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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 20 – Ciclo B

Dijo Jesús a la gente; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de ese pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Disputaban los judíos entre sí: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?” El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. (Jn 6, 51-58)

Jesús no es de los que anuncia amores platónicos.
Sino amores reales.
Amores encarnados.
Hacerse realidad en la condición humana es para él como una exigencia.
Este cuerpo humano que a nosotros tanta guerra nos suele dar, es el gran instrumento de Jesús para expresarnos su amor y su relación con nosotros.
“El pan que yo daré es mi carne”.
“El pan que yo daré es mi cuerpo”.
Así de simple, por más que la gente se escandalice y discuta.

Tampoco es un amor que:
“Utiliza a los demás” para la propia satisfacción.
Es el amor que “se da”.
No es amor que se traga a los demás.
Es el amor que “se deja comer”.
“El que come mi carne y bebe mi sangre”.

Acostumbrados como estamos:
A reducir nuestro amor a puros sentimientos.
A un medio para aprovecharnos de los demás.
A amar dando cosas, pero sin darnos a nosotros mismos.
No resulta nada fácil comprender el amor de Jesús, que es el amor de Dios.

Lo típico de Dios es:
Dar cosas.
Darlo todo.
Pero sobre todo es “darse a sí mismo”.
Nosotros damos pan.
Nosotros damos de nuestro pan, con frecuencia de lo que nos sobra.
Nosotros damos de nuestro pan, ya endurecido, lo que quedó de ayer.
Pero Dios “se él mismo pan”.
Nosotros damos para que “otros coman”.
Dios se da para que “le coman”.
Dios no llega solo a nuestras almas.
Aunque parezca mentira, Dios pasa también por “nuestro estómago”.
Lo digerimos.
Lo asimilamos.
Aunque luego termine El asimilándonos a nosotros

Jesús no es de los que quiere saciar solo nuestra hambre.
Jesús quiere hacerse vida en nuestra vida.
Jesús quiere ser el pan que da la vida verdadera, la definitiva.
Jesús quiere ser el pan que da la “vida para siempre”.
Y nos la quiere dar “ahora”.
Jesús es siempre “hoy”.
El pan que comemos en la Eucaristía es “vida eterna ya hoy”.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”.
Comiéndole a El, en el pan de la Eucaristía, ya la vida eterna nos pertenece.
Comiéndole a El, en el pan de la Eucaristía, nuestra vida ya es “eterna hoy”.

Jesús no es de los que siempre espera para mañana, como nosotros.
Jesús no es de los que siempre dice “vuelva mañana”.
Jesús es “mañana”, porque ya es “hoy”.
Los que tienen pan en abundancia en su mesa, mueren.
Los que no tienen pan, pero le comen a El como pan, ya no morirán para siempre.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 18 – Ciclo B

“Jesús les replicó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de este pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará más hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed”. (Jn 6,24-35)

Los caminos de Dios nunca suelen coincidir con los caminos de los hombres.O mejor dicho, los caminos de los hombres no suelen coincidir con los caminos de Dios.
El modo de actuar de Dios no suele coincidir con el modo de actuar que a nosotros nos gusta.
Nos quedamos con la mano que nos da de comer. Pero nos olvidamos de quien es esa mano. Valoramos el pan que recibimos de los hombres. Y no sabemos reconocer que detrás de ese pan está la mano de Dios.

Queremos que Dios nos regale el pan de cada día.
Pero nos cuesta aceptar que Dios mismo se haga pan por nosotros.
Dios no es de los que nos da cosas.
Dios no es de los que nos da pan.
Dios es de los que Él mismo se hace pan.

Es que siempre es más fácil dar cosas a los otros.
Lo difícil es convertirnos nosotros en pan.
Es que siempre es más fácil dar a los otros de lo que tenemos.
Lo difícil es darles lo que somos.

Y la verdadera originalidad del amor de Dios termina siendo:
Un Dios que se hace pan.
Un Dios que se da El mismo como pan.
Un Dios que se da a sí mismo.

Aceptamos que Jesús multiplique los panes y coman todos hasta saciarse.
Pero nos cuesta aceptar que El mismo se convierta en pan.
Nos cuesta aceptar que, en vez de darnos el pan de los otros, se convierta Él mismo en pan.

Jesús habla del pan que no solo sacia el hambre, sino del pan que “da la vida”.
Jesús no del pan habla que se endurece y nadie lo quiere comer al día siguiente.
Jesús quiere hablarnos del pan que permanece fresco todos los días.
Jesús quiere hablarnos del pan que no se endurece nunca.
Jesús quiere hablarnos del pan que no solo satisface el hambre del estomago.
Jesús quiere hablarnos del pan que nos regala la vida.

