la mujer.
Y será precisamente la Magdalena:
la primera en dejarse llevar del corazón.
Es que a Dios siempre llega primero
al corazón antes que la cabeza.

Mientras la cabeza busca explicaciones, el corazón busca respuestas.
Mientras la cabeza busca razones, el corazón busca a la persona.
Por eso es la mujer la primera en llegar al Sepulcro.
Por eso es la mujer la primera en dar la voz de alerta.
Algo que le falta a la Iglesia.
Mucha teología, y poco corazón que busca.
Mucho teólogo pensante, pero poco corazón amante.
La Resurrección comenzó siendo femenina.
¿No necesitará la Iglesia dar más espacio a lo femenino
y quedarse en casa lo masculino?
La Iglesia tiene demasiado rostro masculino.
¿No necesitará de más rostros femeninos capaces de ver primero?

Corre la Autoridad, que es Simón Pedro.
Corre el amor y el carisma, que es Juan.
Pero, aunque caminan juntos, el amor siempre se adelanta a la autoridad.
Por más que caminen juntos, el carisma siempre se anticipa.
El carisma no desconoce a la autoridad
y aunque llegue antes, sabe esperar.
La autoridad entra primero, ve pero no dice que cree,
tiene que razonar.
La autoridad entra primero, pero luego hace esperar al carisma.
El amor y el carisma entran ven y creen.

La fe en el resucitado no es algo que
se manifiesta cuando ya luce el sol.
La fe en el resucitado requiere un camino de idas y vueltas.
La fe en el resucitado requiere saber buscar
antes de que la mañana claree.
La fe en el resucitado requiere ver y no en encontrar.
La fe en el resucitado requiere correr todo un camino de dudas.

La mañana de Pascua fue una mañana de sepulcros vacíos.
Como también la Pascua de cada creyente
pasa primero por buscar donde no está.
Como también la Pascua de cada creyente tiene
que pasar por las oscuridades del no ver.
Primero lo creyeron muerto en la Cruz.
Primero lo sepultaron como cualquier difundo.
Y ahora lo buscan donde ellos le dejaron.
Pero el resucitado no está donde nosotros
le dejamos y creemos que allí está.
El resucitado venció la muerte.

Y ahora en la mañana de Pascua abre todos los sepulcros.
Por eso no entiendo que nosotros, los creyentes,
sigamos escribiendo lápidas diciendo que “aquí yace”,
el que precisamente ya está vivo.

La Pascua es la fiesta de los sepulcros vacíos.
La Pascua es la fiesta de los que un día no dejaron
y no podemos verlos.
La Pascua es la fiesta de los que ahora viven,
pero libres de esa mortaja que los hace invisibles.

A TODOS LOS QUE HOY HABÉIS RESUCITADO ¡FELIZ DÍA!

Homilía del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Haz click y escucha aquí la Homilía del P Clemente Sobrado cp sobre el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor

Palabras de esperanza

“Pero Pilato les decía otra vez: “Y ¿qué voy a hacer con el que llamáis el Rey de los judíos?” La gente volvió a gritar: “¡Crucifícale!” Pilato les decía: “Pero ¿qué mal ha hecho?” Pero ellos gritaron con más fuerza: “Crucifícale!” Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado”. (Mc 14,1,15-47)

“Pero al mismo tiempo, el corazón de Cristo está en otro camino, en el camino santo que solo él y el Padre conocen: el que va de la «condición de Dios» a la «condición de esclavo», el camino de la humillación en la obediencia «hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2,6-8). Él sabe que para lograr el verdadero triunfo debe dejar espacio a Dios; y para dejar espacio a Dios solo hay un modo: el despojarse, el vaciarse de sí mismo. Callar, rezar, humillarse. Con la cruz no se puede negociar, o se abraza o se rechaza.”. (Papa Francisco)

Hoy todos pensamos y centramos
nuestra atención en los ramos.
El acontecimiento parecen ser los ramos.
Litúrgicamente es “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”.
Por eso el Evangelio de los Ramos solo se lee en la bendición,
en la Misa ya leemos la “Historia de la Pasión”.

Me gustaría fijarme no tanto sobre esa
Pasión que todos vemos
sino sobre lo que yo llamaría “la otra Pasión”.
No en esa Pasión que vemos con los ojos y tocan nuestras manos.
Esa Pasión que tan duramente graficó Mel Gibson
Sino en la Pasión que no se ve, pero que duele
mucho más que la pasión que vemos.
La Pasión interior de Jesús. ¡Cómo vivió él la Pasión!

Se trata de la Pasión interna de Jesús,
de los sentimientos internos de Jesús.
Qué sufrió externamente, lo sabemos.
Pero ¿qué sufrió en su corazón, en su interior?
Habrá que meterse dentro de su corazón.
Sentir los latidos de su corazón.
¿Nos quedamos con lo que ven nuestros ojos,
en los sufrimientos brutales externos,
o nos metemos dentro para sentir lo que sentía su corazón,
que era mucho más profundo,
más hondo y más doloroso?
La Pasión tal y como la vivó en sus sentimientos.

