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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 17 a. Semana – Ciclo B

“Es que Herodes había mandado prender a Juan y o había metido en la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le estaba permitido vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta. “Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista”. (Mt 14,1-12)

La figura de Juan pasará a la historia como el “profeta de la verdad”.
Juan es de los que no teme decir la verdad.
Juan es de los que no teme decir la verdad a todos, también a los grandes.
Juan es de los que no teme decir la verdad, por más que se cree enemistades.
Juan es de los que no teme decir la verdad, por más que tenga que correr riesgos.
Juan es de los que no teme decir la verdad, por más que sea consciente que su vida está en peligro.

Es fácil decir la verdad a los de abajo.
Lo difícil es decir la verdad a los de arriba.
Es fácil decir la verdad a los fieles del Pueblo de Dios.
Lo difícil es decir la verdad a sus pastores.
Es fácil decir la verdad cuando no se corre peligro alguno.
Lo difícil es decir la verdad cuando de por medio está nuestra propia vida.
Es fácil decir la verdad cuando tenemos seguras las espaldas.
Lo difícil es decir la verdad a quienes puede destituirnos, taparnos la boca.

Para Juan el precio de decir la ver es caro:
Es el precio de la cárcel.
Es el precio de ser encadenado y perder su libertad.
Es el precio de la misma vida.
Es el precio de su cabeza en una bandeja de oro.
Es la venganza de una mujer adúltera que no soporta la verdad.

Juan no es de los que venden la verdad barata.
No es de los que tienen miedo a perder la vida.
Juan es de los paga la verdad con su propia libertad y su vida.
Juan no es lo de los que disimulan la verdad.
Juan no es de los que callan para evitarse problemas.
El silencio puede ser complicidad.
El silencio puede ser traición a la verdad.
El silencio puede ser culpabilidad.

¡Cuántas mentiras para evitarnos problemas!
¡Cuántas mentiras para no perder el trabajo!
¡Cuántas mentiras para no perder a los amigos!
¡Cuántas medias verdades para salvarnos el pellejo!
¡Cuántos disimulos para no complicarnos la vida!
¡Cuántos disimulos para quedar bien ante los demás!
¡Cuántas sonrisitas para evitar decir la verdad!

El precio de la verdad suele ser caro.
Y sobre todo se trata del silencio con los de arriba.
Somos muy valientes con los de abajo.
Pero demasiado prudentes con los de arriba.
Les tenemos miedo, porque tienen armas para defenderse.
Jesús nos dijo que el era “la verdad”.
Y por decir la verdad tuvo como consecuencia la Cruz.
La muerte es la suerte de los profetas de la verdad.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 4 a. Semana – Ciclo B

“El rey dijo a la joven: “Pídeme lo que quieras, que te lo doy”. Y le juró: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi Reino”. Ella salió a preguntarle a su madre “¿Qué le pido?” La madre le contestó: “La cabeza de Juan el Bautista”. (Mc 6,14-29)

El relato de la muerte del Bautista es bien macabro y más todavía en un ambiente de fiesta real. Un baile de “humor negro” dirían algunos. Pero no deja de ser bien significativo:
Un baile que merece la cabeza de un profeta.
Un baile que se paga con la muerte de una persona.
El baile más caro de la historia.
Un baile que ofrece como postre la cabeza de un hombre y un profeta.

Cuando el corazón está lleno de resentimiento y de rabia todo vale.
Cuando alguien nos dice la verdad, todos los medios valen para quitárnoslo de encima.
Cuando no se quiere escuchar la verdad, la mejor solución es quitarnos de en medio al que nos fastidia.
Cuando alguien nos dice las verdades que no estamos dispuestos a escuchar, ¿qué problema hay en cortarle la lengua?
Tal vez no seamos tan brutos como para ensangrentar una fiesta cortando la cabeza a nadie.
Hoy somos mucho más cultos y refinados.
Hoy le imponemos silencio.
Hoy le mandamos callar.
Hoy le prohibimos escribir o enseñar.
Hoy le retiramos de la circulación.

