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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 30 º – Ciclo C

“A algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano”. (Lc 18,9-14)

Las riquezas pueden ser mal usadas.
Las riquezas hacen a unos ricos empobreciendo a otros.
También la bondad tiene sus riesgos y peligros.
También se puede utilizar mal la “bondad y la piedad y hasta la oración”.
Tener conciencia de la bueno que tenemos, lo veo bien.
Tener conciencia de nuestra piedad, lo veo normal.
Orar nadie podrá decir que no es bueno.

Pero la riqueza puede ser un peligro para los pobres.
Porque muchos se hacen ricos a consta de los pobres.
La bondad también puede ser un riesgo si no es auténtica.
Sentirnos buenos “a cuenta de los malos”.
Sentirnos buenos “rebajando a los malos”.
Sentirnos buenos “comparándonos con los malos”.

¿Qué bondad puede ser la que nos “hace sentir seguros de nosotros” sin necesitar de nadie?
¿Qué bondad puede ser la que nos hace “despreciar a los demás”?
Somos buenos en la medida en que somos auténticos y verdaderos.
Somos buenos en la medida en que nos sentimos hijos de Dios.
Somos buenos en la medida en que valoramos a los demás.
Somos buenos en la medida en que apreciamos y estimamos a los demás.
Somos buenos en la medida en que reconocemos la bondad de los demás.
Somos buenos en la medida en que tratamos de hacer mejores a los demás.

Orar es:
Presentarnos delante de Dios en nuestra verdad.
Es reconocer lo bueno que tenemos delante de Dios.
Es agradecer a Dios lo bueno que tenemos en nuestro corazón.

Pero orar:
No es, en modo alguno, inflarnos de vanidad delante de Dios.
Si es sentir la alegría y la satisfacción de lo bueno que Dios nos ha dado.
No es “menospreciar a los demás” delante de Dios.
Sí es alegrarnos de la bondad de los demás.
No es caer en el orgullo de lo bueno que hacemos.
Sí es alegrarnos de lo bueno que hacen los demás.
Sí es alegrarnos de la santidad de la Iglesia.
Sí es alegrarnos de lo santos que pueden ser, incluso los que hoy son malos.

Porque orar:
Es entrar en los sentimientos del corazón de Dios.
Es compartir los sentimientos y los deseos de Dios.
Es hacer nuestra la voluntad y proyectos de Dios.
Es alegrarnos con las alegrías de Dios.
Es compartir las fiestas del corazón de Dios.

Y los sentimientos de Dios ya los sabemos:
Que todos se salven.
Que todos conviertan su corazón.
Que los malos se abran al don de la gracia.
Que a Dios le duele en su corazón lo malo del nuestro.
Que a Dios le duele en su corazón lo malo del corazón de mis hermanos.
Que a Dios le duele en su corazón aquello que impide y estorba la santidad a los malos.

Cuando oremos:
compartamos los sentimientos del corazón de Dios.
“sintamos los mismos sentimientos que Cristo Jesús”.
sintamos la alegría de la gracia que da vida a nuestros corazones.
sintamos la alegría de que Dios puede hacer buenos a los malos.
sintamos la alegría de que Dios puede hacer santos a los buenos.
sintamos la alegría de que Dios puede hacer a los santos más simpáticos.

Señor: que en mi oración sienta la alegría de tu obra en mí.
Señor: que en mi oración sienta que puedo pedirte por los que no te han encontrado.
Señor: que en mi oración sienta que puedo colaborar a la conversión de los malos.
Señor: que en mi oración no desprecie a nadie, sino que tenga fe en que puede ser mejor.

Clemente Sobrado C. P.

Orar no es sentirse más

Domingo 30 Tiempo Ordinario – C

La parábola de este fariseo y este publicano encarna una gran verdad,
Orar no es pasarle nuestra contabilidad a Dios.
Orar no es contarle a Dios lo buenos que somos.
Orar no es decirle a Dios que somos mejores que los demás.
Orar no es sentirnos distintos a los demás.
Orar no es despreciar a los demás.

Orar es reconocer nuestra verdad delante de Dios.
Orar es sentir lo que somos delante de Dios.
Orar no es sentirnos mejores que los demás.
Orar no es despreciar a los demás.
Orar es reconocernos necesitados delante de Dios.
Orar no es contarle a Dios los pecados de los demás.
Orar es decirle a Dios nuestros pecados pidiendo perdón.

La oración del fariseo:
Es sentirse mejor que el resto.
Es sentirse diferente a los demás.
Es despreciar a los demás.
“Te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano”.

No nos engañemos.
Puede que muchas de nuestras oraciones:
Tengan mucho de vanidad y de orgullo.
Y muy poco de humildad y sinceridad.
Son oraciones que no llegan al corazón de Dios sino que se quedan en el nuestro.

