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Palabras de esperanza: Martes 4 de Cuaresma

P. Clemente Sobrado cp.

“¿Quieres quedar sano? Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina… Hoy es sábado y no se puede llevar la camilla. El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar. ¿Quién es el que te ha dicho que tomes tu camilla y eches a andar? Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: Mira, has quedado sano, no peques más no sea que te suceda algo peor. Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había curado. Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado”. (Jn 5,1-3.5-16)

“Jesús le pregunta si quiere ser sanado. La respuesta es muy interesante. Él no dice “sí”. ¡Él se queja! Ese hombre estaba en pecado. Era el pecado de sobrevivir quejándose de los demás. Esta es la semilla del Demonio: la incapacidad de tomar una decisión sobre la propia vida, y en vez, quejándose a los demás de que era “una víctima de la vida”. (Papa Francisco)

El Evangelio de hoy comienza dando constancia
que “allí estaban echados enfermos,
ciegos, cojos, paralíticos, que aguardaban el movimiento del agua”.
Como quien dice todo un Hospital.
Y curioso, Jesús solo se fija en uno
“que llevaba treinta y ocho años enfermo”.

Y no es que él le grite para que se fije en él.
Es Jesús el que “lo ve”.
Un enfermo resignado y acostumbrado a su enfermedad.
Es Jesús quien le pregunta “¿quieres quedar sano?”
Y la respuesta de este paralítico es desconcertante.
Después de tantos paralítico demuestra indiferencia
y hasta se atreve a culpar de su enfermedad a los demás:
No dice “Claro que quiero, por eso estoy aquí”.
Habla resignado y desesperanzado:
“No tengo a nadie, todos me ganan la delantera”.

“Acostumbrarnos”, “resignarnos”,
el gran peligro de nuestras vidas.
Llegar a esa indiferencia “de salir adelante”.
Llegar a esa pasividad de “no tener ganas de cambiar”.
Resignarnos a lo que “somos y siempre fuimos”.
Sentirnos bien “con nuestra vulgaridad”.
Identificarnos con lo vulgar de nuestras vidas
y no sentir aspiraciones de un futuro mejor.
Sentirnos tranquilos así, justificando nuestra
“pereza espiritual”, “nuestra indolencia espiritual”,
“nuestra falta de ganas de cambio”, culpar a los demás.
“No tengo a nadie…” No tengo quién decida por mí
y yo soy incapaz de tomar decisiones.
No tengo quien me sane el alma,
y yo no tengo fuerzas para cambiar.

El Papa Francisco hace un comentario muy bueno:

“La mediocridad, la flojera, es venenosa. ¡Ataca el alma!
Es también una droga. Si la consumes mucho,
comenzará a gustarte: comienzas a ser adictivo
a la tristeza y a la quejumbre.
Y éste es un pecado que es bastante habitual entre nosotros”.

Y Benedicto XVI decía:

“El paralítico es imagen de todo ser humano
al que el pecado impide moverse libremente, caminar
por la senda del bien, dar lo mejor de sí (…)”

¡Qué peligroso es resignarnos “a ser simplemente buenos”,
cuando pudiéramos ser mejores!
¡Qué peligroso es acostumbrarnos a la vulgaridad,
y no sentir necesidad de superarnos espiritualmente!
¡Qué peligroso es que los pastores acostumbremos
a nuestros fieles “al mínimo”
y no les pongamos por delante “ese plus de santidad”!
¡Cuántas santidades fracasadas,
porque nos dedicamos a “peluqueros de ideales”,
y no nos atrevemos a presentar ideales más altos!

Juan Pablo II nos proponía al comenzar
este milenio “una pastoral de Santidad”:

“En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva
en la que debe situarse el camino pastoral
es el de la santidad”.(NMI 30)
“Terminado el Jubileo, empieza de nuevo el camino ordinario,
pero hacer hincapié en la santidad
es más que nunca “una urgencia pastoral”.
“Pero el don se plasma a su vez en un compromiso
que ha de dirigir toda la vida cristiana:
«Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3).
Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos:
«Todos los cristianos, de cualquier clase o condición,
están llamados a la plenitud de la vida cristiana
y a la perfección del amor».