Resulta interesante que cuando sube al poder un dictador o un totalitarista, lo primero que hace es ordenar el silencio de los medios de comunicación.
Los estatizamos.
Los cerramos.
O simplemente los ponemos en manos de nuestros ayayeros que no nos van a crear problemas ni van a destapar nuestras mentiras y trampas.

En realidad no sé qué pensar:
Si en lo poco que vale una vida.
Porque, con la mayor facilidad pedimos la cabeza del que nos estorba.
Si en lo mucho que vale.
O más bien, me inclino a pensar que, la vida vale mucho, porque es el precio de la verdad.

¡Cuántos han parado en la cárcel, sencillamente por defender la verdad!
¡Cuántos están condenados al silencio, sencillamente por no defender nuestra verdad y tener la libertad de espíritu de hablar claro!

En vez de dar gracias al que nos saca de nuestra mentira y engaño, preferimos hacerle callar.
En vez de escuchar al que nos ayuda a pensar si estaremos en la verdad, preferimos hacerle callar.
En vez de abrirnos a la verdad, venga de donde venga, preferimos hacerle callar.
Y no hay mejor manera de hacerle callar a alguien que, “cortarle la cabeza”.
Y en el colmo de nuestra ceguera y miopía, todavía pedimos nos la entreguen en una bandeja.
Porque hasta en eso somos elegantes.
Hasta en eso somos refinadamente elegantes.
No importa la elegancia del corazón.
Pero sí es importante la elegancia de las apariencias.
‘Monseñor Romero, no se queje, a usted le hicieron callar con elegancia, mientras celebraba misa y predicaba.’
‘P. Ellacuría y compañeros, no se quejen, a ustedes les hicieron callar, en el silencio de una madrugada. ¡Es lindo que a uno le priven de la vida al amanecer!’ ¿No será porque es la mejor señal del amanecer de la verdad?

¡Y mientras tanto, que siga el baile de una bailarina!
¡Y que siga la alegría y la tranquilidad de una adúltera satisfecha!

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 21 a. Semana – Ciclo A

Martirio de San Juan Bautista

“Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido a la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: “No te está permitido tener la mujer de tu hermano. Herodias le aborrecía y quería quitarle la vida, pero no podía, pues Herodes temía a Juan sabiendo que era hombre justo y santo y lo protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo y le escuchaba con gusto”. (Mc 6,17-29)

Juan el Bautista tiene dos celebraciones litúrgicas:
Una, la de su Nacimiento.
Otra, la de su martirio o muerte.
Si el Nacimiento está lleno de misterio y de esperanza. “¿Qué será este niño?”
La muerte está llena de testimonio de la verdad.
Está llena de la valentía de decir la verdad a los “grandes”.
Está llena del coraje de testimoniar la verdad con su vida.

Está llena de contrastes:
Herodes le respetaba y le temía.
Herodes reconocía la justicia y la santidad de Juan.
Herodes se sentía perplejo con la figura de Juan.
Herodes hasta le escuchaba con gusto, aunque con miedo.

Por otra parte estaba Herodías:
Que no quería ni escucharle.
Que le odiaba por decirle la verdad.
Que no quería escuchar la verdad.
Que quería sacarlo de en medio matándolo.

Cuando se trata de escuchar la verdad que nos acusa, nuestro corazón se revuelve.
Preferimos nos engañen con la mentira, a que nos sinceren con la verdad.
La verdad duele, pero sana.
La mentira no duele, pero enferma.
La verdad duelo, pero nos devuelve la vida.
La mentira no duele, pero nos destruye interiormente.

Es tremendo que nuestra mentira:
Valga más que la vida de los demás.
Sea más importante que la vida de los demás.
Llene de odio nuestro corazón.
Sea capaz de privar de la libertad al que nos la dice.
Sea capaz de privar la de la vida al que nos la dice.
No nos duele la mentira de nuestra vida.
Tampoco nos duele quitarle la vida al otro.

