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La presentación del Señor

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblo: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. (Lc 2,22-40)

“Observemos atentamente la paciencia de este anciano. Durante toda su vida esperó y ejerció la paciencia del corazón. En la oración aprendió que Dios no viene en acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros días, en el ritmo a veces fatigoso de las actividades, en lo pequeño e insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su voluntad. Caminando con paciencia, Simeón no se dejó desgastar por el paso del tiempo. Era un hombre ya cargado de años, y sin embargo la llama de su corazón seguía ardiendo; en su larga vida habrá sido a veces herido, decepcionado; sin embargo, no perdió la esperanza. Con paciencia, conservó la promesa ―custodiar la promesa―, sin dejarse consumir por la amargura del tiempo pasado o por esa resignada melancolía que surge cuando se llega al ocaso de la vida. La esperanza de la espera se tradujo en él en la paciencia cotidiana de quien, a pesar de todo, permaneció vigilante, hasta que por fin “sus ojos vieron la salvación” (cf. Lc 2,30). (Papa Francisco)

Toda una vida viviendo de una promesa.
Toda una vida viviendo de una esperanza.
Toda una vida que no se cansa de esperar.

Simeón vivió y envejeció creyendo a una promesa.
Simeón vivió y envejeció sin cansarse de esperar.
La luz tardó en alumbrar.
La noche fue larga como para envejecer.
Pero, la esperanza es así, no tiene hora.
Pero, las esperanzas sembradas en el corazón
terminan amaneciendo.
Comienza a hacerse luz
cuando sus ojos se están ya apagando.
Pudo abrazar al Salvador prometido,
cuando ya sus brazos están cansados.

Dios nos hace esperar.
Dios no funciona al ritmo de nuestros relojes.
Dios no funciona al ritmo de nuestras prisas.
Pero Dios no falla.
Dios no nos engaña con sus promesas.
Dios no falla a nuestras esperanzas.

La esperanza es así.
Saber esperar, por más que sintamos que el tiempo pasa.
Saber esperar, por más que sintamos que la noche se hace demasiado larga.
Saber esperar, incluso aunque nosotros nos cansemos de tanta espera.

Por fin, los ojos mortecinos del anciano logran ver al Salvador.
Por fin, sus brazos cansados de anciano logran abrazar al Salvador.
Por fin, su corazón logra estrechar a su Salvador.
Una vida llena de promesas y esperanzas.
Para por fin, gozar en la vejez.
Me encanta ver que un anciano logra al final de sus días
lo esperado durante toda una vida.
Pero más me encanta contemplar a un anciano
cantando de alegría por haber logrado lo que siempre esperó.
Me encanta escuchar que al final de la vida alguien
puede cantar de gozo y de alegría.

Es la nueva Epifanía de Jesús.
Es la Epifanía de Jesús a Israel en la persona
de un anciano que solo espera la muerte.
Es la Epifanía de Jesús a un anciano que está en el Templo.
En la primera Epifanía, los Magos, regresan a sus tierras por otro camino.
No dicen ni palabra, solo adoran de rodillas y se van.
Ahora es la Epifanía del que también quiere regresar
con la vida plena y realizada.

María y José miran, callan y su corazón vive y siente.
Mientras tanto, alguien cargado de años,
siente el gozo de haber vivido.
Siento la alegría de María y José.
Siento la alegría dejándose abrazar por quien supo esperar.
Pero, confieso que hoy siento la alegría de un anciano
que lleno de gozo, ya no le importa prolongar su vida.
Le basta “que sus ojos le han visto”.

En un tiempo se celebraban la Purificación de María.
Luego se comenzó a celebrar la “Presentación del Niño al mundo”.
Yo celebraría hoy “el Día y la fiesta de los ancianos”.
Yo celebraría hoy “la alegría y felicidad de los ancianos”.
Yo celebraría hoy “la alegría y la felicidad como cumbre de toda una vida”.

Es hermosa la sonrisa de un Niño.
¿Y no es hermosa la sonrisa de un anciano fundida
con la sonrisa de un niño?
Es hermoso ver a un niño en la cuna.
¿Y no es hermoso ver a un niño estrechado
por los brazos de un anciano?
Es la espera y la realidad abrazadas de un mismo gozo.
Es el ayer que se va, pero sosteniendo en sus brazos
el futuro que comienza.

