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La Conversión de San Pablo

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“Se apareció Jesús a los Once, les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. Impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos”.(Mc 16,15-18)

“También San Pablo, cuya conversión se celebra hoy, ha vivido la fuerte experiencia de la gracia, que lo llamó a convertirse, de perseguidor, apóstol de Cristo. La gracia de Dios lo ha empujado, incluso a él a buscar la comunión con otros cristianos, de repente, por primera vez en Damasco y luego en Jerusalén (Hch 9,19.26-27). Esta es nuestra experiencia como creyentes. A medida que crecemos en la vida espiritual, comprendemos cada vez más que la gracia nos llega junto a los demás y es para compartir con los demás”. De esta manera, cuando elevo mi acción de gracias a Dios por todo lo que ha hecho en mí, cuando le doy gracias a Dios por lo que ha hecho en mí, descubro que no canto solo porque otros hermanos y hermanas tienen el mismo canto de alabanza”. (Papa Francisco)

La Iglesia celebra hoy la Conversión de San Pablo.
El hombre rabioso contra todo lo que oliese a cristiano.
El hombre que tiene que quedarse ciego
para aprender a ver de nuevo.
El hombre que tiene que ser derribado del caballo
de su orgullo y fanatismo.
El hombre que tiene que ceder en su orgullo
y dejarse llevar por otros hasta Damasco.

Pablo, el modelo de lo que el encuentro con Jesús
es capaz de hacer en nosotros.
Pablo, el modelo de lo que el hombre puede ser
cuando se deja tocar de la gracia.
Pablo, el modelo de lo que el hombre es capaz de hacer
cuando se entrega a Jesús.

Nada hay que la gracia no pueda cambiar.
Si alguien no estaba preparado para recibir la llamada era Pablo.
Nadie se atrevería a pensar en un Saulo convertido a Cristo.
Y sin embargo cuando Jesús tocó su corazón lo hizo nuevo.
¿Cuándo nos acostumbraremos a creer
en las posibilidades de la gracia?
¿Cuándo nos acostumbraremos a creer
en las posibilidades incluso de los que no creen?

Claro que para ver con ojos nuevos:
Primero Dios tiene que cegarnos con su luz.
Primero Dios tiene que dejarnos pasar por la oscuridad.
Primero Dios tiene que meternos en el túnel de las tinieblas.
No hay amanecer sin que antes hayamos pasado
por la oscuridad de la noche.
Cuando todo queda a oscuras, recién buscamos un rayo de luz.
Cuando no vemos nada, recién ansiamos que alguien nos abra los ojos.
Aunque lo más bello es quedarse ciego por el exceso de luz.
¿Por qué no podemos ver a Dios?
Alguien respondió: por su exceso de luz.
¿Quién puede quedarse mirando los faros de un carro
en la oscuridad de la noche?

Claro que hay que caerse del caballo de nuestro orgullo.
Hay que sentirse derribado de nuestras autosuficiencias.
Hay que sentirse derribado de nuestras ansias de poder.
Hay que sentirse derribado de nuestras seguridades.
Hay que sentirse débil en la humildad de nuestra impotencia.
María dijo: “Has mirado la humildad de tu esclava”.
Encerrados en nuestras autosuficiencias no dejamos resquicio para Dios.
Pablo pregunta ¿quién eres Señor? no montado
a caballo sino caído en el suelo.
Es de rodillas, cuando mejor se escucha.

Los milagros de la gracia:
El que no podía oír hablar de Jesús,
ahora es su mejor apóstol.
El que no podía oír hablar de cristianos,
ahora funda comunidades por todas partes.
El que no podía aceptar que se hablase de Jesús,
ahora lo anuncia por todo el mundo.
El que no quería saber nada de Jesús,
ahora “no quiero saber otra cosa que Cristo y este crucificado”.
Y ahora todo lo ve con ojos nuevos y todos sus pergaminos de antes,
lo considera “una basura”.
El que gozaba viendo cómo apedreaban a Esteban:
ahora tiene que pasar todas, azotes, cárceles, hambre,
sed, naufragios y el martirio.
Ahora como Jesús “se hace todo para todos, para salvarlos a todos”.
Esos son los milagros de la gracia.
Esos son los milagros de Dios.

