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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 21 a. Semana – Ciclo B

“Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dio cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió do hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su Señor”. (Mc 6,17-29)

Una bella y hermosa y significativa parábola.
Jesús se nos va.
Pero no definitivamente.
Quien va de viaje es para regresar.
Jesús se va pero volverá.
Y mientras tanto nos encarga sus bienes.
Nos encarga el Evangelio.
Nos encarga el Reino.
Nos encarga la Iglesia.

Un dato interesante: “a cada uno según sus posibilidades”.
No todos tenemos las mismas cualidades.
No todos tenemos las mismas oportunidades.
No todos tenemos los mismos dones.
Por eso, no todos tenemos las mismas responsabilidades.
Pero todos tenemos la nuestra.
Y cada uno tendremos que rendir cuentas de nuestra responsabilidad.
Nadie puede lavarse las manos.
Ni el que tiene mucho, ni el que tiene poco.
No todos podremos hacer lo mismo, pero tenemos nuestro quehacer.
No todos podremos ser los primeros, pero todos podemos correr.
No todos podremos hacer milagros, pero todos podemos hacer feliz a alguien.

No todos seremos Papa, ni Obispos.
No todos seremos sacerdotes o religiosos.
Pero seremos seglares.
Y no todos los seglares podremos hacer lo mismo.
Pero nadie está dispensado de hacer lo suyo.
Habrá quien tiene responsabilidad de cinco.
Y habrá quien tiene responsabilidad de dos.
Y habrá quien tiene responsabilidad de uno.

Cuando Jesús vuelva:
No quiere le entreguemos el mundo tal y como nos lo dejó.
No quiere le entreguemos la Iglesia tal y como nos la dejó.
No quiere le entreguemos el Reino tal y como nos lo dejó.
Sino que espera negociemos y hagamos fructificar nuestros dones.

Y aquí no hay excusas.
Lo que se necesita es valentía, riesgo y coraje.
Puede que el rico pierda en sus riesgos.
No es obstáculo a no negociar.
Tampoco el pobre puede defenderse diciendo que él es pobre.
Pues que el rico rinda y luche como rico.
Y que el pobre luche y rinda como pobre.
Lo que no está permitido es dejarse llevar del miedo y esconder lo poco o lo mucho que tenemos.
El mundo depende de ricos y pobres.
El reino de Dios depende de santos y pecadores.
La Iglesia depende de Obispos y seglares.

Jesús quiere el riesgo, incluso si perdemos.
Lo que Jesús no quiere es el miedo y la cobardía.
Lo que Jesús no quiere es que le devolvamos lo que nos dio sin hacerlo crecer.
Nadie está dispensado a colaborar para hacer un mundo mejor, una Iglesia mejor.
Lo que sí está condenado es esconder nuestros tesoros.
Aunque no sea más que un triste denario.
Cada uno tenemos que jugarnos lo somos y lo que tenemos.
Cada uno tenemos que jugarnos lo poco o lo mucho que tenemos.
Nadie tiene derecho a guardar lo poco por miedo a perderlo.
Por eso a todos se nos pedirá cuenta.
Y todos tendremos que responder de lo que hemos recibido y tenemos.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 18 a. Semana – Ciclo B

“Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: “¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?” Les contestó: “Por vuestra poca fe. Os aseguro que si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible”. (Mt 17,14-20)

Soy de los que estaba convencido de que tenia fe.
Luego de leer este Evangelio, confieso que ya me entran serias dudas.
Y no es que me cueste recitar el Credo.
Ni es que me cueste decir que tengo fe en Dios.

Primero Jesús nos dijo que el Reino de Dios se parecía a “un grano de mostaza”.
Yo tengo un puñadito de estos granos, traídos de Tierra Santa.
Los veo tan diminutos que, uno por uno, casi me parecen invisibles.
Y ahora, Jesús les dice a los suyos que su fe es tan pequeña que no llega ni siquiera a un grano de mostaza.
Y para colmo le dice que:
Con una fe tan diminuta hubiesen podido curar de epilepsia a este muchacho.
Con una fe tan diminuta serían capaces de trasladar una montaña.
¡Cuánto ahorrarían los tratan de allanar montañas, maquinarias tan sofisticas!
Personalmente no me arriesgaría a cambiar de lugar a una montaña.
Pero ¡cuánto me gustaría poder sanar a mi hermano enfermo!
Yo que llevo tantos años de sacerdote:
hablando de la fe,
promoviendo la fe,
y celebrando los misterios de la fe,
¿tampoco mi fe llegará a un simple grano de mostaza?

Siempre resulta peligroso:
Dar “supuesto que creemos”.
Dar “supuesto que creemos en Dios”.
Dar por supuesto que “creemos en el Evangelio”.

En alguna ocasión leí.
“no des nada por supuesto”.
“mejor que te cuestiones cada día”.
“mejor que te preguntas cada día”.
“mejor que te fijas como vives cada día”.

Porque la fe no es cuestión de saber sobre Dios, ni saber sobre el Evangelio.
Sino que la fe:
Es una actitud de vida.
Es una vida.
Es una relación personal con Dios.
Es un fiarse totalmente de Él.

