Homilía del Domingo de la Ascensión del Señor

Escucha aquí la Homilía del P Clemente Sobrado cp. sobre el Domingo de la Ascensión del Señor

Palabras de esperanza

“Se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban”. (Mc 16,15-20)

“La última palabra de Jesús a los discípulos es la orden de partir: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19). Es un mandato preciso, ¡no es facultativo! La comunidad cristiana es una comunidad “en salida”, “en partida”. Y ustedes me dirán: ¿pero y las comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre “en salida” con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos, los enfermos? También ellos, con la oración y la unión a las llagas de Jesús”. (Papa Francisco)

Hola amigos, hoy celebramos la Fiesta de la Ascensión de Jesús,
que mejor sería decir, celebramos la despedida de Jesús
de su condición humana para volver a su condición divina.

Y hay algo bien simpático en esta despedida:
¿Recuerdan su venida? ¿Recuerdan la Navidad?
Nadie le esperaba.
Sólo María y José.
¿Y se dan cuenta de que ahora, la despedida
tampoco está rodeada de multitudes
sino de su grupito pequeño, miedoso
y todavía indeciso y dudando?

Nosotros somos mucho más ruidosos que Dios.
Dios hace poco ruido, tanto cuando viene a nosotros,
como cuando se despide.

Jesús no es un exhibicionista, como nosotros,
que hacemos tremendas campañas publicitarias
cuando llega algún personaje
o cuando le despiden sus fans.

Como veis, Dios no gasta en publicidad.
Por algo dice ese refrán: “mucho ruido y pocas nueces”.
Nosotros hacemos mucho ruido y con el ruido ocultamos,
con frecuencia, muchas penas,
muchas desilusiones, muchas pobrezas.
Ruidos para distraernos.

Jesús no quiere distraernos con los ruidos.
Le encantan los silencios que hablan,
los silencios que dejan escuchar,
los silencios que permiten escucharnos a nosotros mismos.

¿Ustedes son capaces de escuchar con el ruido de las discotecas?
Yo, por supuesto, no sería capaz. Me quedaría sordo.
Pero sí podemos escuchar las palabras de Jesús,
sin necesidad de megáfono y parlantes ni micrófonos.

Y podemos escuchar con qué naturalidad
nos dice a todos: “id por todo el mundo y
proclamad la Buena Nueva a toda la creación”.

No. No me digáis que no le habéis escuchado
porque había muchos ruidos.
En la cima de la montaña solo se escuchaba
el canto de los pájaros y la voz de Jesús despidiéndose de todos:
“Chau”, amigos, yo me voy, pero no os dejo,
seguiré con vosotros.

Y vosotros, nada de quedaros aquí como
sonsos mirando al cielo. “¡Chau!” “¡Id!”
Vosotros a poneros en camino por los caminos del mundo.
No tengáis miedo a nada.
Vuestra seguridad está en que lleváis a los hombres
lo que los hombres esperan: “La Buena Noticia”.
Sed como los periódicos que, cada mañana,
todos los abren en busca de novedades y de noticias.
Desde hoy, vosotros seréis mis periódicos de cada mañana,
mis noticieros de cada mañana.

Por eso, amigos, la Ascensión me gusta.
Me gusta por su sencillez.
Me gusta porque es el triunfo silencioso y sin ruidos.
Y me gusta, porque pone pies a nuestros corazones
para que tengamos como hogar el mundo entero
y como hermanos a todos los hombres.

La Ascensión de Jesús es un cambio de posta
Igual que los que corren en la pista suelen
cambiar de “testigo” o “posta”,
la Ascensión es el cambio de “posta de Jesús a nosotros”.

Hasta ahora todo dependía de Él,
desde la Ascensión todo depende de nosotros.
“Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”.
Él se nos va. Pero deja a su Iglesia.
Él se nos va. Pero nos deja a nosotros.
Él se nos va, pero aún, así será nuestro compañero.
Él se va, pero nos deja un mandato: “ID”.
Él vino. A nosotros nos manda: “ID”.