Es toda una novedad la que El anuncia.
Es un pan totalmente nuevo el que Él nos ofrece.
Es un pan que no se vende en las panaderías.
Pero es un pan real.
Al fin todos terminan, presas de la curiosidad, más que del hambre.
Y todos terminan reclamándole ese pan nuevo.
El problema surge cuando dice:
“Yo soy el pan de vida”.
“El que viene a mí no pasará hambre”.
“El que cree en mí nunca pasará sed”.

¡Qué difícil nos resulta creer en un Dios así!
Preferimos un “Dios panadero” a un Dios que “se hace pan”.
Preferimos un Dios que nos regale cada mañana el pan fresco de la panadería.
A un Dios que se hace pan en la comunión eucarística.
Preferimos un Dios lejano que, no sabemos donde está.
A un Dios tan simple y sencillo, que cada día se convierte en pan.
Preferimos comer el “pan que compramos”.
A no comer el “pan que es el mismo Dios hecho pan”.

Todavía nuestros gustos están hechos más al pan de las panaderías, que al pan que es Dios mismo.
Y sin embargo:
La Iglesia vive cada día del pan de vida que es la Eucaristía.
Los fieles viven cada día del pan de vida que reciben en la comunión.
Por eso me encantan esos cristianos que me dicen: “Padre, yo no puedo vivir sin la comunión”.
Pero me sigo preguntando: ¿Y sabrán estos fieles que están comiendo a Jesús pan de vida?
Sin ese pan, no hay Iglesia.
Sin ese pan, la Iglesia sufre de anemia.
Sin ese pan, la Iglesia no vive.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Corpus Christi – Ciclo B

Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Jesucristo

“Le dijeron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?” El envió a dos discípulos, diciéndoles: “id a la ciudad….” (Mc 14,12-16.22-26)

Este año, la fiesta del Corpus proclama el Evangelio de Marcos sobre la Ultima Cena de Jesús.
Son los discípulos quienes se adelantan a preguntarle ¿dónde piensa o dónde quiere celebrar la Cena Pascual?
Y además, le preguntan dónde quiere que se la “preparen”.
Tres palabras interesantes:
Dónde.
Preparar.
Pascua.
Y resulta extraña la respuesta de Jesús:
De ordinario, él anda poco por las “ciudades”, que son siempre más peligrosas.
Porque, normalmente, él prefiere las “aldeas”, donde la gente es más sencilla y acogedora.
Y esta vez, Jesús elige la “ciudad”: “vayan a la ciudad”.

La Pascua es signo de liberación.
La Pascua es camino de libertad.
La Pascua es celebración de libertad.
Y Jesús elige esta vez la ciudad, la que más necesita de ser liberada de sus esclavitudes.
La esclavitud del poder.
La esclavitud de los poderosos.
La esclavitud de la religión de la Ley.

La Eucaristía va siempre ligada a la libertad.
La Eucaristía va siempre ligada a la celebración de la libertad.
La Eucaristía va siempre ligada a salir de la esclavitud.
La Eucaristía va siempre ligada al compromiso de hacer libres a los demás.
La Eucaristía va siempre ligada a la Pascua.

La pregunta que hoy tendremos que hacernos todos será:
¿Dónde quiere Jesús que celebremos la Eucaristía?
¿No será también allí donde también hoy se vive más en la esclavitud?
¿No será precisamente allí donde hoy más se necesita de una Pascua que nos libere de nuestras esclavitudes?
No será fácil hoy elegir donde más se necesita de la Eucaristía, sacramento pascual.
Porque en “la ciudad” hay demasiadas esclavitudes.
En los márgenes de las ciudades la esclavitud abunda.
Las ciudades “esclavas del poder y del tener”.
Las ciudades “que esclavizan” y “excluyen” y “marginan” a los que no interesan.

Pero hay algo que olvidamos:
La Pascua hay que prepararla.
La Eucaristía hay que prepararla.
¿Dónde querrá Jesús que le preparemos su “Cena Pascual” hoy, para que pueda ser una Eucaristía con sabor a Pascua, a libertad, a liberación?
Para la Eucaristía no solo nos preparamos espiritualmente con nuestros rezos y recogimiento espiritual.
Para la Eucaristía también es preciso prepararla comprometiéndonos todos:
A liberar a los hermanos de la esclavitud de su marginación.
A liberar a los hermanos de la esclavitud de la injusticia.
A liberar a los hermanos víctimas de la pobreza.
A liberar a los hermanos víctimas del poder político y religioso.

Ambos poderes excluyen y marginan.
Ambos poderes crean esclavitudes.
Ambos poderes crean esclavos.

