No ver los signos

Domingo 18 b del ordinario

Jesús no es de los que se entusiasma y emborracha con ese olor de multitudes. Al contrario, es bien claro al juzgar las razones por las que la gente le sigue. En el fondo, no han entendido el milagro de la multiplicación de los panes. Lo han visto más con los ojos del estómago que con los ojos del corazón.

Lo han visto más con el agradecimiento del hambre saciada que con los ojos de la fe. Lo han visto más como panadero que reparte pan gratis que como El mismo haciendo el pan de la Vida. Por eso, le siguen, más con el estómago que con el corazón. “Os aseguro, me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”.

Jesús no hace milagros simplemente por solucionar los problemas humanos sino como señales del Reino. En este caso de la multiplicación de los panes, Jesús lo que pretende es una demostración de cómo celebrar la Eucaristía y como preparación para el anuncio de El mismo como “el pan de vida”.

Pero, nuestra miopía espiritual nos impide ver más allá de las cosas. Las cosas se nos presentan como una especie de muro que nos impide ver lo que hay al otro lado.

Vemos la vida de cada día, pero no la vemos como un regalo de Dios.
Vemos el pan de cada día, pero no vemos en él el regalo del don de Dios.
Vemos el amor humano, pero somos incapaces de ver que amamos porque primero El nos amó y nos ha hecho capaces de amar.
Vemos al que nos pide pan, pero no vemos a Jesús hambriento.
Vemos al que nos pide un vestido, pero no vemos a Jesús desnudo.
Vemos al enfermo que sufre, pero no vemos a Jesús enfermo.
Vemos al encarcelado, pero no vemos a Jesús en la cárcel.
Vemos al anciano solitario, pero no vemos a Jesús abandonado de todos.

Alguien definió la fe como “un mirar las cosas por detrás”.
Vemos la muerte como una desgracia, pero no vemos la vida que brota de ella.
Vemos el sufrimiento como una maldición, pero no vemos que detrás puede haber una llamada a la fidelidad.

Y esto mismo nos sucede con Dios:
Vemos a Dios como el omnipotente que tiene que solucionar todos nuestros problemas, pero no vemos el amor de Dios.
Vemos a Dios como el que tiene que darnos trabajo, curar nuestras enfermedades, pero no vemos a Dios como vida, como trascendencia de las miserias humanas.

Dios no se revela a sí mismo si no es a través de las realidades humanas. Y de alguna manera, todos nos parecemos a aquellos que le siguen “sin haber visto los signos”. Vieron el pan y el pescado. Pero no el signo, lo que había detrás del pan y del pescado.

Hoy hablamos mucho de los “signos de los tiempos”. ¿No será una frasecita más de esas que suenan bien, pero que nosotros seguimos viendo los acontecimientos de los tiempos, pero el signo a través del cual Dios nos quiere hablar y decir algo.

¿Que hoy la Iglesia está perdiendo credibilidad incluso entre los creyentes?
¿Y eso qué nos está diciendo a nosotros?
¿Que hoy muchos abandonan la Iglesia porque no encuentran en ella respuesta a sus dudas e inquietudes?
¿Y eso qué nos está diciendo a nosotros?
¿Que hoy la juventud ya no se acerca a la Iglesia?
¿Y eso qué nos está diciendo a nosotros?

No basta leer los periódicos ni ver las noticias en la TV o escucharlas en la radio.
¿No habrá en todas esas noticias “unos signos” a través de los cuales Dios también nos está queriendo decir algo?

Les cuento cómo Dios habla a través de una simple postal.
Cuando el seminario Pasionista me envió una postal diciéndome que podía ir pues tenían una Beca para mí, mientras yo estaba de camino del Seminario, otra postal llegaba a mi casa diciendo que no fuese, que había habido un equívoco.

Pero yo llegué al Seminario antes que la postal llegase a mi casa. No me hicieron problema y seguí con la idea de que alguien pagaba mi carrera.

En mi primera Misa en el pueblo, catorce años más tarde, a la hora del café, el sacerdote que me había encaminado, sacó del bolsillo la bendita postal que conservó cuidadosamente, y me la entregó delante de todos. Cuando la leí creo que me sentí más emocionado que en la misma Misa. Fue en un instante donde se me clarificó totalmente mi vocación. No había dudas de que Dios me había llamado, porque mientras los hombres me decían no, Dios me estaba diciendo sí. Es posible que el mayor signo de la verdad de mi vocación la haya descubierto en esa postal. Una postal no era nada, pero era una señal, un signo de Dios sobre mi vida.  En ella descubrí a Dios y me descubrí a mí mismo.

Oración
Señor: Tú, mejor que nadie, lees las razones del corazón humano.
No siempre nuestra fe es desinteresada.
No siempre nuestra fe logra ver más allá de las cosas y acontecimientos.
Te pedimos nos hagas ver tus signos y señales.
Que aprendamos a leer en lo que pasa a nuestro lado tus planes y proyectos.
Que nuestros ojos no se queden al lado de acá de las cosas sino que
sepamos verlas por detrás, al otro lado.
Enséñanos a verte y reconocerte en todo aquello que nos rodea.

Clemente Sobrado C. P.

www.iglesiaquecamina.com

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