Archivo mensual: junio 2012

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 12a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos; las pisotearán y luego volverán para destrozaros. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la ley y los profetas. Entrad por la puerta estrecha”. (Mt 7,6.12-14)

Tres pensamientos claves nos está sugiriendo Jesús:
¿Qué hacemos con los dones de Dios?
¿Cómo tratar a los demás?
¿El amor como la puerta de la vida?

¿Qué hacemos con los dones de Dios? La imagen es clara. Lo santo no se echa a los perros. Tampoco nuestras perlas se las regalamos a los cerdos.

Dios nos está continuamente regalando cosas.
Nos regala el don de la gracia.
Nos ha regalado con el don del Bautismo.
Nos regala a diario con su Eucaristía.
Nos regala a diario con su perdón.
Nos regala a diario con el don de la vida.
Nos regala a diario con el don de su Palabra.
Nos regala a diario con el don de su Iglesia.

La pregunta es clara: ¿Y nosotros qué hacemos con todos esos dones?
¿Qué hacemos con nuestro Bautismo?
¿Qué hacemos con el sacramento del Matrimonio?
¿Qué hacemos con la Eucaristía?
¿Qué hacemos con el don del Perdón?
¿Serán realidades que valoramos adecuadamente?
¿Serán realidades que cuidamos y guardamos y compartimos?
¿Serán realidades que vulgarizamos y apenas apreciamos?
¿Serán realidades que cambian nuestras vidas?
¿Serán realidades que nos configuran e identifican ante los demás?
¿Seguirán siendo perlas que estimamos y valoramos y tratamos de guardar cuidadosamente? ¿No serán perlas que van perdiendo brillo y belleza?
Las cosas de Dios hay que tratarlas como Dios las trata.

A veces me pregunto:
¿Qué hacemos con la Palabra de Dios?
¿Qué hacemos con la Iglesia?
¿Qué hacemos, incluso, con nuestras vidas?
¿Cómo apreciamos el don de la vida?
¿Cómo embellecemos cada día nuestra vida?
¿Cómo la vamos empobreciendo?

Son preguntas que necesitan respuesta cada día.
Son preguntas que han de cuestionarnos cada día.
Son preguntas que debiéramos responder cada día.

Como también tendremos que preguntarnos:
¿Cómo vemos a nuestro prójimo?
¿Cómo tratamos a nuestro hermano?
¿Cómo le valoramos cada día?

Jesús nos dice que nuestro prójimo es otro “yo” como nosotros.
Mi prójimo es mi “otro yo”.
Que nuestro prójimo ha de ser amado como nosotros nos amamos.
Que debiéramos tratarlo como queremos ser tratados.
Que debiéramos querer para los demás lo que queremos para nosotros.

Y este no es sino el primer grado de amor a nuestro hermano.
Porque más tarde, ya no seremos nosotros la medida de amor al prójimo.
Nos subirá el listón y nos dirá que lo “amemos como El mismo le ama”.

Y esta es la puerta de entrada.
Una puerta estrecha cuando nuestro amor es poco.
Tan estrecha como estrecho sea nuestro amor al otro.
Pero también tan ancha como el amor que El mismo nos tiene.
La medida de la puerta de entrada se mide por el amor con que nos amamos a nosotros, con que amamos a Dios y con que amamos al hermano.

Cada uno tendremos que preguntarnos:
Si cabemos por esa puerta.
Si podemos entrar por esa puerta.
Si podemos pasar por esa puerta.
No es cuestión de cuan flacos o gordos seamos.
Es cuestión de cuánto amamos al otro.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Lunes de la 12a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “No juzguéis y no seréis juzgados; porque os van a juzgar como vosotros juzguéis, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?” (Mt 7,1-5)

No lo podemos negar. Todos tenemos vocación de jueces.
Y, con perdón de los que limpian nuestras calles, con una gran vocación de “barrenderos de la Municipalidad”.
Todos sacamos fuera nuestros “tachos” de basura.
Pasa el Camión de la Municipalidad recogiendo nuestras basuras.
Los hombres que cuelgan de él, solo tienen ojos para ver las basuras.
Es posible hayan pasado, una y mil veces, al lado de un lindo jardincito de flores y nunca se han enterado de que estaba allí.
Ellos no ven las flores.
Ellos tienen la misión de ver la basura.

