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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 15 a. Semana – Ciclo A

“Jesús atravesaba un sembrado en sábado y los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al ver esto, le dijeron: “Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado”.
“Pues le digo que aquí hay alguien que es más que el templo. Si comprendieran lo que significa “quiero misericordia y no sacrificios”, no condenarían a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado”. (Mt 12,1-8)

Bueno, amigos, prohibido tener hambre en sábado.
Digámoslo de otra manera: prohibido tener hambre en Domingo.
Claro que, algunos tienen hambre toda la semana.
Para quienes tenemos el estómago lleno los siete días de la semana, no sabemos lo que es tener hambre.
Y quien no sabe lo que es pasar hambre, fácilmente se escandaliza de que los hambrientos quebranten el descanso dominical para poder comer algo.

Aquí quisiera recordar la frase del Papa francisco a los jóvenes:
«… Por favor, no miréis la vida desde el balcón. Implicaos allí donde están los desafíos, que os piden ayuda para llevar adelante la vida, el desarrollo, la lucha en favor de la dignidad de las personas, la lucha contra la pobreza, la lucha por los valores y tantas luchas que encontramos cada día.
… ¡No hay que resignarse a la monotonía del vivir cotidiano, sino cultivar proyectos de amplio respiro, ir más allá de lo ordinario: no os dejéis robar el entusiasmo juvenil!»
«Queridos jóvenes, por favor, no balconeen la vida, métanse en ella, Jesús no se quedó en el balcón, se metió; no balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús.»

Claro que el Papa estaba pensando en la evangelización.
Pero también en el compromiso.
Personalmente yo le daría esta otra versión:
“Cristianos no miremos la vida desde el balcón de la propia abundancia”.
“Cristianos no miremos la vida desde el culto y desde la ley”,
La vida hay que mirarla:
Desde el contacto con los que tienen hambre.
Desde el contacto con los que no tienen que comer.
Desde el contacto con los que tienen el estómago vacío.

El templo es bueno y necesario.
La ley es buena y necesaria.
Pero por encima del templo y de la ley está el hombre.
Por encima de del templo y de la ley está la dignidad y el hambre de los hombres.
No cambiaremos el mundo en tanto que las leyes sean más importantes que las personas.
No cambiaremos el hambre del mundo en tanto nuestra piedad sea más importante que las personas.
Para cambiar el mundo:
Tenemos que comenzar por dar prioridad al hombre y a la mujer.
Tenemos que comenzar por dar prioridad a las personas sobre el falso orden social.
Incluso tenemos que comenzar por dar prioridad a las personas sobre las prácticas religiosas.

Para Jesús:
El saciar el hambre de los discípulos es más importante que la Ley.
El saciar el hambre de los discípulos es más importante que el sábado o domingo.

Por eso nos dice con toda claridad:
“quiero misericordia y no sacrificios”.
Quiero que den de comer al que tiene hambre, incluso si no tienen tiempo para hacer sus rezos.
Estoy pensando en algo que puede extrañar:
¿Qué sucedería si el próximo domingo nadie va a Misa porque todos se han dedicado a trabajar para que los que no tienen pan, puedan comer durante la semana?
¿Tendrían que confesarse para poder comulgar el otro domingo?
Personalmente yo daría de comulgar a todo el mundo, porque Jesús prefiere la “misericordia a los sacrificios”.

Cambiaremos de mentalidad el día que sepamos lo que es “tener hambre”.
No será fácil cambiar de modo de pensar mientras vivamos hartos.
¿Ustedes saben lo que es tener hambre?
Disculpen, pero este hermano suyo, sí sabe lo que es tener el estómago vacío.
De niño me tocaron años difíciles.
Pero eso, no tendría escrúpulos de que los hambrientos de hoy, “arranquen las espigas y puedan comer algo, aunque sea domingo”.