¿Se podrá celebrar la Cena de Pascua de Jesús, en un clima de esclavitud y marginación?
O ¿no será precisamente ahí donde es preciso prepararla?
¿No será ahí donde Jesús quiere anunciar su Pascua?
¿No será ahí donde Jesús quiere celebrar al hombre libre?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Corpus Christi – Ciclo A

“Dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. (n 6,51-58)

Celebramos hoy la festividad del Cuerpo y Sangre de Cristo.
Es decir:
Celebramos el pan y la sangre de Cristo.
Celebramos la vida de Dios en nosotros.
Celebramos a Jesús que se hace pan de vida.
Celebramos a Jesús que comparte ya ahora su vida con nosotros.
Celebramos a Jesús que nos da la vida ya ahora.

Ya no es la fiesta del pan, fruto de la siega.
Celebramos a Alguien que se hace pan.
Celebramos a Dios que en Jesús se hace pan diario para nosotros.

Pero celebrar:
No es pensar solo en el acontecimiento de Jesús “pan de vida”.
Celebrar es hacernos también nosotros “pan de vida”.
No hay verdadera celebración donde no nos convertimos en lo que celebramos.
No hay verdadera celebración si nosotros nos “hacemos pan” para los demás.
Celebrar es “hacer esto en memoria mía”.
Por tanto es recordar el amor de Jesús que no solo se encarnó en la naturaleza humano.
Es recordar el amor de Jesús que se encarna en un pedazo de pan y se “hacer carne”.
Y la mejor recordación es convertirnos nosotros en lo que se convirtió Jesús.
La mejor celebración es hacernos nosotros mismos “carne que han de comer los demás”.

La Eucaristía significa:
Que cada uno de nosotros nos llenamos de vida.
Que cada uno de nosotros nos llenamos de vida eterna, la vida de Dios.
Que cada uno caminamos por la vida con la vida de Dios en notros.

Pero también significa:
Comunión con Jesús.
Y hacernos comunión no es solo comer un pedazo de pan.
Es transformarnos en Jesús.
Es transformarnos en pan que han de comer los demás.
Es transformarnos en pan que da vida a los demás.
Es transformarnos en pan que nos damos a los demás.

Se habla mucho hoy:
de dar de comer al hambriento.
de dar de comer pan al que no tiene pan.
Pero, como cristianos que comulgamos a Jesús, estamos llamados a algo más:
Estamos llamados a dar de nuestro pan.
Estamos llamados a darnos nosotros mismos a los demás.
Estamos llamados a que los demás puedan vivir de nosotros.
Estamos llamados a dejarnos comer por los demás.
Estamos llamados a renunciar a nosotros mismos para que otros puedan vivir.

Flickr: jm_photos

Permítanme un recuerdo que no puedo olvidar.
Eran aquellos años de la post guerra.
En mi casa no siempre había pan en la mesa.
Y cuando había un mendrugo, la abuela lo repartía en tres pedazos, para los tres nietos.
Mientras ella nos miraba sin probar bocado.
Era la “abuela hecha eucaristía”.
Era la “abuela hecha pan para que sus nietos pudiesen vivir”.
No era la vida eterna.
Pero era la vida humana de unos niños que pasaban hambre.

También hoy hay muchos que mueren de hambre.
También hoy hay muchos a quienes nos sobra el pan.
También hoy se necesitan cristianos que “sean eucaristía”.
Cristianos que se dan y entregan a sí mismos para que otros vivan.

El Corpus no puede ser solo “un recuerdo”.
El Corpus tiene que convertirse en “cristianos eucaristía”.
Comulgar a Cristo nos asimila a Cristo.
Comulgar no es para ser mejores personas.
Comulgar es para ser los “nuevos Cristos” que se encarnan en un pedazo de pan.

No es fácil entenderlo.
Tampoco los judíos lo entendían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Tampoco hoy es fácil entender a los cristianos “que somos capaces de dar nuestra carne a los demás”.
Cristianos que damos vida y damos nuestra vida entregándonos a los demás.

Clemente Sobrado C. P.

Comer o dar de comer

Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi) – Ciclo A

Hace unos días, alguien me envió a mi correo electrónico, una leyenda que dicen que es china, yo, la verdad que no lo he averiguado. Pero ya la conocía. Hasta donde recuerdo se trata de ¿cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno? Dice el cuento que la diferencia es muy pequeña.

El maestro quiso que su discípulo lo experimentase por su cuenta. Para ello, lo llevó al infierno primero. Y se dio con una sala. Al centro una mesa llenita de arroz. Y en torno, a los condenados, cada uno con una cuchara muy larga en la mano. Tan larga que, cuando quería meter el arroz en su boca hambrienta le era imposible. Allí estaba el arroz. Y todos se morían de hambre. Lo pasó luego a otra sala, la del cielo. La escena era la misma. ¿Y dónde está la diferencia si el panorama es el mismo? ¿Tú crees que es el mismo? ¿No te das cuenta de que aquí comen todos y ninguno pasa hambre? La gran diferencia está en que el infierno cada uno piensa en su propia hambre, mientras que aquí cada uno piensa en el hambre del otro. Nadie come de su propia cuchara, sino de la cuchara del otro.