¿No es realmente esto lo que, en realidad nos acontece a la mayoría de nosotros?
Tenemos ojos para ver los defectos de los demás.
Estamos bastante ciegos para ver las flores que florecen en sus corazones.
Y por eso, todos nos convertimos en “jueces” de los demás.

Jesús, en esta advertencia que hace a los discípulos destaca en realidad dos cosas:
Una: el que juzga al hermano, rompe la comunión de la Comunidad.
Otra: el que juzga quiere suplantar a Dios, el único juez que conoce la verdad de cada corazón.

Juzgar al hermano es verlo a medias.
Juzgar al hermano es ver solo sus defectos.
Juzgar al hermano es marginarlo de nuestro corazón.
Juzgar al hermano es crear grietas que dividen la comunidad.
Juzgar al hermano es revelar y manifestar la falta de amor de nuestro corazón.
Juzgar al hermano es revelar y manifestar nuestra falta de comprensión.

En la comunidad de los hermanos podemos discutir y disentir.
Pero no por eso nos dividimos ni nos marginamos.
En cambio el juicio del corazón rompe esa unidad, por más que aparentemente demos la impresión de estar unidos.
En cambio el juicio del corazón rompe esa comunión, porque en su corazón ya lo marginó y excluyó.
Me gusta cuando a veces, los fariseos están espiando a Jesús, no dicen nada, pero el Evangelio añade: “Jesús adivinando lo que pensaban, les dice: “¿por qué pensáis mal?”

Por lo demás ¿quién es capaz de conocer la verdad del corazón del hermano?
El único que conoce lo bueno y lo malo del corazón es Dios.
El único que conoce la verdad y la mentira del corazón es Dios.
Por eso mismo, sólo Dios es el verdadero juez de cada uno.

Pero cuando nosotros juzgamos estamos asumiendo el rol de Dios.
Pero asumimos solo una parte.
Porque el mismo Dios que nos conoce por dentro nos juzga, pero no nos condena.
Porque Dios cuando descubre la basura de nuestro corazón nos sigue amando y nos sigue ofreciendo el perdón.

En el Padre nuestro nos enseñó que pidamos “perdón como también nosotros perdonamos”.
Jesús nos dice que “seamos compasivos como vuestro Padres es compasivo”.
Pero aquí Jesús es mucho más duro:
“Con la medida con que midas a tu hermano serás medido”.
“Como juzgues a tu hermano serás juzgado”.

Y un consejo o un criterio: ¿por qué siempre hemos de mirar los defectos del hermano y somos ciegos para ver los nuestros?
Quien no es capaz de reconocer sus propios defectos, tampoco sabrá reconocer los defectos del hermano. Termino con una frase de Khalil Gibran:
“Puedes juzgar a los demás cuando te conozcas a ti mismo. Ahora dime: ¿Quién entre nosotros es culpable y cuál inocente?”
Perdón, porque también yo acabo de “juzgar a los demás”.

Clemente Sobrado C. P.

«¿Por qué sois tan cobardes?»

Domingo 12 B – Tiempo Ordinario

Quisiera comenzar esta reflexión con dos citas. Las dos fundamentales para nuestras vidas y que pudieran ser también la traducción del Evangelio de hoy.

No siempre la navegación por la vida se hace por mares mansos y tranquilos. Ni siquiera el Océano Pacífico es tan pacífico como dice su nombre.
La navegación de la barca de la Iglesia hace su recorrido por las aguas mansas de la vida. Con frecuencia encuentra borrascas y huracanes que la zarandean y que para muchos parecieran momentos en los que todo se hunde.
Tampoco la navegación de cada uno de nosotros deja de tener muchos momentos de miedo y que hacen fracasar: muchas vidas, muchos ideales, muchas esperanzas, muchas ilusiones.

