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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 20 a. Semana – Ciclo B

“En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente…” (Mt 23, 1-12)

¿Crítica a la autoridad?
¿Crítica al ejercicio de la autoridad?

Uno de los problemas hoy más comunes en las grandes asambleas eclesiales suele ser: La falta de coherencia entre lo que somos y lo que hacemos.
La falta de coherencia entre lo que decimos y lo que vivimos.
Y esta es la crítica de Jesús a las autoridades religiosas que dicen actuar en nombre de Moisés.
Tres rasgos fundamentales:
“Hagan lo que dicen”.
“No hagan lo que hacen”.
“Buscan ser vistos y admirados por la gente”.
“Cargan fardos pesados sobre los demás, sin que ellos muevan un dedo”.

Documentos estupendos.
Homilías bien armadas.
Grandes maestros.
Lo cual está bien. Jesús no cuestiona el magisterio.
“Hagan lo que dicen”.
Muchos títulos académicos.
Muchos diplomas de intelectualidad.

¿Serán suficientes los títulos académicos para ejercer la autoridad?
¿Serán suficientes los diplomas para elegir a los responsables de las comunidades?
No dudamos de la necesidad de conservar la ortodoxia.
No ponemos en duda la necesidad de defender la verdad.
Pero ¿lo es todo la ortodoxia en la vida de la Iglesia?
La verdad es necesaria, pero Jesús dirá luego “no dejéis que la gente os llame Maestros”.

Lo que Jesús cuestiona es la vida de los que ocupan la cátedra de Moisés.
“Porque ellos no hacen lo que dicen”.
Jesús es la verdad. ¿De que sirve la verdad sin vida?
Jesús es el camino. ¿De qué sirven los caminos si luego no andamos por ellos?
Por eso Jesús es la vida.
Y la vida es el mejor magisterio y el mejor camino.
Puede haber mucha vida, aunque no haya mucha teología.

El saber mucho puede ser una manera de lograr prestigio. “¡Cuánto sabe!”
La verdad si no va acompañada:
Del respeto a los demás.
De la valoración de los demás.
De la ayuda al servicio de los demás.
Puede convertirse más en valoración de sí mismo que en caridad para con los otros.

Uno de los signos de la coherencia entre autoridad y comunidad.
Uno de los signos de coherencia entre el servicio a la verdad y la comunidad.
Es sin duda alguna:
“No cargar fardos pesados sobre los demás”.
“No hacer más difícil el camino de los demás”.
“Ayudar a los demás a llevar sus propios problemas”.
“Aliviar a los demás sus propias dificultades”.
Cuando hay demasiadas “prohibiciones”.
Cuando hay demasiadas “leyes”.
Cuando hay demasiadas “obediencias”.
Estamos creando comunidades esclavas y que caminan, más bajo el miedo, que con la alegría del corazón.
Creamos comunidades tristes y sin alegría.
Comunidades que viven más de “la prohibición” que de la “alegría de la libertad de los hijos de Dios”.
“Solo uno es vuestro Padre, el del cielo”.
Por tanto somos comunidades de hijos. “Y el que se enaltece será humillado, y el que se humilla, será enaltecido”.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 20 a. Semana – Ciclo B

“Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley? El le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este es el mandamiento principal y primero. El segundo es semejante a él. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Estos dos mandamientos sostienen la ley y los profetas”. (Mt 22,34-40)

Abundan las leyes.
Tanto en la sociedad como en la misma Iglesia.
Y no logramos cambia ni la sociedad ni la Iglesia.
Para Jesús sociedad e Iglesia solo necesitan dos leyes o simplemente una.
El amor.
El amor es capaz de cambiarlo todo.
El amor a Dios.
El amor al prójimo.

Lo llamativa y lo que puede desconcertarnos es:
Que el amor al prójimo sea semejante al amor a Dios.
Amar a Dios todavía nos convence.
Pero que yo tenga que amar al prójimo como a Dios ya se nos atraganta un poco.
Y más todavía cuando nos dice que amemos al prójimo como él mismo lo ama.
El cristianismo no es la religión de la ley.
Es la religión del amor.
Somos cristianos si amamos, no si cumplimos toda la serie de leyes.

