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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Jueves de la 17 a. Semana – Ciclo B

“El Reino de Dios se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. … Ya veis, un escriba que entiende del Reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo”. (Mt 13,47-53)

Hay una preocupación en el corazón de Jesús.
El problema de los buenos y de los malos.
La religión de la Ley lo tenía muy claro:
Los malos hay que echarlos fuera.
Los buenos deben quedar dentro.
Pero Jesús no es tan radical.
Está bien aceptar a los buenos, pero los buenos no tienen derecho a excluir a los malos.
El único que decidirá la suerte de unos y otros será siempre Dios.
Pero eso, solo al final de los tiempos.
Mientras tanto, todos en el mismo cesto.
Todos en la “misma barca” que dirá el Cardenal Martini.

Primero fue la cizaña con el trigo.
Ahora son los “peces buenos y los malos”.
Siempre la misma imagen de la misma realidad.
Ni todos son santos, ni todos son pecadores.
Coexisten santos y pecadores.
Y esa es la realidad del Reino de Dios hasta “el final”.
Sólo al final, y no ahora, será Dios quien decida la suerte de unos y de otros.

La idea me gusta.
Pues sé que, con ello, también a mí, se me siguen dando oportunidades.
Pues sé que, con ello, también a mí, Dios me sigue manteniendo en su Reino, por más que no siempre responda a lo que El espera de mí, y me sigue ofreciendo posibilidades.
Pues sé que, con ello también yo soy objeto de la esperanza de Dios.
Pues sé que, con ello Dios me acepta y no me excluye.

Y también me ayuda a comprender cada día la verdad y la realidad de la Iglesia.
No escandalizarme de que en la Iglesia haya malos.
No caer en el rigorismo de declararme enemigo de los malos.
No caer en la tentación de sentirme de los buenos.
No caer en la fácil tentación de sentirme más que los demás.
No caer en la fácil tentación de una Iglesia de “santos”.
Sino aceptar que todos vamos por el mismo camino de lograr ser mejores todos.
No caer en la fácil tentación de sea yo el que decida, quiénes son “recogidos en cestos” y quienes son “los malos a los que se tiran”.

Y ¿por qué negarlo?
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, abierto a todos.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que no tiene prisas en excluir a nadie.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que sabe esperar a los que llegan con retraso e incluso a los que nunca llegarán.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que ama a unos y a otros, buenos y malos.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que a todos quiere darnos las mismas oportunidades y posibilidades.

La verdadera decisión solo se dará al final.
Cuando llegue la siega.
Cuando se saquen las redes del mar.
Dios no vive de nuestras prisas.
Dios no vive de nuestros inmediatismos.
Dios nos enseña a vivir siempre de la “espera”.
Es “espera” que a nosotros tanto nos cuesta y que aún apenas sabemos “deletrear”.

Jesús quiere estar seguro de que los suyos han entendido bien esta su mentalidad y actitud. “¿Entendéis bien todo esto?”
Me extraña el optimismo con que responden: “Sí”.
Me inquieta y preocupa: ¿y qué responderíamos nosotros hoy?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 17 – Ciclo B

“Se sentaron; solo los hombres eran cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie”. (Jn 6,1-15)

Un primer dato que aparece como fondo del relato de la multiplicación de los panes: “Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos”. Más adelante da la cifra, creo que un poco a ojo de buen cubero, de unos “cinco mil hombres”.

Jesús no es los que hace propaganda.
Tampoco de los que amenaza con la condenación.
Tampoco de los que empujan y fuerzan.
Es su propia persona que invita y atrae.
Es su actitud y compromiso frente al sufrimiento que se hace invitación.
Es la gente que se vuelca tras Él.

¿Atraemos, o más bien, nos imponemos con la obligación?
¿Atraemos, o más bien, exigimos?
¿Atraemos, o más bien, amenazamos con la condenación?
¿Atraemos, o más bien, nuestras vidas pasan indiferentes?
¿Atraemos, o más bien, nuestras vidas no invitan ni animan a nadie?

Alguien tiene que ver.
Alguien tiene que tomar conciencia de las necesidades de los otros.
Alguien tiene que tener sensibilidad para ver los problemas de los demás.
Aunque no es suficiente ver ni saber.
Todos conocemos demasiado las cifras y estadísticas del hambre en el mundo.
Es preciso ver con el corazón y sentir el hambre de los hombres.
Es preciso sentir el hambre de los demás en nuestros propios estómagos.
El que tiene hambre no la sacia por mucho que conozcamos de estadísticas del hambre.

Solo cuando le ponemos rostro humano al hambre, comenzamos a movernos.
Hay soluciones incompletas o inútiles.
Las soluciones que nos ofrece el sistema: “¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?”
Nosotros no disponemos de tanto dinero.
Y los pobres tampoco tienen con qué comprar.
Si hay donde comprar, quiere decir que “hay pan”.
Pero es el “pan que hay que comprarlo”, y el pobre no tiene dinero.
Nadie come contemplando el pan en las panaderías sino cuando lo tiene en la mano.

