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La Anunciación del Señor

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”. (Lc 1,26-38)

La fiesta de la Anunciación fue el 25 de marzo. Pero, por coincidir con la semana santa ha sido trasladada a hoy lunes.
Hoy comienza a brotar la Navidad.
Hoy comienza la historia de Dios en el seno de una mujer.
Hoy Dios se hace grano sembrado en el vientre virginal de una mujer.
Hoy Dios comienza su historia de encarnación y humanización.
Hoy Dios comienza su historia de óvulo fecundado por el Espíritu Santo.
Hoy Dios comienza su historia cromosómica.
Hoy Dios comienza su historia humana en un vientre de mujer y que florecerá en las pajas de un pesebre.

Hoy, Dios pone de manifiesto la importancia de una mujer sencilla del pueblo.
Hoy, Dios pone de manifiesto la belleza de una mujer que no conoce las salpicaduras del pecado.
Hoy, es Dios que se pone de rodillas delante de una mujer del pueblo, pidiéndole permiso.
Hoy, es Dios pidiendo prestado el vientre de una mujer.
Hoy, es Dios diciendo que puede prescindir del hombre,
pero que no puede prescindir de una mujer.

Hoy comienzan a realizarse las esperanzas de siglos.
Hoy comienza algo nuevo en nuestra historia.
Hoy comienza el protagonismo de una mujer
en la historia de amor de Dios a los hombres.
Hoy comienza Dios a depender de la voluntad de una mujer.
Hoy comienza Dios a depender de los hombres.
Hoy comienza Dios a decirnos la verdad de su amor.

Y en el vientre virginal de una mujer comienza
a brotar Dios como el grano sembrado
en la entraña de la tierra.
Y la “llena de gracia” comienza la historia
de lo que es sentirse llena de Dios hasta los bordes.
Y comienza a hincharse de Dios, aquel vientre de virginidad.
Y comienza a hincharse de amor su corazón,
latiendo al unísono del corazón encarnado de Dios.
Hoy comienza la otra espera.
La espera de nueve meses de gestación.
La espera de la Navidad.
La espera inesperada de una virginidad convertida en maternidad.

No me resisto a copiar lo que J. L. Blanco Vega escribió sobre este día:
“¿Y cómo diría yo,
lo que un ángel desbarata?
Fue como tener seguras
la casa y en un vendaval sin ruido
ver que el techo se levanta
y entra Dios hasta la alcoba
diciendo:
Llena de gracia,
no me levantes paredes,
ni pongas muro a tu casa,
que por entrar en la historia,
me salto yo las murallas.
Si virgen, vas a ser madre,
si esposa, mi enamorada,
si libre, por libre quiero,
que digas: “he aquí la esclava”.
He aquí la esclava, le dije.
Y se quedó mi palabra
sencilla, sencillamente
en el aire arrodillada”.

La Navidad comienza el 25 de marzo,
aunque el Niño nacerá el 25 de diciembre.

María, Madre de Dios. Año Nuevo 2024

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que habían dicho de aquel niño. Todos los que oían lo se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. (Lc 2,16-21)

“Los pastores llegan a toda prisa y encuentran a María, José y el Niño; e informan del anuncio que les han dado los ángeles, es decir que ese recién nacido es el Salvador. Todos se sorprenden, mientras que «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (v. 19). La Virgen nos hace entender cómo acoger el evento de la Navidad: no superficialmente sino en el corazón. Nos indica el verdadero modo de recibir el don de Dios: conservarlo en el corazón y meditarlo. Es una invitación dirigida a cada uno de nosotros a rezar contemplando y gustando este don que es Jesús mismo”. (Papa Francisco)

Comenzamos el año con el calor de madre.
Comenzamos el año con el misterio de “María “Madre de Dios”.
La mujer que humanizó a Dios.
La mujer que le prestó su carne a Dios.
La mujer que hizo posible que Dios se hiciese uno de nosotros.
“María, Madre de Dios”.

