Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 12a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja pero dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?” (Mt 7,15-20)

Todos nos sentimos profetas.
Se sienten profetas los Obispos.
Se sienten profetas los sacerdotes.
Se sienten profetas los teólogos.
Se sienten profetas los periodistas.
Se sienten profetas los seglares.

Y la verdad es que, por el bautismo, todos participamos de ese “don profético” de Jesús.
Y por eso todos estamos llamados a ser profecía en la vida.
Sin embargo, no todo lo que brilla y reluce es oro.
Ni todo el que se viste con piel de oveja, para protegerse del frío, es pastor.
Ni todo el que condena a los demás es profeta.
Ni todo el que acusa a los demás es profeta.
Ni todo el que protesta es profeta.

Hay profetas que hablan desde sí mismos.
Hay profetas que hablan desde sus propias ideologías.
Hay profetas que hablan desde el sillón donde se sientan.

Flickr: Glauco Umbelino

Sin embargo:
El profeta no habla desde su “apellido” sino desde lo que escuchó a Dios.
El profeta no habla desde sus “ideologías” sino porque Dios le habló antes.
El profeta no habla desde el “puesto que ocupa”, sino porque antes recibió el mandato de Dios.

Eso de ser profeta es algo necesario en la vida.
Porque una Iglesia sin profetas, es una Iglesia que se estanca.
Porque una sociedad sin profetas, es una sociedad que se acomoda.
Porque una vida sin profetas, es una vida que no crece.
Porque una comunidad sin profetas, se duerme.

Uno es auténtico profeta:
Cuando él mismo ha escuchado a Dios y se ha dejado cuestionar por El.
Cuando él mismo hace de su vida “una profecía”.
Los profetas “hablan”, pero más que sus palabras, tienen que hablar sus vidas.
No se puede ser profeta de la paz, cuando a diario hacemos la guerra a todo el mundo.
No se puede ser profeta del amor, cuando el egoísmo gobierna nuestras vidas.
No se puede ser profeta de la verdad, cuando la vida que vivimos es una mentira.
No se puede ser profeta de la honestidad, cuando luego vivimos del engaño.
No se puede ser profeta de la justicia, cuando vivimos acaparando lo de los demás.
No se puede ser profeta de la vida, cuando luego negamos el derecho a nacer.
No se puede ser profeta de la dignidad humana, cuando luego maltratamos al hermano.

Jesús es bien claro: cada árbol da sus propios frutos.
Los verdaderos profetas se conocen por los frutos que dan.
El árbol sano nos regala frutos sanos.
El árbol podrido no puede dar frutos buenos.

Es necesaria “la profecía de la palabra”.
Es necesaria “la profecía de destapar la podredumbre que escondemos”.
Pero el verdadero profeta es aquel cuya “vida es profecía”, incluso si no habla.
Son nuestras vidas la verdadera profecía de Dios.
Son nuestras vidas la verdadera profecía del Evangelio.
Son nuestras vidas la verdadera profecía del Reino de Dios.

Clemente Sobrado C. P.

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