Él inició la predicación del reino.
A nosotros nos toca llevarla como el viento lleva
las semillas por todo el mundo.
Con la única diferencia de que ahora
la responsabilidad recae sobre todos nosotros.

Jesús se nos va, pero nos deja la Iglesia.
No solo una Iglesia institución,
sino una Iglesia “pueblo de Dios”.
Jesús vuelve al Padre
Y a nosotros nos envía al encuentro con los hombres.

Era necesaria la Ascensión, como el triunfo de Jesús.
Pero era necesaria, para que nosotros comenzásemos
a crecer asumiendo nuestras responsabilidades.
La Iglesia no podía quedarse en el grupo de los Once.
Tenía que abrirse al mundo.
No podía seguir bajo las alas de Jesús.
Tenía que llegar la hora de volar por sí misma.
Tenía que llegar la hora de dar el examen de su fe
y comenzar a anunciar a todos los hombres.
Y como él, también la Iglesia tenía que abrirse
a buenos y malos.
A los de dentro pero también a los de fuera.
Por eso hoy, es el triunfo de Jesús,
pero es el comienzo del camino que
nos lleva a todos y a todos los hombres.

El Papa Francisco tiene una frase que lo dice todo:
«Se trata de ser hombres y mujeres de la Ascensión,
es decir, buscadores de Cristo en los caminos
de nuestro tiempo, llevando su palabra
de salvación a los confines de la tierra».

Yo le llamaría a la Ascensión: La fiesta de los caprichos de Dios:
Estabas con nosotros, y regresaste a la casa del Padre.
No estábamos preparados, y te fiaste de nosotros.
Nosotros dudábamos de ti, y tú confiaste en nosotros.
Decías que te ibas, pero nos prometiste no dejarnos.
Decías que volvías al Padre, pero nos dijiste que seguirías a nuestro lado.
Sabías que éramos débiles, pero confiaste en nosotros.
Tú lo serías todo, pero quisiste que nosotros nos sintiésemos responsables.
Tú solo anduviste por Palestina, y a nosotros nos envías al mundo entero.
Nosotros seríamos los que decidiésemos, pero tú el que inspiras.

Señor, nos alegramos de que te hayas ido. Te lo merecías.
Aunque nos da pena no verte como antes.
Danos docilidad para hacer lo que tú haces en secreto.
Está bien andes a escondidas, pero déjate ver un poco más.
Y cuando tengamos miedo, danos tú fortaleza.
Y cuando no veamos claro, ilumínanos interiormente.
Y si nos equivocamos, te regamos nos suplas.

«Dirijo un pensamiento especial a los jóvenes,
los ancianos, los enfermos y los recién casados.
Jesucristo, ascendiendo al cielo,
deja un mensaje y un programa para toda la Iglesia:
«Ve y enseña a todas las naciones …
enseñándoles a observar todo lo que te he mandado».
Da a conocer la palabra de salvación de Cristo,
y testimoniarla en la vida diaria,
y sea vuestro ideal y vuestro compromiso.
¡Mi bendición para todos!» (Papa Francisco)

Señor, ¿te nos vas? Nosotros aquí quedamos.
Tenemos miedo a quedarnos solos,
pero contigo seguiremos contando
y te prometemos que “no te fallaremos”.

Homilía del 6to Domingo de Pascua

Escucha aquí la Homilía del P Clemente Sobrado sobre el 6to Domingo de Pascua, ciclo B.