Lindo poder comenzar el año “humanizándonos”.
Que Dios quiere tener carne humana.
Que Dios quiere tener sentimientos humanos.
Que Dios quiere tener sensibilidad humana.

Que Dios quiere “humanizarse”
y quiere “humanizar al hombre”.
Que Dios no viene a “deshumanizar el mundo”.
Que viene a “hacerlo más humano”.
Que viene a hacerlo “más comprensivo”,
que viene a hacerlo “más solidario”,
que viene a hacerlo “más fraterno”,
que viene hacerlo “más solidario”.

Y esa mujer, que llamamos María,
hoy tenemos que llamarla “Madre de Dios”;
“Madre del Dios hecho hombre”.
Ella se convierte en ese nexo entre Dios y el hombre.
El nexo entre “lo divino y lo humano”.

El Papa Francisco lo sintetiza así:

“Es mediante María que el Hijo asume la corporeidad.
Pero la maternidad de María no se reduce a esto:
gracias a su fe, Ella es también la primera discípula
de Jesús y esto «dilata» su maternidad.
Será la fe de María la que provoque en Caná
el primer «signo» milagroso, que contribuye
a suscitar la fe de los discípulos.
Con la misma fe, María está presente a los pies de la cruz
y recibe como hijo al apóstol Juan;
y finalmente, después de la Resurrección,
se convierte en madre orante de la Iglesia sobre la cual
desciende con poder el Espíritu Santo
en el día de Pentecostés.
Como madre, María cumple una función muy especial:
se pone entre su Hijo Jesús y los hombres
en la realidad de su privación,
en la realidad de sus indiferencias y sufrimientos.
María intercede, como en Caná, consciente de que
en cuanto madre puede, es más, debe hacer presente al Hijo
las necesidades de los hombres,
especialmente de los más débiles y desfavorecidos”.

“Comenzar el año haciendo memoria de la bondad de Dios
en el rostro maternal de María,
en el rostro maternal de la Iglesia,
en los rostros de nuestras madres,
nos protege de la corrosiva enfermedad de “la orfandad espiritual”.
Jesucristo en el momento de mayor entrega de su vida,
en la cruz, entregando su vida nos entregó también a su Madre.
Y nosotros queremos recibirla en nuestro corazón
y en nuestra familia.
Queremos encontrarnos con su mirada maternal.
Esa mirada que nos libra de la orfandad;
nos recuerda que somos hermanos:
que yo te pertenezco, que tú me perteneces;
que nos enseña que tenemos que aprender a cuidar
la vida de la misma manera y con la misma ternura
con la que ella la ha cuidado:
sembrando esperanza, sembrando pertenencia,
sembrando fraternidad”.

Comenzamos el nuevo año con el calor maternal de una mujer.
Comenzamos el nuevo año con la sonrisa de una madre.
Comenzamos el nuevo año con la generosidad de una madre.
Por eso le rezamos: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros…”
Que sea ella la que, durante este nuevo año,
engendre a Dios, en cada uno de nosotros.

¡Feliz Año María, Madre de Dios!
¡Feliz Año María, Madre nuestra!
¡Que, durante este nuevo año, sigas pidiendo por nosotros!

Inmaculada Concepción de María

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“Envió Dios al ángel Gabriel a una población de Galilea llamada Nazaret, a donde una joven virgen que estaba comprometida para casarse con un hombre llamado José, descendiente de David. La joven se llamaba María. El ángel llegó donde ella y le dijo: “¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!” (Lc 1,26-38)

“María Inmaculada: nos habla de la alegría, esa alegría auténtica que se difunde en el corazón liberado del pecado. El pecado lleva consigo una tristeza negativa que induce a cerrarse en uno mismo. La Gracia trae la verdadera alegría, que no depende de la posesión de las cosas, sino que está enraizada en lo íntimo, en lo profundo de la persona y que nadie ni nada pueden quitar. El cristianismo es esencialmente un «evangelio», una «alegre noticia», aunque algunos piensan que es un obstáculo a la alegría porque ven en él un conjunto de prohibiciones y de reglas. En realidad, el cristianismo es el anuncio de la victoria de la Gracia sobre el pecado; de la vida sobre la muerte”. (Benedicto XVI)

Celebramos hoy, en esta caminar del adviento,
la fiesta de la concepción inmaculada de María.
Yo me atrevería a decir que, con la concepción inmaculada de María,
Dios pone fin la obra de la creación.

