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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Lunes de la 12 a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no te reparas en la vida que llevas en tuyo?” (Mt 7,1-5)

Todos tenemos vocación de jueces.
Pero jueces de los demás.
Todos vemos mejor los defectos de los otros, que los propios.
Todos tenemos buena vista para ver los defectos de los demás.
Todos somos bastante miopes en ver los nuestros.
Con frecuencia las virtudes de los otros son defectos.
En tanto que los defectos personales son virtudes.
Condenamos los defectos de los otros.
Perdonamos y absolvemos los propios.

Jesús nos pide:
No juzgar a los demás.
No hacernos jueces de los demás.
Para juzgar a los demás necesitamos conocer el corazón de los otros.
¿Quién puede decir que conoce la verdad de corazón de los demás?
¿A caso conocemos la verdad del nuestro?
El mismo nos dice que “no he venido a juzgar y condenar sino a salvar”.

Juzgar a los demás es no amarles.
Juzgar a los demás es hacer jueces de los mismos.
La murmuración es una manera vulgar de juzgar a los otros.
La chismografía es una manera vulgar de esparcir los defectos de los demás.
La murmuración es la manera más vulgar de desacreditar al otro.
La murmuración es la manera de destruir la imagen de los demás.
La murmuración más revela la pobreza de nuestro corazón que el corazón del otro.

Solo Dios puede juzgarnos.
Y en cambio Dios no envió a su Hijo a juzgarnos sino a salvarnos.
La murmuración mata al otro.
El pensar bien del otro lo salva.
El hablar más del otro lo destruye.
El hablar bien del otro lo construye.

Dios no cierra los ojos a nuestras debilidades.
Pero las mira con amor.
Porque al otro no lo sacamos del pozo de sus defectos criticándolo sino amándolo.
Cuando murmuramos y criticamos a los demás, debiéramos primero mirar nuestro corazón.
Porque el que murmura no ama.
Porque el que critica no ama.
Porque el que juzga al otro no ama.
Porque el que condena al otro no ama.
Y quien no ama no está en condición de salvar al otro.
Quien no ama no está en condición de levantar al otro.
La murmuración destruye.
El amor construye.
Con frecuencia escucho decir: “siento gusto en hablar mal de demás”.
Todavía no sé qué sabor tiene.
La murmuración ¿no será una manera de justificarnos a nosotros mismos en aquello que criticamos?
El que juzga al hermano tiene un corazón seco y vacío de amor.

¿Recuerdan a San Francisco de Sales? Una señora se confesaba cada semana de que murmuraba. Un día le dio por penitencia que le trajese una gallina. Ahora, le dice, vuelva a su casa desplumando la gallina y vuelva. Al volver le da una nueva penitencia: Ahora vaya y recoja todas las plumas. Imposible dice la señora. Las ha llevado el viento. Exacto, así pasa con sus palabras de murmuración, imposible recogerlas porque las ha esparcido el viento.

¿Por qué seremos tan propensos a juzgar, criticar y murmurar de los demás?
¿No sería más bello hablar siempre bien de los otros?
¿No será preferible dejar que sea el Señor el que nos juzgue a todos?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Lunes de la 11 a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “No juzguéis y no os juzgarán; porque os van a juzgar como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no te reparas en la vida que llevas en tuyo?” (Mt 7,1-5)

Todos tenemos vocación de jueces.
Pero jueces de los demás.
Todos vemos mejor los defectos de los otros, que los propios.
Todos tenemos buena vista para ver los defectos de los demás.
Todos somos bastante miopes en ver los nuestros.
Con frecuencia las virtudes de los otros son defectos.
En tanto que los defectos personales son virtudes.
Condenamos los defectos de los otros.
Perdonamos y absolvemos los propios.

Jesús nos pide:
No juzgar a los demás.
No hacernos jueces de los demás.
Para juzgar a los demás necesitamos conocer el corazón de los otros.
¿Quién puede decir que conoce la verdad de corazón de los demás?
¿Acaso conocemos la verdad del nuestro?
El mismo nos dice que “no he venido a juzgar y condenar sino a salvar”.

