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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 22 – Ciclo B

“Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?” El les contestó: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”. (Mc 7, 1-8.14-15.21-23)

En el Perú celebramos a Santa Rosa.
Yo me voy a quedar con el Evangelio de domingo 22 del ordinario.

Nos encanta el aparecer, mucho más que el ser.
Nos encanta el salir bien perfumados, aunque el corazón huela a podrido.
Nos encanta que alguien nos pregunte: ¿Qué perfume usas?

Alguien de buen humor, pero muy realista me decía un día:
Las esposas se pelean cada día con el polvo de los muebles.
Mientras tanto tienen a sus maridos olvidados.
Esposas que se pasan el día con el plumero sacando el polvo de los muebles.
Y luego no tienen tiempo para sentarse un rato con sus maridos.
Esposas que tienen la casa reluciente.
Pero tienen los maridos como muebles en el almacén.

Eso es lo que acontece con la religión de la ley.
Lo importante es cumplir con la Ley.
No importa que el corazón esté en otro sitio.
Lo importante es cumplir el domingo con la Misa.
No importa si luego no se enteran ni de lo que dijo el cura.
Si no vamos a Misa porque no hemos podido, no comulgamos al domingo siguiente.
Pero si vamos y nos pasamos el tiempo contando los mosquitos o bostezando, y comulgamos tranquilamente.

Cuántas mujeres que están barriendo el cuarto, meten la basura debajo de la alfombra, porque llega una visita.
Lo importante es dar buena impresión de limpieza.
No importa si la basura la escondemos debajo de una alfombra que brilla.

Ese era el problema de aquellos fariseos y escribas llegados de Jerusalén:
No venían a escuchar al Maestro.
Venía a chismear.
No venían para encontrarse con la Buena Noticia de Dios.
Venían para ver si “cumplían con la tradición de los mayores”.

Era más importante lavarse las manos, que tener limpio el corazón.
Era más importante lavarse las manos, que limpiar su mente de los prejuicios.
Era más importante lavarse las manos, que tener un corazón con amor.

Dios no es de los que se fija mucho en si llevamos corbata.
Dios es de los que se fija si hablamos bien de los demás.
Dios no es de los que se fija mucho si la camisa está bien planchada.
Dios es de los que se fija si el corazón está sano.
Dios no es de los que se fija en el follaje del árbol.
Dios es de los que se preocupa de que el tronco tenga raíces sanas.
Dios no se fija en qué champú usamos.
Dios se fija en lo limpias que son nuestras mentes.

Para Dios está bien la limpieza externa, porque Dios tampoco es un cochino.
Pero a Dios sí le interesa lo limpio que está nuestro corazón.
Para Dios es importante la limpieza del cuerpo.
Pero a Dios le interesa más la limpieza del alma y del corazón.
Para Dios no es el polvo de los caminos lo que mancha las manos y el cuerpo.
Para Dios lo que mancha no es lo que se no pega desde fuera.
Para Dios mancha ese manantial que brota dentro de nosotros los “malos propósitos, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios secretos, la codicia, la injusticia, la envidia, la difamación, el orgullo y la frivolidad”.

Y ahora la pregunta:
¿quiénes están limpios de verdad?
¿quiénes están sucios de verdad?
Que cada uno dejemos de mirar a nuestras manos y miremos un poquito más al corazón.
Se puede amar con manos “sin lavar”.
Pero no se puede amar “sin lavar el corazón”.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Jueves de la 16 a. Semana – Ciclo B

“Se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?» Él les contestó: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.»
¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.» (Mateo 13,10-17)

Dios se manifiesta cada día.
Dios se revela cada día.
Y nosotros seguimos sin verlo.
Porque no son los ojos los que ven.
El que ve es el corazón.
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.