Palabras de esperanza

“Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Y vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando”. (Jn 15,9-17)

“Amar como ama Cristo significa ponerse al servicio de los hermanos, tal como hizo Él al lavar los pies de los discípulos. Significa salir de uno mismo, desprenderse de las propias seguridades humanas, de las comodidades, para abrirse a los demás, especialmente a quienes tienen más necesidad. Significa ponerse a disposición con lo que somos y lo que tenemos. Esto quiere decir amar no de palabra, sino con obras.”
“En definitiva, Jesús nos pide que habitemos en su amor, no en nuestras ideas, no en el culto a nosotros mismos; que abandonemos la pretensión de dirigir y controlar a los demás para fiarnos y donarnos a ellos”. (Papa Francisco)

A Jesús le encanta ponernos el listón bien alto.
“Que os améis como yo os he amado”.
“el amor más grande dar la vida por los amigos”.
El límite de nuestro amor es el amor mismo de Jesús.
El límite de nuestro amor es “dar como él nuestra vida por los demás”.

A Jesús no le va eso de ganarse amigos
poniendo las cosas fáciles.
A Jesús no le va eso de ganarse amigos
poniendo las cosas baratas.
A Jesús le fascinan las cumbres.

De seguro que de ser escalador no pararía
hasta llegar a la cima del Himalaya.
Es que los ideales pequeños no entusiasman a nadie.
Es que las metas cortas no ilusionan a nadie.
Es que solo los grandes ideales son capaces
de hacernos arriesgarlo todo.
Solo los grandes ideales son capaces
de despertar almas grandes.
Solo los grandes ideales son capaces
de despertar corazones como el suyo.
¿Alguien se atreve a proponer un amor como el suyo?
Un amor que lo da todo hasta quedar desnudo de todo,
incluso de la vida.

¿Te atreverías a dar tu vida hoy, como él?
Veamos, es algo muy sencillo.
No la darás de un trago.
Pero la podrás dar a traguitos cada día:

Sí, claro, atrévete hoy a morir.
Atrévete a renunciar a ti mismo para preocuparte de los demás.
Nadie celebrará ni llorará esa tu muerte.
Pero no deja de ser muerte.
Bueno, es una muerte que en realidad te da más vida.
Para seguir a Jesús, los mejores son aquellos
que «se niegan a sí mismos».

Atrévete hoy a morir.
Muy fácil. Cuando en casa te acusen de todo,
te hagan responsable de todo,
porque tú fuiste el causante de esto y lo otro.
Tú calla. No respondas.
Sí, ya sé que tus hígados te arderán…
es que la muerte siempre quema por dentro.
Cuando a Jesús le acusaron, el Evangelio dice que «Él callaba».
El silencio también es muerte.

Atrévete hoy a morir.
Si te acusan, si sientes que hablan mal de ti, que murmuran de ti.
No hagas caso. No te defiendas. ¿Que tú tienes la razón?
¿Y crees que Cristo no tenía razón cuando le acusaban?
Pero no se defendió.
Prefirió callarse. Deja que sea tu vida tu mejor defensa.

Atrévete hoy a morir.
Olvídate de tus intereses y dedícate a satisfacer
las preocupaciones de los demás.
El tiempo que inviertes dedicándoselo a los demás, es tu mejor inversión.
Duele dejar lo tuyo por los demás. Pero eso te hace revivir por dentro.

Atrévete hoy a morir.
Hoy decídete a ser tú mismo, aunque te traiga
consecuencias con los amigos.
Decídete a ser coherente contigo mismo,
aunque todos te digan que no sabes vivir la vida.
Decídete a ser fiel, por más que te digan que «no sabes lo que te pierdes».
También los amigos te van ayudando a morir a poquitos,
esa muerte lenta y dolorosa.

Atrévete hoy a morir.
Es muy simple. Di la verdad, aunque te traiga complicaciones.
Di la verdad, aunque te descubran culpable.
Di la verdad, aunque con ello dejes de ganar más dinero.
Habrás muerto por la verdad,
en vez de vivir con la mentira metida dentro de ti.
Tu vida ya perdería mucho de vida….

Atrévete hoy a morir.
No elijas ni escojas tu muerte. Acepta la que te toca.
Acepta el sufrimiento tal y como viene.
Acepta la enfermedad tal y como viene.
Si te duele el pie, no prefieras que sea la mano.
No escojas tus sufrimientos.
Te son suficientes los de turno.
Quien hace selección en los sufrimientos
termina eligiendo los peores.