Y añadía:

“Recordar esta verdad elemental, poniéndola
como “fundamento de la programación pastoral”
que nos atañe al inicio del nuevo milenio,
podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico.
¿Acaso se puede «programar» la santidad?
¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral?

“En realidad, poner la programación pastoral
bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias.
Significa expresar la convicción de que,
si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios
por medio de la inserción en Cristo
y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido
contentarse con una vida mediocre,
vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial.
Preguntar a un catecúmeno, «¿quieres recibir el Bautismo?»,
significa al mismo tiempo preguntarle, «¿quieres ser santo?»
«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. (NMI 31)

Queridos amigos “no seamos paralíticos resignados a no ser santos”.
No creáis a quienes os lo ponen todo “por el camino de lo fácil”.
Creamos a Jesús que nos dice “Sed santos como vuestro Padre es Santo”.

Palabras de esperanza: Jueves 1 de Cuaresma

P. Clemente Sobrado cp.

“Dijo Jesús a sus discípulos: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe; quien busca encuentra y al que llama se le abre”. (Mt 7,2-12)

“Por tanto no sólo el amigo que nos acompaña en el camino de la vida nos ayuda y nos da lo que nosotros pedimos: también el Padre del cielo que nos ama tanto y del cual Jesús ha dicho que se preocupa por dar de comer a los pájaros del campo. Jesús quiere despertar la confianza en la oración y dice: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca encuentra, y a quien llama se le abre. Esta es la oración: pedir, buscar cómo llamar al corazón de Dios. Y el Padre dará el Espíritu Santo al que se lo pide”. (Papa Francisco)

Tres verbos de ida: “Pedid”, “buscad”, “llamad”.
Tres verbos de vuelta: “se os dará”, “encontraréis”, “se os abrirá”.
Son los seis verbos con los que nosotros debiéramos
ponernos delante de Dios:

“Pedid”. Dios no necesita nada de los nuestro.
Pero Dios tiene todo para darlo.
Dios no necesita que le demos.
Pero a Dios le sobra todo para dárnoslo.

Cuando nos ponemos a orar delante de Dios,
no tenemos mucho que ofrecerle.
Pero tenemos mucho que necesitamos.
Y, por tanto, mucho que pedirle.

Oramos como “necesitados”.
Oramos como “vacíos”, como botella vacía que asomamos
al caño para llenarla de agua.
Y Dios que nos conoce, a parte de los vacíos que nosotros
le presentamos, él “conoce otros vacíos”,
que también tenemos que llenar.

Pero hay aquí dos verbos que tenemos que saber conjugar bien.
Sabemos conjugar bien el “pedir”.
¿Pero sabemos conjugar igualmente el “recibir”?
Porque no podemos pedir, “si dudamos de recibir”.
Ante Dios no caben las dudas de “recibir”.
No dudamos de “nuestras necesidades”.
No dudemos de “sus generosidades”.

“Buscad”. El hombre es un “ser necesitado”.
Pero también es “un ser que busca”.
Buscamos en los bolsillos, buscamos en los bolsos.
Buscamos caminos y buscamos la verdad.

Me encantan “los hombres que buscan”,
siempre tienen algo nuevo que encontrar.
No me gustan “los que creen tenerlo todo”,
y “haberlo encontrado todo”.
El hombre es un ser que se pasa la vida “buscando”.
Buscamos cosas, buscamos respuestas
y hasta nos buscamos a nosotros.
El que busca siempre encuentra algo nuevo.
Las necesidades nos hacen “buscar”.
Cómo han estado en “condición de búsqueda los laboratorios
para encontrar la vacuna contra este dichoso virus”.
El hombre es un “ser que busca a Dios” toda su vida.
Siempre encontrándolo, y siempre en búsqueda de él,
porque nunca le encontraremos del todo,
porque cada día Dios es novedad en nuestras vidas.
El hombre es un “ser que busca la verdad”,
la encuentra y la sigue buscando.
Creo fue Descartes quien dijo:
“Si buscas a Dios, es que ya lo has encontrado”.
Y el que busca “encuentra” y sigue buscando y sigue encontrando.
Para el que busca siempre hay cosas nuevas.
Para el que no busca, todo se hace viejo y usado.

