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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 27 a. Semana – Ciclo B

“Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano. Pero el Señor le contestó: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas, solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se le quitará”. (Lc 10,38-47)

Jesús en una casa de familia amiga.
Dos hermanas que le abren las puertas.
Dos actitudes distintas, pero complementarias.
Marta, la mujer del servicio.
María, la mujer de la escucha.
Marta, la mujer del almuerzo.
María, la mujer de la palabra.

Marta, la mujer inquieta y nerviosa queriendo que todo salga bien.
María, la mujer tranquila que prefiere sentarse a escuchar la palabra de Jesús.
Marta, la mujer que se queja de que la dejen sola con el servicio.
María, la que no dice ni palabra, prefiere la tranquilidad de la conversación y compartir la amistad con Jesús.

Y Jesús en medio.
Jesús no recrimina a Marta, sencillamente le hace ver:
Que en la vida hay cosas necesarias, pero también prioridades.
La primera actitud del cristiano debe comenzar por escuchar a Dios en el corazón.
Luego la palabra ser hará servicio.
Ni la palabra sola ni solo el servicio.
Sabemos que el almuerzo es necesario, porque con el estómago vacío tampoco se escucha.
Pero el almuerzo solo tampoco es suficiente.
Somos algo más que estómago.
También el alma necesita ser alimentada por la compañía y la palabra de Dios.
Jesús no menosprecia el buen almuerzo.
Pero destaca que el mejor alimento será siempre la palabra de la amistad.

Lo que Jesús dice a Marta es que “anda inquieta y nerviosa”.
Con frecuencia estamos tan ocupados que no disponemos de tiempo para la escucha de Dios.
Con frecuencia tenemos tantas cosas que hacer, que no nos llega el tiempo para descansar y escucharnos a nosotros mismos y escuchar a Dios en nuestro corazón.
No es que no queramos orar.
Sencillamente no disponemos de tiempo.
O lo hacemos a última hora cuando ya nos morimos de sueño.
Y lo hacemos sencillamente por cumplir.

La oración, como encuentro personal con Dios es esencial en nuestras vidas.
El tiempo que dedicamos a la oración puede decirnos qué lugar ocupa Dios en nuestras vidas.
Cuando dejamos la oración para la última hora y cuando estamos que ya no damos para más, significa que Dios:
No ocupa el primer lugar en nuestras vidas.
Sino que le damos el tiempo que nos sobra.
El problema no es si creemos o no en Dios.
Sino, qué lugar ocupa y qué importancia le damos
Cuando le damos solo las sobras, no es nuestro verdadero comensal.
Seglares que oran “si tienen tiempo” y normalmente, todos carecemos de tiempo.
Sacerdotes que oran, “si tienen tiempo”, pero de ordinario, tampoco tienen tiempo.
Religiosos que oran, “si tienen tiempo”, pero tenemos muchas cosas menos tiempo. Todos vamos llenando nuestras vidas de “hacer cosas” y no queda espacio para El.
Alguien decía a los sacerdotes que, “el día que no tengan media hora para dedicarse a la meditación, ese día dedíquenle tres cuartos de hora”.
La escena de Marta y María pudiera prestarse a hacernos muchas preguntas:
¿Cuál es lo primario y esencial en nuestras vidas?
¿Qué lugar ocupa Dios en nuestras vidas?
¿Cuánto tiempo le dedicamos cada día a los amigos, a la TV, a los periódicos?
¿Y cuánto le dedicamos a El?
Me parece linda la respuesta de aquellos nativos que decían al misionero: “Ustedes tienen reloj, pero nosotros tenemos el tiempo”. Tenemos relojes de precisión, pero carecemos de tiempo para todo, por eso andamos todos “inquietos y nerviosos”.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: La Asunción de María

“María dijo: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo, y su misericordia llega a su fieles de generación en generación”. (Lc 1,39-56)

Celebramos hoy la fiesta de la Asunción de María. Yo la llamaría la Pascua de María.
Tampoco a ella la tenemos que buscar en el sepulcro.
Porque también su cuerpo ha sido glorificado, compartiendo la glorificación del cuerpo glorioso del Resucitado.
Alegría de la Madre.
Alegría del Hijo.
Alegría de nosotros sus hijos.
Alegría por el triunfo de la Madre.
Alegría por la grandeza de los hijos.