Fácilmente condicionamos la verdad a nuestros intereses.
Fácilmente convertimos la verdad en mentira, para sentirnos libres.
Creemos fácilmente, aquello que nos conviene.
Creemos fácilmente, aquello que responde a nuestros intereses.
Creemos fácilmente, aquello que no nos exige cambio de vida.

Negamos a Dios, porque nos estorba en la vida.
Nos negamos a creer, porque creer nos hace incómoda la vida.
Por eso preferimos prescindir de El.
Así la vida nos resulta menos complicada.
Y podemos vivir a nuestro aire.
Cuando algo nos complica buscamos razones que nos justifiquen.
Cuando algo no nos conviene para nuestros intereses buscamos motivos que nos den la razón.
Nos separamos, porque no nos entendemos.
Dejamos la vocación porque esta vida no nos llena.
Dejamos la Misa porque nos aburre y el cura es un tostón.
Razones siempre sobran para justiciar nuestra mentira.
Lo que necesitamos son razones para abrirnos a la verdad.

No vendamos la verdad por algo tan barato como la mentira.
No matemos a quien puede cambiar nuestras vidas con la verdad.
Seamos agradecidos a quienes nos dicen la verdad.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 17 a. Semana – Ciclo A

“Oyó el virrey Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus cortesanos; “Es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos”. Es que Herodes había hecho arrestar a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado, por causa de Herodías, mujer de su hermano Felipe; porque Juan le decía que le estaba permitido vivir con ella”. (Mt 14,1-12)

¿Cuánto cuesta decir la verdad?
Primero crearte enemistad y antipatía.
Es curioso, la adulación y la son mejor aceptadas, aunque sepamos que nos engañan.
Es que la mentira y la adulación no nos comprometen.
Decir la verdad puede costarnos el arresto, el sacarnos de la circulación.
Decir la verdad puede costarnos nada menos que la cárcel.
Decir la verdad puede tener como precio la propia vida.

Por eso muchas veces:
Preferimos el silencio.
Preferimos hacer que no vemos.
Preferimos lavarnos las manos.
Por algo dice el refrán: “el que calla consiente”.

Yo prefiero decir:
“El que calla no siempre consiente”.
“Pero no tiene el coraje de arriesgarse”.
“Prefiere quedar bien y no complicarse la vida”.

Juan no era de esos cobardes que se refugia y esconde en el silencio.
Juan tiene el coraje de decirle la verdad al mismísimo virrey Herodes.
Juan prefiere la verdad a la libertad.
Juan prefiere la verdad a la cárcel.
Juan prefiere la verdad a la muerte.
Porque decir la verdad, sobre todo a los grandes y poderosos, siempre es un riesgo.

Para no complicarse la vida, lo mejor es: no pensar, no hablar, no hacer nada.
Ahora quien se atreva a complicarse la vida: que piense, que hable y que haga.
Jesús tampoco se calló cuando tenía que hablar.
Jesús no tubo reparo en hablar aun sabiendo que le costaría la vida.

Tengo miedo de mis silencios.
Porque tengo miedo de mis complicidades.
Tengo miedo a decir la verdad a los de arriba.
Porque tengo miedo de las consecuencias.
Es fácil decir la verdad a los pobres.
Lo difícil es decir la verdad a los ricos.
Es fácil decir la verdad a los marginados.
Lo difícil es decir la verdad a los grandes.
¡Cuánta hipocresía y cuánta mentira!

La Iglesia está llamada a decir la verdad.
Pero la verdad a todos.
También a ella misma.
¿Y el Pueblo de Dios no tendrá derecho a decir la verdad a los de arriba?
Es fácil hablar de la cintura para abajo.
¡Cuánto hemos hablado de la sexualidad!
Pero nos cuesta más hablar de la justicia.
Sobre todo de los injustos con rostro.
Porque cuando hablamos de la injusticia en general no hablamos a nadie.
Y todos sabemos y conocemos el rostro de los injustos.
¿No ha habido demasiado silencio en la Iglesia los últimos años con el problema de la pederastia?
Y nadie cree que la Iglesia no sabía lo que pasaba, pero había que evitar el escándalo.
¡Curioso! Descubrir la verdad es escándalo, tapar y silenciar la verdad no escandaliza a nadie.