Hola, Pablo, te felicito por tus coherencias.
Como judío lo fuiste hasta los huesos.
Como cristiano lo fuiste hasta gastar tu vida
por la causa del Evangelio.
¿No nos podías dar un poco de esa tu coherencia
y fidelidad a ti mismo?
¡Que también nosotros necesitamos de conversión!
¡No lo olvides, y aunque no vayamos a caballo
sino en carro o a pie, también nosotros podemos
dejarnos cambiar por el Jesús que te cambió a ti!

Los Santos Inocentes

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“Cuando marcharon los Magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y luego huye a Egipto y quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al ni para matarlo”. José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche, se fue a Egipto y se quedó allí hasta la muere de Herodes. Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años abajo, en Belén, y alrededores…” (Mt 2,13-18)

“Hoy, día de los Santos Inocentes, mientras continúan resonando en nuestros corazones las palabras del ángel a los pastores: «Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador» (Lc 2,10-11), siento la necesidad de escribirte. Nos hace bien escuchar una y otra vez este anuncio; volver a escuchar que Dios está en medio de nuestro pueblo. Esta certeza que renovamos año a año es fuente de nuestra alegría y esperanza.
Durante estos días podemos experimentar cómo la liturgia nos toma de la mano y nos conduce al corazón de la Navidad, nos introduce en el Misterio y nos lleva paulatinamente a la fuente de la alegría cristiana.
Como pastores hemos sido llamados para ayudar a hacer crecer esta alegría en medio de nuestro pueblo. Se nos pide cuidar esta alegría. Quiero renovar contigo la invitación a no dejarnos robar esta alegría, ya que muchas veces desilusionados –y no sin razones– con la realidad, con la Iglesia, o inclusive desilusionados de nosotros mismos, sentimos la tentación de apegarnos a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera de los corazones (cf. Exhorta. Ap. Evangelii gaudium, 83).(Papa Francisco)

La Navidad no solo suena a Villancicos.
Suena también a tambores de guerra.
La muerte no fue una novedad para Jesús.
Desde su nacimiento la muerte le estuvo acompañando.
Nació y vivió dialogando con la muerte.

Mientras en el cielo suenan las voces de los ángeles,
anunciando “la buena noticia, y una gran alegría para todo el pueblo”,
en Belén suenan también los llantos de niños y de sus madres.
Mientras los sencillos pastores acuden al pesebre
al encuentro con el Niño,
en Jerusalén se sienten decepciones, miedos y temblores.
Mientras los sencillos y los humildes “adoran al Niño”,
los grandes tiemblan y planean muertes.
Los grandes no aceptan competencias,
se sienten dueños del mundo y no aceptan
que alguien pueda poner en peligro su trono.

Y los grandes no dudan en arrasar con todo.
Juegan siempre a lo seguro.
“Herodes montó en cólera y mandó matar
a todos los niños de dos años para abajo,
en Belén y alrededores”.
Herodes no anda con bromas, con el poder no se bromea.
Al poder se le respeta y a los poderosos se les respeta.

Lo Niños inocentes pagan siempre las consecuencias.
Estos Niños murieron por Jesús, aún sin ellos conocerlo.
Quisieron matarle a él, y los mataron a ellos.
Cuando alguien nos estorba lo mejor es eliminarlo,
por algo ya dice el refrán: “muerto el perro s acabó la rabia”.
Pero aquí no pudieron eliminarlo a él, otros dieron la vida por él.