Con frecuencia vemos lo que está lejos.
Y no vemos lo que está a nuestro lado.
Dios nunca es algo lejano sino algo que está ahí.
El problema somos nosotros que teniendo ojos no vemos.
Tenemos al hermano a nuestro lado y no lo vemos.
Tenemos al prójimo a nuestro lado y no lo vemos.
Tenemos a la esposa a nuestro lado y no la vemos.
Tenemos a los hijos a nuestro lado y n los vemos.
Nos tenemos a nosotros mismos y no nos vemos.
Decimos que Dios está en todas partes, pero no lo vemos.
Solo vemos aquello que nos interesa.
Y como Dios, con frecuencia, no es de nuestro interés, se nos pasa desapercibido.
“Donde está tu tesoro allí está tu corazón”.
¿Será Dios nuestro tesoro?

Dios nos habla a través de todo.
Y nuestros oídos no le escuchan.
No habla a través de los acontecimientos y no le escuchamos.
Nos habla a través de nuestros hermanos, y no lo escuchamos.
Nos habla a través de lo que sucede, y no le escuchamos.
Hablamos de lo mal que está en el mundo, ¿escuchamos a Dios?
Escuchamos el ruido de las armas y todos las escuchamos.
Pero ¿escuchamos a Dios que nos habla a través de las armas matan?
Hablamos de que la juventud anda mal.
¿Pero escuchamos a Dios que nos habla a través de la juventud?
Hablamos de que la familia anda mal.
Pero ¿escuchamos a Dios en la realidad de la familia de hoy?
Hablamos de los problemas de la Iglesia.
Pero ¿escuchamos a Dios que nos habla a través del pecado de la Iglesia?

¿Escucho a Dios a través de la vida de mis fieles?
¿Escucho a Dios a través de las dificultades de mis fieles?
¿Escucho a Dios a través del sufrimiento de mis fieles?
¿Escucho a Dios a través del hambre de Dios de mis fieles?
¿Escucho a Dios a través del las injusticias de mis fieles?

Señor:
Dame ojos que puedan verte cada día.
Dame oídos que puedan escucharte cada día.
Que mis oídos puedan escuchar lo que muchos quisieran escuchar y no escuchan.
Que mis ojos puedan ver lo que muchos quisieran ver y no ven.
Porque verte a ti es también un don y una gracia.
Y no quiero pasar por la vida sin escuchar tu voz.
Ni quiero pasar por la vida sin que mis ojos te hayan visto.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 11 a. Semana – Ciclo B

“La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!”. (Mt 6,19-23)

La realidad no es como es sino como la vemos.
Y el caso es que cada uno la vemos de una manera diferente.
Donde unos ven luz, otros ven oscuridad.
Donde unos ven esperanza, otros ven desilusión.
Donde unos ven futuro, otros no ven nada.
Resulta curioso cómo cada uno vemos las cosas.

Es que las cosas terminan siendo cómo las miramos.
Hay quienes todo lo ven oscuro.
Hay quienes todo lo ven imposible.
Hay quienes todo lo ven como un fracaso.
Hay quienes todo lo ven como muerto.

Pero tampoco faltan:
Quienes ven los fracasos como posibilidades.
Quienes ven la noche como la preparación para el amanecer.
Quienes ven el invierno como la posibilidad de la primavera.
Quienes ven la debilidad como la fuerza de las posibilidades de Dios.
Quienes ven el pecado como las posibilidades de la misericordia de Dios.
Quienes ven las sombras como el anuncio de la claridad.

Jesús es bien claro:
“Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz”.
“Si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras”.
Todo depende de la salud espiritual de nuestro corazón.
Los ojos son el órgano de la visión.
Pero quien ve de verdad es el corazón.

Por eso mismo existen:
Los pesimistas que todo lo ven negro.
Los optimistas que ven luz en la oscuridad.
Los pesimistas que todo lo ven mal.
Los optimistas que ven que aún en el mal hay mucho de bueno.
Los pesimistas que no ven sino defectos.
Los optimistas que en medio de la basura de los defectos descubren margaritas.
Los pesimistas que no ven futuro a la Iglesia.
Los optimistas que descubren que los problemas ayudan a rejuvenecer a la Iglesia.
Los pesimistas que se imaginan que Dios ha muerto.
Los optimistas que creen que Dios goza de buena salud.