Cuando Dios soñó con crear al hombre tenía
por delante muchos estilos de hacerlo.
Al fin, decidió “hacerlo semejante a él”.
“Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra”.
Y lo hizo inteligente, lo hizo libre.
Y le resultó algo bello y hermoso, pero pronto el hombre
destruyó ese modelo, fruto de ese don maravilloso de la libertad.
Porque el hombre jugó a ser libre y a decidir por sí mismo,
olvidándose del modelo.
Y en su libertad comenzó a querer ser como Dios,
“no su imagen”, “sino como él”. “Seréis como dioses”.
Y eso le apeteció y le gustó y cayó en su propia trampa.

Y ahí perdió la confianza en sí mismo,
le entró vergüenza de sí mismo,
y se sintió desnudo de su dignidad.
Y le invadió la “tristeza”, que es siempre la consecuencia del pecado.

Y cuando Dios pensó en crear a María, retomó su primera idea.
Dios no podía fracasar. Y la hizo totalmente llena de sí mismo.
Y a la vez consciente de su condición humana de creatura.
Y en ella la creación vuelve a retomar el camino de su recuperación.

El relato de la anunciación de María es una descripción
de esa nueva criatura hecha a “imagen y semejanza de Dios”.
¿Por dónde comienza el saludo del ángel Gabriel?
“¡Alégrate, llena de gracia!”
Es la alegría de la gracia, es la alegría de la plenitud de Dios,
es la alegría de ser esa imagen y semejanza de Dios.
“El Señor está contigo”. El Señor está en ti.
Tu ser está lleno de Dios. Tú estás llena de gracia,
tú estás llena de Dios; estás invadida de Dios.

Como nos decía Benedicto XVI:

“La alegría de María es plena,
pues en su corazón no hay sombra de pecado.
Esta alegría coincide con la presencia de Jesús en su vida:
Jesús concebido y llevado en el seno, después niño confiado
a sus cuidados maternos, luego adolescente
y joven y hombre maduro;
Jesús a quien ve partir de casa, seguido a distancia
con fe hasta la Cruz y la Resurrección:
Jesús es la alegría de María y es la alegría de la Iglesia,
de todos nosotros”.

“María es llamada la «llena de gracia» (Lc 1, 28)
y con esta identidad nos recuerda la primacía de Dios
en nuestra vida y en la historia del mundo;
nos recuerda que el poder de amor de Dios es más fuerte que el mal,
puede colmar los vacíos que el egoísmo provoca
en la historia de las personas, de las familias,
de las naciones y del mundo. …
Sólo el amor puede salvar de esta caída, pero no un amor cualquiera:
un amor que tenga en sí la pureza de la Gracia de Dios,
que transforma y renueva y que pueda así introducir
en los pulmones intoxicados nuevo oxígeno,
aire limpio, nueva energía de vida.
María nos dice que, por bajo que pueda caer el hombre,
nunca es demasiado bajo para Dios,
que descendió a los infiernos; por desviado que esté nuestro corazón,
Dios siempre es «mayor que nuestro corazón» (1 Jn 3, 20).
El aliento apacible de la Gracia puede desvanecer
las nubes más sombrías, puede hacer la vida bella
y rica de significado hasta en las situaciones más inhumanas”.