Hay que cambiar de sistema: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces”.
No se trata de mirar cuánto pan hay en la panadería.
No se trata de ver cuánto pan se endurece porque ha sobrado.
Se trata de ver cuánto pan tenemos nosotros.
Y no buscar fáciles pretextos de que, lo que tenemos es poco y no llega.

La verdadera solución es “tomar en las manos lo que tenemos”.
Saber agradecer a Dios los bienes que nos ha dado.
Reconocer que el pan es un regalo de Dios a través de la tierra.
Reconocer que el pan no tiene propietario, porque es para todos.
Reconocer que el pan no es para guardar, porque se endurece y se pierde.
Reconocer que el pan es para darlo y compartirlo.

Dios no nos regala el pan para enriquecernos con el hambre de los demás.
Dios no nos regala el pan para aprovecharnos del hambre de los demás.
Dios nos regala el pan, para que todos coman.
Dios nos regala el pan, para que no haya hambre.
Dios no nos regala el pan para que, unos pocos jueguen con los precios internacionales del trigo.
En una sociedad humana y humanizada:
No todo lo podemos ver como dinero.
No todo lo podemos ver como ganancia.
No todo lo podemos ver como mercado.
Porque, detrás del pan están los hombres, las mujeres, los niños y ancianos.
Porque, detrás del pan está la solidaridad y la generosidad.
“La vida no se nos ha dado para hacer dinero sino para hacernos hermanos.
La vida consiste en aprender a convivir y a colaborar en la larga marcha de los hombres hacia la fraternidad”. (Pagola)

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para la Pascua: Viernes de la 2da Semana – Ciclo B

“Jesús se marchó a la otra parte del Lago de Galilea. Lo seguía mucha gente porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Estaba cerca la Pascua de los judíos, entonces levantó los ojos, y al ver que acudía tanta gente, dice a Felipe: “¿Con qué compraremos panes para que coma estos?” Felipe contestó: “Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo”. (Jn 6,1-15)

¿Qué tiene Jesús para que la gente sencilla le siga por todas partes?
Diera la impresión de que la gente no tiene nada que hacer.
O ¿no será que ven en él algo más importante que los quehaceres de cada día?
Al ver estas gentes que lo siguen por todas partes y no puede desprenderse de ellas, me viene a la mente aquella pregunta que leí hace poco no sé donde: ¿Cuáles son las tres primeras palabras del Diccionario de nuestra vida?
La respuesta fue clara: “Yo”, “Tú” y “El”.
Ahí está nuestro problema. Hemos invertido los sujetos: “El”, “Tú” y “Yo”.
El centro de nuestra vida no soy yo, ni tú sino El, Dios, Jesús.
Estas gentes lo habían entendido muy bien.
Por fin había aparecido alguien capaz de dar sentido a sus vidas y capaz de dar respuesta a sus problemas.

Esta pregunta nos la tendríamos que hacer hoy también nosotros.
¿Cuál es el orden que rige nuestras vidas?
Posiblemente todos comencemos por el “yo”.
En segundo lugar pongamos al “tú”.
Y coletilla y apéndice, “él”.
Todavía Jesús y Dios no han logrado se lo central de nuestras vidas sino un apéndice necesario.
Pablo lo entendió mejor: “Ya no soy yo sino que es Cristo en mí”.

¿Qué es lo que atraía a la gente en la persona de Jesús?
Algo muy sencilo:
“los signos que hacía”.
“los enfermos que curaba”.
“lo que hacía por los demás”.
“la preocupación por los demás”.
“la ternura y compasión que sentía por ellos”.

Sentía que alguien se interesaba por ellos.
Que alguien se identificaba con sus problemas.
Que alguien se interesaba por sus problemas.
Que alguien los tomaba en serio cuando nadie se preocupaba e incluso los marginaba.

La gente nos valora en la medida en que se siente aceptada por nosotros, querida por nosotros, amada y valorada por nosotros.
También hoy la gente nos mira por la manera con que la miramos.
Nos busca en la medida en que encuentra acogida en nosotros.

Tal vez tendríamos que replantearnos todos nuestra pastoral.
Una pastoral que es anuncio de la Palabra.
Pero acompañada de los signos que nosotros ponemos como acompañantes de nuestra predicación.
¿Cuál es nuestra sensibilidad para todos esos que se acercan a nosotros pidiéndonos algo?
Unos nos pedirán dinero.
Otros nos pedirán de comer.
Otros nos pedirán nuestros tiempo para escucharles.

Cuando alguien nos pide para unas medicinas, no nos está pidiendo les expliquemos cómo actúan y cuán eficaces son, sino lo que quiere son las medicinas.
Al médico le corresponde hablar de la eficacia de las mismas.
Pero a nosotros nos toca dárselas.
No es cuestión de explicarles el problema del hambre en el mundo.
No es cuestión de decirles cuántos millones sufren hambre en el mundo.
Eso no llena los estómagos y no satisface la suya.
Por eso, lo que nos piden no son explicaciones, sino pan para comer.
Jesús no daba explicaciones:
Jesús sanaba a los enfermos.
Jesús daba de comer.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Navidad: Sábado después de la Epifanía – Ciclo B

En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma. Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer.» Él les replicó: «Dadles vosotros de comer.» Ellos le preguntaron: «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» Él les dijo: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.» Cuando lo averiguaron le dijeron: «Cinco, y dos peces.»