Señor de los Milagros

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. (Jn 3,11-16)

«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él». (Benedicto XVI)

Celebramos hoy la Fiesta del Señor de los Milagros.
Hoy andará por nuestras calles.
Sí, que las vea y que nos vea como somos.
Pero que, a su paso, nos deje su propio mensaje.

a.- Que nos haga descubrir “la verdad de nuestra fe”;
revelándonos “el verdadero rostro de Dios”,
reflejado en la imagen del Crucificado.
Y que no es otro que un “Dios de amor”.
Que nos haga sentir a Dios como amor.
Que nos haga sentir que Dios nos ama.
Que nos haga sentir que Dios quiere darnos vida.
Que nos haga sentir que Dios quiere salvarnos.
Que no quiere que se pierda ni uno de nosotros.

Señor de los Milagros regálanos hoy el don
de descubrir nuestra fe como “un creer en el amor del Padre”.

b.- Y que nos haga descubrir la “verdadera imagen del hombre”.
Que también nosotros nacemos para amar.
Que también el hombre está llamado a ser amor.
Que también el hombre necesita ser amado y amar.
Que también el hombre se realiza en el amor.
Que un hombre sin amor es un árbol seco y sin savia interior.
Que solo vivimos cuando amamos.
Que nuestras vidas “valen por lo que aman”.

c.- Y que nos hagas “descubrir nuestro verdadero camino”.
Que el verdadero camino del hombre es amar.
Que el verdadero sentido de la vida es amar.
Que el verdadero valor de la vida es amar.
Que nuestro camino por la vida es caminar amando.
Y amando a todos, sin excluir a nadie.
Que nuestro camino por la vida es caminar
“salvando a todos”;
“dando vida a todos”.
Que nuestro camino por la vida es “valorar la dignidad de todos”.

Escuchemos de nuevo a Benedicto XVI:

“Hemos creído en el amor de Dios:
así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida.
No se comienza a ser cristiano por una decisión ética
o una gran idea, sino por el encuentro
con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y,
con ello, una orientación decisiva.
En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento
con las siguientes palabras:
«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único,
para que todos los que creen en él tengan vida eterna».

“Dios se ha mostrado verdaderamente, se ha hecho accesible,
ha amado tanto al mundo que, nos ha dado a su hijo Unigénito,
para que quien cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna,
y en el supremo acto de amor de la cruz,
sumergiéndose en el abismo de la muerte,
la ha vencido, ha resucitado y nos ha abierto también
a nosotros las puertas de la eternidad.
Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte
que Él mismo ha atravesado;
es el buen Pastor, bajo cuya guía nos podemos confiar sin temor,
ya que Él conoce bien el camino, ha atravesado también la oscuridad. (…)
Se nos invita, una vez más, a renovar con valor
y con fuerza nuestra fe en la vida eterna,
es más, a vivir con esta gran esperanza
y a dar testimonio de ella al mundo:
después del presente no está la nada.
Y precisamente, la fe en la vida eterna da al cristiano
el valor para amar aún más intensamente esta tierra nuestra
y trabajar para construirle un futuro,
para darle una esperanza verdadera y segura”.

El amor nos abre a la esperanza.
El amor no da fuerza en las dificultades.
El amor nos anima a luchar y construir un mundo
más humano, más fraterno, más solidario.
El amor nos abre la ventana de la vida eterna.

Este es el milagro del Señor de los Milagros.
Es el milagro que le pido para todos.
El milagro de que podamos vivir amándonos.

Exaltación de la Santa Cruz

P. Clemente Sobrado cp.

Palabras de esperanza

“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga eterna. Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. (Jn 3,13-17)

“Hoy la Iglesia nos invita a contemplar la cruz del Señor, la santa cruz, que es el signo del cristiano […] La cruz de Jesús debe ser para nosotros la atracción: miradla, porque es la fuerza para continuar adelante”. (Papa Francisco)

Hoy la Iglesia celebra la Exaltación de la Santa Cruz.
En el Perú la celebramos el tres de mayo.
Y la primera pregunta que puede venirnos a la mente es:
“¿Y por qué celebrar y “exaltar la Cruz?”
Es la pregunta que el Papa Francisco se hace y nos hace:
“Alguna persona no cristiana podría preguntarnos:
¿Por qué “exaltar” la cruz?
Podemos responder que no exaltamos una cruz cualquiera,
o todas las cruces: exaltamos la cruz de Jesús,
porque en ella se reveló al máximo el amor de Dios por la humanidad. […]
¿Por qué fue necesaria la cruz?
A causa de la gravedad del mal y toda la omnipotencia
mansa de la misericordia de Dios.
La cruz parece determinar el fracaso de Jesús,
pero en realidad manifiesta su victoria. […]
Y cuando dirigimos la mirada a la cruz donde Jesús
estuvo clavado, contemplamos el signo de amor,
del amor infinito de Dios por cada uno de nosotros
y la raíz de nuestra salvación.
De esa cruz brota la misericordia del Padre,
que abraza al mundo entero.
Por medio de la cruz de Cristo ha sido vencido el maligno,
ha sido derrotada la muerte, se nos ha dado la vida,
devuelto la esperanza.
La cruz de Cristo es nuestra única esperanza verdadera”.

