P. Clemente Sobrado cp.
“¿Quieres quedar sano? Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina… Hoy es sábado y no se puede llevar la camilla. El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar. ¿Quién es el que te ha dicho que tomes tu camilla y eches a andar? Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: Mira, has quedado sano, no peques más no sea que te suceda algo peor. Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había curado. Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado”. (Jn 5,1-3.5-16)
“Jesús le pregunta si quiere ser sanado. La respuesta es muy interesante. Él no dice “sí”. ¡Él se queja! Ese hombre estaba en pecado. Era el pecado de sobrevivir quejándose de los demás. Esta es la semilla del Demonio: la incapacidad de tomar una decisión sobre la propia vida, y en vez, quejándose a los demás de que era “una víctima de la vida”. (Papa Francisco)
El Evangelio de hoy comienza dando constancia
que “allí estaban echados enfermos,
ciegos, cojos, paralíticos, que aguardaban el movimiento del agua”.
Como quien dice todo un Hospital.
Y curioso, Jesús solo se fija en uno
“que llevaba treinta y ocho años enfermo”.
Y no es que él le grite para que se fije en él.
Es Jesús el que “lo ve”.
Un enfermo resignado y acostumbrado a su enfermedad.
Es Jesús quien le pregunta “¿quieres quedar sano?”
Y la respuesta de este paralítico es desconcertante.
Después de tantos paralítico demuestra indiferencia
y hasta se atreve a culpar de su enfermedad a los demás:
No dice “Claro que quiero, por eso estoy aquí”.
Habla resignado y desesperanzado:
“No tengo a nadie, todos me ganan la delantera”.
“Acostumbrarnos”, “resignarnos”,
el gran peligro de nuestras vidas.
Llegar a esa indiferencia “de salir adelante”.
Llegar a esa pasividad de “no tener ganas de cambiar”.
Resignarnos a lo que “somos y siempre fuimos”.
Sentirnos bien “con nuestra vulgaridad”.
Identificarnos con lo vulgar de nuestras vidas
y no sentir aspiraciones de un futuro mejor.
Sentirnos tranquilos así, justificando nuestra
“pereza espiritual”, “nuestra indolencia espiritual”,
“nuestra falta de ganas de cambio”, culpar a los demás.
“No tengo a nadie…” No tengo quién decida por mí
y yo soy incapaz de tomar decisiones.
No tengo quien me sane el alma,
y yo no tengo fuerzas para cambiar.
El Papa Francisco hace un comentario muy bueno:
“La mediocridad, la flojera, es venenosa. ¡Ataca el alma!
Es también una droga. Si la consumes mucho,
comenzará a gustarte: comienzas a ser adictivo
a la tristeza y a la quejumbre.
Y éste es un pecado que es bastante habitual entre nosotros”.
Y Benedicto XVI decía:
“El paralítico es imagen de todo ser humano
al que el pecado impide moverse libremente, caminar
por la senda del bien, dar lo mejor de sí (…)”
¡Qué peligroso es resignarnos “a ser simplemente buenos”,
cuando pudiéramos ser mejores!
¡Qué peligroso es acostumbrarnos a la vulgaridad,
y no sentir necesidad de superarnos espiritualmente!
¡Qué peligroso es que los pastores acostumbremos
a nuestros fieles “al mínimo”
y no les pongamos por delante “ese plus de santidad”!
¡Cuántas santidades fracasadas,
porque nos dedicamos a “peluqueros de ideales”,
y no nos atrevemos a presentar ideales más altos!
Juan Pablo II nos proponía al comenzar
este milenio “una pastoral de Santidad”:
“En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva
en la que debe situarse el camino pastoral
es el de la santidad”.(NMI 30)
“Terminado el Jubileo, empieza de nuevo el camino ordinario,
pero hacer hincapié en la santidad
es más que nunca “una urgencia pastoral”.
“Pero el don se plasma a su vez en un compromiso
que ha de dirigir toda la vida cristiana:
«Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1 Ts 4,3).
Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos:
«Todos los cristianos, de cualquier clase o condición,
están llamados a la plenitud de la vida cristiana
y a la perfección del amor».
Y añadía:
“Recordar esta verdad elemental, poniéndola
como “fundamento de la programación pastoral”
que nos atañe al inicio del nuevo milenio,
podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico.
¿Acaso se puede «programar» la santidad?
¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral?“En realidad, poner la programación pastoral
bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias.
Significa expresar la convicción de que,
si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios
por medio de la inserción en Cristo
y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido
contentarse con una vida mediocre,
vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial.
Preguntar a un catecúmeno, «¿quieres recibir el Bautismo?»,
significa al mismo tiempo preguntarle, «¿quieres ser santo?»
«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. (NMI 31)
Queridos amigos “no seamos paralíticos resignados a no ser santos”.
No creáis a quienes os lo ponen todo “por el camino de lo fácil”.
Creamos a Jesús que nos dice “Sed santos como vuestro Padre es Santo”.