No es un día para encerrarnos en nuestras pequeñeces.
No es un día para encerrarnos en nuestras debilidades.
No es un día para encerrarnos en nuestras flaquezas.
Sino que es un día: para recordarnos a nosotros mismos:
Que también Dios se ha fijado en nosotros.
Que también Dios nos ha mirado con cariño e ilusión.
Que también Dios a mirado nuestras esclavitudes con ojos de libertad.

Es un día para unirnos al gozo y a la alegría de la Madre.
Es un día para unirnos a su canto y cantar también nosotros el nuestro.
Es un día para, como ella, recordar y entonar un himno de alabanza, a lo que “el Poderoso ha hecho en nosotros”.
Es un día para que también cada uno de nosotros cantemos el himno de la historia de Dios en nuestras vidas.

¿Acaso siempre tendremos que vivir de nuestro “miserere”?
¿Acaso siempre tendremos que vivir llorando nuestras debilidades?
Ya es hora de que cada uno cantamos a Dios en nuestras vidas.
Ya es hora de que “se alegre nuestro espíritu” porque también El ha hecho obras grandes en nosotros que nos sentimos tan pequeños.
Cada uno tenemos nuestro propio “Magnificat”, nuestro propio “Proclama mi alma la grandeza del Señor”.La grandeza de sentirnos mirados.
La grandeza de pasmarnos de gozo por lo que “ha hecho en nosotros”.

“Proclama mi alma la grandeza del Señor porque un día se enamoró de mí y me regaló el don de la vida.
Proclama y se alegra mi espíritu, porque un día el Señor me renovó en las aguas del bautismo.
Proclama y se alegra mi espíritu, porque un día a mi Señor le dio la corazonada de “hacerme hijo suyo”.
Proclama y se alegría mi espíritu, porque un día a mi Señor regalarme su amor en el amor de mis padres.
Proclama y se alegra mi espíritu, porque un día mi Señor quiso regalarse él mismo en “pan de comunión” y por primavera vez, mi corazón se pareció al vientre virginal que lo encarnó.
Proclama y se alegra mi espíritu, porque un día mi Señor quiso vivir de sueños y me soñó sacerdote suyo y religioso.
Proclama y se alegra mi espíritu, porque tantas veces, mi Señor miró mi corazón esclavo del pecado y lo renovó en el sacramento de la penitencia.
Proclama y se alegra mi espíritu, porque mi Señor quiso poner en mis manos tantos corazones heridos y las convirtió en sus propias manos para sanarlos.
Proclama y se alegra mi espíritu, porque siendo tan poco como era, quiso hacer en mí la maravilla de un instrumento de su amor.
Proclama y se alegra mi espíritu, porque mi Señor me ha regalado su amor en el amor de mis hermanos de comunidad y en el amor de tantos seglares que ha puesto en el camino de vida”.

¿Y la maravilla de que, gracias a tu Resurrección, también yo resucitaré contigo y mi cuerpo será glorificado como el tuyo y el de tu Madre?
Bueno, Señor, ¿quieres que siga contando y cantando tus maravillas en mi vida?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 17 a. Semana – Ciclo B

“Fue Jesús a su ciudad y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: «¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí sus hermanas? Entonces ¿de dónde saca todo eso?” (Mt 13,54-58)

El problema de la verdad no es la verdad misma, sino quién la dice.
El problema del Evangelio no es el Evangelio mismo, sino quién lo anuncia.
Si quien habla es un gran personaje, todos nos quedamos boquiabiertos.
Si quien habla es un desconocido, ¿qué tendrá ese que decirnos?
Si quien habla es una gran figura, todos vamos a escucharle.
Si quien habla es un pobre hombre, no le escucha ni su esposa.
Si quien habla es un político, todos los periódicos lo publican.
Si quien habla es un ciudadano de a pie, no sale ni en avisos económicos.
Si quien habla es un poderoso, debe decir cosas importantes.
Si quien habla es un pobre hombre o mujer, sus palabras las lleva el viento.

Es lo mismo que le pasó a Jesús.
Hasta en eso debió de parecerse a nosotros.
Por una parte, la gente se “admira de sus palabras y sus milagros”.
Pero, la gente de entonces es como la de ahora.
El problema de Jesús:
Ser hijo de un carpintero.
Ser hijo de María, una aldeana más, sin importancia.
Su familia, tampoco tiene mayor prestigio social.

