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Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Miércoles de la 2 a. Semana – Ciclo A

Flickr: giveawayboy

San José

“María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla… José no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. (Mt 1,16.18-21.24)

Hoy la Iglesia celebra la fiesta de San José.
La verdad que, me extraña la fecha, al menos si nos atenemos al Evangelio.
Porque ¿por qué el 19 San José, si luego la Anunciación la celebramos el 25 de este mes?
Los apuros de José vienen luego que María está embarazada.
Y en cambio el Evangelio de hoy nos relata estos apuros antes de que ella concibiera.

Me imagino que la anunciación la celebramos el 25 para que coincida con el 25 de diciembre, como Navidad.
Pero no creo que eso sea el problema.
El problema es José en el misterio de la encarnación de Jesús.
La liturgia nos presenta a José como una especie de oasis en el desierto de la Cuaresma.
José:
El hombre del silencio. No tenemos ni una sola palabra suya.
El hombre de una gran nobleza de corazón.
El hombre que, en el silencio de la fe, acepta el misterio que no entiende.

José el hombre del silencio.
Nosotros hablamos mucho y decimos poco.
Nosotros hablamos mucho y nuestras vidas hablan poco.
Somos palabras. Como comentaba un amigo mío sobre un predicador: “Naufragio de ideas en un mar de palabras”.
Carecemos de ese silencio que escucha.
Cuando callamos y hacemos silencio en nosotros comenzamos a escucharnos a nosotros mismos y a Dios que habla silenciosamente “en sueños”.

Los caminos del silencio de Dios:
Uno se pregunta si María también guardó silencio y no le dijo nada a José, a la espera de que el mismo Dios que crecía en sus entrañas se hiciese palabra también en el silencio.
¿No sería porque ella estaba segura de que también José tuviese su propia anunciación?
¿Y que también José tuviese que dar “su sí” a Dios en el misterio de lo desconocido?

La nobleza de un corazón:
Nada de escándalos.
Nada de alborotos y problemas.
También él vive ese silencio respetuoso y misterioso.
¿Por qué dejarla en mal lugar ante el resto de vecinos?
Cumplir la ley, sí, pero en secreto, sin publicidad alguna.

Bella imagen para cuantos:
Nos encanta el escándalo.
Nos encanta sacar ruido con la noticia.
Nos encanta la crítica, el desprestigio y la publicidad.
Nos encanta el escándalo, por encima del respeto a la dignidad de las personas.

El hombre que cree sin ver:
También José tiene su anunciación en un momento sumamente doloroso.
Como María tampoco él pudo entender lo que estaba sucediendo.
Pero, allí estaba la palabra de Dios.
Una palabra aceptada sin comprenderla.
Una que le devuelve la paz haciendo “lo que Dios le había dicho por el ángel”.
¿De qué hablarían luego María y José, al ver descubierto el misterio de la encarnación?
Es posible que los dos siguiesen guardando en silencio el misterio.
Es posible que los dos renovasen el “hágase en nosotros según tu palabra”.

No pretendamos comprender los caminos de Dios.
No pidamos explicaciones a Dios.
No pidamos “porqués” a Dios.
A Dios se le cree por lo que nos dice.
A Dios le damos la confianza de nuestro corazón.
Nuestras vidas están llenas de preguntas.
Sólo Dios tiene respuestas.
Dios nos pide cosas que, hasta pueden parecer absurdas.
José no pidió explicaciones a Dios. Obedeció.
Más entiende el corazón en silencio, que la mente alborotada de teologías.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 32 a. Semana

“Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. (Lc 17,7-10)

Si miramos un poco nuestro corazón, nos daremos cuenta de que, de una manera muy sutil, todos llevamos un tufillo de vanidad y orgullo por lo bueno que hacemos.
Yo entiendo que cuando hacemos el bien sintamos gozo y alegría.
Como cuando hacemos el mal sintamos fastidio y tristeza.

Sin embargo una cosa es la alegría de la bondad y otra el orgullo y la vanidad.
Nosotros tenemos un corazón para amar.
Alegrémonos porque amamos.
Nosotros tenemos una inteligencia para buscar la verdad.
Alegrémonos de encontrarla.
Nosotros tenemos unas manos para trabajar.
Alegrémonos de lo que hemos hecho.
Nosotros tenemos unos pies para andar.
Alegrémonos del camino andado.
Tenemos unos ojos para ver.
Alegrémonos de lo que vemos.

Cuando amamos, “hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
Cuando buscamos la verdad, “hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
Cuando caminamos, “hemos hecho lo que teníamos que hacer”.
Cuando vemos, “hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

En la vida espiritual nos sucede lo mismo:
¿Hemos amado al hermano? No hemos hecho nada extraordinario. Hemos hecho lo que teníamos que hacer.
¿Hemos perdonado al hermano? Nada extraordinario. Hemos hecho lo que teníamos que hacer.
¿Hemos servido al hermano? Nada de otro mundo. Hemos hecho lo que teníamos que hacer.
¿Hemos orado a Dios? Hemos hecho lo que teníamos que hacer.
¿Hemos comulgado? Hemos hecho lo que teníamos que hacer.

