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Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Miércoles de la 5 a. Semana – Ciclo C

San José Obrero

“La gente decía admirada: “¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces ¿de dónde saca todo eso? Y aquello les resultaba escandaloso. Y no pudo hacer allí milagros, porque les faltaba fe”. (Mt 13,54-58)

Un día la profesora preguntó a los alumnos: Vamos a ver ¿quién me dice de donde vienen los niños?
Uno respondió: De una flor, Señorita.
Otro respondió: De una rosa, Señorita.
Otro más sabidito: Los trae la ciegüeña de París, Señorita.
En esto se levanta Jaimito y dice: “Ahora entiendo que aquí no hay ninguno normal. Yo, al menos, he venido de la barriga de mi madre”.
«Jaimito, ¿qué estás diciendo?» Dijo escandalizada la maestra.
«Señorita, permítame ser normal, por más que no haya tenido un origen tan maravilloso y florido como estos anormales.»

Es un poco lo que le pasó a Jesús.
Que, aun siendo Dios, se hizo hombre por el camino de la normalidad.
Todo el mundo le conocía por sus orígenes.
Era hijo del “carpintero” y su madre se llamaba María.
Ni nació de una rosa ni lo trajo la ciegüeña, colgado de unos pañales parisinos.
Ni nació de algo misterioso cuyo origen todo el mundo desconociese.

Claro que el nacimiento parece que condiciona demasiado la credibilidad de uno.
Ser uno más del pueblo no era título alguno llamativo.
Ser hijo de un carpintero, tampoco le daba suficiente renombre.
Y como es más importante la cuna de donde venimos, que la verdad que anunciamos, aunque todos se quedan abobados de su doctrina, nadie le cree.
Pesa más nuestro apellido que lo que decimos.
Pesa más nuestro origen que lo que proclamamos.
Pesa más la profesión de nuestros padres, que la verdad de nosotros mismos.
Pesa más la fama de nuestra madre, que la verdad de nuestra identidad.
Personalmente he tenido una suerte bárbara, porque mi padre fue zapatero.
Y la gente creyó y sigue creyendo en mí.
Soy un suertudo. Nadie me conoce como “el hijo del zapatero de a Ponte”.
Me siguen reconociendo como “Clemente”.
Como que soy yo mismo con mis debilidades y mis cualidades.
Señor, aquí sí he tenido mejor suerte que tú.

Admiraban su doctrina.
Pero no le creían a El. Era el hijo del “carpintero”.
Admiraban lo que decía.
Pero no le creían a El. Era el hijo del “carpintero”.
No sabían de donde “sacaba esa sabiduría”.
Pero no le creían a El. Su madre se llamaba María.
Y claro, al rechazarle a El, rechazaron también doctrina.
Y claro, al no darle crédito a El, tampoco lo dieron a su doctrina.

De alguna manera también todo esto nos ayuda a purificar nuestra fe.
La fe no es cuestión de admirar las cosas que uno dice.
Sino fiarnos de Alguien.
La fe no es cuestión de admirar lo que uno sabe.
Sino fiarnos de Alguien.
La fe no es cuestión de muchas teologías.
Sino fiarnos de Alguien.
La fe no es conocer todo el Credo, incluso el largo de Nicea.
Sino fiarnos de Alguien, aunque haya sido carpintero.
La fe no es saberlo todo.
Sino fiarnos de Alguien, aunque su madre se llame María.

Por eso, Jesús “no hizo allí milagros”.
Porque les “faltaba la fe”.
Admiraron su sabiduría.
Pero no creyeron en él.
Como si el ser “hijo del carpintero” fuese un estorbo para aceptarle personalmente a El.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para el Adviento y la Navidad: Viernes de Navidad – La Sagrada Familia

Sagrada Familia B

“El Espíritu Santo le había revelado, que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor… cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir con lo que la Ley prescribía sobre él, lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo… (Lc 2,22-40)

Flickr: Mgoncalles

El nacimiento de Jesús está enmarcado por una serie de imposibles humanos y posibles divinos y por ancianos que, unos ya han perdido la esperanza, como Zacarías, y otros se resisten a morir sin que se realicen sus sueños, como Simeón.

El encuentro del Niño Jesús y sus padres con el viejo Simeón es como:
El encuentro de lo viejo con lo nuevo.
El encuentro de los brazos cansados cargando lo nuevo que comienza.

No es lo viejo que se resiste a la primavera de lo nuevo.
No es lo viejo que no cree en lo nuevo sino que lo espera y lo abraza y lo goza.
Es lo viejo que se siente realizado en lo nuevo que comienza.
“Ahora ya puedo irme en paz”.

Una de las cosas más bellas y humanas a la vez, es ver felices y contentos a los ancianos.
Que un joven ría y cante y baile, nos parece a todos normal.
Pero contemplar a un anciano con la boca llana de risas y cantares es todo un espectáculo.
¿Y a caso no tienen también los ancianos derecho a vivir esa alegría de la vida, esa alegría a ver cómo todavía los pájaros cantan en sus ramas añosas y cansadas de dar fruto?
¿Hay algo más bello que la sonrisa de un niño jugando con la serena sonrisa de un anciano?
¿Hay algo más bello que los brazos de un anciano cargando con un niño recién nacido?
¿Hay algo más bello que un anciano estrechando contra su corazón al niño que acaba de nacer?
Me hubiese gustado ver al Niño Jesús acariciando con sus tiernas manecitas la endurecida barba de Simeón.