Y de la “admiración” pasan “al desconcierto”.
No pueden negar que en sus palabras hay algo nuevo.
No pueden negar que sus milagros están ahí.
Pero, lo que falla es la “persona”.
No es alguien importante.
No es significativa.
No tiene títulos especiales.

No reconocen su origen divino.
Por tanto, no es ningún representante de Dios.
Saben que habla como nadie.
A lo más, la curiosidad de “dónde lo habrá aprendido” o “¿quién se lo ha enseñado?”
Solo se fijan en su origen humano.
Solo se fijan en su familia humana.
Un carpintero de aldea no resulta demasiado importante y significativo.

Un día un amigo mío tuvo una avería en las cañerías del agua. Cuando vino el “gasfitero” rompió la pared y sacó la cañería rota. Era de aquellas antiguas. Por dentro estaba llena de óxido de hierro. Realmente daba casi asco verla lo destrozada y sucia que estaba. Yo estaba con él.
A mí se me ocurrió tomar un trozo de la misma. Y la guardé.
Luego que el “gasfitero” la cambió por una nueva y más moderna, llamé a mi amigo y le mostré la antigua cañería.
Mi amigo era de los que, constantemente me atacaba diciendo, que no creía porque la Iglesia no vivía el Evangelio, era rica y él conocía a muchos cristianos que comulgaban pero luego eran como todos, y que los curas ya se había demostrado que escondíamos muchas basuras.

Tomé el trozo de cañería y le digo: Bueno, amigo, ¿cuántos años has estado bebiendo el agua que te llegaba por esta tubería? ¿Ves lo sucia que está? Y sin embargo, el agua te llegaba limpia. Y tú saciabas tu sed con esa agua, la de esa tubería.
Pues así es la verdad, amigo mío.
No te fijes en la tubería por donde te llega la verdad del Evangelio.
Puede que esté sucia, y sin embargo, el agua del Evangelio te llega limpia.

Me quedó mirando y me respondió: “eres un j…” un calificativo que no digo pero que empieza con j… y ustedes lo adivinan.
Muchas veces la luz del sol tiene que atravesar las nubes cargadas de “esmog”.
Muchas veces la verdad nos llega a través del “hijo de un carpintero”.
Muchas veces la verdad nos llega a través del hijo de “una madre cualquiera y pobre”.
No te fijes si la voz que te anuncia el Evangelio no es la de Plácido Domingo o Pavarotti.
Acepta la luz, aunque venga a través de las tinieblas.
Acepta la verdad, aunque venga de gente poco significativa.
La verdad del Evangelio no depende de quien la anuncia sino del Evangelio mismo.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 16 a. Semana – Ciclo B

“Uno le avisó: “Oye, tu madre y tus hermanos están fuerza y quieren hablar contigo”. Pero él contestó al que le avisaba: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ese es mi hermano, y mi hermana y mi madre”. (Mt 12,46-50)

Un cambio que todo lo revoluciona.
No todo se reduce a lo que se ve.
No todo depende del apellido.
Hay realidades que van más allá.
Hay hermanos biológicos.
Hay hermanos psicológicos.
Hay hermanos que están más allá de lo simplemente biológico.

Jesús vino a crear:
Un nuevo estilo de familia.
Un nuevo estilo de maternidad.
Un nuevo estilo de filiación.
Un nuevo estilo de fraternidad.
Un nuevo estilo de familia que no se encierra en la casa.
Un nuevo estilo de familia que abarca toda la humanidad.

San Juan en su prólogo ya lo anunció:
“Pero a todos los que lo recibieron les dio el poder
de hacerse hijos de Dios,
A los que creen en su nombre;
La cual no nació de sangre,
Ni de carne,
Ni de deseo de hombre,
Sino que nació de Dios”.
(Jn 1,12-13)

Hay una maternidad que depende del sí a la vida.
Hay una maternidad que depende del sí a la Palabra de Dios.
Hay una fraternidad que depende del mismo vientre.
Hay una fraternidad que depende del sí a la Palabra de Dios.
Hay una familia que depende del amor humano.
Hay una familia que depende del amor y la escucha de la Palabra.