Siempre son los inocentes los que pagan los platos rotos.
¿Que ese embarazo me estorba? ¡Fácil, lo eliminamos!
¿Que no queremos hijos? Ahí está en abundancia la anticoncepción.
Siempre tiene que ser el inocente quien tiene
que pagar nuestras facturas.
¡Cuántos Inocentes sufriendo hoy en el mundo, mientras el resto se divierte!

“Si la situación mundial no cambia»,
«167 millones de niños vivirán en la pobreza extrema en 2030,
69 millones de niños menores de cinco años morirán en 2030
y 60 millones de niños no asistirán a la escuela primaria básica».
«El sufrimiento, la historia y el dolor
de los menores abusados sexualmente por sacerdotes».
«Un pecado que nos avergüenza», que hay que «deplorar profundamente»
y por el que «pedimos perdón».
De ahí el llamamiento a «renovar todo nuestro compromiso
para que estas atrocidades no se repitan entre nosotros». (Papa Francisco)

“El último informe de la OIT (Organización Internacional del Trabajo),
publicado en marzo de 2021,
todavía hay 152 millones de niños y adolescentes,
64 millones son niñas y 88 millones son niños,
que son víctimas del trabajo infantil.
La mitad de ellos, 73 millones, se ven obligados
a realizar trabajos peligrosos que ponen en peligro su salud,
seguridad y desarrollo moral”. (Papa Francisco)

Esto todos los sabemos, y, sin embargo, todo seguimos
tranquilos como si aquí no pasase nada.
Todos nos cruzamos en la calle con niños
que han perdido su infancia y adolescencia
y no pueden jugar, ni estudiar.
¡Pero nos dice algo todo esto?

La Navidad no es solo pesebres con ovejitas,
son pesebres con niños desnutridos que caminan
por las calles entre los carros,
para llevarse unos centavos a mamá.
No. Nosotros no somos tan brutos como Herodes.
Nosotros matamos con más elegancia.
Matamos con la indiferencia que duele menos
y causa menos remordimiento.
¿Alguien se siente inocente ante estos “inocentes”?

San Juan, Apóstol y Evangelista

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús y les dijo: “Se ha llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro, se adelantó y no entró”. (Jn 20,2-8)

“Según la tradición, Juan es «el discípulo predilecto», que en el cuarto evangelio se recuesta sobre el pecho del Maestro durante la última Cena (cf. Jn 13, 25), se encuentra al pie de la cruz junto a la Madre de Jesús (cf. Jn 19, 25) y, por último, es testigo tanto de la tumba vacía como de la presencia del Resucitado (cf. Jn 20, 2; 21, 7)
Sabemos que los expertos discuten hoy esta identificación, pues algunos de ellos sólo ven en él al prototipo del discípulo de Jesús. Dejando que los exegetas aclaren la cuestión, nosotros nos contentamos ahora con sacar una lección importante para nuestra vida: el Señor desea que cada uno de nosotros sea un discípulo que viva una amistad personal con él. Para realizar esto no basta seguirlo y escucharlo exteriormente; también hay que vivir con él y como él. Esto sólo es posible en el marco de una relación de gran familiaridad, impregnada del calor de una confianza total. Es lo que sucede entre amigos: por esto, Jesús dijo un día: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. (…) No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15, 13. 15). (Benedicto XVI)

Celebramos hoy la fiesta de Juan el Evangelista.
La verdad que, aún no logro entender por qué
celebrarla en este ambiente navideño.
Tal vez como modelo de relación con Jesús.
Siempre aparece en ese trío de más intimidad
y experiencia de Jesús.

Recibe la llamada el mismo día que Pedro.
Y siempre figura en los momentos decisivos de la vida de Jesús.
En el monte tabor, en la Ultima Cena y al pie de la Cruz.

Lo reconocemos “como el discípulo a quien Jesús tanto amaba”.
¿Por ser el más joven?
¿Por ser el más cercano a Jesús hasta recostar su cabeza
sobre su pecho en la Última Cena?
¿Por ser el más fiel a Jesús?
¿Por ser el único que le acompañó durante la Pasión
hasta la Cruz, mientras el resto permanecía escondido?
¿Por ser el discípulo a quien Jesús encargó a su Madre desde la Cruz?
¿Por se el primero en llegar al sepulcro el día de la Resurrección?