Él les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres. (Mc 6,34-44)

Jesús no es los que hace propaganda.
Tampoco de los que amenaza con la condenación.
Tampoco de los que empujan y fuerzan.
Es su propia persona que invita y atrae.
Es su actitud y compromiso frente al sufrimiento que se hace invitación.
Es la gente que se vuelca tras Él.

Todos conocemos demasiado las cifras y estadísticas del hambre en el mundo.
Es preciso ver con el corazón y sentir el hambre de los hombres.
Es preciso sentir el hambre de los demás en nuestros propios estómagos.
El que tiene hambre no la sacia por mucho que conozcamos de estadísticas del hambre.

Solo cuando le ponemos rostro humano al hambre, comenzamos a movernos.
Hay soluciones incompletas o inútiles.
Las soluciones que nos ofrece el sistema: “¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?”
Nosotros no disponemos de tanto dinero.
Y los pobres tampoco tienen con qué comprar.
Si hay donde comprar, quiere decir que “hay pan”.
Pero es el “pan que hay que comprarlo”, y el pobre no tiene dinero.
Nadie come contemplando el pan en las panaderías sino cuando lo tiene en la mano.

Hay que cambiar de sistema: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces”.
No se trata de mirar cuánto pan hay en la panadería.
No se trata de ver cuánto pan se endurece porque ha sobrado.
Se trata de ver cuánto pan tenemos nosotros.
Y no buscar fáciles pretextos de que, lo que tenemos es poco y no llega.

La verdadera solución es “tomar en las manos lo que tenemos”.
Saber agradecer a Dios los bienes que nos ha dado.
Reconocer que el pan es un regalo de Dios a través de la tierra.
Reconocer que el pan no tiene propietario, porque es para todos.
Reconocer que el pan no es para guardar, porque se endurece y se pierde.
Reconocer que el pan es para darlo y compartirlo.

Dios no nos regala el pan para enriquecernos con el hambre de los demás.
Dios no nos regala el pan para aprovecharnos del hambre de los demás.
Dios nos regala el pan, para que todos coman.
Dios nos regala el pan, para que no haya hambre.
Dios no nos regala el pan para que, unos pocos jueguen con los precios internacionales del trigo.
En una sociedad humana y humanizada:
No todo lo podemos ver como dinero.
No todo lo podemos ver como ganancia.
No todo lo podemos ver como mercado.
Porque, detrás del pan están los hombres, las mujeres, los niños y ancianos.
Porque, detrás del pan está la solidaridad y la generosidad.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Adviento: Miércoles de la 1 a. Semana – Ciclo B

“Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los pusieron a sus pies y él los curó. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Siento compasión de esta gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirles en ayunas, no sea que se desmayen en el camino”. (Mt 15,29-37)

¿Con quién andamos nosotros?
¿Quiénes son los que nos siguen?
Aquí sí vale el refrán: “Dime con quien andas y te diré quién eres”.
Como cristianos:
Estamos llamados a andar con la gente.
Sobra todo con la gente marginada y hambrienta.
Y la gente está llamada a buscarnos y fiarse de nosotros y andar con nosotros.
El Papa Francisco lo entendió así:
“Nada de balconear”.
Y mucho de caminos.
Oliendo a ovejas.

Como Jesús, oliendo
a tullidos,
a ciegos,
a sordomudos,
a hambrientos.

Para ello es preciso como El: “sentir compasión”.
Darse cuenta del hambre de sus estómagos.
Darse cuenta que tienen hambre.
No querer que sigan en ayunas.
Lo peor de un cristiano es la indiferencia, la insensibilidad ante el sufrimiento de los demás.
Lo peor es no tener ojos para ver ni corazón para sentir.

La compasión:
es la sensibilidad ante la realidad de los demás.
es sentirse tocado de las necesidades de los demás.
es identificarnos con los que sufren y tienen hambre.
es sentirnos comprometidos que el dolor y el hambre de los demás.
es tener “los mismos sentimientos que tuvo Jesús”.
es una manera de amar y expresar nuestro amor con los necesitados.

La compasión es el sentimiento de Dios para con todos los hombres, hasta encarnarse por ellos.
El tiempo del Adviento:
Tiene que ser un tiempo de acercarnos a todos los que sufren.
Tiene que ser un tiempo en que los que sufren se nos acerquen a nosotros.
Tiene que ser un tiempo de sensibilidad con los necesitados.
Tiene que ser un tiempo de sufrimiento por todos los que sufren hambre, que son muchos.
Tiene que ser un tiempo de hacer el milagro de compartir nuestro pan con los hambrientos.
Tiene que ser un tiempo de sentirnos rodeados con todos los que sufren.

El mejor Adviento es aquel en el que podamos decir: “comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastas llenas”.
Porque donde hay compasión y hay amor y hay compartir, el pan abunda para todos y sobra.

Clemente Sobrado C. P.