Juzgar a los demás es no amarles.
Juzgar a los demás es hacer jueces de los mismos.
La murmuración es una manera vulgar de juzgar a los otros.
La chismografía es una manera vulgar de esparcir los defectos de los demás.
La murmuración es la manera más vulgar de desacreditar al otro.
La murmuración es la manera de destruir la imagen de los demás.
La murmuración más revela la pobreza de nuestro corazón que el corazón del otro.

Solo Dios puede juzgarnos.
Y en cambio Dios no envió a su Hijo a juzgarnos sino a salvarnos.
La murmuración mata al otro.
El pensar bien del otro lo salva.
El hablar más del otro lo destruye.
El hablar bien del otro lo construye.

Dios no cierra los ojos a nuestras debilidades.
Pero las mira con amor.
Porque al otro no lo sacamos del pozo de sus defectos criticándolo sino amándolo.
Cuando murmuramos y criticamos a los demás, debiéramos primero mirar nuestro corazón.
Porque el que murmura no ama.
Porque el que critica no ama.
Porque el que juzga al otro no ama.
Porque el que condena al otro no ama.
Y quien no ama no está en condición de salvar al otro.
Quien no ama no está en condición de levantar al otro.
La murmuración destruye.
El amor construye.
Con frecuencia escucho decir: “siento gusto en hablar mal de demás”.
Todavía no sé qué sabor tiene.
La murmuración ¿no será una manera de justificarnos a nosotros mismos en aquello que criticamos?
El que juzga al hermano tiene un corazón seco y vacío de amor.

¿Recuerdan a San Francisco de Sales? Una señora se confesaba cada semana de que murmuraba. Un día le dio por penitencia que le trajese una gallina. Ahora, le dice, vuelva a su casa desplumando la gallina y vuelva. Al volver le da una nueva penitencia: Ahora vaya y recoja todas las plumas. Imposible dice la señora. Las ha llevado el viento. Exacto, así pasa con sus palabras de murmuración, imposible recogerlas porque las ha esparcido el viento.

¿Por qué seremos tan propensos a juzgar, criticar y murmurar de los demás?
¿No sería más bello hablar siempre bien de los otros?
¿No será preferible dejar que sea el Señor el que nos juzgue a todos?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Lunes de la 5 a. Semana – Ciclo B

“Los escribas y fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; ¿tú que dices?” Y les dijo: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra”. Ellos se fueron escabullendo uno a uno. “¿Ninguno te ha condenado? “Ninguno, Señor”. “Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más”. (Jn 12,1-11)

¡Qué fácil descubrir el pecado de los demás!
¡Qué fácil es escandalizarse del pecado de los demás!
¡Qué fácil es condenar el pecado en los demás!

Esta mujer ha cometido adulterio.
¿Le aplicamos la Ley de Moisés?
¿La apedreamos?
¡Aquí tenemos las piedras!
¿Tú qué dices?

En este caminar cuaresmal es el momento:
De abrirnos al perdón de Dios.
De dejarnos perdonar por Dios a través de la Iglesia.
De renovarnos y limpiarnos de todas las basuras que llevamos dentro.

Dios no justifica el adulterio.
Pero Dios es capaz de amar y perdonar el adulterio y cualquier otro pecado.
Y la cuaresma ha de ser el tiempo de Dios para perdonar.
Y es el tiempo en el que la Iglesia está llamada a ejercer el perdón y revelar el amor de Dios.

Y esto es lo que el Papa Francisco pide a los sacerdotes:
Francisco les pidió que “por favor, tengan esa capacidad de perdón que tuvo el Señor, que ¡no vino a condenar sino para perdonar!
Tengan misericordia, tanta misericordia!
Y si les viene el escrúpulo de ser demasiado ‘perdonadores’ piensen en el santo cura del que les hablé que iba delante del Santísimo y decía:
“Señor, perdóname si he perdonado demasiado, pero eres tú el que me ha dado el mal ejemplo de perdonar tanto”.

