Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Inmaculado Corazón de María – Ciclo B

“Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta, según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén”. (Lc 2,41-51)

Un Evangelio que, figura en el quinto misterio gozoso del Rosario: “El Niño perdido y hallado en el Templo”.
Es el primer gesto de Jesús, a sus doce años, que comienza a marcar distancia de sus padres.
Es el primer gesto de Jesús, metido entre los especialistas de la ley y discutiendo con ellos.
Es el primer gesto de Jesús, revelando la novedad de Dios es su Padre.
Y es también un momento de dolor y sufrimiento de María y José: ¿Dónde está el Niño? ¿Quién le ha dicho que José no es su padre?

Es un momento interesante del Evangelio, porque es la primera y casi única vez donde Jesús aparece como modelo de la juventud, pues siempre lo vemos como adulto.
Y creo que, sin pretenderlo, marca toda una serie de datos de cara a nuestros adolescentes.

Los niños no son problema en tanto viven obedientes y bajo la tutela de los padres.
Pero hay un momento en los que el hijo tiene que comenzar a ser él mismo.
Deja de ser rama y quiere convertirse en tronco.
Es el momento en el que los hijos hacen el gran descubrimiento de su libertad.
Y es el momento en el que los hijos comienzan a romper el cordón umbilical que los tenía atados a los padres.

Es como una especie de segundo parto.
Porque en el primer parto, fue preciso cortar el cordón umbilical que lo unía a la madre.
Ahora en este segundo parto, vuelve a cortarse el nuevo cordón de su dependencia.
El corte que les da conciencia de sí mismos y de su independencia.

Es un momento doloroso también para los padres.
Porque comienzan a sentir el dolor de la ruptura.
Porque comienzan a sentir el dolor de no comprender las actitudes del hijo.
Porque comienzan a sentir el dolor de ver, como desobediencia, lo que en realidad, es expresión de libertad.

También los hijos comienzan a “quedarse, no en Jerusalén” pero sí con los amigos, fuera de casa.
Comienzan las preguntas ¿dónde está el hijo?
Comienzan las tensiones entre padres e hijos.
Los padres que no entienden que el hijo ya dejó las faldas de mamá
Y el hijo que no entiende por qué los padres le siguen poniendo cortapisas y trabas a su libertad.

Tal vez aquí nos encontremos con un problema.
Después de tres días, encuentran al Niño en el Templo:
Mientras que los hijos hoy, comienzan a distanciarse del templo.
La discoteca reemplaza al templo.
Es la primera crisis de su fe.
Comienzan por negarse a la práctica religiosa.
Comienzan incluso por confesar que ya no creen.
Otro momento doloroso para los padres.
Y sin embargo, posiblemente sea un dolor necesario, el de este nuevo parto.
Hasta ahora vivían una fe impuesta desde fuera.
Ahora empiezan a cuestionar esa fe.
Un cuestionamiento que no siempre entendemos, pero que es necesario.
No es la pérdida de la fe.
Es la crisis del crecimiento de la fe, porque es entonces que la cuestionan.
Un cuestionamiento que diera la impresión de ser su negación.
Pero un cuestionamiento como camino a la personalización de la misma.
Pasarán también ellos sus “tres días”, que pueden ser algunos años de crisis.
Pero las semillas no han muerto. Sencillamente están atravesando el invierno.

Y es entonces que también los padres deben acogerlos con bondad.
También los padres atraviesan ese invierno frío, pero de necesaria espera.
No se trata de criticarlos. Tampoco de abandonarlos.
Es el momento de seguir tendiendo puentes de bondad, de comprensión, hasta que puedan regresar de nuevo a casa, con una fe, ya no infantil, sino una fe que ha ido madurando.
No es momento de desesperación y frustración, sino momento de espera y esperanza.

Clemente Sobrado C. P.

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