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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 17 a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a la gente: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; el que lo encuentra lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas… va a vender todo lo que tiene y la compra”. (Mt 13, 44-46)

Dios acepta que en su Reino haya cojos que caminan despacio.
Pero no acepta a quienes caminan resignados.
Dios acepta que en su Reino haya quienes se cansan de luchar.
Pero no acepta a quienes caminan tristes y obligados.
Dios no quiere que en su Reino haya seguidores que todo lo ven “renuncia”.

Digámoslo claramente:
Dios no quiere cristianos que todo les duele.
Dios no quiere cristianos con cara de “quien tiene que pagar impuestos”.
Dios no quiere cristianos con cara de “quien no le queda otro remedio”.
Dios no quiere cristianos a quienes “todo les parece caro”.
Dios no quiere cristianos a quienes “todo les parece un sacrificio”.

Muy por el contrario:
Dios quiere cristianos que “han descubierto un tesoro”.
Dios quiere cristianos que “han encontrado una perla”.
Dios quiere cristianos que le valoran como el tesoro de sus vidas.
Dios quiere cristianos que le valoran como a la perla de sus vidas.
Dios quiere cristianos felices porque han encontrado lo que buscaban.
Dios quiere cristianos felices porque han encontrado el sueño de sus vidas.
Dios quiere cristianos capaces de vender “todo lo que tienen con alegría”.
Dios quiere cristianos capaces de renunciar con alegría a todo lo que tienen.
Dios quiere cristianos que, como Pablo, puedan decir que, haber encontrado a Jesús, es para él “una ganancia”.

Ser cristiano no es una teoría.
Ser cristiano no es una doctrina.
Ser cristiano no es una ley.
Ser cristiano es:
Encontrar un tesoro.
Encontrar algo que vale más que todo lo que tienen.
Encontrar algo por lo que se puede dejarlo todo con alegría.
Encontrar algo por lo que uno se la puede jugar entero.
Encontrar algo por lo que el resto no tiene importancia.
Es encontrar a Alguien que vale más que todo.
Es encontrar a Alguien a quien se le tiene que seguir con gozo, con alegría.

Para Jesús hay algo que tiene que quedar muy claro:
La fe es un tesoro inapreciable.
La fe es algo absoluto frente a la cual todo se relativiza.
La fe es algo que es preciso vivir con alegría.
La fe es algo que tiene que hacernos felices.
La fe es algo por lo cual bien vale la pena venderlo todo.
Y venderlo con alegría, antes de que otros nos la roben.

Por eso mismo, vivir como cristiano:
No es una renuncia a nada.
Sino un lograrlo todo.
No es privarnos de nada.
Sino conseguirlo todo.
No es quejarnos de lo que dejamos.
Sino alegrarnos de lo que pretendemos.

La tristeza no es cristiana.
La tristeza y nostalgia de lo que dejamos no es cristiana.
Cristiano es el gozo.
Cristiana es la alegría.
Cristiana es la felicidad.

Alguien me preguntó si alguna vez me había arrepentido “de lo que había renunciado”.
Mi respuesta fue muy sincera: “Sería arrepentirme de haber encontrado lo que encontré”.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Jueves de la 17 a. Semana – Ciclo A

“El les dijo: “Ya ven, un maestro de la ley que entiende el Reino de los cielos, se parece a un dueño de casa que va sacando de sus tesoros lo nuevo y lo antiguo”. (Mt 13,47-53)

En las casas antiguas existen esos baúles llenos de recuerdos del pasado.
Es como la historia de la familia.
Pero esos baúles suelen estar guardados del pasado.
Es un pasado muerto que solo habla del ayer.
Y muchos viven guardando ese pasado como orgullo de familia.
Pero ¿de qué sirve el orgullo del ayer si no sirven para hoy?

Me gusta la reflexión que hace el Papa Francisco a este respeto:
“la Iglesia también puede llegar reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, alguna muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en orden a transmisión del Evangelio.
No tengamos reparo en revisarlas.
Del mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida.”
Y San Agustín “advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con moderación” para no hacer pesada las vida de los fieles y convertir nuestra religión en una esclavitud, cundo la “misericordia de Dios quiso que fuera libre”. (GE n. 43)

Está bien conservar el pasado.
Pero lo importante es sacar del pasado “lo nuevo”.
Quedarnos en el pasado, es quedarnos en lo que ya no es.
Es preciso que el pasado sea como tierra capaz de hacer brotar lo nuevo, la vida.