– Cuenta de Mello una historieta de lo más bella y tierna. Eran dos hermanos. Uno casado y otro soltero. Ambos trabajaban juntos las tierras heredadas de sus padres. Luego se repartían los frutos a partes iguales.
– Un buen día, el hermano casado no podía dormir. No me parece justo. Yo estoy casado, tengo esposa, tengo hijos. Tengo seguridad para mi futuro. Mi hermano vive solo, sin nadie que pueda apoyarle en su vejez. Se levantó, cargó sobre sus hombros un saco de grano y lo vació en el granero del hermano. Y así hizo durante varias noches consecutivas.
– El hermano soltero tampoco podía dormir. No me parece equitativo. Mi hermano está casado, tiene hijos que alimentar y educar y tiene esposa. Se levantó de la cama, cargó un saco de grano y lo fue a vaciar en el granero del hermano casado.
– Hasta que un día coincidieron juntos en el mismo granero, cada uno echando grano en el del otro. Pasado el tiempo, murieron ambos hermanos, el pueblo se enteró de la generosidad de ambos y tomaron una decisión: ya que el granero había sido lugar de tanto amor y generosidad, ¿qué mejor sitio para construir un templo? Y donde antes había sido granero, ahora se levanta una bella Iglesia.

Una Iglesia construida sobre el terreno testigo fiel del amor de unos hermanos.
– Hay muchas maneras de construir Iglesia.
Exigiendo que las urbanizadoras dejen un terreno para el culto, o comprando el terreno a precios elevadísimos. Donde mejor se construye una Iglesia es donde hay amor.
– Donde mejor se construye la Iglesia es donde dos hombres son capaces de encontrarse en el amor y la generosidad fraterna. Ese amor no solo vale para levantar las paredes del templo, sino que es semilla de una Iglesia viva.

– Todos construimos en la vida.
Construimos familia, construimos mundo y construimos Iglesia. ¿Dónde edificamos realmente nosotros? Si quieres construir sobre sólido es preciso que construyas sobre el amor.
– Estamos llamados a construir el mundo.

La vida se construye firme y sólida cuando se construye sobre la preocupación de los unos por los otros. La preocupación por la seguridad de los demás.
El mundo se construye bien, firme y seguro, cuando se edifica sobre el lugar donde los hombres preocupados por los demás, nos encontramos, sin saberlo, con nuestras espaldas cargadas con nuestro trigo dispuestos a vaciarlo en el granero del hermano.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 19 a. Semana – Ciclo B

“Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron para ponerlo a prueba: “¿Es lícito a uno despedir a su mujer por cualquier motivo?” El respondió: “No habéis leído que el Creador en el principio los creó hombre y mujer, y dijo: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y reunirá a su mujer, y serán los dos una sola carne?” (Mt19,3-12)

Jesús no es ni feminista ni antifeminista.
Para Jesús lo que importa es la persona, hombre o mujer.
La pregunta que le hacen ya resulta curiosa:
Primero: ponerle a prueba; vamos a ver si se opone a Moisés.
Segundo: hay que tener cara dura y considerar a la mujer como una cosa que se usa y se tira.
Hubiesen puesto razones que, de alguna manera pudieran justificar el divorcio o la separación.
Pero ellos tienen una mentalidad machista a toda prueba: el divorcio, el despido, la separación “por cualquier motivo”. Hasta la comida tiene poca sal. El matrimonio como una de tantas frivolidades.

Hoy no estamos muy lejos de ellos.
La cantidad de divorcios, de separaciones, de fracasos matrimoniales está a la orden del día.
Pero, eso sí, hoy lo hacemos con más elegancia.
Hoy buscamos razones más cultas.
Además hasta nos permitimos el lujo de hablar de “divorcios civilizados”.

Claro que “divorcio y civilizado” no me encaja demasiado bien.
Porque el divorcio es un “fracaso”. “¿Hay también fracasos civilizados?”
Porque el divorcio es “romper un compromiso”. ¿Se rompen los compromisos civilizadamente?
Porque el divorcio es “ser infiel a la palabra dada”. ¿También esto es civilizado?
Porque el divorcio es “dejar a la otra parte con la vida rota”. ¿También será civilizado?