Y manifiesta su dolor por el hecho de que muchos se alejen de la Iglesia y de la confesión porque no han experimentado el amor de Dios:
“Es así…Pero yo les digo verdaderamente, que siento tanto dolor cuando encuentro gente que no va a confesarse porque ha sido maltratada, muy mal, regañada; ¡han visto como les cerraban las puertas de la Iglesia en la cara!
Por favor no hagan esto: misericordia, misericordia.
El buen pastor entra por la puerta y la puerta de la misericordia son las llagas del Señor: si ustedes no entran en su ministerio por las llagas del Señor, ustedes no serán buenos pastores”.

La razón es clara:
“¡La misericordia es el corazón del Evangelio!
Es la buena nueva de que Dios nos ama, de que ama siempre al pecador y con este amor lo atrae hacia sí y lo invita a la conversión.
No olvidemos que, a menudo, a los fieles les cuesta trabajo confesarse, sea por motivos prácticos, sea por la dificultad natural de confesar a otro hombre los pecados propios”.

Por eso:
“es necesario trabajar sobre nosotros mismos, sobre nuestra humanidad, para que no representemos nunca un obstáculo sino para que favorezcamos siempre el acercamiento a la misericordia y al perdón. ¡La confesión no es un tribunal de condena, sino una experiencia de perdón y misericordia!”.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Lunes de la 2 a. Semana – Ciclo B

“Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará; os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros”. (Lc 6,36-38)

Jesús, en este texto nos quiere poner a todos en “altura de crucero”.
¿No se le habrá pasado la mano?
Nosotros, por lo general, nos medidos comparándonos con los demás.
Jesús nos propone como modelo, nada menos y nada más, que a “Dios Padre”.
Está bien que tenga tanta fe en nosotros, pero ¿ponernos como modelo al “Padre”?
Como modelo:
En ser compasivos con los demás, como él es compasivo.
En no jugar a los demás, porque el amor no juzga a nadie.
En no condenar a los demás, porque el amor no condena a nadie.
“Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para salvarlo”.
En perdonar a los demás, porque el amor perdona a todos y perdona siempre.
En dar a los demás, porque el amor solo sabe dar.

Y aunque a primera vista pareciera que Jesús nos propone una meta imposible, porque jamás llegaremos a la verdad del corazón de Dios, sin embargo, confieso que me encantan estas exigencias del Evangelio:

Nunca me ha gustado aquellos que, para ganarnos:
Nos lo ponen todo fácil.
Nos lo rebajan todo de precio.
Nos lo rebajan todo en sus exigencias.
Es decir, nos ponen el listón tan bajo que a nadie entusiasma.
Lo fácil no entusiasma a nadie.
Lo pequeño no ilusiona a nadie.
Los ideales vulgares no suelen ganar nuestro corazón.

No creas a quienes tienen tan poca fe en ti, que todo te lo ponen tan asequible que no vale la pena luchar ni esforzarse.
No creas a quienes creen tan poco en ti, que todo te lo ofrecen achatado.

Por eso me gusta Jesús:
Nos propone unas metas tan altas que a uno le entran ganas de arriesgar el todo por el todo.
Nos propone unos ideales que parecen imposibles, pero que terminan por alargar nuestras ilusiones y nuestra estatura.
Nos propone unos horizontes tan altos que nos entran ganas de, al menos, hacer la prueba y lanzarnos al vacío.

Quien apunta muy alto, posiblemente no logre escalar la cima.
Pero tampoco nos quedaremos sentados en el valle.
Quien nos propone ideales evangélicos:
Demuestra la fe que tiene en nosotros.
Demuestra las posibilidades que hay en nosotros.

Nunca llegaremos a ser tan comprensivos como el Padre, pero sí llegaremos a ser más comprensivos que lo que somos.
Nunca llegaremos a juzgar con el amor con el que nos juzga el Padre, pero siempre nuestro corazón juzgará con más amor.
Nunca llegaremos perdonar como el Padre nos perdona, pero, al manos, perdonaremos con el amor de hermanos y de hijos.
Nunca llegaremos a dar con la plenitud con que da y se da el Padre, pero siempre daremos con mayor generosidad, y seremos capaces no solo de dar sino de darnos.
Me gusta la frase de Pablo: “No sé si llegaré a la meta, pero estoy contento de saber que estoy corriendo en la pista”.