Se cree con la cabeza, pero más se cree con el corazón.
Se cree con la cabeza, pero más se cree con la vida.
Fe y vida no son algo paralelo.
Fe y vida son algo que se funden en un mismo pensar.
Fe y vida son algo que se funden en unos mismos criterios.
Fe y vida son algo que se funden en un mismo actuar.
No podemos hablar de fe sino podemos hablar de vida.
La medida de nuestra fe nos la dará siempre la confianza, el abandono en Dios.
La medida de nuestra fe la medimos por nuestra coherencia de nuestra vida.
Dime cómo vives y te diré cómo es tu fe.
Cuanto más plena sea tu vida, mayor será tu fe.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Jueves de la 17 a. Semana – Ciclo B

“El Reino de Dios se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. … Ya veis, un escriba que entiende del Reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo”. (Mt 13,47-53)

Hay una preocupación en el corazón de Jesús.
El problema de los buenos y de los malos.
La religión de la Ley lo tenía muy claro:
Los malos hay que echarlos fuera.
Los buenos deben quedar dentro.
Pero Jesús no es tan radical.
Está bien aceptar a los buenos, pero los buenos no tienen derecho a excluir a los malos.
El único que decidirá la suerte de unos y otros será siempre Dios.
Pero eso, solo al final de los tiempos.
Mientras tanto, todos en el mismo cesto.
Todos en la “misma barca” que dirá el Cardenal Martini.

Primero fue la cizaña con el trigo.
Ahora son los “peces buenos y los malos”.
Siempre la misma imagen de la misma realidad.
Ni todos son santos, ni todos son pecadores.
Coexisten santos y pecadores.
Y esa es la realidad del Reino de Dios hasta “el final”.
Sólo al final, y no ahora, será Dios quien decida la suerte de unos y de otros.

La idea me gusta.
Pues sé que, con ello, también a mí, se me siguen dando oportunidades.
Pues sé que, con ello, también a mí, Dios me sigue manteniendo en su Reino, por más que no siempre responda a lo que El espera de mí, y me sigue ofreciendo posibilidades.
Pues sé que, con ello también yo soy objeto de la esperanza de Dios.
Pues sé que, con ello Dios me acepta y no me excluye.

Y también me ayuda a comprender cada día la verdad y la realidad de la Iglesia.
No escandalizarme de que en la Iglesia haya malos.
No caer en el rigorismo de declararme enemigo de los malos.
No caer en la tentación de sentirme de los buenos.
No caer en la fácil tentación de sentirme más que los demás.
No caer en la fácil tentación de una Iglesia de “santos”.
Sino aceptar que todos vamos por el mismo camino de lograr ser mejores todos.
No caer en la fácil tentación de sea yo el que decida, quiénes son “recogidos en cestos” y quienes son “los malos a los que se tiran”.

Y ¿por qué negarlo?
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, abierto a todos.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que no tiene prisas en excluir a nadie.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que sabe esperar a los que llegan con retraso e incluso a los que nunca llegarán.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que ama a unos y a otros, buenos y malos.
Me ayuda a comprender mejor el corazón de Dios, que a todos quiere darnos las mismas oportunidades y posibilidades.

La verdadera decisión solo se dará al final.
Cuando llegue la siega.
Cuando se saquen las redes del mar.
Dios no vive de nuestras prisas.
Dios no vive de nuestros inmediatismos.
Dios nos enseña a vivir siempre de la “espera”.
Es “espera” que a nosotros tanto nos cuesta y que aún apenas sabemos “deletrear”.

Jesús quiere estar seguro de que los suyos han entendido bien esta su mentalidad y actitud. “¿Entendéis bien todo esto?”
Me extraña el optimismo con que responden: “Sí”.
Me inquieta y preocupa: ¿y qué responderíamos nosotros hoy?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 17 a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a la gente: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; el que lo encuentra lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas… va a vender todo lo que tiene y la compra”. (Mt 13, 44-46)

Dios acepta que en su Reino haya cojos que caminan despacio.
Pero no acepta a quienes caminan resignados.
Dios acepta que en su Reino haya quienes se cansan de luchar.
Pero no acepta a quienes caminan tristes y obligados.
Dios no quiere que en su Reino haya seguidores que todo lo ven “renuncia”.

Digámoslo claramente:
Dios no quiere cristianos que todo les duele.
Dios no quiere cristianos con cara de “quien tiene que pagar impuestos”.
Dios no quiere cristianos con cara de “quien no le queda otro remedio”.
Dios no quiere cristianos a quienes “todo les parece caro”.
Dios no quiere cristianos a quienes “todo les parece un sacrificio”.

Muy por el contrario:
Dios quiere cristianos que “han descubierto un tesoro”.
Dios quiere cristianos que “han encontrado una perla”.
Dios quiere cristianos que le valoran como el tesoro de sus vidas.
Dios quiere cristianos que le valoran como a la perla de sus vidas.
Dios quiere cristianos felices porque han encontrado lo que buscaban.
Dios quiere cristianos felices porque han encontrado el sueño de sus vidas.
Dios quiere cristianos capaces de vender “todo lo que tienen con alegría”.
Dios quiere cristianos capaces de renunciar con alegría a todo lo que tienen.
Dios quiere cristianos que, como Pablo, puedan decir que, haber encontrado a Jesús, es para él “una ganancia”.