Los ojos son los que miran, pero el corazón es el que ve.
Los ojos ven lo que el corazón los manifiesta.
Por eso mismo, Jesús nos dice:
“Porque donde está tu corazón, allí está tu tesoro”.
“La lámpara de tu cuerpo es el ojo”.
Pero el problema está en si tu ojo está sano o enfermo.
Y entonces tendremos que mirar a nuestro corazón.

Personalmente veo mucha basura en al la vida.
Pero también mucha vida incluso en la basura.
Y más todavía ahora que estamos reciclando la basura.
Dios fue el primer reciclador de la basura de nuestro corazón.
Dame, Señor, un corazón nuevo y todo lo volveré a ver nuevo.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 5 a. Semana – Ciclo B

“Lo que sale de dentro eso mancha al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”. (Mc 7,14-23)

Siempre he sentido alergia a la espeleología.
Incluso, cuando veo esos programas de buceo que se meten en esas cuevas en las que no sabes si tendrán salida, siento que se me encoje el alma.
Tal vez, porque soy alérgico a meterme en esas cuevas y a esas profundidades. Me encanta esa belleza que, a simple vista, no podemos ver. Pero admiro a quienes se arriesgan a entrar dentro.

Cueva Cañuela (Strobist)

El Evangelio de hoy es como una especie de espeleología del espíritu. Una invitación:
A entrar dentro de nosotros mismos.
A entrar dentro de nuestro corazón.
A entrar ahí donde está también el secreto de nuestras vidas.

Es fácil mirarnos al espejo, por más que no siempre nos veamos guapos.
Es fácil mirarnos por fuera, en la vitrina de nuestras vidas.
Es fácil mirarnos por fuera, en aquello que los demás ven de nosotros.

Pero, ¡qué difícil es entrar dentro de nosotros y ver la verdad de nuestro corazón!
Porque nuestra verdad no está en la vitrina.
Porque nuestra verdad no la llevamos en el escaparate.
Porque nuestra verdad la llevamos dentro.
Porque nuestra verdad la llevamos allí donde los demás no pueden ver.
Porque nuestra verdad la llevamos no en nuestras manos ni en nuestro rostro, sino dentro, en nuestro corazón.
En lo más secreto de nosotros mismos.
En lo más íntimo de nosotros mismos.
Allí donde solo nosotros podemos llegar.
Allí donde solo Dios puede ver.

Todos cuidamos mucho nuestra apariencia.
Todos cuidamos mucho nuestro escaparate.
Pero todos tenemos miedo a encontrarnos con nosotros mismos allá dentro, en nuestro corazón.
Y el Evangelio lo que hace es poner al descubierto, precisamente eso que todos llevamos oculto y secreto.

Porque, cada vez que me atrevo a mirarme por dentro, descubro:
Que no soy el que aparento ser.
Que no tengo esa verdad que aparento tener.
Que no tengo esa limpieza que aparento tener.
Que no tengo esa bondad que aparento tener.
Que no tengo esos sentimientos que aparento tener.
Que no tengo esa honestidad que aparezco tener.
Que no tengo esa mirada limpia que aparezco tener.
Que no tengo esa fidelidad que aparezco tener.
Que no tengo esa sinceridad que aparezco tener.
Que no tengo ese amor que aparento tener.
Que no tengo esa mansedumbre que aparezco tener.

Y Jesús, que conoce muy bien el corazón humano, también el mío y el tuyo, me pone al descubierto y desenmascara mi verdad y la tuya, mi mentira y la tuya, mi falsedad y la tuya.

Y me dice que:
Soy lo que soy por dentro, en mi corazón, y no lo que aparento.
Soy lo que llevo dentro y no lo que ven los demás.
Soy lo que es mi corazón y no lo que vendo en la vitrina de mi vida.

