P. Clemente Sobrado cp.
“Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replica: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días? Él les preguntó: ¿Qué?” (Lc 24,13-35)
“Hoy quisiera detenerme en la experiencia de los dos discípulos de Emaús, del cual habla el Evangelio de Lucas (Cfr. 24,13-35). Imaginemos la escena: dos hombres caminaban decepcionados, tristes, convencidos de dejar atrás la amargura de un acontecimiento terminado mal. Antes de esa Pascua estaban llenos de entusiasmo: convencidos de que esos días habrían sido decisivos para sus expectativas y para la esperanza de todo el pueblo. Jesús, a quien habían confiado sus vidas, parecía finalmente haber llegado a la batalla decisiva: ahora habría manifestado su poder, después de un largo periodo de preparación y de ocultamiento. Esto era aquello que ellos esperaban, y no fue así”. (Papa Francisco)
¿Se dan cuenta de la finura de la pedagogía de Jesús?
Se acerca a estos dos con toda delicadeza.
Ve que van conversando y discutiendo, se mete en el grupo,
no como un impertinente sino como quien dice:
“¿No estorbo su conversación?”.
Entra a la conversación, como pidiendo permiso por si le aceptan.
Y con qué delicadeza pregunta:
¿Se puede saber de qué van conversando?
La primera reacción de los dos es como de sorpresa y hasta extrañeza:
“¿Eres tú el único forastero en Jerusalén,
que no sabes lo que ha pasado allí estos días?”
Manifiestan su extrañeza de que no esté enterado
de lo sucedido en Jerusalén días pasados.
Y Jesús, con toda delicadeza, se va metiendo en ellos
interesándose en sus preocupaciones.
“No sé nada, ¿a qué os referís?”
Jesús no es de los que lo avasalla todo, porque lo sabe todo.
Se hace como el ignorante que pregunta.
No es el que comienza por imponer sus ideas,
deja que ellos expongan las suyas.
No impone sus sentimientos, deja que ellos dejen aflorar los suyos.
Y poco a poco, ellos se van abriendo y van confesando
sus frustraciones y sus desilusiones.
“Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel.
Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto”. Todo quedó en nada.
Es cierto que unas mujeres han venido con rumores de que lo han visto…
pero de eso nada, de nada.
¡Qué importante es “no aplastar a los demás”!
¡Qué importante es “no partir de nuestros intereses”
“sino de lo que interesa a los demás”!
¡Y qué importante es “saber respetar los sentimientos de los demás”!
Jesús se da cuenta de que estos dos “entendieron mal su discipulado”.
Ellos le siguieren “buscando otros intereses”.
Ellos “pensaban en otra cosa”. Se equivocaron.
De ahí viene su frustración y su desilusión.
Le “pedían peras al olmo” y “manzanas al olivo”.
Entonces lo que necesitaban no era que Jesús les dijese la verdad.
Lo importante era que ellos “la fuesen descubriendo poco a poco”.
Y disimuladamente “les ofrece una lectura de la Escritura”
que les ayude “a esclarecer sus ideas”, y a encontrar ellos mismos el camino.
“Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas,
les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura”.
No les exige que caminen a su ritmo, es él el que camina al ritmo de ellos.
El Papa Francisco hablando de la Vida Consagrada habla de esto:
“Es la paciencia de esperar al hermano al caminar;
como decía San Ignacio de Loyola.
Él tenía reglas prácticas, como la regla del peregrino.
Cuando iba de camino con otro compañero decía
que, si el uno caminaba demasiado rápido, la cosa no iba bien.
Decía que tenía que ir al paso del que caminaba menos rápido;
o sea, que había que tener capacidad de paciencia con el límite del otro”.
(“La fuerza de la Vocación pág 59)
Algo que todos nosotros necesitamos aprender.
No apresurar el camino del otro, sino caminar al ritmo del otro.
No pretender que “el marido cambie al ritmo de mis prisas”.
O que mi “esposa madure al ritmo que yo quiero”.
No pretender que los “hijos maduren al ritmo de nuestros deseos”.
No pretender que nuestros “penitentes conviertan su corazón
al ritmo de nuestras prisas”, sino “al ritmo de la gracia de Dios en ellos”.
No pretender que los fieles “cambien al ritmo de nuestras prisas pastorales”.
Sino al ritmo “de la gracia del Evangelio en sus corazones”.
No darles “nuestras verdades como mendrugos duros”,
sino “acompañarlos para ellos mismos las vayan descubriendo”.
Aquel Maestro de quien cuentan que sus discípulos
le decían que les enseñase a orar, porque tenían sed de hablar con Dios.
Y el Maestro los llevó a una fuente y los dejó delante del manantial.
“Maestro, ¿Cuándo nos vas a enseñar a orar?”
“Ya os he dejado al borde del manantial.
Yo no puedo beber por ustedes”.
El Papa Francisco hace ese comentario:
“Y entonces Jesús comienza
su “terapia de la esperanza”. Y esto que sucede en este camino
es una terapia de la esperanza. ¿Quién lo hace? Jesús.
Sobre todo, pregunta y escucha: nuestro Dios no es un Dios entrometido.
Aunque si conoce ya el motivo de la desilusión de estos dos,
les deja a ellos el tiempo para poder examinar en profundidad
la amargura que los ha envuelto.
El resultado es una confesión que es un estribillo de la existencia humana:
«Nosotros esperábamos, pero Nosotros esperábamos, pero …» (v. 21).
¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos existen
en la vida de cada persona! En el fondo somos todos un poco como estos dos discípulos. Cuántas veces en la vida hemos esperado, cuántas veces
nos hemos sentido a un paso de la felicidad,
y luego nos hemos encontrado por los suelos decepcionados.
Pero Jesús camina: Jesús camina con todas las personas desconsoladas
que proceden con la cabeza agachada.
Y caminando con ellos, de manera discreta, logra dar esperanza”.
Caminemos al lado de las personas.
Caminemos al ritmo de las personas.
No seamos intrusos en el corazón de las personas.
Dejemos que las personas se vayan abriendo,
no las abramos con destornillador por la fuerza.
A pesar de las desilusiones y fracasos, aún queda en el fondo
del corazón, la sinceridad de buscar algo.
No impongamos, ayudemos a encontrar.
Y si hay que esperar “relantizando el paso”, pues hagámoslo.
No las abandonemos en el camino.
Caminemos con ellas, hasta que nos inviten a cenar con ellas.
Y todo se les aclare en su corazón.