En la Pasión de Jesús, hay toda una mezcla:
mezcla de dolor y de alegría,
de frustración humana y de alegría divina.
Junto al “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
está ese otro grito de serenidad
“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
y su última palabra que es como el gozo del deber cumplido:
“Todo está consumado”.
Es el gozo de saber que el plan salvífico de Dios
ha llegado hasta el final.

Son muchos los gestos y actitudes de Jesús en la Pasión:
El silencio. Una de las cosas que los Evangelios resaltan
y que más extrañan en la Pasión de Jesús es su silencio.
“Y Jesús callaba”.
Le acusaban “y Jesús callaba”.
Le condenan a muerte “y Jesús callaba”.
Le cargan con la Cruz “y Jesús callaba”.
El difícil y doloroso silencio del inocente.
¡Qué difícil callar cuando alguien nos acusa!
¡Qué difícil callar cuando creemos tener la razón!

No se justifica. En su Pasión, Jesús no trata
de defenderse, ni justificarse.
cualquier justificación no sería escuchada.
Los hombres no están para escuchar la verdad
sino sus propios intereses e intenciones.
Él que habló tanto durante su vida,
sabe que ahora es el momento del silencio.
Del dejarse llevar y manejar.
¡Qué difícil! ¡Resistirnos a no defendernos pudiendo hacerlo!

No se encierra sobre sí mismo.
Jesús no utiliza el sufrimiento para que le presten atención.
Ni se encierra en sus propios dolores.
Sufre pensando en los demás.
Pensar en los otros cuando uno está sufriendo.
En la Cruz tiene una oración por los mismos
que le han juzgado y condenado. Y los disculpa.
“Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen”.
En la Cruz, se olvida de sí mismo para atender
el grito del que con El sufre en la Cruz:
“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
En la Cruz, tiene un recuerdo para su Madre:
“Madre, he ahí a tu hijo. Hijo, he ahí a tu madre”.

El desprendimiento de todo.
Antes de dar y entregar su vida,
Jesús se desprende de todo.
Hasta de sus vestidos y quedarse desnudo.
Es la desnudez de la muerte.
La muerte nos desnuda de todo.
Nos desnuda de nuestro poder, de nuestros títulos,
de nuestros dineros, de nuestro prestigio.
Al morir, morimos en la soledad de nosotros mismos.
Desnudos como cuando vinimos al mundo.
Muere desnudo quien vivió desnudo de todo.

La esperanza. Cuando todo se oscurecía en su corazón,
sólo una cosa seguía alumbrando su espíritu: la esperanza.
En ningún momento hay desesperación.
No hay gritos de rabia.
Hay paz en el espíritu.
Entrega su vida en la paz y la serenidad de la esperanza.
No se ve nada, pero sabe que amanecerá.

Estos días, está bien que miremos
lo exterior de la Pasión, pero no nos quedemos en la periferia.
Es preciso tratemos de entrar dentro
y “sentir los mismos sentimientos que Cristo Jesús”.
Vivir y sentir lo que yo llamo “la otra Pasión”.
La Pasión que va por dentro.
La Cruz que vive en su corazón.

Eso, amigos requiere silencio también en nosotros.
Requiere que en estos días “hagamos un poco de silencio”.
Para “escuchar”.
La Pasión de Jesús y la muerte de Jesús:
Hay que “escucharlas”.
Pero “escucharlas dentro”.
Que nos hablen ahí dentro.
Pablo nos dice:
“Tened en vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús”.
Identificarnos con sus sentimientos.
Sentir lo que él sentía.

Preguntas bien concretas: El que tanto nos amó
¿cómo nos vería a cada uno de nosotros?
¿Qué sentía Jesús en su Pasión?
¿Qué sentía Jesús colgado de la Cruz?
¿Qué pasaba en su corazón?
Pero, miremos también nosotros nuestro corazón:
¿Qué nos dice hoy a nosotros la Pasión del Señor?
¿Qué nos dice hoy a nosotros ese Jesús colgado de la Cruz?
¿Qué sentimos nosotros al verle y contemplarle?

La Cruz no es una invitación al sufrimiento.
Es la invitación a mirar el corazón de Dios
capaz de dejarse morir en la Cruz.

Amigos: la historia de la Pasión es la historia
de Dios con nosotros.
Pero es también nuestra historia con Dios.
Guardemos silencio a la espera de que la Cruz
se convierta en luz de Pascua,
y que la muerte se convierta en vida pascual.
Señor, no te decimos “Descansa en paz”.
Señor, te decimos, “Hasta la mañana de Pascua”.

Homilía del 3er. Domingo de Cuaresma

Haz click y escucha aquí la Homilía del P Clemente Sobrado cp sobre el 3er Domingo de Cuaresma, Ciclo B.