¿Te atreverías a amar así? Así amó Jesús y así murió Jesús.
El en la cruz. Tú en las pequeñas cruces de tu fidelidad diaria.
Hay quien ama colgado de una Cruz muy grande,
y hay quien ama colgado de las pequeñas cruces diarias.

Homilía del 5to. Domingo de Pascua

Escucha aquí la Homilía del P. Clemente sobre el 5to. Domingo de Pascua.

Palabras de esperanza

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”. (Jn15,1-8)

“El Señor vuelve sobre el “permanecer en Él”, y nos dice: “La vida cristiana es permanecer en mí”. Permanecer. Y utiliza aquí la imagen de la vid y de los sarmientos que permanecen en la vid (cf. Jn 15,1-8). Y este permanecer no es un permanecer pasivo, un adormecimiento en el Señor: esto sería quizás un “sueño beatífico”, pero no es eso. Este permanecer es un permanecer activo, y también es un permanecer recíproco. ¿Por qué? Porque Él dice: «Permaneced en mí, como yo en vosotros» (v. 4). Él también permanece en nosotros, no sólo nosotros en Él. Es una permanencia recíproca. En otra parte dice: Yo y el Padre «vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,23). Es un misterio, pero un misterio de vida, un hermoso misterio. Esta permanencia recíproca. También con el ejemplo de los sarmientos: es cierto, los sarmientos sin la vid no pueden hacer nada porque la savia no circula, necesitan la savia para crecer y dar fruto; pero también el árbol, la vid necesita sarmientos, porque los frutos no están unidos al árbol, a la vid. Es una necesidad recíproca, es una permanencia recíproca para dar fruto”. (Papa Francisco)

Hola amigos, ¿me permitís que comience este domingo con una pregunta?
Pues, allá va. ¿Hay alguien que no quiera vivir?
Personalmente, ahora ya a estos años,
he comenzado a sentir más profundamente la vida.
Cuando era joven vivía y vivía a gusto.
Y sentía como si la vida dependiese totalmente de mí.
Recién ahora, comienzo a dar gracias cada mañana
por un nuevo día que Dios me regala.

¿Qué tiene que ver esto con el Evangelio de hoy?
Quiero presentar una imagen que nos ayude a comprenderlo.
Un árbol es más que un conjunto de ramas.
Las ramas dan visibilidad al árbol.
Pero el árbol necesita del tronco que es el que hunde
sus raíces en la tierra. Sin tronco no hay ramas.
Sin tronco no hay sabia, ni vida. Sin tronco no hay árbol.
Puedes cortar las ramas, pero mientras sigue el tronco
siempre habrá árbol.
La vida de las ramas depende de la vida del tronco.
Incluso si cortas todas las ramas, el tronco hará brotar otras.

Cuando Jesús quiso expresar su relación vital con los creyentes
y cuando quiso expresar el modo de ser de la Iglesia,
utilizó esta misma imagen.
Es cierto que Jesús no habló de un árbol, sino de una vid,
que en el fondo viene a decir lo mismo.

Y lo primero que dijo fue que nosotros
éramos “ramas”, “sarmientos”.
No nos dijo que nosotros fuésemos el tronco
de la vid ni el tronco del árbol.
Nos puso en la condición de “sarmientos y ramas”.
Pero con ello dijo algo bien claro:
“el tronco soy yo”. La “vid era él”.
“Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos”.
“Y mi Padre es el labrador”.
El dueño de la viña y de la vid y de los sarmientos.
El tronco es el que retransmite la sabia y la vida.
El tronco es el que da consistencia al árbol y a la vid.
El tronco es el que da consistencia y resistencia
a los embates del viento y la lluvia.