“Llamar”. Nosotros nos pasamos la vida llamando
“a las puertas del corazón de Dios”.
Y Dios se pasa la vida “llamando a las puertas
del corazón humano”.
Con una gran diferencia: Nosotros a veces nos cansamos
de llamar a Dios, porque creemos que no nos abre su corazón.
Mientras que Dios no se cansa de llamar a nuestros corazones,
aunque de verdad no le queramos abrir la puerta.

Me encanta lo que dice el Apocalipsis:
“Mira que estoy a la puerta y llamo;
si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”. (Ap 3,20)

Y Lope de Vega escribe:

“¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras
pues no te abría! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!»
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!”

Seamos de los que “pedimos, buscamos y llamamos”.
Y seremos los que “recibimos, encontramos y abrimos”.

Palabras de esperanza: Miércoles 6 del Tiempo ordinario

P. Clemente Sobrado cp.

“Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Le trajeron un ciego, pidiéndole lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó la saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo? Empezó a distinguir, y dijo: Veo hombres, me parecen árboles, pero andan. Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado, y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a casa. No se lo digas a nadie en el pueblo”. (Mc 8,22-26)

“Este es un pasaje del Evangelio que hace ver el drama de la ceguera interior de mucha gente, también la nuestra porque nosotros algunas veces tenemos momentos de ceguera interior. Nuestra vida, algunas veces, es semejante a la del ciego que se abrió a la luz, que se abrió a Dios, que se abrió a su gracia. Hoy, somos invitados a abrirnos a la luz de Cristo para dar fruto en nuestra vida, para eliminar los comportamientos que no son cristianos; todos nosotros somos cristianos, pero todos nosotros, todos, algunas veces tenemos comportamientos no cristianos, comportamientos que son pecados. Debemos arrepentirnos de esto, eliminar estos comportamientos para caminar con decisión por el camino de la santidad, que tiene su origen en el Bautismo. También nosotros, en efecto, hemos sido «iluminados» por Cristo en el Bautismo, a fin de que, como nos recuerda san Pablo, podamos comportarnos como «hijos de la luz», con humildad, paciencia, misericordia. Abrámonos a la luz del Señor, Él nos espera siempre para hacer que veamos mejor, para darnos más luz, para perdonarnos.” (Papa Francisco)

Un Evangelio lleno de enseñanzas y lleno de ternura y delicadeza.
No hay alborotos, no hay espectáculo.
Todo él está lleno de ternura y de humanidad.

“Le trajeron un ciego, pidiéndole lo tocase”.
Comenzamos por la delicadeza de quienes
sienten lástima de este hombre ciego.
Otra vez aparece el anonimato del servicio y el amor.
“Le trajeron”. No sabemos ni quienes eran
ni qué relación tenían con el ciego.
Es decir, es la delicadeza y la bondad
de cada uno de nosotros para con los que sufren.
El amor no necesita apellidos.
Como dice el refrán: “Haz el bien y no mires a quién”.
No se hace el bien portando cartelones.

“Pidiéndole lo tocase”.
Ni siquiera dicen que lo sane, le haga ver.
Simplemente le dicen “que lo toque”.
Me encanta esta sencillez de oración,
porque en realidad es una oración.
Les basta que “lo toque”, el resto vendrá por su cuenta.
¡Cuántas complicaciones a veces, en nuestra oración!
¿No bastaría decirle: “Señor tócame”?
“Señor, toca mi corazón”.
“Señor, toca mi alma”.
“Señor, toca mi voluntad, toca mi cuerpo enfermo”.

“Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano,
le untó la saliva en los ojos, le impuso las manos”.
Y cuanta delicadeza y bondad y ternura la de Jesús.
Lo saca de en medio de la gente, fuera del pueblo.
No quiere espectáculo, sino quiere entablar
una relación personal con el ciego.
“Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano”.
Comienza una relación de confianza, de seguridad y confianza.
¡Qué importante es tomarnos de la mano,
en señal de cercanía, en señal de amistad!
“Le untó la saliva en los ojos, le impuso las manos”.
Todos gestos de proximidad, de intimidad, de humanidad.

Y comienza un diálogo de ternura:
“y le preguntó: ¿Ves algo?”
“Empezó a distinguir, y dijo: Veo hombres,
me parecen árboles, pero andan”.
Creo que es la primera y la única vez que Jesús cura
y sana despacio, en un proceso de sanación,
como quien tiene todo el tiempo del mundo para él.
Como quien le va dando tiempo para irse madurando interiormente.
“Empezó a distinguir”, pero todavía de un modo medio borroso.
Comienza a ver, pero aun ve la “realidad distorsionada”.
Y “comienza no a ver cosas”, sino “a ver hombres”.
Comienza en él un proceso de ver de otra manera a la gente.
Primero “hombres como árboles, pero andan”.
Nosotros comenzamos por ver “cosas”,
éste comienza “por ver personas”.

Es el proceso de la fe en cada uno.
Comenzamos “a ver la gente de otro modo”.
Al principio puede ser de manera distorsionada,
luego la “vamos viendo como algo normal”.

“Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró:
estaba curado, y veía todo con claridad”. Jesús lo mandó a casa”.
Al principio de nuestra conversión puede
que distorsionemos un poco las cosas.
“Distorsionemos a los hombres viéndolos como árboles”.
Pero Jesús sigue sanando nuestro corazón
y terminamos poniendo las cosas en su lugar.
Viéndolos en su verdadera estatura y tamaño.
Viéndolos como Dios los ve.
¡Ver a la gente, antes que a las cosas!
¡Qué linda pedagogía la de Jesús!
¡Que no sean las cosas las que nos impiden ver a la gente,
sino que veamos las cosas a través de los hombres!
¡Primero las personas antes que las cosas!

“Jesús lo mandó a casa”.
No dice que se lo devolvió a los que lo llevaron,
dependiente de ellos.
Ya no depende de los demás, ahora puede regresar
él mismo por su propio pie.
Ahora ya es libre. Ya se vale por sí mismo.
¡Importante lección! No hacer el bien para ganarnos alguito,
para hacer a los otros dependientes de nosotros,
sino para que se sientan libres.
Así es la ternura de Dios, cuando sana nuestro corazón.
Nos hace libres para poder regresar a casa renovados y en libertad.

Palabras de esperanza: Martes 4 del Tiempo ordinario

P. Clemente Sobrado cp.

A ti te digo levantate

“Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: Mi niña está en las últimas; ven, pon tus manos sobre ella, para que se cure y viva”. Talitha qumi (que significa: contigo hablo, niña, levántate. La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar, tenía doce años. Les insistió en que nadie se enteras; y les dijo que dieran de comer a la niña”. (Mc 5,21-43)

“En esta página del Evangelio se entrelazan los temas de la fe y de la vida nueva que Jesús ha venido a ofrecer a todos. Entrando en la casa donde la muchacha yace muerta, Él echa a aquellos que se agitan y se lamentan (cf. v. 40) y dice: «La niña no ha muerto; está dormida» (v. 39). Jesús es el Señor y delante de Él la muerte física es como un sueño: no hay motivo para desesperarse. Otra es la muerte de la que tener miedo: la del corazón endurecido por el mal. ¡De esa sí que tenemos que tener miedo! Cuando sentimos que tenemos el corazón endurecido, el corazón que se endurece y, me permito la palabra, el corazón momificado, tenemos que sentir miedo de esto. Esta es la muerte del corazón. Pero incluso el pecado, incluso el corazón momificado, para Jesús nunca es la última palabra, porque Él nos ha traído la infinita misericordia del Padre. E incluso si hemos caído, su voz tierna y fuerte nos alcanza: «Yo te digo: ¡Levántate!». Es hermoso sentir aquella palabra de Jesús dirigida a cada uno de nosotros: «yo te digo: Levántate. Ve. ¡Levántate, valor, levántate!». Y Jesús vuelve a dar la vida a la muchacha y vuelve a dar la vida a la mujer sanada: vida y fe a las dos”. (Papa Francisco)