Tengamos fe en las posibilidades de nuestro corazón.
Y no nos contentemos con lo poco cuando en realidad podemos mucho.
Tengamos fe en las posibilidades de los demás.
No pretendamos crear enanos en la vida, cuando tenemos vocación de gigantes.
No vivamos un cristianismo del “no hacer” sino del “hacer”.
No vivamos un cristianismo del “no pecar” sino del aspirar a la plenitud de la santidad.
Si tienes vocación de santo no te quedes simplemente en bueno.
No tomes como modelo lo que hacen los que no arriesgan, porque tu verdadera medida es el Padre.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 26 a. Semana – Ciclo A

“Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y Sidón se hubiesen hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestido de sayal y sentado sobre ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y Sidón que a vosotras. Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”. (Lc 10,13-16)

Cada uno espera segar lo que siembra.
Dios nos juzgará según los dones que ha sembrado en nuestros corazones.
Dios nos pedirá cuentas de las posibilidades que ha sembrado en nuestras vidas.
“Al que mucho se le ha dado, mucho se le pedirá”.
“Al que poco se le ha dado, poco se le pedirá”.
Cada oportunidad es una exigencia.
Cada gracia es un una exigencia.

No todos hemos tenido las mismas oportunidades.
No todos hemos tenido las mismas posibilidades.
Por eso, no todos podemos tener las mismas responsabilidades.
No a todos se nos pedirán los mismos frutos.

No todos respondemos de igual manera a los dones de Dios.
No todos respondemos de igual manera a las posibilidades que Dios nos ofrece.
Hay quienes hemos recibido mucho.
Y hay quienes han recibido menos.
Hay quienes han tenido más posibilidades.
Hay quienes han tenido menos.
Corozaín y Betsaida fueron testigos de los milagros de Jesús.
Y no respondieron a su llamada.
Tiro y Sidón, como ciudades paganas, apenas pudieron escuchar su palabra.
Y es posible que si hubiesen tenido las mismas oportunidades, se hubiesen convertido.
Los dones de Dios son otras tantas exigencias.
Los dones de Dios son otras tantas oportunidades.
Los dones de Dios son otras tantas exigencias de respuesta.

Jesús se lamenta de la falta de respuesta:
de aquellos que lo tenían diariamente a la mano.
de aquellos a quienes se les ofreció primero el Evangelio.
de aquellos a quienes se les ofreció primero el Reino.

Jesús se lamenta de la dureza del corazón:
De quienes lo tuvieron a su lado.
De quienes fueron testigos de su palabra.
De quienes fueron testigos de sus milagros.
De quienes fueron testigos de su gracia de conversión.

Una llamada a cada uno e nosotros.
Cada uno somos testigos de los dones que ha recibido.
Cada uno somos testigos de las posibilidades de conversión de nuestro corazón.
Cada uno somos testigos de las veces que ha llamado a nuestro corazón.
Cada uno somos testigos de las veces que tocado a nuestra puerta.
Cada uno somos testigos de las posibilidades que nos ofrece la Iglesia.

Y cada uno somos testigos:
De nuestra respuesta a Dios.
De nuestra respuesta al Evangelio.
De nuestra respuesta al Jesús que se da cita cada domingo y aún cada día de la semana.
De nuestra respuesta a las posibilidades que nos ofrece la comunidad parroquial.
De nuestra respuesta a las posibilidades que nos ofrece nuestra comunidad religiosa.
De la respuesta a las posibilidades que nos ofrecen nuestros hermanos.

Dios nos juzgará por lo que nos ha dado.
Dios nos juzgará por los donde de gracia que nos ha regalado.
Dios nos juzgará por la respuesta que cada uno hemos dado.
Dios nos juzgará por lo que hemos hecho con su gracia.
Dios nos juzgará por el amor que nos ha tenido.
Dios nos juzgará por nuestra respuesta al amor que nos reveló en la Cruz.

Señor: soy puro don tuyo.
Señor: cuántos dones has sembrado en mi.
Señor: confieso que tengo miedo a cuántas semillas se han perdido.
Señor: confieso que tengo miedo a cuanta santidad se ha perdido.
Señor: sigue derramando tus dones y dame la gracia de la fidelidad.

Clemente Sobrado C. P.