Por más que la leyenda sea demasiado materialista para graficar tanto el infierno como el cielo, tiene un contenido bastante gráfico. El infierno del egoísmo del que no come ni da de comer. Y la felicidad del que se olvida de su propia hambre para que coman los demás.

¿No es éste el simbolismo y significado de esta Festividad del Cuerpo y Sangre de Cristo?
La fiesta del “Cuerpo entregado por vosotros”.
La fiesta de la Sangre “derramada por todos vosotros”.
La fiesta de Dios “hecho pan” para que nadie tenga hambre.
La fiesta de Dios “hecho pan” para que todos puedan comer”.

El mundo para muchos es un infierno.
Nadie piensa en el otro. Nadie se preocupa del otro.
Nadie cede el paso al otro. Nadie busca la alegría del otro.
El mundo es una especie de zoológico de todos los egoísmos.
Pero, eso sí, todos nos quejamos de que:
Hay hambre. Hay pobres. Hay tristes.
Hay corazones solitarios. Hay corazones sin esperanza.

¿Te atreverías tú a convertir el mundo en un cielo en la tierra? ¿Te parece difícil?
Al menos, confesemos que es posible. Este será el primer paso.
Este fue el intento de Jesús en la multiplicación de los panes.
Sintió lástima de aquella gente que le seguía con el estómago vacío.
Cuando quiso dar una respuesta, los discípulos creyeron que era imposible.
El único que creyó que era posible fue Jesús.
Y ese fue el intento de Jesús cuando dijo a sus discípulos: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. “Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida”.
Ya no se trata de dar y repartir panes. Se trata de darse uno mismo como pan a los demás. Se trata de ser el pan que los demás puedan comer.

Reclamó los cinco panes y los dos peces que tenían. Los liberó del egoísmo del grupo.
Y los puso en libertad para que todos pudiesen comer. Y comieron y comieron lo que quisieron. Y aún sobró…
En la Ultima Cena tomó el pan que había sobrado en la mesa, lo bendigo e hizo el milagro. No de multiplicarlo, sino convertirlo en su propio cuerpo y así darse El mismo como pan.

El mundo no será feliz por el hecho de que la Bolsa de Valores esté en auge.
El mundo no será feliz por el hecho de que el producto bruto haya crecido.
El mundo no será feliz porque los impuestos recaudados hayan subido la reserva nacional.
El mundo no es feliz cuando cada uno piensa sólo en sí.
Pensando en nosotros podemos ser testigos de que el pan abunda, pero la mayoría sigue con hambre.
Tendremos la cuchara en la mano, pero seguiremos con hambre. El egoísmo hace cucharas demasiado grandes para que pueda comer con ellas.

El mundo comienza a ser feliz, a hacerse un pedacito de cielo, cuando:
Yo me olvido de mí para pensar en ti.
Yo me olvido de mi comodidad y pienso en la tuya.
Yo me olvido de mi hambre y pienso en la tuya.
Yo me olvido de mi sed y te doy de beber a ti.
Yo me olvido de mi vestido y te regalo uno a ti.
Yo me olvido de mis necesidades y me preocupo de las tuyas.

La sociedad comenzará a ser distinta:
Cuando mi cuchara no me alimente a mí, sino que te dé de comer a ti.
Cuando mi arroz lo comparta contigo.
Cuando mi pan sea también tu pan.
Cuando mi vida sea parte de la tuya.

Ya ves, la diferencia entre el cielo y el infierno parece pequeña y es enorme.
Es la diferencia entre “el amor y el egoísmo”.
Es la diferencia entre “todo es para todos”, o “todo lo quiero para mí”.
Es la diferencia entre “lo mío es solo para mí”, y lo “tuyo también es mío”.

Señor: Hoy celebramos el misterio de Cuerpo hecho pan.
Y el misterio de tu Sangre hecha vino.
Celebramos el misterio de tu vida que ya no te pertenece y nos regalas generoso a todos.
Celebramos el misterio de tu muerte que se hace vida de todos.
Tu mesa es la mesa de todos. Tu pan es el pan de todos.
Tu vino es el vino de todos.
Cuando salgas a nuestras calles en esa Procesión del Corpus, fíjate al pasar cuántos están necesitando de pan, de alegría, de paz, de esperanza. Y son hermanos tuyos. Y decimos que también nuestros. Todos podemos comer tu pan. Pero el nuestro solo es para nosotros. Discúlpanos, Señor.

Clemente Sobrado C. P.