Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 19 a. Semana – Ciclo C

“Se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: “¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos?” El llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: “Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielos.
Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el Reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí”.

(Mt 18,1-5.10.12-14)

Los discípulos viven preocupados por la primacía en el Reino de los cielos.
También a ellos les preocupaba quién sería el más importante de todos.
En el fondo, todos llevamos ese gusanito de ser los primeros.
Todos llevamos ese gusanito de ser los más importantes.

Querer ser los más importantes puede que no sea malo.
Lo malo estará en la motivación por la que queremos serlo.
Pero, con frecuencia, buscamos ser los más importantes por caminos equivocados.
Más importantes porque tenemos más poder.
Más importantes porque tenemos más que los demás.
Más importantes porque dominamos a los demás.
Más importantes porque los demás nos rinden honores.

¿Recuerdan aquello que cuenta el filósofo Kierkegaard en su diario?
Uno iba por la autopista de Londres.
Se detuvo y preguntó a un aldeano que trabaja su campo.
Señor ¿es esta la autopista de Londres?
Sí, Señor.
Gracias. Y siguió adelante. Pero el aldeano le grito:
Oiga, Señor, esta es la autopista de Londres, pero si usted a Londres tiene que darse la vuelta.

Pienso que Jesús les respondió también como el aldeano este.
¿El principal en el reino?
Se trajo un niño y lo puso en medio.
“El que quiera ser el más importante tiene que hacerse como este niño”
Ser el más importante no es ser un grandazo.
Ser el más importante es rebajarse, hacerse como niño, volver a ser lo que fueron: niños.

Rebajarse a ser como los niños por dos motivos fundamentales:
Primero, porque para entrar en el “Reino de los cielos” hay que “volver a nacer”.
Y nacer de nuevo es comenzar a ser niños otra vez.
Nacer de nuevo es rebajarse a la condición del niño indefenso.
Nacer de nuevo es rebajarse a necesitarlo todo y depender de todos.
Nacer de nuevo es volver a comenzar con un corazón abierto a todo.

Segundo, porque el niño, en aquella cultura:
No era valorado como hoy.
Era signo de alguien indefenso.
Era signo de alguien necesitado.
Era signo de alguien que no se vale por sí mismo.

La lógica del Evangelio no entra en nuestra lógica aristotélica.
La lógica del Evangelio solo entra en la lógica de Dios.
Que también El comenzó rebajándose a la condición de niño.
Que también El comenzó a rebajándose “a un hombre cualquiera”.

Los más grandes en el Reino de Dios son los más pequeños según los criterios del mundo.
Los más altos en el Reino de Dios son los que están más abajo según los criterios del mundo.
Los primeros en el Reino de Dios son los que están más abajo según los criterios del mundo.

Dios se encarnó “rebajándose”.
El hombre se acerca más a Dios cuanto más “se rebaja delante de Dios y de los hombres”.
Rebajarse no es renunciar a la propia dignidad.
Rebajarse no es menospreciarse.

Así lo entendió Pablo: “El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente, el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre” (Fl 2,6-7)

Hay grandezas que empequeñecen.
Hay empequeñecimientos que engrandecen.

Clemente Sobrado C. P.

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