El amor de los padres es un amor profundo.
Este hombre siente que su hija se le va de las manos,
siente que su hija se le muere.
Él mismo lo confiesa “mi niña está en las últimas”.
Y acude a Jesús y se pone de rodillas y le ruega.
Solo le pide una cosa “ven y ponle las manos sobre ella,
para que se cure y viva”.

Es una fe “llena de amor hacia su hija”.
Es una fe “llena de confianza en Jesús”.
Sabe que basta con “ponerle las manos”,
“basta que la toques”.

Aquí el amor se mide por la fe y la fe se mide por el amor.
Cuando se trata de los hijos, los padres con capaces de cualquier cosa.
Hace unos meses los medios de comunicación
daban la noticia de un padre que había cedido
uno de sus riñones a un hijito que estaba
en parecidas circunstancias.
Todo el mundo comentaba el amor de este padre.
Es que el amor de los padres es así de sincero.
Por los hijos, ¡cualquier cosa!

Pero no basta el amor a la niña, está de por medio,
la gran fe de este hombre en Jesús.
Es una petición “cargada de fe”.
Es una petición “cargada de insistencia”;
de “confianza y de seguridad en Jesús”.

Le anuncian que no pierda el tiempo con Jesús,
porque la niña ya ha muerto.
Y Jesús le da unas palabras de consuelo y esperanza.
“No temas; basta que tengas fe”.
Y el hombre, a pesar de la mala noticia,
no se echa a llorar, sigue con Jesús camino de su casa.

Para Jesús, la muerte del cuerpo es un “dormirse”.
“La niña no está muerta, está dormida”.
Y aunque todos “se rían de Jesús”,
Jesús entra con el padre a donde está la niña.
No sé cuántos tendríamos una fe tan profunda,
que “aún ante el anuncio de la muerte”,
“sigamos creyendo que Jesús puede devolverla a la vida”.

El Papa Francisco nos dice en su comentario:
“Se trata de dos relatos entrelazados, con un único centro:
la fe, y muestran a Jesús como fuente de vida,
como Aquél que vuelve a dar la vida a quien
confía plenamente en Él.
Los dos protagonistas, es decir, el padre de la muchacha
y la mujer enferma, no son discípulos de Jesús
y sin embargo son escuchados por su fe.
Tienen fe en aquel hombre.
De esto comprendemos que en el camino del Señor están admitidos todos:
ninguno debe sentirse un intruso o uno que no tiene derecho.
Para tener acceso a su corazón, al corazón de Jesús
hay un solo requisito: sentirse necesitado de curación y confiarse a Él.
Yo os pregunto:
¿Cada uno de vosotros se siente necesitado de curación?
¿De cualquier cosa, de cualquier pecado, de cualquier problema?
Y, si siente esto, ¿tiene fe en Jesús?
Son dos los requisitos para ser sanados,
para tener acceso a su corazón: sentirse necesitados de curación y confiarse a Él.
Jesús va a descubrir a estas personas entre la muchedumbre
y les saca del anonimato, los libera del miedo de vivir y de atreverse.
Lo hace con una mirada y con una palabra
que los pone de nuevo en camino después
de tantos sufrimientos y humillaciones.
También nosotros estamos llamados a aprender
y a imitar estas palabras que liberan
y a estas miradas que restituyen,
a quien está privado, las ganas de vivir”.