Perdóname, Señor, porque que me has enseñado que “la misericordia es más que los holocaustos”. Y que a ti te duele tu estómago cuando ves tantos estómagos vacíos porque los buenos aún no hemos comprendido lo que es la misericordia y el compartir.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote – Ciclo A

“Tomad esto, repartidlo entre vosotros; por os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vida, hasta que venga el reino de Dios”. Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía”.
(Lc 22,14-20)

La Liturgia celebra hoy la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
De ahí que el Evangelio sea la institución de la Eucaristía, que anuncia el verdadero sacerdocio de Jesús en la Cruz y que aquí lo expresa en la transformación del pan y del vino, como cuerpo entregado, como sangre derramada.

El verdadero sacerdocio se ejerce en la Cruz.
Y que Jesús inicia ya en la institución de la Eucaristía.
Y cuyos símbolos son el pan y el vino.
Un sacerdocio que no es tanto hacer cosas.
Un sacerdocio que es:
“Entregarse por los demás”
“Derramar su sangre por todos”.
Y un sacerdocio que Jesús comparte con los suyos.
Los sacerdotes de la nueva ley.
Y un sacerdocio que tiene la misión:
Darnos a comer el cuerpo entregado,
La sangre derramada de Jesús.
Y que recibe un mandato: “Haced esto en memoria mía”.

La Eucaristía no es un simple acto de piedad.
Es “hacer memoria del misterio pascual de Jesús”.
Es “recordar lo que El hizo por nosotros”.
Pero es también hacernos todos sacerdotes, por el don del Bautismo.
Y es convertirnos todos en Eucaristía.
Es ser todos eucaristía:
Es convertirnos todos en pan que se entrega por los demás.
Es convertirnos todos en sangre derramada por todos.

Eucaristía:
Es el misterio de la Cruz y Resurrección.
Es hacerse uno mismo eucaristía.
Es entregarse y sacrificarse hasta la muerte por los demás.
Por eso mismo, la Eucaristía.
Es la que hace a la Iglesia como Iglesia.
Es la que hace a cada creyente verdadera Iglesia.
Es la que nos configura a todos con la persona de Jesús.
Es la que nos configura a todos con la muerte de Jesús.

No se trata de “oír Misa”.
La misa no es algo que se oye o escucha.
La misa es algo que se celebra.
La misa es algo que se realiza.
La misa es participar en el sacerdocio de Jesús:
“haciéndonos cada uno pan que se entrega”.
“Haciéndonos cada uno sangre que se derrama por todos”.

En la Misa:
Todos somos sacerdotes con el sacerdote en el sacerdocio de Jesús.
Todos hacemos “memoria”:
No recordando el pasado.
Sino “haciéndonos cada uno cuerpo entregado”.
Sino “haciéndonos cada uno sangre “derramada”.
En la Misa hay:
Una comunión del Sacerdote con Cristo Sacerdote.
Una comunión de todos con el Sacerdote que preside.
Una comunión de todos con el sacerdocio de Cristo.
Una comunión de todos con el sacerdocio de todos.
Es una comunión sacerdotal que revive y actualiza el misterio pascual.
Es una comunión sacerdotal que actualiza en nuestra vida lo mismo que hizo Jesús.

Es preciso cambiar de mentalidad sobre la Misa:
Primero: saber que es una vivencia y un actualizar el sacerdocio de Jesús en la Cruz.
Segundo: es sentirnos nosotros celebrantes.
No solo en el momento de la misa sino hacer de nuestras vidas una Misa.
Por eso tampoco podemos hablar de llegar antes o después.
Jesús no llegó tarde a la Cruz, ni a la muerte.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Semana Santa: Viernes Santo – Ciclo A

Pasión del Señor

“Tengo sed”. (Jn 19, 28)

– Señor, ¿de qué tienes sed? ¿Cuál es tu verdadera sed? ¿Quieres decirme que tu sangre te quema por dentro porque estás deshidratado? Eso es comprensible por todo lo que ha sucedido desde la noche de ayer. ¿Pero es ésa tu verdadera sed? ¿No hay algo más hondo en ese grito de tu corazón?

– Un día, sentado junto al pozo de Jacob, le pediste de beber a una mujer. Y terminaste por olvidarte de tu sed y Tú mismo te hiciste agua viva en su corazón femenino. Ahora, en tu Cruz, vuelves a tener sed. Y terminarás dándonos las últimas gotas que te quedaban de agua y sangre, cuando tuvimos la osadía de punzar tu corazón ya muerto.