Mientras haya un tronco fuerte,
tendremos unas ramas consistentes.
Pero si el tronco de la vid se debilita,
Los sarmientos se doblan porque el tronco no aguanta el peso.

En la vida, amigos, necesitamos de algo que nos dé consistencia.
No todo puede ser relativo.
En la vida se necesitan ideas claves que nos afirmen en la verdad.
No todo puede ser puro relativismo.
Se puede secar una que otra rama.
Pero el tronco sigue ahí dando vida a los sarmientos.
Se puede secar un sarmiento.
Pero ahí sigue la cepa de la vid.

En la Iglesia se puede secar éste o aquel de sus miembros.
Pero ahí sigue firme en el tronco que es Jesús.
La Iglesia puede verse sacudida por muchos vientos y tempestades.
Pero ahí sigue firme apoyada en su tronco que es Jesús.

No podemos cambiar las cosas.
No podemos convertirnos nosotros en el tronco de la Iglesia.
Nadie tiene ese derecho.
A todos los miembros de la Iglesia nos corresponde ser sarmientos.
Pero la cepa, el tronco de la Iglesia será siempre Jesús.
Aunque hoy algunos “ya se están creyendo troncos”.
Ni Él suplanta a las ramas, ni las ramas,
por grandes que seamos, podemos suplantarle a Él.
No somos el tronco de los sarmientos,
sino las ramas del tronco.

Dejémosle que Él sea nuestro tronco, nuestra vid.
Y nosotros seamos sus frondosas ramas,
sus sarmientos cargados de racimos.
Los racimos brotan de las ramas.
Pero las ramas brotan, nacen
y se alimentan del tronco o la cepa.

La parábola de la vid y los sarmientos nos habla
de comunión con la cepa, y de comunión de los sarmientos.
Somos sarmientos que vivimos y compartimos la misma sabia.
Cada sarmiento no vive independiente de los demás.

El Evangelio de hoy nos viene a decir:
Que no podemos ser cristianos, no podemos vivir
si no es unidos a alguien, que en este caso es Jesús.
De ahí la imagen de la vid y los sarmientos.
Los sarmientos quieren vivir.
Pero unidos al resto de sarmientos, sin excluir a nadie.
Entre todos forman la “vid”.
Y si algún sarmiento se separa, termina muriéndose.
Cristiano es el que vive unido a Él.
Ningún sarmiento puede dar fruto si no está unido a la vid.
Por eso, vivir como cristianos es vivir en unión y comunión.
Lo esencial es vivir como sarmiento unido a la vid.
Y todos formando una comunión de vida.
Pero Jesús nos habla de sarmientos que “no dan frutos”
y de sarmientos que “sí dan fruto abundante”.
A unos, los inútiles los “arranca” y a los que “dan fruto, los poda”.
Y los poda para que den “más fruto”.

Podar parece algo muy sencillo y fácil.
Y, sin embargo, para podar hay que saber.
Hay que saber discernir cuáles son los sarmientos inútiles
y cuáles son los necesarios y útiles.
Pero más difícil es todavía la tarea de “arrancar”, es decir, extirpar de raíz.
Jesús nos dice que “a todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca”
Pero ¿quién es el que arranca y quién es el que poda?
Para Jesús es el “Padre” que es “el labrador”.
No los demás sarmientos que somos nosotros.

Si el “podar” requiere una técnica y un discernimiento en el Espíritu,
con mucha más razón el “arrancar” o extirpar.
Para arrancar hay que pensarlo muchas veces.
No se puede arrancar a alguien por el simple capricho,
ni llevado de una emoción pasajera.

Con frecuencia, nosotros solemos tener más vocación
de “arrancar” que de “podar”.
Con suma facilidad decidimos quiénes deben formar la Iglesia,
quiénes deben quedarse en la Iglesia
y quiénes debieran ser excluidos de la Iglesia.
Quiénes son los que dan fruto y quiénes no lo dan.
Fácilmente decidimos la suerte de los demás.

