“No quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará. Pero no aquello, y les daba miedo preguntarle”. (Mc 9,30-37)
Jesús habla en frecuencia modulada.
Y los discípulos en ampliación modulada.
Así no hay posibilidad de encuentro.
A ninguno nos gusta que nos hablen de la cruz.
Tal vez, porque no logramos entender el verdadero sentido de la misma.
Y por eso, procuramos hablar lo menos posible de ella.
Y por eso también, no logramos entender lo que se nos dice de ella.
Es que Jesús hablaba un lenguaje que ellos no entendían.
Como tampoco hoy queremos entenderlo nosotros.
Cesbron, en el prólogo de una de sus novelas escribe: “En mundo donde todos hablamos el mismo lenguaje, necesitamos traductores”.
El mundo prefiere hablar de poder y dominación.
Prefiere hablar de subir y escalar altos puestos.
Pero el mundo no entiende de servir de a los demás.
El mundo no entiende de poner la vida al servicio de los demás.
El mundo no entiende el sentido de la fidelidad, incluso hasta dar la vida por los demás.
Pablo, hablando a los de Corinto, les quería descubrir el verdadero sentido del cristiano y el verdadero sentido de Jesús en nuestras vidas.
Y por eso les presenta el misterio del Crucificado y su propia experiencia de no “querer saber entre vosotros sino a Cristo y este crucificado”.
Un crucificado que es “el poder de Dios” porque es el poder del servicio.
Un crucificado que es “sabiduría de Dios”, porque es la sabiduría del amor y la entrega por los demás.
Tal vez, la misión del cristiano hoy:
Sea recuperar el misterio de la cruz.
Sea recuperar el misterio del servicio sin límites.
Sea recuperar el misterio del poner nuestras vidas al servicio de los otros.
Sea recuperar ese nuevo concepto del “poder” que no es dominio sino “servicio”.
Sea recuperar ese nuevo concepto de “sabiduría” que no es filosofía ni ideología, sino el pensar con el corazón y vernos, no como los que estamos “arriba” sino como los que “queremos cambiar el mundo desde abajo”.
La Cruz necesita hoy traductores.
Abunda en demasía el sufrimiento, no precisamente de la cruz, sino de olvidarnos de ella.
Abunda en demasía el sufrimiento, no precisamente del poder de la Cruz, sino de ese poder humano de la ambición.
Abunda en demasía el sufrimiento, no precisamente de la sabiduría de la Cruz, sino de tantas ideologías que, en vez de servir al hombre, lo utilizan.
Los discípulos no entendían el lenguaje de la Cruz.
Y tenían miedo a “preguntar”, porque siempre es peligroso entrar en la lógica de Dios.
Tampoco hoy el mundo pregunta por ese lenguaje de la Cruz y del Crucificado.
Prefiere el lenguaje de tanto personaje de la pantalla que arrastra muchedumbres, pero las deja luego vacías.
Insisto, necesitamos traductores de la Cruz.
No que proclamen el sufrimiento y el dolor, que ya tenemos en demasía.
Sino que proclamen que la Cruz nos habla:
De servicio a todos.
De entrega por todos.
De amor a todos.
Incluso si es preciso entregar nuestras vidas.
El mundo tiene demasiados poderosos, pero pocos servidores.
El mundo tiene demasiados que quieren ser los primeros, pero pisoteando a los derechos de los demás.
Y a ese mundo, es preciso sanarlo y curarlo, anunciándole que “el cristiano, a imagen de Jesús” es el que “ama hasta el extremo”. Es el que “valora a los demás como a sí mismo”. El que sirve a los demás y deja de utilizarlos y aprovecharse de ellos.
No es la Cruz que exalta el sufrimiento.
Es la Cruz que exalta el valor de las personas.
Es la Cruz que exalta la dignidad de las personas.
Es la Cruz que proclama el amor de Dios al hombre y el amor de los hombres entre sí.
Clemente Sobrado C. P.