Pero, dejemos por ahí el divorcio.
Porque, en realidad, es cierto que Jesús habla de la indisolubilidad del matrimonio “desde el principio”. Es decir, por ley de creación y por proyecto de Dios.
Pero, siento que aquí Jesús tiene como trasfondo la “dignidad de la mujer”.
La igual dignidad: “los creó hombre y mujer”.
La mujer no es un estropajo de cocina.
La mujer no es un zapato usado que se tira.
La mujer no es un carro viejo que se cambia por uno nuevo.

No dudamos de que, en la vida puede haber equivocaciones que terminan en fracasos.
Pero cuando el fracaso matrimonial ya parece un juego de chiquillos jugando a canicas, la cosa huele a algo podrido.
Y para nadie es un secreto que:
Muchas de esas incompatibilidades “de carácter” son consecuencia de que el corazón ya no vive en casa.
Muchas de esas incompatibilidades “de carácter” se deben a que ya estamos jugando fuera.

Es que no se puede vivir con alegría, cuando existe de por medio “el engaño” y la “mentira”.
Es que “el engaño y la mentira” no cambia al otro, nos cambia a nosotros, que ya no podemos ser los mismos.
No podemos mirarnos a la cara como antes.
No podemos hablarnos como antes.
No podemos aceptar nuestros fallos como antes.
No podemos tener las delicadezas de antes

El matrimonio no comienza a agrietarse desde fuera.
El matrimonio comienza a agrietarse por dentro.
La infidelidad puede conservar las apariencias externas.
Pero la infidelidad es un virus que mata por dentro.

Lo triste de hoy es que ya no preguntamos si “podemos despedir a la mujer por cualquier motivo”.
Hoy hasta las leyes son suficientemente complacientes.
Se parece a las de Moisés.
Hoy ya no preguntamos “para poner a prueba a nadie”.
A lo más preguntamos para saber si “es moderno o sigue siendo conservador”.
¿No tendremos que revalorizar más el matrimonio?
¿No tendremos que ser más serios con nuestros compromiso, sobre todo cuando está de por medio la vida de alguien?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 11 a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Yo en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. (Mt 5,43-48)

¿No te llama la atención este Evangelio?
Porque yo me pregunto: ¿por qué tiene que haber enemigos?
En aquel entonces “enemigo” era todo el que no pertenecía al pueblo de Dios.
Hoy el concepto de enemigo es mucho más amplio.
Enemigo puede ser el que tengo en mi casa.
Enemigo puede ser mi vecino.
Enemigo puedes ser tú.
Enemigo puedo ser yo.
Enemigo puede ser cualquiera.

Pero yo me pregunto: ¿por qué en una sociedad humana tiene que haber enemigos?
¿Quién es de verdad mi enemigo?
El enemigo ¿existe en mi mente o existe en la realidad?
Si hay enemigos tengo que reconocer que también yo soy, de alguna manera, enemigo de alguien.
¿También yo soy enemigo? Enemigo ¿de quién o de quiénes?

Benedicto XVI escribe “El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que los pueblos se reconozcan como parte de una familia” (CV 53)
Si la humanidad es una familia y todos somos parte de esa familia ¿cómo puede haber enemigos, cuando todos somos hijos y hermanos?

Y sin embargo, todos hablamos de enemigos, como de aquellos que:
Que no me quieren.
Que no me aman.
Que me quieren mal.
Que me han hecho daño.
Que me quieren hacer daño.
Que no me tragan o no los trago.

Una sociedad de enemigos es:
Una sociedad dividida.
Una sociedad enemistada.
Una sociedad fracturada.
Una sociedad en la que todos somos un peligro para los demás.
Una sociedad en la que todos vivimos defendiéndonos los unos de los otros.

Y esta no es una sociedad, ni una humanidad “familia”.
Hablar de amar a los enemigos es el gran ideal de las bienaventuranzas.
Pero la verdadera bienaventuranza sería un mundo y una sociedad sin enemigos, sino una sociedad de hermanos.
Sin embargo, tenemos que reconocerlo, los enemigos abundan. Y eso es lo triste.
Nada más doloroso que los hermanos “enemistados”.
Nada más doloroso que los hermanos que “no se hablan”.
Nada más doloroso que los hermanos que “se odian”.
Nada más doloroso que los hermanos “se matan”, “se roban”.

Y sin embargo, el ideal del Evangelio sigue siendo “el amor” y no “el odio”.
Todos somos “familia de Dios”.
Y Dios ama a todos, buenos y malos.
Y como creyente estoy llamado a amar como Dios ama.
Mi amor no puede excluir a nadie.
Mi amor no puede marginar a nadie.
Mi amor tiene que abrazar a todos.
También a los que me han hecho daño.