La verdad de la fe, la autenticidad de la fe,
no se manifiesta en los momentos fáciles de la vida,
cuando todo nos sale bien,
sino en los momentos en los que diera la impresión
de que ya no queda ninguna esperanza.
Cuando todo nos parece perdido, aún seguimos creyendo.
Cuando todo nos parece muerto, aún Jesús se presenta como vida.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 17 – Ciclo B

“Se sentaron; solo los hombres eran cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie”. (Jn 6,1-15)

Un primer dato que aparece como fondo del relato de la multiplicación de los panes: “Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos”. Más adelante da la cifra, creo que un poco a ojo de buen cubero, de unos “cinco mil hombres”.

Jesús no es los que hace propaganda.
Tampoco de los que amenaza con la condenación.
Tampoco de los que empujan y fuerzan.
Es su propia persona que invita y atrae.
Es su actitud y compromiso frente al sufrimiento que se hace invitación.
Es la gente que se vuelca tras Él.

¿Atraemos, o más bien, nos imponemos con la obligación?
¿Atraemos, o más bien, exigimos?
¿Atraemos, o más bien, amenazamos con la condenación?
¿Atraemos, o más bien, nuestras vidas pasan indiferentes?
¿Atraemos, o más bien, nuestras vidas no invitan ni animan a nadie?

Alguien tiene que ver.
Alguien tiene que tomar conciencia de las necesidades de los otros.
Alguien tiene que tener sensibilidad para ver los problemas de los demás.
Aunque no es suficiente ver ni saber.
Todos conocemos demasiado las cifras y estadísticas del hambre en el mundo.
Es preciso ver con el corazón y sentir el hambre de los hombres.
Es preciso sentir el hambre de los demás en nuestros propios estómagos.
El que tiene hambre no la sacia por mucho que conozcamos de estadísticas del hambre.

Solo cuando le ponemos rostro humano al hambre, comenzamos a movernos.
Hay soluciones incompletas o inútiles.
Las soluciones que nos ofrece el sistema: “¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?”
Nosotros no disponemos de tanto dinero.
Y los pobres tampoco tienen con qué comprar.
Si hay donde comprar, quiere decir que “hay pan”.
Pero es el “pan que hay que comprarlo”, y el pobre no tiene dinero.
Nadie come contemplando el pan en las panaderías sino cuando lo tiene en la mano.

Hay que cambiar de sistema: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces”.
No se trata de mirar cuánto pan hay en la panadería.
No se trata de ver cuánto pan se endurece porque ha sobrado.
Se trata de ver cuánto pan tenemos nosotros.
Y no buscar fáciles pretextos de que, lo que tenemos es poco y no llega.

La verdadera solución es “tomar en las manos lo que tenemos”.
Saber agradecer a Dios los bienes que nos ha dado.
Reconocer que el pan es un regalo de Dios a través de la tierra.
Reconocer que el pan no tiene propietario, porque es para todos.
Reconocer que el pan no es para guardar, porque se endurece y se pierde.
Reconocer que el pan es para darlo y compartirlo.

Dios no nos regala el pan para enriquecernos con el hambre de los demás.
Dios no nos regala el pan para aprovecharnos del hambre de los demás.
Dios nos regala el pan, para que todos coman.
Dios nos regala el pan, para que no haya hambre.
Dios no nos regala el pan para que, unos pocos jueguen con los precios internacionales del trigo.
En una sociedad humana y humanizada:
No todo lo podemos ver como dinero.
No todo lo podemos ver como ganancia.
No todo lo podemos ver como mercado.
Porque, detrás del pan están los hombres, las mujeres, los niños y ancianos.
Porque, detrás del pan está la solidaridad y la generosidad.
“La vida no se nos ha dado para hacer dinero sino para hacernos hermanos.
La vida consiste en aprender a convivir y a colaborar en la larga marcha de los hombres hacia la fraternidad”. (Pagola)

Clemente Sobrado C. P.