Amigos: El único que decide “el cortar” y el “podar” es el Padre,
el verdadero “labrador” de la viña y de la Iglesia.
Es posible que nosotros estemos echando de la Iglesia
a quienes el Padre quiere que sigan en la Iglesia.
Y es posible que nosotros queramos que sigan
aquellos a quienes el Padre quisiera fuera.
¿Alguien se atreve a juzgar y condenar a alguien?
¿Alguien se atreve a decir quiénes sí y quiénes no?

Amigos: ¿Vivimos de verdad como sarmientos
de la cepa de la vida que es Jesús?
¡Y qué linda es una vida cargada de racimos maduros!
¿Seremos esos racimos que alegran nuestras mesas?
¿Seremos esos racimos que se estrujan para sacarles el vino?
Cuando tomemos una copita, pensemos “cuántas uvas
se han sacrificado por este vasito de vino”.

Homilía del Domingo 4 de Pascua – Jesús Buen Pastor

Escucha aquí la Homilía del P Clemente Sobrado sobre el 4to Domingo de Pascua, De Jesús, el Buen Pastor

“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa, y es que al asalariado no le importan las ovejas”.
(Jn 10,11-18)

“A Él, Buen Pastor, se opone el “asalariado”, a quien no le importan las ovejas, porque no son suyas. Hace este trabajo solo por la paga, y no se preocupa de defenderlas: cuando llega el lobo huye y las abandona (cfr vv. 12-13). Jesús, sin embargo, pastor verdadero, nos defiende siempre, nos salva en muchas situaciones difíciles, situaciones peligrosas, mediante la luz de su palabra y la fuerza de su presencia, que nosotros experimentamos siempre y, si queremos escuchar, todos los días. El segundo aspecto es que Jesús, pastor bueno, conoce —el primer aspecto: defiende, el segundo: conoce— a sus ovejas y las ovejas le conocen a Él (v. 14). ¡Qué bonito y consolador es saber que Jesús nos conoce a cada uno, que no somos anónimos para Él, que nuestro nombre le es conocido! Para Él no somos “masa”, “multitud”, no. Somos personas únicas, cada uno con la propia historia, [y Él] nos conoce a cada uno con la propia historia, cada uno con el propio valor, tanto como criatura cuanto como redimido por Cristo. Cada uno de nosotros puede decir: ¡Jesús me conoce! Es verdad, es así: Él nos conoce como nadie más. Solo Él sabe qué hay en nuestro corazón, las intenciones, los sentimientos más escondidos. Jesús conoce nuestras fortalezas y nuestras debilidades, y está siempre preparado para cuidar de nosotros, para sanar las llagas de nuestros errores con la abundancia de su misericordia. En Él se realiza plenamente la imagen del pastor del pueblo de Dios, que habían delineado los profetas: Jesús se preocupa por sus ovejas, las reúne, venda la que está herida, cura la que está enferma. Así podemos leerlo en el Libro del profeta Ezequiel”. (cfr. Ez 34,11-16) (Papa Francisco)

Este cuarto domingo de Pascua está dedicado a los pastores.
Jesús establece una serie de relaciones entre él
y el rebaño que somos nosotros.
Y que marcan la personalidad del pastoreo en la Iglesia.
Da la vida por las ovejas.
Conoce a sus ovejas.
Las ovejas le conocen.
El Padre conoce al Hijo y el Hijo al Padre.
Y el Hijo da su vida por las ovejas.
Pero hay ovejas que aún no están en el rebaño.
También hay otros pastores que ni son dueños ni se preocupan,
y ante el peligro huyen y el lobo destruye el rebaño.

Jesús modelo de pastores.
Ser pastor en la Iglesia no puede ser un título de prestigio.
Ser pastor en la Iglesia no es ocupar un lugar preferencial.
Ser pastor en la Iglesia no es tener privilegios.
Ser pastor en la Iglesia no es sentirse dueño de la Iglesia.
Ser pastor, al estilo de Jesús, es una maravillosa misión,
pero también un gran compromiso.
Es dar la vida por las ovejas.