Ciertamente es el que más ampliamente
describe la Última Cena,
los discursos de la Última Cena,
y el que más nos recuerda a todos “el mandamiento del amor”.
Tanto en su Evangelio como en sus Cartas.
Mientras Pedro aparece siempre como la cabeza,
el que tiene siempre la palabra,
el que ejerce la jerarquía,
Juan aparece siempre como el discípulo del amor.

Es significativo el relato de la Resurrección de Jesús:
Pedro y Juan son los dos primeros que reciben
la noticia del sepulcro vacío, por parte de la Magdalena.
Ambos corren al sepulcro, pero el amor siempre
llega antes que la autoridad.
Llega antes, pero sabe reconocer la jerarquía.
Llega primero, pero se queda a la puerta
y deja que primero entre la Jerarquía, Pedro.
Y es curioso, Pedro ve cómo está el sepulcro,
las vendas por el suelo, el sudario enrollado.
Y no se dice más. En cambio, cuando entra el amor,
se dice “vio y creyó”.

Siempre el amor corre más ligero que la cabeza.
Siempre el amor llega antes y va más lejos.
Los carismas siempre preceden a la autoridad y al mando.
Pero saben respetar el mando y la jerarquía.
La última palabra siempre la tendrá la jerarquía.

Los carismas nacen en el pueblo,
pero la palabra de discernimiento
siempre corresponde a la Jerarquía.
Y es aquí donde “la jerarquía necesita
el carisma del discernimiento”;
“para no apagar el espíritu”.
El amor siempre va por delante,
pero siempre respetuoso con lo que dice la cabeza.

Estoy pensando en mi Fundador, San Pablo de la Cruz.
Él recibe el carisma del amor de Dios en su Pasión.
Y él recibe el carisma de fundar una Congregación
que haga memoria y anuncie este amor en la Iglesia.
Pero tendrá que esperar veinte años a que la Jerarquía eclesial
le “apruebe las Reglas y Constituciones”.
Y casi otros tantos para que “le aprueben definitivamente la Congregación”.

Es la fuerza del carisma que sabe aguantar
tantas pruebas y dificultades. Y es la fuerza del amor que sabe esperar hasta el final.
Por algo decimos y cantamos: “el amor no se cansa de esperar”.
Y por algo San Agustín decía: “ama para conocer”,
y no como nosotros solemos decir: “conocer para amar”.
El corazón siempre llega antes que la cabeza.
El corazón siempre llega antes que los pies.
El que “ama de verdad corre más y llega antes”.
Y tiene suficiente energía para “saber esperar”.

San Esteban

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“Dijo Jesús a sus apóstoles: “No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra los padres y los matarán. Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará”. (Mt 10,17-22)

“Este joven servidor del Evangelio, lleno del Espíritu Santo, supo narrar a Jesús con palabras, y sobre todo con su vida. Mirándolo, vemos que se cumple la promesa de Jesús a sus discípulos: “Cuando os maltraten por mi causa, el espíritu de vuestro Padre os dará la fuerza y las palabras para dar testimonio” (cf. Mateo 10, 19-20). En la escuela de San Esteban, que se asemejó a su Maestro tanto en la vida como en la muerte, también nosotros fijamos los ojos en Jesús, testigo fiel del Padre. Aprendemos que la gloria del Cielo, la gloria que dura para la vida eterna, no está hecha de riqueza y poder, sino de amor y de entrega de uno mismo”. (Papa Francisco)

Ayer celebrábamos el Nacimiento de Jesús,
el enviado de Dios al servicio de los hombres.
Hoy celebramos al primer cristiano en dar la vida por Jesús,
en testimonio de Jesús, en testimonio del servicio a los hermanos.
Ayer era Dios que se hace uno de nosotros.
Hoy es uno de nosotros que entrega su vida en nombre de Dios.