– En el corazón humano hay muchas maneras de tener sed. Hay quienes están pidiendo un vaso de agua. Pero hay quienes están pidiendo un poco de amor, de comprensión, de compañía. Hay quienes están sedientos de un poco más de sentido en sus vidas.

– Demasiado has sufrido para que ahora te quejes de tu falta de agua. En tu corazón hay algo mucho más profundo. Estás muriendo y ves florecer las primeras semillas de tu Reino. Pero también sabes que demasiados corazones siguen aún cerrados a tus invitaciones. Todavía quedan demasiadas resistencias en el corazón humano al Evangelio que les ofreces como Buena Noticia de sus vidas.

– Morir no es un problema para ti. Pero ver la inutilidad de tu muerte, te angustia el corazón. Tu sed es de corazones, sed de almas. Sed de hombres que se dejen ganar por tu amor redentor. Es la sed del Reino la que te quema por dentro. Es la sed del hombre nuevo la que arde dentro. Es la sed de que el amor del Padre no se pierda y no sea inútil en la vida de los hombres. No te importa dejarte morir. Te importa que tu muerte no sea inútil. Que no tengas que morir inútilmente, porque los hombres siguen empeñados en negarse a creer en el amor.

Hay quienes satisfacen su sed con un poco de agua. Pero tu sed sólo será satisfecha cuando el reinado de Dios sea una realidad en el corazón de los hombres.
“Dios mío. Dios mío. ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34)

– Es terrible sentirse solo. Sentir que no hay nadie a tu lado. La soledad encoge el espíritu y lo ahoga. Pero más terrible tiene que ser sentir el silencio de Dios en la vida. Duele el silencio de los hombres. Pero el silencio de Dios ahoga.

En el Calvario se oyen demasiadas voces. Pero todas son voces humanas, que a la hora de morir no dicen nada, no significan nada. ¿Y Dios? ¿Dónde está Dios en la muerte de Jesús? ¿No había puesto Él toda su confianza en el Padre? ¿Y dónde está ahora el Padre? Ahora que todo le ha fallado, que todo lo tiene en contra, ¿dónde está el Padre? El Padre calla. No tiene voz. Sólo se escucha su silencio.

Jesús comenzó su experiencia con los hombres mezclándose con ellos, metiéndose en la fila de los pecadores que buscaban su purificación en el bautismo de Juan. ¿Será que ahora Jesús debe hacer la experiencia del silencio de Dios en la historia del pecado? ¿Será que el Reino de Dios hay que construirlo en medio del griterío humano que se resiste y el silencio misterioso de Dios que calla?

– Eres la verdad y te acusan de mentiroso. Y Dios calla. Eres la vida y te están quitando la vida. Y Dios calla. Eres el camino y aquí no se ven caminos, todo parece condenado al fracaso. Y Dios calla. La semilla que se siembra en la tierra necesita un tiempo de silencio, de noche oscura, de olvido, antes de brotar. ¿También en el Calvario habrá que esperar la hora de Dios? Pero mientras tanto, Dios no da la cara.

Hay momentos en la vida en los que al corazón sólo le queda gritar: ¿Dónde está Dios? ¿Existe realmente Dios? ¿Es verdad el amor de Dios? ¿Dónde está? ¿Será que Dios deja que primero triunfe el mal, el pecado, la muerte, para luego revelarse a sí mismo como lo que hay más allá del mal, del pecado y de la muerte? Señor, no entendemos tu silencio. No logramos comprenderlo. Sólo nos queda respetarlo. Pero ya que nosotros no te escuchamos a Ti, que al menos Tú puedas escuchar nuestro grito de soledad e impotencia.
“Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lc 23, 46)

– Más allá de la muerte no está el vacío. Más allá de la muerte hay unas manos que esperan. Morir no es lanzarse al vacío de la nada. Morir es dejarse caer en las manos invisibles del Padre. La muerte de Jesús nos habla de trascendencia. Su muerte no es el final, sino la puerta de salida a lo que está más allá, al otro lado.