No me pide que mis sentimientos psicológicos cambien, porque la “gracia no destruye la naturaleza”.
No me pide que todos sean mis amigos íntimos.
Pero sí me pide que todos sean mis hermanos.
No me pide que psicológicamente no me duelan las ofensas.
Ni me pide que con todos tengan los mismos sentimientos de afecto y confianza.
Pero sí me pide que a todos los lleve en mi corazón.
Puede que la herida sangre, pero el amor al que me hirió termina cicatrizándola.

Amar a los que me aman es convertir el amor en moneda de pago.
Amar a los que no me aman o incluso son “mis enemigos”, es llenar mi corazón de gratuidad.
Amar a los que no me aman es compartir un pedacito del corazón de Dios que “ama a malos y buenos”, “llueve a justos e injustos”.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Jueves de la 10 a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos… Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”. (Mt 5,20-26)

No basta ser como los demás.
Los demás pueden ayudar o estorbar, pero nunca serán nuestra propia medida.
Los escribas y fariseos trataban de ser fieles al pasado.
Los escribas y fariseos ponían la santidad en la fidelidad a la ley del pasado.
Los escribas y fariseos centraban su fidelidad en la cantidad de preceptos humanos, intérpretes de la ley y los profetas.

Jesús nos acaba de decir que “El no ha venido a abolir la Ley ni los Profetas”.
Lo que Jesús no acepta es:
Que se queden en la ley y profetas.
Que se queden en el pasado, porque ha comenzado un tiempo nuevo.
El pasado les impide descubrir la nueva primavera que está naciendo.
Y sobre todo, se quedan, más que en la ley del pasado, en las interpretaciones que ellos mismos hacen de la Ley.

Porque no faltan quienes creen que la fidelidad a la ley suele ser el radicalismo de la ley.
Porque no faltan quienes creen que la perfección está en la fidelidad a las leyes por encima del hombre, a quienes deben servir las leyes.
Jesús lo expresó en otra ocasión: “no es el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre”, que traducido hoy, diríamos: “no es el hombre para la leyes sino las leyes las que tiene que servir a la realización del hombre”.

Y Jesús comienza a hacer la exégesis del pasado, dándole una nueva versión actualizada el nuevo tiempo del Evangelio.
Entre tantos “antes se dijo, pero yo os digo”, está precisamente la exégesis que Jesús hace de la ley de “no matar”.
Algo que debiéramos traducir muchos de nosotros cuando decimos “yo soy bueno porque no robo ni mato”.

Jesús va mucho más lejos que el “no matar”.
Y anuncia que eso no es suficiente.
Que el no matar, es preciso traducirlo ahora por “reconciliación”, por evitar enemistades y resentimientos entre los hermanos.
Y algo que a muchos debió de extrañar: presenta el amor que perdona, pide perdón y reconcilia, por encima del mismo culto del altar.
No es que diga que abandones la ofrenda del altar.
Sino que la dejemos ante el altar y vayamos mientras tanto a reconciliarnos con “el hermano que tiene quejas contra nosotros”.
Porque ¿de que sirve la ofrenda al altar si estoy enemistado con mi hermano?
El amor está por encima del culto.
Tal vez hoy, pudiéramos darle otra versión más actualizada:
“Si cuando vas a Misa te acuerdas que estás enemistado con tu hermano, date la vuelta, vete, pídele perdón, reconcíliate con él, aunque luego llegues tarde a Misa. Y puedes comulgar tranquilamente”.
No debieras comulgar con el resentimiento y la enemistad en el corazón.
Pero sí puedes comulgar cuando hay perdón y reconciliación en tu corazón.
Y eso, aunque llegues tarde a Misa.

Ahora ya me entran dudas:
¿Por qué la gente está llegando tarde a Misa?
¿No estaré pensando yo mal de ella, imaginándome que es por pereza, por falta de interés?
¿No será que todos están volviendo para reconciliarse?
Bueno, si es por eso, tienen ustedes permiso para llegar tarde.
¿Y yo tendré que reconciliarme con Ustedes, antes de celebrar, por pensar mal?

Clemente Sobrado C. P.