A Juan por decir la verdad le costó la cárcel y la cabeza.
A Jesús por decir la verdad le costó la muerte en la Cruz.
¿Cuánto nos costará hoy a nosotros decir la verdad?
Cierto que siempre será más barato el silencio tras el cual escondemos nuestra mentira.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 16 a. Semana – Ciclo A

Santiago Apóstol

“Se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Le dijo: “¿Qué quieres?” Ella contestó; “Manda que estos dos hijos míos, se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu Reino”. Jesús replicó; “No saben lo que piden, ¿Pueden beber el cáliz que yo he de beber?” Le contestaron: “Sí, podemos”.
(Mt 20,20-28)

Hoy celebramos la liturgia de Santiago Apóstol.
Entre la historia y la leyenda han creado los famosos “Caminos de Santiago”, que aún hoy siguen siendo camino de peregrinos, caminos de quienes, entre el turismo y el espíritu busca algo que dé sentido a sus vidas.

Santiago forma parte de ese pequeño grupo más íntimo de Jesús.
Sin embargo, como el resto de los discípulos encuentra demasiadas dificultades para entrar en la mentalidad de Jesús y del Reino.

Mientras Jesús les va hablando de su final en la Cruz, ellos siguen pensando todavía en los puestos de poder.
Mateo es más delicado y hace que sea la madre y no ellos, quienes piden a Jesús los primeros lugares en el Reino.
Jesús está hablando de entregar su vida por los demás.
Mientras ellos siguen pensando en la supremacía dentro del grupo.
Cosa que, de alguna manera, despierta la conciencia de que también el resto sigue con la misma mentalidad, pues “los otros diez se indignaron contra los dos hermanos”.

Es el problema del ansia de poder y prestigio.
Crea malestar en el resto.
Crea división en el grupo.
Es el gran problema de todos los tiempos.
Y Jesús lo dice sin pelos en la lengua:
“Ustedes saben que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre ustedes, y el que quiera ser primero entre ustedes, que se haga su esclavo. Igual que el Hijo del hombre, no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescata por muchos”.

Todos tenemos vocación de jefes.
Todos tenemos vocación de ser los primeros.
Todos tenemos vocación de ser los que estamos más arriba.
Y los de arriba no son precisamente los que “sirven” sino los que “oprimen con su poder”.

Jesús nunca se presentó como el primero y jefe.
Jesús se presentó como el que sirve.
Pero esa lección no es fácil de aprender.
Fue necesario pasar por la experiencia de la Cruz.
Fue necesario pasar por la experiencia de ser el servidor de todos.

Santiago aprendió la lección después de la muerte y resurrección de Jesús.
Y resulta curioso que unos quince años, es decir hacia el año 43 ó 44, Herodes Agripa ordenó decapitar a Santiago.
Quien vivió de la ilusión de la primacía en el Reino, termina siendo el primero en entregar su vida por el Reino.
Pero antes, fue necesario pasar por la noche de la Pasión y el amanecer de la Pascua.

Jesús no acepta las recomendaciones, ni siquiera de una madre.
Jesús los ha llamado para que “le sigan”.
Y seguirle a Jesús significa pasar por el camino de Jesús.
Y el camino de Jesús no fue otro que el camino de la Cruz.
Santiago fue el primero.
Pero el primero en correr la misma suerte de Jesús.
No desde los grandes que “oprimen” sino desde los que sirven “dando y entregando su vida”.

En el seguimiento de Jesús no valen las recomendaciones.
En el seguimiento de Jesús lo único que vale es la fidelidad de seguirle hasta el final.
En el seguimiento de Jesús lo único que vale es el “bautismo de la muerte en la cruz”.
Y Santiago, muy a pesar de los deseos y aspiraciones de la madre, será el primero en dar su vida por el Reino.

Clemente Sobrado C. P.