Ser pastor es estar dispuesto a darlo todo por su rebaño:
Dar su tiempo.
Dar sus cansancios.
Dar lo que tiene.
Darse a sí mismo.
Ser capaz de morir para que las ovejas vivan.

Con el Evangelio en la mano aún no logro entender que,
el hecho de ser pastores, signifique en la Iglesia
títulos de superioridad, privilegios y distinciones.
Es el primero en el rebaño del Pueblo de Dios.
Pero el primero a ir por delante.
Es el primero en olvidarse de sí mismo a favor del Pueblo de Dios.
Es el primero en no disponer de tiempo para descansar,
mientras haya fieles que le necesitan.
Ser pastor no es un título de prestigio, }
es una actitud de servicio.

Por eso ser pastor es una “vocación y un carisma”.
No somos pastores por propia iniciativa.
No somos pastores para tener una imagen significativa
dentro del Pueblo de Dios.
Ni para tener títulos especiales que nos identifiquen.
Ser pastor es configurarnos con Jesús
y como él ser capaz de dar la vida por los demás.

Por eso, Jesús mismo establece la diferencia
entre “el buen pastor” y el “mal pastor”, el “asalariado”.
El asalariado que, primero mira por sí mismo antes que por las ovejas.
El asalariado que, ante el peligro, prefiere su vida a la de las ovejas.
El asalariado que, ante el riesgo, prefiere
que “lobos extraños” destruyan el rebaño y maten a las ovejas.

El buen pastor tiene que conocer a sus ovejas.
Los fieles no pueden ser números sino personas
con nombre y apellido.
Con sus problemas y sus tristezas y sus alegrías.

El buen pastor no es el que más manda,
ni el que tiene el despecho mejor organizado,
sino e que va siempre por delante,
abriendo caminos, marcando caminos, invitando a seguirle.

La calidad de los pastores se demuestra
por la calidad del rebaño.
La calidad de los pastores se demuestra
por la vida del rebaño.
La calidad de los pastores se demuestra
por la unidad del rebaño.

Una misión nada fácil.
Pero una misión maravillosa, porque es la que mejor
nos configura con el mismo Jesús
que “entregó su vida para que nosotros tuviésemos vida”.
El mejor pasto del rebaño, que es el Pueblo de Dios,
es la vida misma de sus pastores.

Señor, danos pastores como tú que viven
no para ellos sino para los demás.

Palabras de esperanza: Sábado 3 de Pascua

P. Clemente Sobrado cp.

“Desde entonces, Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” Simón Pedro le contestó. “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”. (Jn 6, 60-69)

«¿Qué sentido puede tener, a los ojos del mundo, arrodillarse ante un trozo de pan? ¿Por qué alimentarse asiduamente de este pan?». «Ante el gesto prodigioso de Jesús, que con cinco panes y dos peces alimenta a miles de personas, todos lo aclaman con expresiones de triunfo. Pero cuando Él mismo explica que ese gesto es signo de su sacrificio, es decir, de la entrega de su vida, de su carne y de su sangre, y que los que quieren seguirle deben asimilarlo a Él, así como su humanidad entregada por Dios y por los demás, entonces… no, este Jesús ya no es bueno».
«Queridos hermanos no nos sorprendamos si Jesucristo nos pone en crisis. Preocupémonos si no nos pone en crisis, porque quizás hemos diluido su mensaje. Y pidamos la gracia de dejarnos provocar y convertir por sus palabras de vida eterna». (Papa Francisco)

¿Tenemos miedo a las crisis?
Las crisis no siempre son malas.
Pueden ayudarnos a profundizar nuestra fe,
como pueden ser motivo de abandonarla.
Depende de cómo las afrontamos.
También Jesús debió pasar por una seria crisis.
La crisis del abandono. La crisis de la fe en él.
La crisis de quienes pensaron que su modo de hablar “era duro”.