Palabras de esperanza

“Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas; y a los cambistas sentados, y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo… no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre. Destruid este templo y yo lo reconstruiré en tres días. (Jn 2, 13-25)

“En este tiempo de Cuaresma nos estamos preparando para la celebración de la Pascua, en la que renovaremos las promesas de nuestro bautismo. Caminemos en el mundo como Jesús y hagamos de toda nuestra existencia un signo de su amor para nuestros hermanos, especialmente para los más débiles y los más pobres, construyamos para Dios un templo en nuestra vida. Y así lo hacemos «encontrable» para muchas personas que encontramos en nuestro camino. Si somos testigos de este Cristo vivo, mucha gente encontrará a Jesús en nosotros, en nuestro testimonio. Pero —nos preguntamos, y cada uno de nosotros puede preguntarse—, ¿se siente el Señor verdaderamente como en su casa en mi vida? ¿Le permitimos que haga «limpieza» en nuestro corazón y expulse a los ídolos, es decir, las actitudes de codicia, celos, mundanidad, envidia, odio, la costumbre de murmurar y «despellejar» a los demás? ¿Le permito que haga limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hemos escuchado hoy en la primera lectura? Cada uno puede responder a sí mismo, en silencio, en su corazón. «¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?». «Oh padre, tengo miedo de que me reprenda». Pero Jesús no reprende jamás. Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su modo de hacer limpieza. Dejemos —cada uno de nosotros—, dejemos que el Señor entre con su misericordia —no con el látigo, no, sino con su misericordia— para hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús para nosotros es su misericordia. Abrámosle la puerta, para que haga un poco de limpieza”.

Jesús ha puesto fin a la religión de la Ley,
reemplazándola con la religión del corazón y del amor.
Ya no será la religión del cumplimiento de unos deberes y obligaciones.
Será la religión del cambio del corazón.
Será la religión del amor a Dios.
Será la religión del amor a los hermanos.
Será la religión de las bodas, del buen vino, de la alegría y la fiesta,

Jesús ha puesto fin al templo para reemplazarlo
por el nuevo templo que será el mismo
y será cada uno de nosotros abiertos a la acción salvífica y pascual de Dios.

El templo era lo más sagrado:
Porque era el lugar de la presencia de Dios.
Porque era el lugar del encuentro del hombre con Dios.
Porque era el lugar del diálogo del hombre con Dios, “lugar de oración”.

Con Jesús, el templo ya no será de materiales nobles,
sino que será en primer lugar su propio corazón:
El verdadero lugar para encontrarnos con Dios
será Jesús mismos resucitado.
El verdadero lugar para encontrarnos con Dios
seremos cada uno de nosotros alojando a Dios en nuestro corazón.

Ya no será el lugar donde encerramos a Dios y lo sacamos de circulación.
El verdadero templo será un espacio abierto, donde Dios habitará,
no secuestrado, sino libre y por la calle compartiendo
la realidad de la vida de cada hombre y mujer.
Ya no será necesario ir al templo cada Pascua para encontrarnos con El.
Ahora, será suficiente entrar en el corazón del Resucitado
y en el corazón de cada creyente.

El templo dejará de ser un lugar de negocio.
El templo dejará de ser un lugar de mercadeo.
El templo dejará de ser un espacio donde todo
se vende y todo se compra.
El templo dejará de ser un lugar de lucro; sin bueyes,
ni ovejas, ni palomas ni mesas de cambio.
El templo dejará de ser un lugar donde se compran títulos dignidades.
El templo:
Será un espacio vivo.
Será el corazón humano.
Será ese espacio donde Dios mora y habita.
Será ese espacio dondequiera que viva el hombre y la mujer.

El nuevo templo:
Será la calle por donde caminamos cada día.
Será el hogar y la familia donde vivimos cada día.
Será el lugar de trabajo donde cada día ganamos el pan de nuestros hijos.
Será el lugar donde nos divertimos y disfrutamos de las alegrías de la vida.

Dios quiere templos vivos.
Dios quiere templos donde se ame y no donde se haga negocio.
Dios quiere templos que lo hagan cercano a los hombres.
Dios quiere templos, no a donde los hombres tengan que ir
para encontrarse con El, sino donde El pueda
encontrarse con los hombres.
No es el hombre el que tiene que ir en peregrinación
a encontrarse con Dios.
Es Dios el que sale a encontrarse con el hombre.
No es sagrado el templo hecho de manos humanas.
Sagrado es cada hombre que se nos cruza en la calle,
en el merado o en el trabajo.

Por eso mismo, nuestros corazones no pueden
ser supermercados de todo.
Sino espacios, pedazos de cielo, donde Dios quiere morar y habitar.
Dios sale del templo para vivir en los infinitos templos humanos.
Dios no está lejos. La distancia entre tú y Dios
es la que media entre tú y corazón, entre tú y tu hermano.