Ni nosotros tenemos por qué orgullecernos.
Ni Dios queda deudor por lo que hacemos.
Somos siervos que hacemos lo que tenemos que hacer.
Si te amo, no tienes por qué agradecerme.
Al contrario soy yo quien tendría que alegrarme de haber hecho lo que tenía que hacer.
Si te sirvo, no tienes por qué agradecerme.
Más bien soy yo quien tendría que sentirme feliz de haber hecho lo que tenía que hacer.

No es Dios el que tiene que estarnos agradecidos.
Al fin y al cabo no le hacemos ningún favor.
El favor nos lo hacemos a nosotros mismos.
Si amo, me estoy rejuveneciendo a mí mismo.
Si sirvo, me estoy abriendo a los demás.
Si comulgo, me estoy llenando yo de Dios.

No hay motivo para sentir importantes sino “pobres siervos” que “hemos hecho simplemente lo que teníamos que hacer”.
Hemos cumplido con nuestro deber.
Hemos cumplido con lo que estamos llamados a ser.
Hemos cumplido con lo que Dios quiere que hagamos.
La flor cumple como flor siendo flor.
El creyente cumple como creyente, viviendo las exigencias de su fe.

Somos siervos:
Porque hemos sido elegidos por El.
Porque hemos sido comprometidos a continuar su misión.
Porque tenemos conciencia de que lo que hacemos lo hacemos en su nombre.
Pero unos siervos a los que el mismo Jesús llama “mis amigos”.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado después de Pentecostés – Ciclo B

“Se le acercaron los sumos sacerdotes, los escribas y ancianos, y le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces eso? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?” Jesús les respondió: “Os voy a hacer una pregunta y, si me contestáis os diré con qué autoridad hago esto… Y respondieron: “No sabemos”. (Mc 11,27-33)

Flickr: Oberazzi

Siempre resulta más fácil preguntar a los demás.
Siempre es más fácil cuestionar lo que hacen los demás.
Siempre es más fácil poner en duda lo dicen y hacen los demás.
“¿Con qué autoridad haces eso?”

Lo difícil resulta cuando son otros los que nos preguntan a nosotros.
Sobre todo cuando el que pregunta es Jesús.
Lo difícil es dejarnos cuestionar a nosotros.
Lo difícil es dar razón de las cosas que decimos.
Lo difícil es dar razón de las cosas que hacemos.
Entonces preferimos salirnos de la cancha con la evasiva:
“No sabemos”.

La pregunta “Por qué hacemos lo que hacemos” es una pregunta radical y esencial.
Nos da miedo preguntarnos a nosotros mismos.
Pero también nos suele dar miedo preguntar ciertas cosas hoy en la Iglesia.
¿Con qué autoridad se imponen ciertas cosas?
¿Con qué autoridad se exigen ciertas obligaciones?
¿Con qué autoridad imponemos silencio a los que dicen lo que no nos gusta?
¿Con qué autoridad mandamos callar a los que nos molestan?
¿Con qué autoridad mandamos guardar silencio a los que piensan diferente?

Jesús no respondió “con qué autoridad hacía lo que hacía”:
Porque sabía que eran preguntas capciosas.
Porque sabía que eran preguntas maliciosas.
Y quien pregunta con malicia no busca la verdad.
Quien pregunta con malicia no lo hace para saber.

Sin embargo hay preguntas sinceras que buscan la verdad.
Y Jesús no hace preguntas capciosas sino preguntas que van a las raíces.
Además, todos tenemos derecho a preguntar por la verdad.
Todos tenemos derecho a preguntar por qué se exigen ciertas cosas.
Todos tenemos derecho a preguntar por qué se imponen ciertos silencios.

Estamos acostumbrados a una “obediencia ciega”, que precisamente por ser ciega, no sabemos para qué sirve.
La obediencia ciega no es una obediencia racional.
La obediencia ciega no es una obediencia humana.
La obediencia ciega crea ciegos que caminan como ciegos.
La obediencia ciega no es más obediencia por ser ciega.
La obediencia es más obediencia cuando soy consciente de por qué obedezco.
La obediencia ciega engendra:
Hombres y mujeres aniñados.
Cristianos y cristianas aniñados.
Ciudadanos niños aniñados.

Pero si tenemos derecho a preguntar, también tenemos la obligación de preguntarnos a nosotros mismos y dejarnos preguntar:
Está bien que preguntemos a la Iglesia.
Pero también la Iglesia tiene derecho a preguntarnos:
¿Qué hacemos en la Iglesia?
¿Qué hacemos por la Iglesia?
¿Qué hacemos para que la Iglesia sea más testimonial?
¿Qué hacemos para que la Iglesia sea más creíble?

Está bien que le preguntemos a Jesús.
Pero preguntarle con sinceridad y no maliciosamente.
Pero también hemos de dejarnos preguntar por él.
Y sin salirnos por la tangente de decirle “no sabemos”.

Pensamiento: Quien pregunta honestamente es que quiere saber. Quien se deja preguntar sin dobleces, es que quiere sincerarse consigo mismo.

Clemente Sobrado C. P.