Flickr: Benjamí­n Mejías Valencia

Por eso quiero citar aquí lo que Julián Marías escribe en sus memorias. Y lo hace después precisamente de su boda, que es en embarcase hacia el futuro:
“Siempre he creído que la vida no vale la pena más que cuando se la pone a una sola carta, sin restricciones, sin reservas: son innumerables las personas, muy especialmente en nuestro tiempo, que no lo hacen por miedo a la vida, que no se atreven a ser felices porque temen a lo irrevocable, porque saben que si lo hacen, se exponen a la vez a ser infelices”.

La otra cita, la copio de Gabriel Marcel, que decía que en nuestro tiempo “el deseo primordial de millones de hombres no es ya la dicha, sino la seguridad”.

Los discípulos se sienten solos en la noche y sienten que la navecilla en la que tratan de pasar a la otra orilla, está sacudida por un fuerte huracán “y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua”.
Y precisamente entonces que gritan: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Jesús amaina el Lago, pero a ellos les recrimina: “¿Por qué sois tan cobardes?”

Todos quisiéramos navegar por lo fácil.
Personalmente me dan miedo esos deportes de riesgo, tan comunes aquí en el Perú, como bajar los ríos en pequeñas canoas, por torrenteras y entre rocas y cascadas. Yo no sería capaz. Pero admiro a esos jóvenes a quienes les encanta el riesgo.

Nuestro peligro, y el peligro de la Iglesia suele ser buscar siempre, como dice G. Marcel “la seguridad”.
La seguridad del camino que pisamos.
La seguridad del repetir lo de siempre.
La seguridad de no aventurarnos a ser creativos.
La seguridad de evitar el riesgo.
Esa que llamamos “Seguridad Social” como una manera de “asegurar nuestra vejez” pareciera que nos mentalizado a todos.
Y todos preferimos jugar a varias cartas en la vida. Si nos falla una, siempre nos queda la otra a que agarrarnos, “nuestro “comodín” como en el juego.
Todos preferimos lo fácil, porque lo difícil puede hacernos fracasar.

En la Iglesia nos han convencido de muchas devociones que son como un apostar por la seguridad.
Los Nueve Primeros Viernes nos dan la seguridad de la salvación.
Tales Novenas nos dan la seguridad de que Dios nos salvará. O esas Cadenas que circulan por todas partes y que, personalmente envío al tacho.
Una espiritualidad, que tiene mucho de bueno, pero que nos ha evitado el riesgo.
Por eso somos tan poco creativos. Y somos como esos CDs que cada día podemos escuchar y repetir hasta la saciedad, escuchando siempre la misma música.
José Luis Martín Descalzo llama a esas seguridades:
“la carcoma del miedo a lo irrevocable”
“la tendencia a lo provisional”
“a lo que nos compromete, “pero no del todo”,
“a lo que nos obliga “pero solo en tanto cuanto”
“Es que el hombre que pone en el primer término de sus aspiraciones la seguridad ha apostado ya por la mediocridad”.

El miedo y la cobardía, no son precisamente dones del Espíritu Santo.
El Espíritu nos regala el don de la fortaleza. El Espíritu nos da ese don arriesgarnos a lo nuevo. El Espíritu nos da ese don de no tener miedo a que la barca de nuestras vidas pueda llenarse de agua con el riesgo a hundirse.

Muchas veces los riesgos pueden ser reales.
Las aguas están movidas. Los vientos soplan en contra.
Pero la mayor parte de las veces, nuestros miedos son pequeños o grandes “monstruos que nosotros mismos creamos en nuestras cabezas”.
¿Y si fracaso? ¿Y si no soy feliz? ¿Y si no llego?
Es preciso matar esos monstruos que nos impiden la alegría del triunfo, incluso la alegría del fracaso, porque fracasar por haber arriesgado también es fuente de alegría.
Es preferible que nos digan que “somos demasiado atrevidos” a que nos digan “¿Por qué sois tan cobardes?”
Dios se arriesgó al hacerse hombre. ¿Por qué no arriesgarnos nosotros por una vida y una Iglesia y mundo mejores?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 11a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso al segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”. (Mt 6,24-34)