Para mí, personalmente, tiene un significado particular:
Porque fue el 14 de septiembre de 1942,
el día que recibí la carta de admisión al Seminario Pasionista.
¿Cómo no celebrar con gozo, el día que cambió mi vida para siempre?

“Así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre,
para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.
No exaltamos la Cruz, por ser cruz, sino porque “de esa Cruz, la de Jesús”,
brota todo el manantial de vida para cada uno de nosotros.
En esa Cruz, alguien entrega su vida para que todos vivamos.
“Todo el que cree en ese que cuelga de la Cruz,
tiene vida”, no como la vida del que miraba el palo
levantado en el desierto, sino “la vida eterna”.

Es mirando a la Cruz y al Crucificado,
que nuestra vida se abre a la plenitud de la vida,
a la vida definitiva, a la vida en la vida de Dios.
No es la Cruz que nos baja el telón y nos impide ver más allá,
sino la Cruz que nos abre y sube el telón
y nos permite mirar más lejos.
En ella se ilumina, se despierta toda nuestra esperanza.
Por tanto “exaltamos la Cruz como vida”.

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único
para que no perezca ninguno de los que creen en él,
sino que tengan vida eterna”.
No “exaltamos la Cruz” como castigo,
sino “como revelación del amor de Dios”.
La Cruz nos habla de dolor, pero es el dolor
que “nos manifiesta el amor de Dios”.
Quien solo ve dolor y muerte, no sabe mirar a la Cruz.
Es un dolor y una muerte transparentes
que nos hacen “ver al otro lado”, a lo que hay al otro lado.
Y lo que hay al otro lado es: “tanto amó Dios al mundo
que entregó a su Hijo único”.

Es en la Cruz donde Dios nos revela la verdad de su corazón.
Es en la Cruz donde Dios se nos revela plenamente a sí mismo.
Es en la Cruz donde Dios quiere revelar la grandeza de cada uno de nosotros.
No conoceremos a Dios, si no conocemos su corazón.
No conoceremos a Dios, si no conocemos su amor.
Y no nos conoceremos de verdad a nosotros mismos,
si no nos vemos desde la Cruz.
El precio de cada uno de nosotros es el Crucificado.

Es en la Cruz donde estamos llamados a “ver de otra manera a Dios”.
Es en la Cruz donde estamos llamados a “vernos de otra manera”.
Es en la Cruz donde estamos llamados a “a ver a los demás de otra manera”.
Y es en la Cruz donde estamos llamados
“a vernos a nosotros de otra manera delante de Dios”;
“a vernos de otra manera en relación con los demás”.

“Dios se ha mostrado verdaderamente, se ha hecho accesible,
ha amado tanto al mundo que, nos ha dado a su hijo Unigénito,
para que quien cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna,
y en el supremo acto de amor de la cruz,
sumergiéndose en el abismo de la muerte,
la ha vencido, ha resucitado y nos ha abierto también
a nosotros las puertas de la eternidad.
Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte
que Él mismo ha atravesado;
es el buen Pastor, bajo cuya guía nos podemos confiar sin temor,
ya que Él conoce bien el camino, ha atravesado también la oscuridad. (…)
Se nos invita, una vez más, a renovar con valor
y con fuerza nuestra fe en la vida eterna,
es más, a vivir con esta gran esperanza y a dar testimonio de ella al mundo:
después del presente no está la nada.
Y precisamente, la fe en la vida eterna da al cristiano
el valor para amar aún más intensamente esta tierra nuestra
y trabajar para construirle un futuro,
para darle una esperanza verdadera y segura”. (Benedicto XVI)

Miremos a la Cruz y nuestro corazón cambiará.
Miremos a la Cruz y nuestros ojos cambiarán.
Miremos a la Cruz y nuestra vida cambiará.
“Exaltemos la Cruz en nuestro corazón”.