Ser cristiano no es una teoría.
Ser cristiano no es una doctrina.
Ser cristiano no es una ley.
Ser cristiano es:
Encontrar un tesoro.
Encontrar algo que vale más que todo lo que tienen.
Encontrar algo por lo que se puede dejarlo todo con alegría.
Encontrar algo por lo que uno se la puede jugar entero.
Encontrar algo por lo que el resto no tiene importancia.
Es encontrar a Alguien que vale más que todo.
Es encontrar a Alguien a quien se le tiene que seguir con gozo, con alegría.

Para Jesús hay algo que tiene que quedar muy claro:
La fe es un tesoro inapreciable.
La fe es algo absoluto frente a la cual todo se relativiza.
La fe es algo que es preciso vivir con alegría.
La fe es algo que tiene que hacernos felices.
La fe es algo por lo cual bien vale la pena venderlo todo.
Y venderlo con alegría, antes de que otros nos la roben.

Por eso mismo, vivir como cristiano:
No es una renuncia a nada.
Sino un lograrlo todo.
No es privarnos de nada.
Sino conseguirlo todo.
No es quejarnos de lo que dejamos.
Sino alegrarnos de lo que pretendemos.

La tristeza no es cristiana.
La tristeza y nostalgia de lo que dejamos no es cristiana.
Cristiano es el gozo.
Cristiana es la alegría.
Cristiana es la felicidad.

Alguien me preguntó si alguna vez me había arrepentido “de lo que había renunciado”.
Mi respuesta fue muy sincera: “Sería arrepentirme de haber encontrado lo que encontré”.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 17 a. Semana – Ciclo B

“Jesús dejó que a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: “Acláranos la parábola de la cizaña en el campo… El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tengo oídos, que oiga”. (Mt 13,36-43)

Jesús ya les había explicado lo del sembrador.
Pero los Discípulos han quedado sorprendidos de su actitud con la cizaña.
Y ahora le piden explicaciones.
Para quienes somos tan diligentes en condenar a los malos.
Para quienes somos tan exigentes con los consideramos malos, los otros, por supuesto.
Para quienes estamos tan prontos a condenar a los malos, que siempre son los otros.
No resulta fácil comprender su actitud de dejar crecer la cizaña con el trigo.
No resulta fácil comprender su actitud de saber esperar hasta la siega.
No resulta fácil comprender su actitud de respeto para con los malos.
No resulta fácil comprender su actitud de saber esperar y darles tiempo a los malos.

Porque nosotros solemos ser mucho más expeditos, por supuesto con los otros.
Porque los malos suelen ser siempre los otros, no nosotros.
Porque la cizaña suelen ser siempre los otros, no nosotros.
Porque nosotros somos siempre el “trigo limpio”.
Y por eso, somos tan exigentes con ellos:
A los malos, afuera de una vez.
A los malos, acabar con ellos.
A los malos, ni hablarles.
A los malos, ni un día más.
A los malos, ni mirarles a la cara.

Jesús no lo dice, pero lo deja entender.
En el Reino de Dios caben todos: el trigo y la cizaña.
En el Reino de Dios entran todos: los buenos y los malos.
No se trata de que Dios quiera que haya malos.
No se trata de que Dios quiera que haya tanta cizaña.
Pero tampoco Él se deja llevar del engaño.
En ese Reino de Dios caben todas las santidades.
En ese Reino de Dios caben todas las debilidades humanas.
En ese Reino de Dios caminan juntos santos y pecadores.
En ese Reino de Dios caminan juntos, codo a codo, buenos y malos.

Y mientras tanto, Dios:
Sigue dando tiempo a todos.
Sigue esperando a todos.
Sigue ofreciendo oportunidades a todos.
Sigue amando a todos y esperándolos a todos.

El único que puede juzgar a los malos, es Él.
El único que puede ordenar arrancar la cizaña, es Él.
Y Él no tiene nuestras prisas para eliminar a los malos.
Él tiene todo el tiempo para esperar a todos.
Él sabe esperar a los buenos para que sean mejores.
Él sabe esperar a los malos para que puedan ser buenos.

Será Él quien decida el momento para juzgar a unos y a otros.
Será Él, y no nosotros, quien decida la suerte de los malos.
Será Él, y no nosotros, quien decida el momento.
Pero no será antes de la siega.
Dará el mismo tiempo de espera a la cizaña que al trigo.
Tampoco juzgará a los malos, hasta de que maduren los buenos.
Dios tiene la misma paciencia, con la cizaña que con el trigo.
Dios tiene la misma paciencia, con los malos que con los buenos.

Y mientras tanto:
Que los buenos procuren ser como Él.
Que los buenos procuren hacer buenos a los malos.
Que los buenos procuren acompañar a los malos.
Que los buenos no se hagan jueces de los malos.
Igual que el trigo sigue creciendo a pesar de la cizaña.

Clemente Sobrado C. P.