Primero creer en la gente

Domingo 15 b del ordinario

Para anunciar el Evangelio a los hombres, primero es preciso creer en los hombres. Quien no cree en el hombre no tiene nada que decir al hombre.
Pero no basta creer en los hombres, hay que creer en todos los hombres.
En los que piensan como uno y en los que piensan de manera distinta.
En los que son de nuestra cultura y en los que viven otra cultura.
Porque el Evangelio hay que anunciarlo a “toda la creación” y no solo a nuestros “compadres” de grupo o de religión.

Esta es la experiencia a la que Jesús quiere someter a sus discípulos. Los envía de dos en dos. Y no dice que los envíe a predicar sino simplemente los envía para que hagan la experiencia de encontrarse con gente buena, con gente mediana y con gente no tan buena. Que se metan entre la gente. Que experimenten a la gente. Que salgan del clan cerrado del grupo y del sistema y puedan abrirse a todos. Ser gente entre la gente. Ser hombres entre los hombres.


Y en modo alguno vernos como una especie de “selección” que haga sentirnos superiores a los demás. Jesús mismo quiso hacerse hombre entre los hombres. Y a ello dedicó la mayor parte de su vida. Y ahora quiere que los suyos también sientan que no son nada especiales y raros, ni superiores, ni inferiores. Que son sencillamente hombres entre los hombres. Porque solo así podrán luego anunciar y proclamar el Evangelio.
Esta no es una misión misionera. Es una misión humanizadora de los mismos discípulos.

Nada de superioridades. Porque el Evangelio no se anuncia de arriba abajo, sino horizontalmente en contacto con los hombres.
Sólo les permite llevar lo necesario para el camino: un bastón y unas sandalias.
No dos túnicas como los ricos y los jefes.
Una sola túnica como la gente sencilla del pueblo.
No alforja, como quien va a mendigar o a pedir.
Tampoco dinero suelto en la faja que les dé seguridad para cualquier eventualidad.
Sencillamente los envía con la confianza de que los hombres tienen un corazón suficientemente humano como para darles de comer y de beber y para atenderlos en sus necesidades.
No les reserva previamente una habitación de hotel.
Quien quiera proclamar el Evangelio ha de tener suficiente confianza de que la gente es buena y les ofrecerán hospitalidad.
Van indefensos, pero acompañados de su confianza y de su fe en la bondad del corazón humano que sabrá atenderles.

El mensaje es claro: tienen que tener fe en el corazón de los hombres.
Tienen que aprender a confiar en la bondad de todos los hombres.
Judíos o no judíos. Creyentes o no creyentes. Practicantes o no practicantes.
Tienen que aprender a creer en los hombres, en todos los hombres.
Buenos o malos, porque el Evangelio es para todos.

Pero tienen que aprenderlo no en los libros ni en los discursos sino compartiendo la misma vida de ellos.
Por eso, una vez que alguien les dé hospitalidad en una casa, han de quedarse allí, comer lo que ellos comen, beber los que ellos beben y dormir como ellos duermen sin privilegios ni excepciones.
No han de cambiar de casa para irse a otra que tenga mejores condiciones de vida.
Han de vivir la vida que viven todos ellos.

Con frecuencia, tenemos que reconocerlo, carecemos de fe en el corazón de los demás.
Dudamos de que también los demás puedan responder a la llamada del Evangelio.
Dudamos de que también los demás sean capaces de abrir sus corazones al Evangelio.
Nos sentimos superiores.
Nos sentimos unos selectos y con derechos especiales.
Nos sentimos maestros de los demás y nos olvidamos que también los demás nos pueden enseñar mucho a nosotros.
Nos sentimos maestros a quienes los demás han de escuchar, sin que nosotros les escuchemos a ellos.
El misionero, llamado a anunciar el Evangelio, es uno más del pueblo.
Es un hombre más entre los hombres.
Y necesita creer en el corazón de cada hombre como cree en el Evangelio que anuncia.
Quien no tiene fe en el hombre tampoco tiene fe en el Evangelio.
Quien no tiene fe en el hombre no debiera anunciar el Evangelio.
Jesús creyó en el hombre y en los hombres, hasta pudiera decirse que creyó más en aquellos en quienes nadie creía.

Oración
Señor: Tú comenzaste por creer en la condición humana.
Por eso te encarnaste haciéndote uno más entre los hombres.
Viviste entre nosotros como un hombre más.
Te conocían como el “carpintero”.
Proclamaste la Buena Nueva a los publicanos, a los pecadores,
a la adúltera, a la samaritana.
Tu gran pecado fue creer en todos, también en los malos
a quienes los buenos excluían.
Danos un corazón capaz de creer en ti,
pero también de creer en el corazón de los hombres.

Clemente Sobrado C. P.

www.iglesiaquecamina.com

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2 Respuestas a “Primero creer en la gente

  1. me ayudo muchisino la reflexion me gustaria recibirla cada ocho dia la reflexion de la homilia

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