Y, aunque parezca algo extraño, el martirio de Esteban
está en la línea de la Navidad.
Porque la Navidad, que está llena de vida divina,
está también llena de amenazas de muerte.
Recién nacido el Niño Jesús es amenazado de muerte,
por los poderes de este mundo;
porque los poderosos tienen miedo a los senillos.
Y hoy vemos a Esteb an, uno de los primeros cristianos
“elegidos para servir a los hermanos”,
enfrentado con los poderes religiosos.

Si Jesús es amenazado por los poderes políticos,
Estaban es amenazado por los poderes religiosos.
Si el poder político es un peligro,
también el poder religioso lo es.

Porque también el poder religioso se resiste al cambio.
También el poder religioso se resiste a renunciar a sus seguridades.

“Para nosotros los cristianos, el cielo ya no está lejano,
separado de la tierra:
en Jesús, el cielo ha descendido a la tierra.
Y gracias a él, por el poder del Espíritu Santo,
podemos tomar todo lo que es humano y orientarlo hacia el Cielo.
De modo que el primer testimonio es precisamente
nuestro modo de ser humanos,
un modo de vida configurado según Jesús:
manso y valiente, humilde y noble, no violento”. (Papa Francisco)

“Esteban fue un diácono, uno de los primeros
siete diáconos de la Iglesia (cf. Hechos 6, 1-6).
Nos enseña a anunciar a Cristo con gestos de fraternidad
y de caridad evangélica.
Su testimonio, que culmina en el martirio,
es una fuente de inspiración para la renovación
de nuestras comunidades cristianas.
Estas están llamadas a ser cada vez más misioneras,
todas ellas orientadas hacia la evangelización,
decididas a llegar a los hombres y mujeres
de las periferias existenciales y geográficas,
donde hay mayor sed de esperanza y de salvación.
Comunidades que no siguen la lógica mundana,
que no se ponen a sí mismas, a su propia imagen, en el centro,
sino sólo la gloria de Dios y el bien de la gente,
especialmente de los pequeños y los pobres”. (Papa Francisco)

Esteban, como diácono, había sido elegido
para “servir a las mesas”;
para servir a los necesitados;
para ayudar “a los comedores de los necesitados”.
Hoy pudiéramos decir que era uno
“de esos que sirven a las ollas comunes”.
Alguien que tiene que vérselas a diario para
que los que no tienen nada, puedan comer,
al menos una vez al día.
¿No pudiéramos declararlo como el Patrono de las “Ollas comunes”?

Esteban no es de la religión del templo.
Son los servidores del templo quienes acaban con su vida.
Un modelo tan necesario hoy para cuantos carecen de una cocina,
carecen de una mesa, carecen de una comida.
Esteban no muere por “servir en el templo”;
muere por decir y enseñar que el verdadero templo
son los pobres, los que no tienen que comer,
los que solo comen una vez al día.
Esteban “no pierde su vida por Dios”,
sino “por darla a los pobres”.
Igualito que Jesús, muere como “el nuevo templo”,
como la nueva religión; la religión del servicio a los necesitados.

San Andrés

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando la red al lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Vengan y síganme, y los haré pescadores de hombres”. Inmediatamente, dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron”. (Mt 4,18-22)

El Papa Francisco en Evangelii Gaudium dice: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso”. «Cada uno de nosotros tiene su propia Galilea, la del primer anuncio. Recuperar esa memoria”. (Papa Francisco)

Y llegamos a último día de noviembre
con la fiesta de San Andrés, apóstol.
Uno de los primeros llamados por Jesús,
junto con su hermano Simón o Pedro.

Una fiesta que nos invita a todos a regresar a nuestros comienzos.
Una invitación a regresar a nuestro Lago y a nuestra Galilea.
En Galilea comienza Jesús a llamar a sus seguidores.
Y en Galilea es también el encuentro del Resucitado
con el primer grupo apostólico.
“Id y decid a mis hermanos que los espero en Galilea”.