Homilía de la Transfiguración del Señor

Escucha aquí la Homilía del P. Clemente Sobrado cp. sobre la Transfiguración del Señor.

Palabras de esperanza

“Jesús tomó consigo Pedro, a Santiago y su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro entonces tomó la palara y dijo a Jesús: ”Señor, ¡qué bien se está aquí!” (Mt 17,1-9)

“Jesús transfigurado sobre el monte Tabor quiso mostrar a sus discípulos su gloria no para evitarles pasar a través de la cruz, sino para indicar a dónde lleva la cruz. Quien muere con Cristo, con Cristo resurgirá. Y la cruz es la puerta de la resurrección. Quien lucha junto a Él, con Él triunfará. Este es el mensaje de esperanza que la cruz de Jesús contiene, exhortando a la fortaleza en nuestra existencia. La Cruz cristiana no es un ornamento de la casa o un adorno para llevar puesto, la cruz cristiana es un llamamiento al amor con el cual Jesús se sacrificó para salvar a la humanidad del mal y del pecado”. (Papa Francisco)

¿Un paseo de recreo a la cima del monte,
donde Pedro se siente la mar de feliz y hasta se atreve
a confesar su gozo y su alegría?
“Maestro, ¡qué bien se está aquí!”
Aquí nos quedamos “haré tres tiendas”.

¿O una lección de cómo afrontar y contemplar
el misterio de la Cruz y de la muerte de Jesús?
Me quedo con lo segundo.
El monte de la transfiguración es para enseñarles
a interpretar el monte del Calvario.
O como muy bien nos explica el Papa Francisco:

“Ya en marcha hacia Jerusalén, donde deberá padecer
la condena a muerte por crucifixión,
Jesús quiere preparar a los suyos para este escándalo,
el escándalo de la cruz, para este escándalo demasiado
fuerte para su fe y, al mismo tiempo,
preanunciar su resurrección, manifestándose como el Mesías, el Hijo de Dios.
Y Jesús les prepara para ese momento triste y de tanto dolor”.

En la transfiguración, Jesús quiere anticiparles
“lo que hay al otro lado de la cruz”.
En la transfiguración, Jesús quiere mostrarles
“la belleza que hay al otro lado de la muerte”:
la resurrección gloriosa.

La transfiguración no evitará a Jesús tener que pasar
por la Pasión y la Cruz.
La resurrección de Jesús tiene un camino: la Pasión y la muerte.
Los discípulos “no entienden todavía este camino”.
Y su anuncio por parte de Jesús, los dejó perplejos
y desconcertados y aturdidos.
No entienden el anuncio que Jesús les ha hecho.
Los ha dejado a todos como descuadrados.

Es que el camino de la Cruz no es fácil de entender para nadie.
Para entender algo de ese misterio de la Cruz y de la muerte,
es preciso ver lo que queda al otro lado,
“el después de la Cruz y el después de la Muerte”.

Y Jesús lo hace “transfigurándose”, manifestándose “glorioso”.
Les anticipa “el misterio de la resurrección gloriosa”.
Que detrás de la “humillación de la Pasión”,
vendrá “la exaltación de la resurrección”.
Los “hombres lo humillarán”, pero “Dios lo exaltará”,
“lo glorificará”.
Después de “las oscuridades de la Pasión
donde los hombres tratan de borrar su imagen”,
“vendrán las claridades de la luz pascual de la resurrección”;
donde recuperará “el rostro brillante e radiante de su divinidad”.
Como nos dice el Papa Francisco:

“Pero precisamente a través de la cruz
Jesús alcanzará la gloriosa resurrección,
que será definitiva, no como esta transfiguración
que duró un momento, un instante”.

¿Y qué nos dice a nosotros esta transfiguración de Jesús?
Lo mismo que a los discípulos.
Que es preciso “aprender a mirar siempre más allá de las cosas”.
Que es preciso “aprender a mirar la cruz desde el otro lado”,
“desde lo que hay al otro lado”.
Que la cruz no nos esconda “lo que hay detrás de ella”.
Sino que la hagamos “transparente”, “que deje ver…”

La transfiguración yo la traduciría hoy así:
Que aprendamos a vernos a cada uno de nosotros desde el otro lado.
Que, si por una cara, vemos “nuestras debilidades”,
éstas no nos impidan ver nuestras “posibilidades”.
Que, si por una cara, vemos nuestros pecados,
que éstos no “nos impidan ver al posible santo”
que escondemos y podemos ser.
Que, si por una cara, vemos los problemas
y sufrimientos de esta vida, no nos impidan ver
los gozos eternos que nos esperan.