En cambio la oración del publicano:
Es la oración humilde.
Es la oración del que se cree menos que los demás.
Es la oración del que siente necesidad de la misericordia de Dios.
Es la oración del que siente necesidad del perdón.
Es la oración del que se sitúa delante de Dios con todas sus debilidades.

La oración no es para sentir lo buenos que somos.
La oración es para sentirnos en nuestra verdad delante de Dios.
La oración es para sentirnos tal y como Dios nos ve.
La oración es para que Dios nos haga reconocer nuestra verdad.
La oración es para dejarnos ver como Dios nos ve.
La oración es para pedirle a Dios nos dé la sinceridad con nosotros mismos.
La oración es para pedirle a Dios nos haga vernos en nuestra verdad.
La oración es para pedirle a Dios nos dé el sentimiento de nuestra conversión.

No oramos desde nuestra autosuficiencia.
Oramos desde nuestra necesidad de Dios.
Oramos desde nuestra necesidad de que Dios nos dé el sentido de la caridad.
Oramos para que Dios nos dé el sentido del amor a los demás.
Oramos para sentirnos más hijos de Dios.
Oramos para sentirnos más hermanos los unos de los otros.
Oramos para sentirnos más comunidad y familia de Dios.

La oración nos tiene que unir más a Dios.
La oración nos tiene que unir más entre nosotros.
La oración nos tiene que hacernos sentir amados de Dios.
La oración nos tiene que hacernos sentir que lo somos delante de Dios.

Orar es hablar con Dios.
Orar es escuchar a Dios.
Orar es aprender a pensar como Dios.
Orar es aprender a ver a los demás como Dios.
Orar es aprender a amar como Dios ama.

Clemente Sobrado C. P.

La oración que nace de la fe

Domingo 29 Tiempo Ordinario – C

La oración no es para momentos de emergencia.
La oración no es para cuando entre nosotros comienza a temblar la tierra.
La oración no es solo para cuando estamos enfermos.
La oración no es solo para pedir un trabajo.
La oración no es para cuando estamos en apuros.

La oración es como el amor, que tenemos que amar siempre.
La oración es como la respiración, que si no
respiramos nos morimos.
La oración es como el latido del corazón, que si se detiene nos morimos.
La oración es como la vida, que no podemos vivir a ratos.
La oración es como la amistad, que es para todos los días.

Flickr: Iglesia en Valladolid

Por eso Jesús les explica a sus discípulos “cómo han de orar siempre, sin desanimaros”.
Pero Jesús es consciente de que, con frecuencia:
Nos cansamos de orar.
No tenemos ganas de orar.
No tenemos tiempo para orar.

O simplemente nos desilusionamos.
Porque no conseguimos lo que queremos.
Porque sentimos como si Dios no nos hiciese caso.
Porque sentimos que Dios no nos escucha.
Porque sentimos que Dios nos hace esperar demasiado.
Y entonces nos desalentamos o sencillamente dejamos de orar.

Para Jesús:
La oración depende de nuestra fe.
“Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará esta fe en la tierra?”
Primero la fe que es seguridad de lograr lo que pedimos.
Lo segundo la fe la expresamos en la constancia.
Quien no sabe esperar tiene poca fe.
Incluso esperar cuando todo parece indicar que oramos inútilmente.

La viejita de la parábola:
Tenía fe en que se le hiciese justicia.
Incluso si el juez no le hacía caso.
Incluso si el juez que “temía ni a Dios ni a los hombres” no tuviese voluntad.
Sin embargo la avieja insiste.
La vieja sigue tocando a la puerta.
La vieja sigue insistiendo.

La constancia de la vieja:
Venció la indiferencia del juez.
Venció la frialdad del juez.
Venció las resistencias del juez.
No le hizo justicia por amor.
Ni tampoco por sentido de responsabilidad.
Lo hizo por miedo a la bofetada de la vieja.

La parábola no quiere identificar a Dios con el juez.
La parábola quiere destacar la insistencia de la vieja.
La parábola quiere rescatar la fe de la vieja que sabe con su insistencia ganará la batalla al juez.

Y si un juez sin conciencia es vencido por la constancia, cuánto más Dios escuchará la constancia de nuestra oración.
“Pues, Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?
¿O les dará largas?
Os digo que les hará justicia sin tardar”.
Pero para ello, se necesita de esa oración constante, insistente, perseverante.
Necesita de esa fe, capaz de creer, aunque no siempre las cosas sucedan según nuestras prisas.
Orar siempre es respirar siempre.
Orar siempre es vivir siempre.

Clemente Sobrado C. P.