Archivo de la etiqueta: redencion

Bocadillos espirituales para vivir la Semana Santa: Viernes Santo – Ciclo A

Pasión del Señor

“Tengo sed”. (Jn 19, 28)

– Señor, ¿de qué tienes sed? ¿Cuál es tu verdadera sed? ¿Quieres decirme que tu sangre te quema por dentro porque estás deshidratado? Eso es comprensible por todo lo que ha sucedido desde la noche de ayer. ¿Pero es ésa tu verdadera sed? ¿No hay algo más hondo en ese grito de tu corazón?

– Un día, sentado junto al pozo de Jacob, le pediste de beber a una mujer. Y terminaste por olvidarte de tu sed y Tú mismo te hiciste agua viva en su corazón femenino. Ahora, en tu Cruz, vuelves a tener sed. Y terminarás dándonos las últimas gotas que te quedaban de agua y sangre, cuando tuvimos la osadía de punzar tu corazón ya muerto.

– En el corazón humano hay muchas maneras de tener sed. Hay quienes están pidiendo un vaso de agua. Pero hay quienes están pidiendo un poco de amor, de comprensión, de compañía. Hay quienes están sedientos de un poco más de sentido en sus vidas.

– Demasiado has sufrido para que ahora te quejes de tu falta de agua. En tu corazón hay algo mucho más profundo. Estás muriendo y ves florecer las primeras semillas de tu Reino. Pero también sabes que demasiados corazones siguen aún cerrados a tus invitaciones. Todavía quedan demasiadas resistencias en el corazón humano al Evangelio que les ofreces como Buena Noticia de sus vidas.

– Morir no es un problema para ti. Pero ver la inutilidad de tu muerte, te angustia el corazón. Tu sed es de corazones, sed de almas. Sed de hombres que se dejen ganar por tu amor redentor. Es la sed del Reino la que te quema por dentro. Es la sed del hombre nuevo la que arde dentro. Es la sed de que el amor del Padre no se pierda y no sea inútil en la vida de los hombres. No te importa dejarte morir. Te importa que tu muerte no sea inútil. Que no tengas que morir inútilmente, porque los hombres siguen empeñados en negarse a creer en el amor.

Hay quienes satisfacen su sed con un poco de agua. Pero tu sed sólo será satisfecha cuando el reinado de Dios sea una realidad en el corazón de los hombres.
“Dios mío. Dios mío. ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34)

– Es terrible sentirse solo. Sentir que no hay nadie a tu lado. La soledad encoge el espíritu y lo ahoga. Pero más terrible tiene que ser sentir el silencio de Dios en la vida. Duele el silencio de los hombres. Pero el silencio de Dios ahoga.

En el Calvario se oyen demasiadas voces. Pero todas son voces humanas, que a la hora de morir no dicen nada, no significan nada. ¿Y Dios? ¿Dónde está Dios en la muerte de Jesús? ¿No había puesto Él toda su confianza en el Padre? ¿Y dónde está ahora el Padre? Ahora que todo le ha fallado, que todo lo tiene en contra, ¿dónde está el Padre? El Padre calla. No tiene voz. Sólo se escucha su silencio.

Jesús comenzó su experiencia con los hombres mezclándose con ellos, metiéndose en la fila de los pecadores que buscaban su purificación en el bautismo de Juan. ¿Será que ahora Jesús debe hacer la experiencia del silencio de Dios en la historia del pecado? ¿Será que el Reino de Dios hay que construirlo en medio del griterío humano que se resiste y el silencio misterioso de Dios que calla?

– Eres la verdad y te acusan de mentiroso. Y Dios calla. Eres la vida y te están quitando la vida. Y Dios calla. Eres el camino y aquí no se ven caminos, todo parece condenado al fracaso. Y Dios calla. La semilla que se siembra en la tierra necesita un tiempo de silencio, de noche oscura, de olvido, antes de brotar. ¿También en el Calvario habrá que esperar la hora de Dios? Pero mientras tanto, Dios no da la cara.

Hay momentos en la vida en los que al corazón sólo le queda gritar: ¿Dónde está Dios? ¿Existe realmente Dios? ¿Es verdad el amor de Dios? ¿Dónde está? ¿Será que Dios deja que primero triunfe el mal, el pecado, la muerte, para luego revelarse a sí mismo como lo que hay más allá del mal, del pecado y de la muerte? Señor, no entendemos tu silencio. No logramos comprenderlo. Sólo nos queda respetarlo. Pero ya que nosotros no te escuchamos a Ti, que al menos Tú puedas escuchar nuestro grito de soledad e impotencia.
“Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23, 46)

– Más allá de la muerte no está el vacío. Más allá de la muerte hay unas manos que esperan. Morir no es lanzarse al vacío de la nada. Morir es dejarse caer en las manos invisibles del Padre. La muerte de Jesús nos habla de trascendencia. Su muerte no es el final, sino la puerta de salida a lo que está más allá, al otro lado.

La muerte de Jesús no es morir sino un dejarse morir. No sufre la muerte sino que Él mismo activa la muerte en Él. Muere viviendo. “En tus manos, pongo mi espíritu”. No se tiene miedo a la muerte cuando se ha vivido por encima de la muerte. Para seguirle a Él, puso como condición haber vencido los miedos a la muerte. Estar dispuestos a jugarse todas las cartas, hasta la propia vida.

Dios habla callado durante las horas de agonía. Y sigue callado. Sin embargo sigue vivo en el corazón de Jesús. Sabe que el Padre calla. Pero está ahí. Sabe que el Padre no hace nada. Pero está ahí con las manos extendidas. Sabe que el Padre no da la cara. Pero está.

– Vino del Padre. Vivió en el Padre. Y vuelve al Padre. Es la historia de cada vida. Nuestras raíces se ahondan en el corazón del Padre. Nacimos de un pensamiento del corazón de Dios. Dios piensa con el corazón. Estamos llamados a vivir la experiencia gozosa de ser “hijos del Padre” por la gracia del Bautismo. Y nuestro horizonte vuelve a ser el Padre. Estamos de camino a la casa del Padre.

“Padre, este es mi deseo. Que aquellos que me diste estén conmigo donde yo estoy. Y contemplen mi gloria, la que me diste antes de la creación del mundo”. Esta es la oración de Jesús en la Última Cena.

Clemente Sobrado C. P.