La transfiguración nos enseña a “mirar a los que nos rodean”.
En ella, los discípulos descubren un Jesús muy distinto
al que cada día están acostumbrados a ver.
Que no nos quedemos en lo que vemos de los demás,
sino que sepamos ver lo que Dios ve en ellos.
Que no nos quedemos con lo que son,
sino que descubramos lo que pueden ser.

Y, sobre todo, que la transfiguración de Jesús
nos muestre el camino de cómo ver su Cruz, su Pasión y su Muerte.
Que no nos quedemos “con el dolor que vemos”,
sino que descubramos el “amor de Dios que nos revelan”;
que descubramos “la misericordia, el perdón y la salvación de Dios”.
Que mirando a la cruz no nos quedemos
viendo “muerte” sino “vida y resurrección”.

Quisiera citar aquí un texto de Benedicto XVI:
“El Evangelio de la Transfiguración del Señor
pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo,
que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre.
La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada,
como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto»,
para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo,
el don de la gracia de Dios:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle».
Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria
para sumergirse en la presencia de Dios:
él quiere transmitirnos, cada día, una palabra
que penetra en las profundidades de nuestro espíritu,
donde discierne el bien y el mal y fortalece la voluntad de seguir al Señor”.

Pidámosle al Señor nos conceda “ojos de transfiguración”.
Ojos que transfiguren lo que ven.
Ojos que vean “más allá de lo que ven”.
Ojos que transfiguran la vida.
Ojos que transfiguran a los demás.
Ojos que nos hagan siempre ver “más allá”, “más lejos”.

Jesucristo Rey del Universo

Escucha aquí la Homilía del P. Clemente Sobrado cp. sobre la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.

“Las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres rey de los judíos, sálvate a ti mismo…Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. (Lc 23,35-43)

“La cruz es el «trono» desde el que manifestó la sublime realeza de Dios Amor: ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del «príncipe de este mundo» e instauró definitivamente el reino de Dios. Reino que se manifestará plenamente al final de los tiempos”. “El camino para llegar a esta meta es largo y no admite atajos; en efecto, toda persona debe acoger libremente la verdad del amor de Dios. Él es amor y verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen jamás: llaman a la puerta del corazón y de la mente y, donde pueden entrar, infunden paz y alegría. Este es el modo de reinar de Dios”. (Benedicto XVI)

La Fiesta de Jesucristo, Rey del Universo,
fue incorporada a la Liturgia por el Papa Pío XI,
el 11 de diciembre de 1925, como término
del Jubileo del XVI Centenario del Concilio de Nicea.
La intención del Papa era “recuperar el sentido de Jesucristo,
como centro de la vida del mundo”.
¿Lo habremos logrado?
No basta “celebrar su liturgia”, es preciso
“hacerlo realidad en la vida”.

Es posible que la palabra “Rey” hoy nos suene
mucho a “Poder”, a “Autoridad”, a “Mando”.
Sin embargo, cuando lo aplicamos a Jesús,
las cosas cambian, porque el “reino de Jesús,
no es de este mundo”.
Es “reinado de la verdad”,
el “reinado de la gracia”,
el “reinado del amor”.

Y la mejor explicación nos la ofrece el Evangelio de hoy.
No es el Rey “revestido de majestad y poder”
sino el “Rey convertido en burla y comedia de todos”.
En su “encarnación se desnudó de su condición divina”.
Ahora en la “Cruz”, Jesús se convierte en el “hazme reír de todos”.
En la Cruz, no solo le “desnudamos de su condición divina”,
“sino que lo desnudamos hasta de su condición humana”.

Al crucificarlo “lo desnudamos de su dignidad humana”,
porque la crucifixión solo se aplicaba a esclavos.
Al crucificarlo “lo retamos y desnudamos”
de su “condición divina”.
Es la mayor humillación y sensación de fracaso de Jesús.
Todos se sienten con derecho “a burlarse de él”.
Todos se sienten con derecho “a destruir
su imagen humana y divina”.
“Las autoridades” “le hacían muecas a Jesús, diciendo:
“A otros ha salvado; que se salve a sí mismo,
si es el Mesías de Dios”.
“Los soldados se burlaban de él”:
”Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.
“Uno de los malhechores crucificados, lo insultaba diciendo:
“Sálvate a ti mismo y a nosotros”.