Jesús cita el pasado.
Pero anuncia lo nuevo.
Jesús no se queda rebuscando el baúl del pasado para repetirlo hoy.
Jesús mira al pasado, pero descubre cómo del pasado brota en lo nuevo.

El Evangelio no es un repetir el pasado.
Sino un darle nueva vida a lo viejo.
La Iglesia no es un museo donde se guarda el ayer.
Sino un museo donde, junto a los cuadros del pasado, exhibe los cuadros de lo nuevos artistas.
El pasado y lo nuevo caminan juntos como hermanos de vida.
El pasado sin lo nuevo está muerto.
Lo nuevo sin lo antiguo queda sin raíces.

Jesús nos habla de “sacar de sus tesoros lo nuevo”,
Pero sin olvidar lo “antiguo”.
No me gustan los que se niegan a que la Iglesia cambie.
Tampoco me gustan los que solo creen que lo único que vale es lo nuevo.
Yo no puedo negar el niño que un día fui.
Pero tampoco quiero quedarme en esa niño de hace tantos años.
Lo que dice el Papa:
Hay cosas que tuvieron su momento.
Pero que, dados los cambios, hoy ya no sirven.

Lo importante es “ir sacado de sus tesoros, lo nuevo y la antiguo”.
Hoy con mis años, no sean curiosos, porque no se los voy a decir, sigo sintiendo el niño que un día fui, pero siento que aquel niño ya no me sirve para vivir hoy.
Es parecido a la semilla:
Comienza por ser semilla.
Pero se hace tallo y luego espiga.
Ni tendremos espiga sin semilla.
Ni tendrá sentido la semilla que no se convierte en espiga.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 17 a. Semana – Ciclo A

“Dijo Jesús a la gente: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante que busca perlas finas que, al encontrar un de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”. (Mt 13,44-46)

Flickr: zen Sutherland

El texto lo hemos leído el pasado domingo.
Y la liturgia vuelve recordárnoslo de nuevo hoy.
Lo que nos demuestra la importancia del mismo.

Nosotros lo vamos a titular:
“El tesoro de la alegría”.
“La perla de la alegría”.
“El vender y renunciar a todo con alegría”.
Dos sencillas parábolas que pudieran marcarnos el camino de la fe.

Benedicto XVI lo expresó muy bien cuando escribió:
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética, sino por el encentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo rizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DC 1)

No comenzamos a ser cristianos con la moral bajo el brazo.
No comenzamos a ser cristianos con una decisión ética.
Comenzamos a ser cristianos:
Descubriendo la belleza de Jesús.
Descubriendo la belleza de la fe.
Descubriendo la belleza del Evangelio.
De otro modo lo dijo también Jesús: “buscad primero su justicia y el resto vendrá por su cuenta”.

De ordinario:
Comenzamos aprendiendo ideas de memoria.
Comenzamos aprendiendo de memoria cosas del Evangelio.
Comenzamos aprendiendo cosas sobre Jesús.
Es que comenzamos por la cabeza.
De ahí que luego todo nos parece cuesta arriba.

¿No estará ahí el fallo de la pedagogía de nuestros padres?
¿No estará ahí el fallo de la pedagogía de la Catequesis?
¿No estará ahí el fallo de la pedagogía de la Iglesia?
Comenzamos por aprender doctrinas.
Comenzamos por aprender verdades y teorías.

El primer paso es encontrarnos con Jesús.
Presentar la belleza y la riqueza de Jesús.
Primero tendremos que descubrir la grandeza de Jesús.
Primero tendremos que enamorarnos de Jesús y su Evangelio.
Primero tiene que ser un encentro personal.
¿A caso los enamorados comienzan por las ideas que llevan en la cabeza?
¿A caso no comienzan por enamorarse el uno del otro como persona?

Mientras Jesús no sea nuestro tesoro, no venderemos nada por él.
Mientras Jesús no sea nuestra perla preciosa, no venderemos nada.
Solo cuando nos hemos encontrado con Jesús y nos hemos enamorado de él, estaremos dispuestos a vender con alegría todo lo que tenemos.
Sólo cuando Jesús sea el centro de nuestro corazón, la ética y la moral la viviremos con alegría.
Sólo cuando Jesús sea el verdadero tesoro de nuestro corazón, seremos capaces de venderlo todo, renunciar a todo por él.