La muerte de Jesús no es morir sino un dejarse morir. No sufre la muerte sino que Él mismo activa la muerte en Él. Muere viviendo. “En tus manos, pongo mi espíritu”. No se tiene miedo a la muerte cuando se ha vivido por encima de la muerte. Para seguirle a Él, puso como condición haber vencido los miedos a la muerte. Estar dispuestos a jugarse todas las cartas, hasta la propia vida.

Dios habla callado durante las horas de agonía. Y sigue callado. Sin embargo sigue vivo en el corazón de Jesús. Sabe que el Padre calla. Pero está ahí. Sabe que el Padre no hace nada. Pero está ahí con las manos extendidas. Sabe que el Padre no da la cara. Pero está.

– Vino del Padre. Vivió en el Padre. Y vuelve al Padre. Es la historia de cada vida. Nuestras raíces se ahondan en el corazón del Padre. Nacimos de un pensamiento del corazón de Dios. Dios piensa con el corazón. Estamos llamados a vivir la experiencia gozosa de ser “hijos del Padre” por la gracia del Bautismo. Y nuestro horizonte vuelve a ser el Padre. Estamos de camino a la casa del Padre.

“Padre, este es mi deseo. Que aquellos que me diste estén conmigo donde yo estoy. Y contemplen mi gloria, la que me diste antes de la creación del mundo”. Esta es la oración de Jesús en la Última Cena.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Viernes de la 4 a. Semana – Ciclo A

“Se acercaba la fiesta judía de las tiendas. Después que sus parientes marcharon a la fiesta, entonces subió él también, no abiertamente, sino a escondidas. Entonces algunos que eran de Jerusalén dijeron: “¿No es este al que intentan matar? Pues miren cómo habla abiertamente, y no le dicen nada.¿Será que los jefes se han convencido de que es en realidad el Mesías? Entonces intentaban detenerlo; pero nadie se atrevió, porque todavía no había llegado su hora”. (Jn 7,1-2.10.25-30)

Flickr: Waiting For The Word

Jesús no es de los que provoca por gusto a sus enemigos.
Tampoco es de los que los rehuye.
Jesús conoce de sobre que se mueve en terreno peligroso.
Pero no por eso deja de hablar claramente y en público.
Jesús no es de los que buscan su muerte.
El amaba como nadie la vida.
Pero tampoco se esconde cuando tiene que dar cara.

La misma gente es consciente de que Jesús se mueve en tierra movediza.
“¿No es este al que intentan matar”.
Aquí nada se hace a escondidas.
Aquí todo se hace al aire libre.
No es que la gente le reconozca como el Mesías.
Pero saben que los jefes se la tienen jurada por hacerse el Mesías.
El ambiente parece tan pesado, que la gente hasta sospecha si los jefes habrán cambiado de opinión. “¿Será que los jefes se han convencido de que es en realidad el Mesías?”
Y se admiraban de que ante tan inminente peligro “hablase tan abiertamente”.

No. Jesús no es de los que busca la muerte.
Tampoco le tiene miedo.
Ni le impide hablar lo que tiene que hablar.
Sabe que lo buscan para matarlo.
Pudiera escaparse y refugiarse en lugares más seguros.
Pero no lo hace.
Jesús es dueño de la vida y también de la muerte.

Por eso confiesa claramente que “no había llegado sus hora”.
La vida de Jesús está marcada por “su hora”.
Y su hora es la de la muerte.
Pero no es una hora que depende de los que lo persiguen.
Es la hora que responda al momento cumbre de su vida.
Antes tendrá que anunciar el Reino.
Antes será perseguido y cuestionado.
Pero él es “dueño de su hora”.
Una hora que él teme y que incluso cuando llegue le pedirá al Padre que “pase esa hora”.
Es una hora que le causa tristeza, angustia y miedo.
Pero que él sabe que es “su verdadera hora”.
Será la hora de la plenitud de su vida.
Humanamente parecerá que es la hora del fracaso divino y del triunfo humano.
Pero él es consciente de que esa hora es la cumbre su encarnación.
Es la cumbre de la manifestación del amor.
Es la cumbre de la mesianidad salvadora.
No será él quien la busque.
Será la hora de los jefes que, por fin acabarán con él.
Pero será la hora en la que la verdad se manifestará por encima de los intereses humanos.