Jesús “convertido en comedia de todos”.
Jesús “convertido en diversión de todos”.
Jesús “convertido en estropajo de todos”.
Y todos con derecho “a retarlo y desafiarlo”.
Y todos con derecho “a destruir su imagen”.
Y todos con derecho “a destruir su dignidad humana y divina”.

Lo que “comenzó en la encarnación de “rebajarse a sí mismo”,
toca ahora fondo, “el fondo del rebajamiento de su dignidad y credibilidad”.
Dios convertido “en juguete roto”, en manos de los hombres.
Dios que “se rebajó haciéndose hombre”,
ahora los hombres lo rebajan “hasta negarle su dignidad humana”.

Señor, ¿podías caer más abajo?
Señor, ¿podías rebajarte más hondo?
Mueres como “un don nadie”.
Mueres como “un juguete de diversión en manos de los hombres”.
¡Qué mal te ha ido con los hombres!

Aunque, perdona: ¡qué bien te ha ido con los hombres!
Porque has salido con la tuya: “revelar tu amor hasta el máximo”.
“Revelar tu amor hasta la destrucción humana de ti mismo”.
Podías bajar de la cruz, como te retaban:
“Pero serías como ellos”.
Gracias, porque “no has querido bajar”.
Porque “no era bajando de la Cruz,
que pudiésemos sentir cuanto nos amas”.
Porque “no era bajando de la Cruz que tu amor nos hubiese salvado”.
Tú has querido “salvarnos desde la Cruz,
desde ese “perder a tu dignidad”,
desde ese “dar tu vida a pesar de todo”.

Ahí está “la verdadera sabiduría de Dios”:
“La sabiduría de la Cruz”.
Que es la “sabiduría del amor hasta el extremo”,
porque es la “sabiduría de amar como Dios ama”.
Y que es la sabiduría “del cristiano”:
“de amar como tú nos has amado”.
La “ciencia” nos descubre el “misterio de las cosas”.
La “sabiduría” nos descubre el “misterio del corazón de Dios”,
el “misterio del amor de Dios y del amor cristiano”.

El Papa Francisco nos lo aclara:

“El Evangelio presenta la realeza de Jesús al culmen
de su obra de salvación, y lo hace de una manera sorprendente.
«El Mesías de Dios, el Elegido, el Rey»
se muestra sin poder y sin gloria:
está en la cruz, donde parece más un vencido que un vencedor.
Su realeza es paradójica: su trono es la cruz;
su corona es de espinas; no tiene cetro,
pero le ponen una caña en la mano;
no viste suntuosamente, pero es privado de la túnica;
no tiene anillos deslumbrantes en los dedos,
pero sus manos están traspasadas por los clavos;
no posee un tesoro, pero es vendido por treinta monedas.
Verdaderamente el reino de Jesús no es de este mundo,
la grandeza de su reino no es el poder según el mundo,
sino el amor de Dios, un amor capaz de alcanzar
y restaurar todas las cosas.
Jesús se ha hecho el Rey de los siglos, el Señor de la historia:
con la sola omnipotencia del amor,
que es la naturaleza de Dios, su misma vida,
y que no pasará nunca”.

“Jesús quiere hacer entender que por encima
del poder político hay otro mucho más grande
que no se obtiene con medios humanos.
Él vino a la tierra para ejercer este poder, que es el amor,
dando testimonio de la verdad”.
“Se trata de la verdad divina que, en definitiva,
es el mensaje esencial del Evangelio:
‘Dios es amor’ y quiere establecer en el mundo
su reino de amor, de justicia y de paz.
Este es el Reino del que Jesús es Rey,
y que se extiende hasta el final de los tiempos”.

Amigos, ¿y todo esto no nos cuestiona a todos?
¿No estaremos también nosotros jugando con Dios?
¿No estaremos tomando a Dios demasiado a la ligera?
¿No pudiéramos nosotros, como el buen ladrón,
decirle en medio de tanta indiferencia?
“Acuérdate de mí, Señor, cuando llegues a tu Reino”.

En medio de tanta maldad, mientras miremos a la Cruz,
siempre habrá una esperanza:
“Hoy, estarás conmigo en el Paraíso”.
Y cuantos llevamos “una cruz colgada al cuello”,
que no la llevemos como “adorno”.
Porque no es “adorno el trono de las humillaciones de Dios”.
La Cruz será siempre “la sabiduría del amor”.
La Cruz será siempre “el compromiso de amar”
y “amar hasta la entrega total”.