Y lo que fue la Inmaculada Concepción de María,
Dios lo quiere repetir, a su manera en nuestro bautismo.
Porque es en nuestro bautismo que Dios,
a pesar de nuestro pecado nos “recrea”,
“nos hace nuevos”, “nos hace nacer de nuevo”.
Los que éramos “criaturas suyas,
ahora nos convierte en hijos suyos”.
Por la creación “éramos obra de sus manos”.
Por el bautismo, “somos hijos”,
“no nacidos de la carne ni del amor humano”
sino de la nueva vida de Dios en nosotros.
“Regenerados en su propia vida”.

La Inmaculada concepción nos hace pensar
y vivir la obra maravillosa de Dios en ella.
Pero nos tiene que llevar a descubrir la maravilla
y la belleza de nuestro bautismo.

Y desde es grandeza bautismal, no caer de nuevo
en el orgullo de ser Dioses, sino en la humildad de María
que se reconoce como la esclava del Señor.
Sentir a Dios como el dueño que posee y determina y guía nuestra vida.
Y como María poder decir: “He aquí la esclava del Señor.
Hágase en mí según tu palabra”.
Que la libertad que destruyó la obra de la creación en nosotros,
sea ahora la libertad nos pone en manos de Dios
para que sea él quien disponga de nosotros.
Ahí estará nuestra alegría y nuestra grandeza.

Nuestra Señora de los Dolores

P. Clemente Sobrado cp.

Virgen Dolorosa

Palabras de esperanza

“Junto a la Cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cera al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego, dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa”. (Jn 19,25-27)

“Lo primero que señala el evangelista es que María está “firmemente de pie” junto a su Hijo. No es un modo liviano de estar, tampoco evasivo y menos aún pusilánime. Es con firmeza, “clavada” al pie de la cruz, expresando con la postura de su cuerpo que nada ni nadie podría moverla de ese lugar. María se muestra en primer lugar así: al lado de los que sufren, de aquellos de los que todo el mundo huye, incluso de los que son enjuiciados, condenados por todos, deportados”… Con ellos está también la Madre, clavada junto a esa cruz de la incomprensión y del sufrimiento”. (Papa Francisco)

Hoy Bienaventurada Virgen María de los Dolores.
Ayer celebramos “al Hijo de los dolores”.
Hoy, a la Madre de los dolores.
Pero no una Madre derrotada y abatida.
No una Madre vencida por el dolor y sufrimiento del Hijo.
Sino una Madre de pie junto a la Cruz.
Una Madre valiente que sabe entregarse y entregar
lo mejor que tiene: a su hijo.

La madre que sabe estar presente junto a los que sufren.
La madre que sabe sufrir con los que sufren.
La madre que sabe acompañar en los éxitos y en los fracasos.
O como dice el Papa Francisco:

“También María nos muestra un modo de estar al lado de estas realidades;
no es ir de paseo ni hacer una breve visita,
ni tampoco es “turismo solidario”.
Se trata de que quienes padecen una realidad de dolor
nos sientan a su lado y de su lado, de modo firme, estable;
todos los descartados de la sociedad pueden
hacer experiencia de esta Madre delicadamente cercana,
porque en el que sufre siguen abiertas las llagas de su Hijo Jesús.
Ella lo aprendió al pie de la cruz.
También nosotros estamos llamados a “tocar” el sufrimiento de los demás.
Vayamos al encuentro de nuestro pueblo para consolarlo
y acompañarlo; no tengamos miedo de experimentar
la fuerza de la ternura y de implicarnos y complicarnos la vida por los otros.
Y, como María, permanezcamos firmes y de pie:
con el corazón puesto en Dios y animados,
levantando al que está caído, enalteciendo al humilde,
ayudando a terminar con cualquier situación de opresión
que los hace vivir como crucificados”.

Es la madre fuerte, que inspira fortaleza en los momentos difícil.
Es la madre que no abandona en los momentos difíciles.
Es la madre que nos enseña estar al lado de los que sufren.
Es la madre que nos enseña a ser fuertes en los momentos difíciles.
¿Recuerdan a la madre de los Macabeos, animando a sus siete hijos
a ser fuertes en la fe, y valientes en confesarla?
Esa es María junto a la Cruz, no para llorar por la muerte del Hijo,
sino para animarlo y darle fuerza con su presencia.