Hay crisis, consecuencia de situaciones difíciles.
Hay crisis, consecuencia de lo que vemos.
Hay crisis, consecuencia de las exigencias que se nos presentan.
Hay crisis, consecuencia de no querer arriesgarnos.
Hay crisis, consecuencia de no aceptar el cambio.
Hay crisis, consecuencia de no aceptar los grandes ideales.

De ordinario, las crisis tienen su origen no tanto
en lo que se no ofrece, sino en las motivaciones
de nuestro seguimiento.
Él lo dijo claramente: “Me buscáis por el estómago”.

Es lo mismo que sucede en la Iglesia.
La Iglesia no es lo que nosotros quisiéramos.
La Iglesia no responde a nuestros intereses.
La Iglesia no es lo que nosotros desearíamos.
La Iglesia no se actualiza a nuestros gustos e intereses.
Lo cual quiere decir: ¿por qué nosotros nos declaramos Iglesia?
Lo cual quiere decir, ¿qué concepto tenemos de Iglesia?

“Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás
y no volvieron a ir con él”.
¿Sabemos por qué muchos se echaron a tras y se fueron y lo dejaron?
Sencillamente sintieron miedo
a los nuevos cambios que Jesús anunciaba.
Preferían seguir la religión de la Ley
a la religión de la vida y del amor.
Sabemos que no eran razonables estos abandonos.
O mejor sabemos que no lograron entrar en estos caminos de Jesús.
Hay abandonos que son dolorosos, pero hasta cierto punto,
uno puede entenderlos, no justificarlos,
pero sí comprenderlos.
Había allí una novedad no fácil de entender
para quienes vivían sometidos a la religión de la Ley.

El problema que a nosotros nos toca plantear es:
¿por qué tantos abandonan hoy la Iglesia?
¿por qué tanto dejan hoy la Iglesia y buscan otras Iglesia?
Y esto sí nos tiene que preocupar.
El abandono de tantos cristianos bautizados que hoy
dejan la Iglesia no nos puede dejar indiferentes.
No siempre la culpa la tiene los que se van
sino los que nos quedamos tan tranquilos,
como si aquí no sucediera nada.
Me preocupan los que se salen de la Iglesia.
Pero me preocupa más la frialdad e indiferencia
de los que decimos seguir en la Iglesia.
Y en esto quiero dar razón al Documento “Aparecida”,
donde nuestros mismos Obispos reconocen:
“Según nuestra experiencia pastoral, muchas veces
la gente sincera que sale de nuestra Iglesia no lo hace
por lo que los grupos “no católicos” cree, sino,
fundamentalmente, por lo que ellos viven:
no por razones doctrínales, sino vivenciales;
no por motivos estrictamente dogmáticos, sino pastorales;
no por problemas teológicos, sino metodológicos de nuestra Iglesia.
Esperan encontrar respuestas a sus inquietudes.
Buscan, no sin serios peligros, responder a algunas
aspiraciones que quizás no han encontrado,
como debiera ser, en la Iglesia”. (DA 225)

Es triste y dolorosa esta confesión de la Iglesia Latinoamericana
Se trata no de doctrinas ni teologías.
Se trata de vivencias. Se trata de estilos pastorales.
Se trata de que no encuentran respuestas a sus inquietudes.
Y esto es confesión de la Iglesia misma.

Y, sin embargo, preferimos seguir con nuestro estilo pastoral.
Preferimos nuestro estilo a pastoral a preguntarnos
si nuestros cristianos encuentran en ella respuesta
a sus dudas y preocupaciones.
La rigidez de nuestra Iglesia puede ser motivo de abandono.
No decimos fidelidad doctrinal, sino aquello que nosotros
hacemos o dejamos de hacer.
Preferimos el principio de “no cambiar”, de “hacer lo de siempre”
a cambiar, donde los métodos sean más importantes que las personas.