Para Simón y Andrés, Galilea es recordar el día
que cambió totalmente sus vidas.
Que, de estar luchando con el lago,
saltaron a los caminos de Jesús.
Que, de estar pescando peces en el lago,
pasaron a ser pescadores de hombres.
Que, de estar remendando redes,
pasaron a su ser sanadores de corazones anunciando el Evangelio.

Galilea les habla “de un Jesús que pasa a su lado”.
Galilea les habla “de un Jesús que los ve y se fija en ellos”.
Galilea les habla “de un Jesús que los elije y llama,
los invita a ser sus compañeros de camino
y de proclamación del Evangelio”.

Es que Galilea nos habla de “los comienzos”.
Y todo comienzo tiene sabor “a algo nuevo”
y también “a algo fundamental”.
Todos celebramos los comienzos de nuestras vidas:
el “día de nuestro cumpleaños”.
Los enamorados celebran el “día del flechazo que hirió
sus corazones con el dardo del amor”.
Los casados celebran el “aniversario de su boda”.

Y como cristianos, todos tenemos “nuestra Galilea”:
Nuestra Galilea bautismal: donde todo comienza de nuevo para nosotros,
una vida nueva de gracia, una nueva condición de hijos.
Y todos estamos llamados a volver a esos comienzos,
para renovar aquel comienzo de seguir a Jesús.
Nuestro bautismo como el primer encuentro de gracia con Dios,
con Jesús, con la Iglesia.
Nuestro bautismo que nos marca y sella para toda nuestra vida.
Nuestro bautismo que nos hace renacer cada día,
nos hace renovar cada día en nuestra fe,
nos hace renovar cada día en nuestra filiación divina.

Nuestra Galilea matrimonial: Regresar “al día de vuestra boda”,
a las alegrías de aquel primer día de esposos;
a las esperanzas florecidas en el árbol de vuestras dos vidas;
a las ilusiones florecidas en el rosal de vuestros corazones.

Mi Galilea vocacional: El día que me sentí tocado por Jesús
dentro de mi corazón, y sentí que me cambiaba de ruta y camino.
Y que quería contar conmigo para ayudarle en su obra salvífica.
Fue como una corriente eléctrica que culebreó por todo mi ser.

Mi Galilea sacerdotal: Un día con mucho frío
pero con unas ilusiones ardiendo por dentro.
Con mis manos consagradas para bendecir
y perdonar y acariciar.
Con mi ministerio de poderlo “encarnar cada día en el altar”
y compartirlo con todos mis hermanos, en comunión.
De seguro que Andrés no recuerda el día que Jesús
le sorprendió en el lago.
Yo sí puedo recordar aquel 13 de marzo de 1954.

Recordar, volver a nuestros comienzos,
no es para quedarnos allí, sino para fortalecer nuestro hoy,
nuestro presente y fortalecer nuestro amor,
y fortalecer la alegría de nuestro sí al Señor.
Recordar y volver a los comienzos es renovar.

Lo que nos dice el Papa Francisco:

“Cuando el Señor viene a nuestra vida,
cuando pasa por nuestro corazón, siempre te dice una palabra
y también esta promesa: «Ve adelante… ánimo, no temas,
porque tú harás esto».
Es una invitación a la misión, una invitación a seguirlo a Él.
Y cuando sentimos este segundo momento,
vemos que hay algo en nuestra vida que no va,
que debemos corregir y lo dejamos, con generosidad.
O incluso si hay en nuestra vida algo bueno,
pero el Señor nos inspira a dejarlo,
para seguirlo más de cerca, como ha sucedido aquí:
estos han dejado todo, dice el Evangelio.
«Y arrastradas las barcas a la tierra, dejaron todo:
barcas, redes, todo… Y lo siguieron».