Cuando se cabalga sobre dos caballos termina bajo las patas.
Cuando se quiere vivir en la verdad y en la mentira, se termina viviendo en una confusión.
Cuando se quiere vivir amando a la esposa y a la vez sacando los pies del plato en fáciles aventuras, terminamos por no ser los mismos en casa, porque ya no nos atrevemos a mirarnos a los ojos, y tenemos que vivir trampeando y engañando.
O vivimos como solteros, sueltos en plaza, o vivimos como casados.
O somos solteros o somos casados. No se puede vivir al juego de medio soltero y medio casado.
Cuando se quiere vivir en la libertad y a la vez esclavos de nuestros instintos, terminamos más esclavos que libres.
Cuando se quiere vivir desde la fe, pero a la vez con los criterios del mundo, terminamos por no ser ni lo uno ni lo otro.

La vida necesita de un centro que le dé cohesión y unidad.
No podemos vivir divididos por dentro.
Porque o somos o no somos.
O somos una cosa o somos otra.
Pero nadie puede ser medio hombre y medio centauro.
Porque nadie puede ser a medias.
Nadie está medio embarazada.
O está embarazada o no lo está.
Nadie nace a medias.
O nace o no nace.

Es lo que Jesús viene a decirnos hoy.
“Nadie puede servir a dos señores a la vez”.
Y peor aún cuando esos señores se llaman “Dios” y “dinero”.
Porque nuestro corazón o está en Dios como tesoro de nuestras vidas, o nuestro tesoro es la billetera y el dinero.

Flickr: 401K 2012

Jesús no dice que Dios sea incompatible con el recto uso del dinero, necesario para la vida.
Jesús habla de “servir”.
¿A quién servimos: ¿a Dios? o ¿al dinero?
¿Quién es el dueño de nuestro corazón? ¿Dios o el dinero?
¿Quién marca y señala el camino de nuestros intereses y de nuestros ideales?
Porque Dios y el dinero nos señalan caminos diferentes.
Porque Dios y el dinero nos muestran ideales diferentes.

El gran problema de cada uno es la unidad y la identidad.
El gran problema que la Iglesia se plantea desde hace años es “la separación entre la fe y la vida”, entre “nuestro bautismo y nuestro ser y estar en el mundo”.
El ser hombre o mujer implica que tengo que vivir como hombre o como mujer, de manera racional y responsable, de modo masculino y de modo femenino. Aquí no vale eso de “unisex”.
El ser bautizado y creyente implica que debo vivir en coherencia con mi bautismo y con mi fe.
Nadie es bautizado a medias, como nadie puede creer a medias.
O estoy bautizado o no lo estoy.
O creo o no creo.

En la medida en que nuestra cultura ha tratado de oscurecer el rostro de Dios, han surgido nuevos dioses, sobre todo ha nacido el “Dios tener”, el “Dios billetera”.
Y cuando servimos y nos hacemos esclavos del dinero, vivimos en función del dinero.
No en función del Evangelio.
No en función del hermano.
No en función de la justicia.
No en función de la libertad.
Sino en función “ganar, acaparar, amontonar, y vivir del prestigio que la tarjeta de crédito suele dar”.
En la medida en que la sociedad se monetariza, al mismo ritmo se deshumaniza.

Clemente Sobrado C. P.

Nacimiento de Juan el Bautista

24 de junio

“A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como su padre. La madre intervino diciendo: “¡No! Se va a llamar Juan”. Le replicaron: “Ninguno de tus parientes se llama así”. (Lc 1,57-66.80)

Antes, porque ahora ya conozco poco, pero en mi tierra, era normal que el primer hijo se llamase como su padre. Ni para eso éramos libres. Se necesitaba asegurar la continuación de la familia, cuyo representante era el padre.