Las raíces de nuestra fe no están ni en la ética ni en la moral.
Las raíces de nuestra fe están en un “encuentro personal” con El.
Cuando Jesús nos ha ilusionado, todo nos parecerá fácil.
El predicó el Evangelio, pero comenzó por la invitación a “seguirle para estar con él”.
Un cristianismo sin Jesús tesoro y perla del corazón puede ser una teoría, un sistema, una institución.
La alegría será la señal del cristiano, cuando hayamos descubierto a Jesús como el tesoro de nuestra vida.

Primero ilusionarnos con Jesús.
Luego vendrán las doctrinas sobre Jesús.
Pero doctrinas sin Jesús no pasan de teorías, de ideas que no llegan al corazón.

¿No habrá que cambiar el sistema de nuestra catequesis?
¿No habrá que cambiar el modelo de nuestra predicación?
“Yo no sé entre vosotros otra cosa que Jesús y este crucificado”.
La fuerza y la energía evangelizadora de Pablo estuvo en su encuentro con Jesús, por el cual “todo el resto lo considero pérdida”.
Personalmente no sigo ideas ni doctrinas.
Sigo al que ha ganado mi corazón. Y este es Jesús.
El resto, vendrá por su cuenta.
No somos cristianos por las ideas.
Somos cristianos porque nos hemos enamorado de Alguien.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 17 – Ciclo A

“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compara el campo. El Reino de los cielos se parece también a un comerciante que busca perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”. ( Mt 13,44-52)

La alegría es una de las realidades que garantizan la verdad de nuestra fe.
Nos han regalado la fe en el Bautismo.
Nos han enseñado a vivir nuestra fe.
Pero, no hemos aprendido a vivir nuestra fe como un “tesoro” ni “como un perla preciosa”.
Vivimos nuestra fe, porque queremos salvarnos.
Vivimos nuestra fe, como una especie de compromiso que no hemos asumido sino que nos la han impuesto.
Vivimos nuestra fe, no con la alegría de haber descubierto un tesoro.
Sino como una obligación.
Sino como algo que nos impone obligaciones y deberes:
Tengo que confesarme.
Tengo que ir a Misa.
Tengo que renunciar a mis placeres.
Tengo que portarme bien.
Algo así como tengo que pagar los impuestos prediales.

Y Jesús, nos quiere presentar el Reino de los cielos, y por tanto, el don de la fe:
Como quien se encentra con un tesoro.
Como quien descubre una perla preciosa.
Como quien está dispuesto a sacrificarlo todo por él.
Como quien está dispuesto a venderlo todo con “alegría”.

Jesús no nos ofrece el Evangelio:
Como un código de obligaciones.
Como un código de leyes.
Como algo que nos amarga la vida.
Sino como algo que vale más que todo.
Como algo por el cual bien vale la pena sacrificarlo todo.
Como algo por el cual sentimos la alegría de vender todo lo que tenemos.

Ser cristiano no es comprarnos una cara de austeridad.
Ser cristiano no es aceptar un camino de privaciones.
Ser cristiano no es vivir amargado y con cara de pocos amigos.
Ser cristiano es “encontrar un tesoro”.
Ser cristiano es “encontrar una perla preciosa”.
Ser cristiano es vivir de la alegría de venderlo todo para lograr el tesoro de seguirle a él.

O como dice el Papa Francisco:
“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por El, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque “nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor”.

Y luego cita toda una serie de textos del Antiguo y Nuevo Testamento:
“Tú multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo”. (Is 9,2)
“¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén, que viene a ti tu Rey, justo y victorioso” (Za 9,9)
El exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo” (So 3,17)
Es la alegría que se vive en medio de tus pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: “Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien… No te prives de pasar un buen día”. Si 14,1.14)
Y no podía faltar la experiencia de María: “Mi espíritu se estremece de alegría en Dios mi Salvador” (Lc 1,47)
“Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría”. (Jn 16,22)

Es decir, el Evangelio de hoy no nos habla de un cristianismo que nos aplasta con sus leyes y obligaciones y moralismos.
Es una llamada a vivir nuestra fe con la alegría de quien “descubre un tesoro y encuentra una perla”.
Y es así como tendríamos que vivir nuestra fe.
No como una carga, sino como la fiesta de los tesoros y de las joyas preciosas.

Yo no quiero cristianos que se quejan de todo.
Yo no quiero cristianos que se lamentan de todo.
Yo quiero cristianos que se ríen de todo.
Yo quiero cristianos que hacen fiesta de todo.
Yo quiero cristianos que son la alegría y la fiesta de Dios.

Clemente Sobrado C. P.