Todos tenemos nuestra hora.
La hora de la fidelidad hasta el extremo.
La hora del testimonio pleno de fidelidad bautismal.
La hora del testimonio de una vida vivida en medio de contradicciones.
Pero también la hora de una vida vivida en plena fidelidad a Dios.
No somos dueños de esa hora.
Pero sí somos dueños de nuestra libertad en aceptarla.
Pero sí somos dueños de dejarnos sacrificar como testimonio de Evangelio.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 7 a. Semana – Ciclo A

“Jesús no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará”. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle. En casa les preguntó: “¿De qué discutíais por el camino?” Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante”. Les dijo: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. (Mc 9,30-37)

Ahora Jesús evita entrar a los pueblos.
No quiere le distraigan de su enseñanza a los discípulos.
El tema, el anunciado en la zona de Filipo: “el Mesías condenado a la Cruz”.

Y resulta difícil entender aquello que no queremos entender.
Ellos no entendían nada.
Pero tampoco quieren preguntar.
Porque no es fácil preguntar cuando uno tiene miedo a la verdad.
A veces preferimos encerrarnos en nuestro silencio a enterarnos de la verdad que no nos gusta.
Preferimos encerrarnos en lo nuestro cuando el miedo a la verdad nos paraliza.

El miedo nos paraliza para afrontar la realidad.
El miedo nos paraliza para afrontar la verdad.
El miedo nos paraliza para afrontar lo que no queremos saber.
El miedo nos paraliza para afrontar lo que no queremos aceptar.

Por otra parte, es difícil:
Entender la Cruz, cuando se piensa en el poder.
Entender la Cruz, cuando se aspira a los primeros puestos.
Entender la Cruz, cuando se discute superioridades.
Entender la Cruz, cuando se discute estar arriba.

No podemos escandalizarnos de ellos, sabiendo lo que se pensaba de la Cruz en aquel entonces.
Pero no se justifica hoy que sabemos que la Cruz es el lugar donde Dios se manifiesta.
La Cruz sigue siendo Cruz, pero desde que en ella colgó Dios es:
Misterio de amor.
Misterio de gracia.
Misterio de salvación.
Misterio de fidelidad al Evangelio.
Misterio del nuevo estilo de vida del cristiano.

Ellos no entendían.
Tampoco querían entender preguntando.
El Papa Francisco nos dirá:
“Y si queremos ser cristianos, no hay otro camino.
El mismo.
Se hizo siervo, servidor;
Quiso ser humillado hasta la Cruz”.
Y frente aquellos que quisieran un cristianismo un poco más humano, sin Cruz y sin Jesús, sin despojamiento, responde que:
“nos volveríamos cristianos de pastelería, como buenas tartas, como buenas cosas dulces”. “Muy bonito,¡pero no cristiano de verdad!”

No se puede hablar de ser último, cuando se ansía ser primero.
No se puede hablar de servir, cuando se anhela ser el que manda.
No se puede hablar de Cruz, cuando se piensa en el poder.
No se puede hablar de Cruz, cuando se piensa en el dominio y fortaleza.
Y sin embargo: ¿Qué queremos?
¿Un cristianismo capaz de engendrar mártires?
¿O en un “cristianismo de pastelería y chocolate”.

Ellos tenían miedo en preguntarle.
¿Y nosotros no tendremos miedo en cuestionar a fondo nuestra fe, nuestra espiritualidad, nuestra vida cristiana?
Sin Cruz no hay revelación plena de Dios.
Sin Cruz no hay salvación.
Sin Cruz no hay amor.
Sin Cruz no hay Iglesia.
Sin Cruz no hay Evangelio.
Sin Cruz no hay cristianos.

Clemente Sobrado C. P.