Algo parecido le sucedió a Juan el Bautista.
Todo el mundo empeñado en que se llamase Zacarías, claro, “como su padre”,que según traducen los entendidos significa “Aquel que es la memoria de Dios” o “Aquel que Dios se acuerda”.
Es decir, Juan estaba llamado a ser el ¡continuador del pasado”, la “memoria del pasado!”.
Menos mal que la madre, vieja pero de agallas, decidió se llamase “Juan”, que traducido del hebreo significa “aquel que es misericordioso, compasivo o también “Dios es propicio o Dios se ha apiadado”. Así rompía «con el padre y con toda la parentela”.
Es decir, Juan no venía para continuar el pasado, sino para anunciar lo nuevo.
No en vano es de presumir que, en la circuncisión de Juan, todavía estaba presente María, cargado su vientre con el que sería la gran novedad de Dios, el final del pasado y el comienzo del futuro.

Flickr: naotakem

Juan es el punto, no de ruptura, sino de cambio.
Juan es el punto, no de la negación del pasado, sino el comienzo del pasado renovado.
Juan es el punto, donde el pasado deja de ser pasado y se renueva en la novedad de Jesús.

Todos queremos que nuestros hijos sean como nosotros.
Todos queremos que nuestros hijos continúen lo que somos y hacemos.
Hace unos meses me venía un joven que acababa de ingresar a la Universidad.
El quería ser arquitecto.
Pero su padre, que era abogado y tenía su estudio de abogados, estaba empeñado en que estudiase abogacía.
El se negó, porque no le gustaba ser abogado, sino arquitecto.
Pero su padre, terco en que lo único válido era ser abogado, se negaba a pagarle la carrera de arquitecto. Me costó convencer a su padre, para que respetase la vocación de su hijo.

Es que, diera la impresión, de que nuestra vocación es ser continuación del pasado.
Todos tenemos mucho de “Zacarías”, “aquel que se acuerda”, “aquel que es memoria”.
Mientras tanto, los hijos, en vez de pensar en ser “memoria” quieren ser “historia”.
Los hijos no son copia de sus padres.
Los hijos quieren ser originales.

Personalmente nunca me ha gustado eso de que, cuando alguien nace, todo el mundo quiere buscarle semejanzas con sus antepasados:
Lo ojos son del abuelo. La nariz de la abuela.
Las orejas del papá. Los labios de la mamá.
Es decir, que el pobre chico parece puro ensamblaje de la chatarra familiar y no tiene nada de propio y personal.

San Juan es el patrón de mi pueblo. Y es posible que fuese el primer Santo que yo recuerde. Y me encantaba, porque Juan el Bautista es conocido por su “dedo”. Hasta el refrán popular dice: “hasta que San Juan baje el dedo”.
Un dedo que no apunta al pasado.
Un dedo que apunta al que está viniendo.
Un dedo que apunta a lo nuevo, al cambio.

El nacimiento de Juan el Bautista, que ni siquiera lleva el apellido de su padre, sino el apellido de su misión:
Es el hombre que hace de puente entre el pasado y el futuro.
Es el hombre que no se queda en el pasado, sino que apunta al futuro.
Es el hombre que no es el futuro, pero lo avizora.
Es el hombre que no es el futuro, pero sí el dedo que lo señala.

Por eso, el nacimiento de Juan el Bautista, tiene que ser un signo para la Iglesia y un signo para todos nosotros.
La iglesia es fruto del pasado.
Pero la Iglesia, animada por el Espíritu, es el dedo que señala el futuro.
La Iglesia es continuación del ayer.
Pero no puede quedarse en el ayer, sino que tiene que mirar a lo nuevo, al cambio.
Por eso mismo, la Iglesia, como todo creyente, debe comenzar, no por predicar en Jerusalén, sino por anunciar lo nuevo en el desierto.
Quien no mira hacia delante se tropieza con lo que tiene por delante.
Quien no mira hacia delante, termina sufriendo de tortícolis de tanto mirar hacia atrás.

Clemente Sobrado C. P.