P. Clemente Sobrado cp.
Palabras de esperanza
“Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblo: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. (Lc 2,22-40)
“Observemos atentamente la paciencia de este anciano. Durante toda su vida esperó y ejerció la paciencia del corazón. En la oración aprendió que Dios no viene en acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros días, en el ritmo a veces fatigoso de las actividades, en lo pequeño e insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su voluntad. Caminando con paciencia, Simeón no se dejó desgastar por el paso del tiempo. Era un hombre ya cargado de años, y sin embargo la llama de su corazón seguía ardiendo; en su larga vida habrá sido a veces herido, decepcionado; sin embargo, no perdió la esperanza. Con paciencia, conservó la promesa ―custodiar la promesa―, sin dejarse consumir por la amargura del tiempo pasado o por esa resignada melancolía que surge cuando se llega al ocaso de la vida. La esperanza de la espera se tradujo en él en la paciencia cotidiana de quien, a pesar de todo, permaneció vigilante, hasta que por fin “sus ojos vieron la salvación” (cf. Lc 2,30). (Papa Francisco)
Toda una vida viviendo de una promesa.
Toda una vida viviendo de una esperanza.
Toda una vida que no se cansa de esperar.
Simeón vivió y envejeció creyendo a una promesa.
Simeón vivió y envejeció sin cansarse de esperar.
La luz tardó en alumbrar.
La noche fue larga como para envejecer.
Pero, la esperanza es así, no tiene hora.
Pero, las esperanzas sembradas en el corazón
terminan amaneciendo.
Comienza a hacerse luz
cuando sus ojos se están ya apagando.
Pudo abrazar al Salvador prometido,
cuando ya sus brazos están cansados.
Dios nos hace esperar.
Dios no funciona al ritmo de nuestros relojes.
Dios no funciona al ritmo de nuestras prisas.
Pero Dios no falla.
Dios no nos engaña con sus promesas.
Dios no falla a nuestras esperanzas.
La esperanza es así.
Saber esperar, por más que sintamos que el tiempo pasa.
Saber esperar, por más que sintamos que la noche se hace demasiado larga.
Saber esperar, incluso aunque nosotros nos cansemos de tanta espera.
Por fin, los ojos mortecinos del anciano logran ver al Salvador.
Por fin, sus brazos cansados de anciano logran abrazar al Salvador.
Por fin, su corazón logra estrechar a su Salvador.
Una vida llena de promesas y esperanzas.
Para por fin, gozar en la vejez.
Me encanta ver que un anciano logra al final de sus días
lo esperado durante toda una vida.
Pero más me encanta contemplar a un anciano
cantando de alegría por haber logrado lo que siempre esperó.
Me encanta escuchar que al final de la vida alguien
puede cantar de gozo y de alegría.
Es la nueva Epifanía de Jesús.
Es la Epifanía de Jesús a Israel en la persona
de un anciano que solo espera la muerte.
Es la Epifanía de Jesús a un anciano que está en el Templo.
En la primera Epifanía, los Magos, regresan a sus tierras por otro camino.
No dicen ni palabra, solo adoran de rodillas y se van.
Ahora es la Epifanía del que también quiere regresar
con la vida plena y realizada.
María y José miran, callan y su corazón vive y siente.
Mientras tanto, alguien cargado de años,
siente el gozo de haber vivido.
Siento la alegría de María y José.
Siento la alegría dejándose abrazar por quien supo esperar.
Pero, confieso que hoy siento la alegría de un anciano
que lleno de gozo, ya no le importa prolongar su vida.
Le basta “que sus ojos le han visto”.
En un tiempo se celebraban la Purificación de María.
Luego se comenzó a celebrar la “Presentación del Niño al mundo”.
Yo celebraría hoy “el Día y la fiesta de los ancianos”.
Yo celebraría hoy “la alegría y felicidad de los ancianos”.
Yo celebraría hoy “la alegría y la felicidad como cumbre de toda una vida”.
Es hermosa la sonrisa de un Niño.
¿Y no es hermosa la sonrisa de un anciano fundida
con la sonrisa de un niño?
Es hermoso ver a un niño en la cuna.
¿Y no es hermoso ver a un niño estrechado
por los brazos de un anciano?
Es la espera y la realidad abrazadas de un mismo gozo.
Es el ayer que se va, pero sosteniendo en sus brazos
el futuro que comienza.