La alegría de encontrar mi tesoro

Domingo 17 del Tiempo Ordinario – A

Me gustan estas dos parábolas por lo cortitas que son y por la belleza que encierra.
Primero, Jesús compara el Reino de Dios a un tesoro escondido.
Luego, nos habla de la fuerza que ejerce ese tesoro, hasta ser capaces de “venderlo todo por conseguirlo”.
Y no se trata de venderlo todo con la nostalgia de quedarse sin nada, sino la alegría de sacrificarlo todo por él.

Cuando llegué a la selva peruana, se hablaba mucho de que había muchos tesoros escondidos. Mi superior y un amigo mío se entusiasmaron, porque sospechaban que en uno de esos lugares había moneda antiguas escondidas.
Se compraron un detector de metales y se pasaron varias noches cavando. ¡Cuál fue su desilusión cuando se encontraron con un viejo orinal! Tenían una cara de desilusionados que daba pena.

Me imagino la cara que tendrían si logran encontrar el tesoro de esas monedas que buscaban.
Porque, como dice el refrán: “donde está tu tesoro está corazón”.
Yo añadiría: “donde está tu tesoro está la alegría de tu vida”.
“Donde está tu tesoro está la fuerza de la búsqueda”.

Pero creo que son pocos los que viven con gozo y con alegría su fe cristiana. Más bien diríamos que la vivimos con cierta resignación. Nos falta esa alegría y ese optimismo que brota de dentro de nuestro corazón como un manantial de vida. Y todo porque no hemos descubierto la riqueza y la belleza de nuestro ser cristiano, de nuestra vocación cristiana, es decir, el tesoro del Reino.

El que encontró el tesoro, dice el Evangelio:
Se fue corriendo a casa y vendió todo lo que tenía “con alegría”.
No le importó desprenderse de todo, con tal de conseguir algo que para él era importantísimo.
Su alegría y felicidad ya no estaba en lo que tenía sino en lo que había encontrado.

Me pregunto, si los cristianos consideraos:
nuestra fe como un tesoro.
a Jesús como un tesoro.
el Reino como un tesoro.
la Iglesia como un tesoro.
el Evangelio como un tesoro.
nuestra vocación como un tesoro.

¿Se nos notará por la alegría con lo vivimos?
¿Se nos notará por la alegría con que renunciamos a otras cosas?

Mientras no descubramos la importancia de la fe, seremos unos creyentes como obligados.
Mientras no descubramos el verdadero valor de la Iglesia, seremos unos miembros que habitamos en la Iglesia como quien vive en un hotel, pero que no la siente como su propia casa y su propio domicilio, como su hogar.
Mientras no descubramos la belleza del matrimonio, de la familia y del hogar, viviremos en él, pero como quien tiene que seguir adelante, pero sin la alegría del verdadero amor.
Mientras no descubramos la belleza del amor de la esposa o del esposo, seguiremos juntos aguantándonos como podamos.
¿Por qué nos cuesta tanto la fidelidad conyugal? ¿No será porque no hemos descubierto el amor verdadero como el tesoro y el sentido de nuestras vidas?
¿Por qué nos cuesta tanto regresar al hogar y preferimos quedarnos hasta tarde con los amigos?
¿No será porque no hemos descubierto el verdadero tesoro del calor de hogar y de familia?
¿Por qué nos cuesta tanto aceptar los criterios de la moral cristiana?
¿No será porque no hemos descubierto la verdadera belleza del Evangelio? “Donde está tu corazón allí está tu tesoro”.

La alegría de nuestra fe puede ser el camino que lleve a muchos otros al encuentro con Dios.
Yo no sé a cuántos habré puesto en el camino de Dios con mi predicación y mis libros, pero tengo la satisfacción de que la alegría de mi vocación religiosa y sacerdotal, fue el camino para que aquella francesa, a la que pudiéramos titular como el libro de la Sagan “Buenos días, tristeza”,
recuperase su fe, si es que algún día la tuvo,
y se encontrarse con Dios
y reencontrarse con la alegría que nunca había sentido en su corazón.
Sólo podremos ofrecer el tesoro del Reino, cuando nosotros lo hayamos encontrado y hayamos sentido la alegría de “venderlo todo con alegría”.

Señor: Gracias porque algún día descubrí el gran tesoro de tu Reino.
Gracias por la alegría de haberlo dejado todo por ese maravilloso tesoro de mi vocación.
Gracias porque esa mi alegría ha sido el mejor testimonio de haberte encontrado.
Regálanos cada día alegría de tu gracia.
Regálanos cada día la alegría de tu Evangelio.
Regálanos cada día la alegría que invite a otros a encontrarse contigo.

Clemente Sobrado C. P.