Si vemos a Jesús sereno afrontando su muerte,
veamos también la serenidad de la madre que lo anima
y le da ánimos para seguir adelante.
María, al pie de la cruz, no es la Mujer derrotada por el dolor,
sino la madre entera que da fuerza y valentía.

Y María, al pie de la Cruz, vuelve a revivir su primera maternidad
y aceptar su segunda maternidad.
En Nazaret aceptó la maternidad de Jesús.
“Hágase en mí según tu palabra”.
Ahora en el Calvario vuelve a aceptar su maternidad.
Virgen y dos veces madre.
Es la fecundidad de su virginidad.
Una virginidad no estéril sino fecunda.
Por algo Jesús no la llama “madre”, sino “mujer”:
“Mujer, he ahí a tu hijo”.
“Hijo, he ahí a tu madre”.

El Papa Francisco comenta:

“María es invitada por Jesús a recibir al discípulo amado como su hijo.
El texto nos dice que estaban juntos,
pero Jesús percibe que no lo suficiente,
que no se han recibido mutuamente.
Porque uno puede estar al lado de muchísimas personas,
puede incluso compartir la misma vivienda, o el barrio, o el trabajo;
puede compartir la fe, contemplar y gozar de los mismos misterios,
pero no acogerse, no hacer el ejercicio de una aceptación amorosa del otro.
Cuántos matrimonios podrían relatar sus historias
de estar cerca pero no juntos;
cuántos jóvenes sienten con dolor esta distancia con los adultos,
cuántos ancianos se sienten fríamente atendidos,
pero no amorosamente cuidados y recibidos”.

Y añade:

“Y María Dolorosa al pie de la cruz simplemente permanece.
Está al pie de la cruz. No escapa, no intenta salvarse a sí misma,
no usa artificios humanos y anestésicos espirituales
para huir del dolor.
Esta es la prueba de la compasión: permanecer al pie de la cruz.
Permanecer con el rostro surcado por las lágrimas,
pero con la fe de quien sabe que en su Hijo Dios
transforma el dolor y vence la muerte”.

“Y también nosotros, mirando a la Virgen Madre Dolorosa,
nos abrimos a una fe que se hace compasión,
que se hace comunión de vida con el que está herido,
el que sufre y el que está obligado a cargar cruces pesadas sobre sus hombros.
Una fe que no se queda en lo abstracto,
sino que penetra en la carne y nos hace solidarios
con quien pasa necesidad.
Esta fe, con el estilo de Dios, humildemente y sin clamores,
alivia el dolor del mundo y riega los surcos de la historia con la salvación.

“Queridos hermanos y hermanas, que el Señor siempre
les conserve el asombro, les conserve la gratitud por el don de la fe.
Y que María Santísima les obtenga la gracia de que vuestra fe
siempre siga en camino, tenga el respiro de la profecía
y sea una fe rica de compasión.”

Natividad de María

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús”. (Mt, 1,1-16)

“En el Evangelio hemos escuchado la genealogía de Jesús, que no es una simple lista de nombres, sino historia viva, historia de un pueblo con el que Dios ha caminado y, al hacerse uno de nosotros, nos ha querido anunciar que por su sangre corre la historia de justos y pecadores, que nuestra salvación no es una salvación aséptica, de laboratorio, sino concreta, una salvación de vida que camina. Esta larga lista nos dice que somos parte pequeña de una extensa historia y nos ayuda a no pretender protagonismos excesivos, nos ayuda a escapar de la tentación de espiritualismo evasivos, a no abstraernos de las coordenadas históricas concretas que nos toca vivir[…] El texto evangélico que hemos escuchado culmina llamando a Jesús el Emmanuel, traducido: el Dios con nosotros. Así es como comienza, y así es como termina Mateo su Evangelio: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin de los tiempos”. Jesús es el Emmanuel que nace y el Emmanuel que nos acompaña en cada día, el Dios con nosotros que nace y el Dios que camina con nosotros hasta el fin del mundo”. (Papa Francisco)

Celebramos hoy el cumpleaños de “Mamá María”.
Celebramos su nacimiento: “Natividad”.
Por tanto, su cumpleaños.

