Dormir con el enemigo en casa

Domingo 21 b del ordinario

“Pues Jesús sabía desde el principio quienes no creían y quien lo iba a entregar”
Cuentan de un buen hombre que vivía en medio de un bosque. Tenía una casita bonita, fruto de muchos años de trabajo. En ella acogía a todos los peregrinos que pasaban y a todos los alpinistas que subían a la montaña. Les daba de comer. Les ofrecía una cómoda cama. En la puerta había puesto un letrero que decía:
“Mi casa es también de usted”. Muchos querían recompensar la buena acogida, pero el buen hombre nunca quiso aceptar nada. Lo que se ofrece con amor no se cobra. Sólo queremos que usted se sienta bien.

Un día se acercó un mendigo. Tocó a la puerta y escuchó desde dentro una voz que decía: “Entre, la puerta está abierta”. El disfrazado de mendigo era un bandido perseguido por la justicia. Fue recibido con todo cariño. Cenó muy a gusto. Y de noche, cuando el dueño estaba dormido, llamó a otros amigos que se quedaron fuera y mataron al dueño de la casa. Cuando al día siguiente llegaron otros peregrinos que ya conocían la casita, lo encontraron muerto y ensangrentado en su cama.

Algo parecido le pasó a Jesús. Jesús abrió la puerta del Reino a todos. Todos los que quisieran podía seguirle. Al principio fueron muchos los que le siguieron. De entre ellos escogió a Doce para ser sus íntimos y con ellos echar las bases del Reino de Dios.
Pero entre los Doce había uno que tenía la pinta de los demás. Jesús pronto se dio cuenta de que en el grupo estaba el que un día le traicionaría. Siguió adelante. No lo denunció ante los demás. Se comportó con él como con el resto.
¿Sería porque esperaba que el ambiente de todos lo ganaría?
¿Sería porque con el tiempo también él cambiaría de opinión?
¿Sería porque también a él le quiso dar una oportunidad?

Todas las opciones son posibles. Sin embargo, lo más probable es que quisiera hacerle sentir su amor y darle la oportunidad de su corazón. Desde entonces, el enemigo dormía en casa sin que el resto se enterase.
Jesús le saludaba cada mañana con el mismo cariño que al resto.
Cada día le anunciaba la misma Buena Noticia que a los demás.
Cada día lo llevaba consigo como testigo de lo que decía y hacía.

No es fácil saber que el enemigo duerme contigo en tu misma casa y no hacer nada para excluirlo, delatarlo y echarlo fuera. No es fácil disimular a tu enemigo y seguir dándole toda tu confianza y todo tu amor.

De seguro que nosotros, le hubiéramos denunciado a la policía a la primera.
De seguro que le hubiéramos echado a patadas de casa.
Pero Dios es y piensa diferente:
También él tiene derecho a que le den oportunidades de cambiar.
También él tiene derecho a rectificarse.
También él tiene derecho a ser amado.
También él tiene derecho a rectificar el rumbo de su vida.

El amor de Dios para con él siguió hasta el final.
Pasó como uno más del grupo y hasta se le confió la bolsa para el diario.
Al final, Dios paga las consecuencias de amar tanto.
Nosotros le hubiésemos dado otro tipo de consejos a Jesús.
Nosotros le hubiésemos aconsejado no ser tan confianzudo.
Nosotros le hubiésemos aconsejado ser más prudente.
Pero el amor no entiende de prudencias y seguridades humanas.
El amor no entiende de riesgos.
El amor sólo entiende de oportunidades.

Muchos echarían hoy mismo de la Iglesia a los malos, porque le hacen mucho daño con su vida. Y Dios los consiente, porque los ama.
Muchos echarían hoy mismo de la Iglesia a aquellos que están en ella, pero no creen en ella y hasta hablan mal de ella. Y Dios los consiente, porque los ama.
Muchos quisieran una Iglesia solo de santos donde los pecadores no tuviesen lugar, porque ellos dan una mala imagen de la Iglesia. Y Dios los consiente, porque los ama.
Muchos se escandalizan de los malos que siguen en la Iglesia, e incluso, ocupan altos cargos en ella. Y Dios los consiente, porque los ama.
Muchos se escandalizan de las noticias que traen los periódicos de malos cristianos, de malos sacerdotes, de malos Obispos. Y hasta se escandalizan de que la Iglesia calle y silencie sus pecados. Y Dios los consiente, porque los ama.

Y gracias a este amor de Dios, muchos que hoy son buenos, no fueron excluidos hace tiempo de la Iglesia.
Y gracias a este amor de Dios, también yo sigo en la Iglesia, a pesar de que mi vida no siempre hace creíble a la Iglesia.

Oración
Señor: Tú sabías que entre los tuyos muchos no creían en Ti.
Tú sabías desde un principio quién te iba a entregar.
Y callaste. Y disimulaste.
Y le seguiste amando.
Gracias, Señor, por no excluir a los malos.
Gracias por darles una oportunidad.
Gracias, por más que nosotros nos escandalicemos de tu amor.

Clemente Sobrado C. P.

www.iglesiaquecamina.com

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