La nueva familia nacida de la Palabra.
En la que ya no hay “extraños”.
En la que ya no hay “solitarios”.
En la que ya no hay “marginados”.

Y como escribía Benedicto XVI:
“La criatura humana, en cuento naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales.
Cuánto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal.
El hombre se valoriza no aislándose sino poniéndose en relación con los otros y con Dios”. (CV 53)

¿Cuánto será que todos nos sentimos madres de todos,
Hermanos de todos?
Cuando la Palabra de Dios sea ese germen de vida en cada uno de nosotros.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Inmaculado Corazón de María – Ciclo B

“Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta, según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén”. (Lc 2,41-51)

Un Evangelio que, figura en el quinto misterio gozoso del Rosario: “El Niño perdido y hallado en el Templo”.
Es el primer gesto de Jesús, a sus doce años, que comienza a marcar distancia de sus padres.
Es el primer gesto de Jesús, metido entre los especialistas de la ley y discutiendo con ellos.
Es el primer gesto de Jesús, revelando la novedad de Dios es su Padre.
Y es también un momento de dolor y sufrimiento de María y José: ¿Dónde está el Niño? ¿Quién le ha dicho que José no es su padre?

Es un momento interesante del Evangelio, porque es la primera y casi única vez donde Jesús aparece como modelo de la juventud, pues siempre lo vemos como adulto.
Y creo que, sin pretenderlo, marca toda una serie de datos de cara a nuestros adolescentes.

Los niños no son problema en tanto viven obedientes y bajo la tutela de los padres.
Pero hay un momento en los que el hijo tiene que comenzar a ser él mismo.
Deja de ser rama y quiere convertirse en tronco.
Es el momento en el que los hijos hacen el gran descubrimiento de su libertad.
Y es el momento en el que los hijos comienzan a romper el cordón umbilical que los tenía atados a los padres.

Es como una especie de segundo parto.
Porque en el primer parto, fue preciso cortar el cordón umbilical que lo unía a la madre.
Ahora en este segundo parto, vuelve a cortarse el nuevo cordón de su dependencia.
El corte que les da conciencia de sí mismos y de su independencia.

Es un momento doloroso también para los padres.
Porque comienzan a sentir el dolor de la ruptura.
Porque comienzan a sentir el dolor de no comprender las actitudes del hijo.
Porque comienzan a sentir el dolor de ver, como desobediencia, lo que en realidad, es expresión de libertad.

También los hijos comienzan a “quedarse, no en Jerusalén” pero sí con los amigos, fuera de casa.
Comienzan las preguntas ¿dónde está el hijo?
Comienzan las tensiones entre padres e hijos.
Los padres que no entienden que el hijo ya dejó las faldas de mamá
Y el hijo que no entiende por qué los padres le siguen poniendo cortapisas y trabas a su libertad.

Tal vez aquí nos encontremos con un problema.
Después de tres días, encuentran al Niño en el Templo:
Mientras que los hijos hoy, comienzan a distanciarse del templo.
La discoteca reemplaza al templo.
Es la primera crisis de su fe.
Comienzan por negarse a la práctica religiosa.
Comienzan incluso por confesar que ya no creen.
Otro momento doloroso para los padres.
Y sin embargo, posiblemente sea un dolor necesario, el de este nuevo parto.
Hasta ahora vivían una fe impuesta desde fuera.
Ahora empiezan a cuestionar esa fe.
Un cuestionamiento que no siempre entendemos, pero que es necesario.
No es la pérdida de la fe.
Es la crisis del crecimiento de la fe, porque es entonces que la cuestionan.
Un cuestionamiento que diera la impresión de ser su negación.
Pero un cuestionamiento como camino a la personalización de la misma.
Pasarán también ellos sus “tres días”, que pueden ser algunos años de crisis.
Pero las semillas no han muerto. Sencillamente están atravesando el invierno.

Y es entonces que también los padres deben acogerlos con bondad.
También los padres atraviesan ese invierno frío, pero de necesaria espera.
No se trata de criticarlos. Tampoco de abandonarlos.
Es el momento de seguir tendiendo puentes de bondad, de comprensión, hasta que puedan regresar de nuevo a casa, con una fe, ya no infantil, sino una fe que ha ido madurando.
No es momento de desesperación y frustración, sino momento de espera y esperanza.

Clemente Sobrado C. P.