Me dice que nuestra verdad y nuestra mentira están dentro.
Me dice que lo que Dios ve y mira en mí y en ti, no es el escaparate sino lo que hay dentro de nuestro corazón.

Por eso, me da miedo entrar dentro de mí.
Por eso, evito tener tiempo para mirarme por dentro y prefiero entretenerme viéndome por fuera.
Por eso, prefiero aparentar que ser.
Por eso, aunque sea doloroso, prefiero vivir engañándome y engranando a los demás.
Pero, tengo que reconocer que a El no puedo engañarle.
Por eso soy lo que soy delante de El y no delante de los demás.
Y si alguien tiene dudas que comience por entrar dentro de sí y que se atreva a verse a sí mismo.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 5 a. Semana – Ciclo B

“Se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir sin lavarse las manos. Los fariseos y escribas preguntaron a Jesús. “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores? El les contestó: “bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas… Esta pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos e mí. El culto que me dan está vacío…” (Mc 7,1-13)

No tiremos piedras a la casa vecina.
Es posible que se rompan nuestras tejas.
“Vivimos demasiado de preceptos humanos”, más de criterios divinos.
El “siempre se ha hecho así” nos ata y esclaviza.
Y nos impide abrirnos a las nuevas posibilidades de Dios.
Un día se me cayó una hostia al dar la comunión.
La recogí le la volvía a dar.
El problema lo tuvo al terminar la fila. Alguien me vino pidiendo una toallita para lavar el piso donde había caído.
No digo que se falte al respeto a la hostia consagrada.
Pero tampoco me escandalizo tan fácilmente.
Además me dijo que esa hostia no debía darla en comunión y que debía echarla en un vasito de agua.
Desde entonces si puede se pone en la otra fila cosa que no me molesta.
Y sí que Jesús está molesto conmigo.

Otro problema. Ahora que tenemos seglares “ministros de la Eucaristía”, mucho pasan de su fila a la mía.
¿Recibir la comunión de manos de un seglar?
¿Cuándo se ha visto eso?
Como si la comunión impartida por las manos sacerdotales fuese más sagrada que la de las manos laicales.
Como si el fruto de la comunión fuese mayor si comulgamos de manos del sacerdote.
Como si el Jesús que comulgamos fuese diferente.

Nos preocupamos de las manos que nos reparten la comunión.
Y no nos fijamos en la disposición de nuestra corazón.
Y no nos fijamos que el corazón que lo recibe en comunión es un corazón seglar.
Y la vida del que recibe la comunión es una vida seglar.

No dudamos que la higiene exterior es necesaria para una buena salud.
Pero la higiene exterior no garantiza la higiene del corazón que es la que Dios nos pide.
Dios no nos quiere sucios por fuera.
Pero Dios nos quiere limpios por dentro.
A Dios le pedimos un “corazón puro”.
A Dios le pedimos un corazón limpio.
Dios no se fija tanto en nuestras manos cuanto en nuestro corazón.
Dios puede ver sucias las manos que han trabajado por los demás.
Pero en ellas ve un corazón limpio.
¿Por qué no tratamos de limpiar nuestro corazón como nos esforzamos en limpiar nuestras manos?
Dios está en nuestras manos.
Pero la verdadera casa de Dios es el corazón.
Mira tus manos cada día.
Pero sobre todo, no dejes de mirar tu corazón.
Si tus manos están sucias, lávalas.
Si tu corazón está sucio, lávalo en el sacramente de la penitencia.

Hemos de pedirle cada día:
Unas manos limpias reflejo de las manos de Dios.
Un corazón limpio reflejo y manifestación del corazón de Dios.
Por eso, en vez de preocuparnos tanto de lavar y restregar nuestras manos antes de comer, pidámosle:
“Señor, dama un corazón nuevo”.
“Señor, dame un corazón limpio”.
“Señor, devuélveme la alegría de mi corazón”.

Clemente Sobrado C. P.