Yo no sé cómo Jesús celebrará hoy en el Cielo,
el cumpleaños de su “mami”.
Porque el nacimiento de María no puede pasar desapercibido,
ni en el cielo ni en la tierra.
Porque también Jesús tuvo su “mamita”.
No sé cómo lo celebraría de Niño en Nazaret.
¿Recitándole alguna poesía como solemos hacerlo nosotros?
¿Llevándole algún ramo de flores?
Supongo que entonces estarían más baratas,
porque hoy están bien caritas.
Y hasta me imagino que, como en casa la economía
no daba para mucho, le armaría un ramillete de flores
recogidas en el campo.

Y como todos son supuestos, me supongo que, en vez de poesía,
le recitó el mejor saludo de Dios:
“Dios te salve, María, la llena de gracia,
bendita entre todas las mujeres”.

¿Y cómo lo celebramos nosotros hoy?
El Papa Francisco nos lo sugiere:

“Y recordad que mañana – como he dicho-
es la conmemoración litúrgica de la Natividad de la Virgen.
Sería su cumpleaños.
¿Y qué se hace cuando mamá festeja el cumpleaños?
Se la felicita, se la festeja…
Mañana, recordarlo, desde la mañana temprano,
desde vuestro corazón y desde vuestra boca,
saludad a la Virgen y decidle: “¡Muchas felicidades!”.
Y rezad un Avemaría que nazca del corazón de hijo y de hija.
¡Recordadlo bien!” (Papa Francisco)

Porque hoy es un día “para recordar”:
Recordar las originalidades del corazón de Dios.
Recordar las maravillas que Dios puede hacer en una criatura.
Recordar las maravillas de los caminos de Dios.
Recordar las maravillas de la gracia de Dios.

Porque es un día para “darle gracias a Dios”.
Gracias, por la madre que le regaló a su Hijo Jesús.
Gracias, por la madre que nos ha regalado a cada uno de nosotros.
Gracias, por querer contar con una mujer como camino
para revelarnos todo el misterio salvífico de su amor.

Porque como nos dice el Papa Francisco:

“Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios,
es el nuevo amanecer que ha anunciado la alegría a todo el mundo,
porque de ti nació el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios”.
“La festividad del nacimiento de María proyecta su luz sobre nosotros, […]
María es el primer resplandor que anuncia el final de la noche y,
sobre todo, la cercanía del día.
Su nacimiento nos hace intuir la iniciativa amorosa,
tierna, compasiva, del amor con que Dios
se inclina hasta nosotros y nos llama
a una maravillosa alianza con Él
que nada ni nadie podrá romper”.

Porque hoy es “un día para soñar”.
Todos nos buscan “nuestro parecido al padre o a la madre”.
Hoy tenemos que buscar nuestro parecido
con “nuestra Mamá María”.
Recuerdo el Diario espiritual de aquella chica de dieciocho años,
veraneando en Irún (España) que escribía:
“Madrecita María, que quien me mire, te vea”.
¿No pudiera ser hoy nuestro sueño de hijos?
Nunca seremos como ella,
pero siempre podremos parecernos a ella.
Que todos podamos reflejar los rasgos de nuestra Mamá María:
“La belleza de la gracia”.
“La belleza de su amor”.
“La belleza de su disponibilidad a la Palabra de Dios”.
“La belleza de su servicio a los demás”.
“La belleza de su intimidad con su Hijo Jesús,
nuestro hermano mayor”.

¡Felicidades en tu día, María!
Es el deseo de estos, tus hijos, que un día
esperamos saludarte en el cielo.
¡Que lo pases bonito!