Decimos que los jóvenes son esperanza.
Los ancianos ¿no tienen derecho a vivir gozando de las esperanzas vividas y que ya se están apagando porque ya son realidades?
Simeón vivió toda su vida motivado por la esperanza de una promesa.
El Niño Jesús es una esperanza florecida en sus brazos.
El Niño Jesús es la esperanza de Dios en brazos de quien lo esperó toda su vida.

El anciano Simeón vivió toda su vida mirando al horizonte de la promesa que le hizo el Espíritu Santo de que no moriría sin ver al gran esperado de siglos. Por eso, su ancianidad está llena de luz, llena de plenitud, de serenidad.

Solo se camina bien mirando hacia delante.
Solo se ven las cosas bien mirando lejos.
Solo se ven bien los caminos mirando no a los pies.
Solo se ven bien las cosas cuando las miramos con esperanza.

Los ojos con lágrimas tienen dificultad de ver.
Los ojos llenos de optimismo lo ven todo más claro.

A la miopía se la soluciona con unas buenas gafas.
A la miopía de la vida se la soluciona con ojos llenos de fe.
A la miopía del egoísmo se la soluciona con la generosidad del corazón.

Todo camino es largo, para quien está cansando.
Toda dificultad es un imposible, para quien ha perdido la esperanza.
Todo problema es una derrota, para quien no sabe afrontarlo.

No se escucha a los demás, cuando sólo nos escuchamos a nosotros mismos.
No se escucha el dolor del otro, cuando solo se piensa en la propia felicidad.
No se escucha el silencio de los otros, cuando solo escuchamos nuestras propias voces.

La vida necesita:
mirar,
mirar lejos,
mirar con esperanza,
mirar con amor,
mirar escuchando a los demás, escuchando en el corazón las promesas de Dios.
Escuchar los pasos de Dios en la historia.
Escuchar la voz el Espíritu que cada día nos invita a seguir esperando.
Llevar encendidas las luces de nuestra mente y de nuestro corazón.
Saber ver llegar el futuro, tantos años esperado como Simeón, y sentir que nuestro corazón canta como el suyo:
“Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
Dejar que tu siervo se vaya en paz;
Porque han visto mis ojos tu salvación,
La que has preparado a la vista de todos los pueblos,
Luz para iluminar a las gentes
Y gloria de tu pueblo Israel”.

¡Familia, también los ancianos son familia!
¡Tan familia es el anciano que ya mira al atardecer del largo día de la vida, como el niño que acaba de amanecer y comienza el camino!
En el bosque hay árboles recién plantados. Hay árboles ya crecidos. Y hay árboles cuyas hojas se ponen amarillas. Así es o tiene que ser cada familia. La vida que nace y es recibida en los brazos de los abuelos, ya cansados de regalar vida.

Clemente Sobrado C.P.

Bocadillos espirituales para el Adviento y la Navidad: Sábado de la Tercera Semana de Adviento

Sábado 3 B – Adviento

“Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham… y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo”. (Mt 1,1-17)

Nunca he sido aficionado a las genealogías. Eso de “árbol genealógico” siempre me ha resultado extraño. Recuerdo que, en una ocasión, descubrí, en casa de un primo mío, el “escudo de los Sobrado”. Mi primera reacción fue la de reírme. ¿También tenemos un escudo de armas? De seguro que nuestro origen es de algún capitán que dio su vida por la patria. Y no me equivoqué, porque muy serio, mi primo me dijo que era verdad y me soltó toda una serie de explicaciones. La verdad es que no ha mejorado en nada mi situación. Hasta diría que eso de heredar el apellido “Sobrado” aquí en el Perú suena extraño, a orgulloso, estirado.

Flickr: Roby Ferrari

Pero la genealogía de Jesús sí me ha despertado siempre cierta curiosidad. En primer lugar porque todos esos nombres son un trabalenguas, y hasta me imagino que la gente que escucha esta lectura en la Misa se duerme y aburre. Y sin embargo muestran un realismo maravilloso. Muestra la verdad humana de Jesús tal y como es.
En su genealogía no todo es trigo limpio.
En ella figuran:
Un Abraham venido del paganismo.
Figura un David que comenzó siendo pastor de ovejas.
Figura un José, que no pasa de un simple carpintero de aldea.

Y figuran, y esto sí resulta extraño, cuatro mujeres:
Tamar, que termina prostituyéndose (Gn 38,2-26)
Rut, que era una extranjera.
Rahab, otra extranjera y prostituta.
Betsabé, la mujer de Urías, adúltera. (2 Sam 11,4)

Claro que luego aparece una quinta: María, que salva la situación como la “llena de gracia” y la escogida para ser la “madre de Jesús”.
Resulta admirable el estilo de Dios:
Quiere aparecer tomando parte de nuestra historia tal y como ella es.
Con su santidad.
Con su pecado.
Con su universalismo.
Jesús no se hace ascos de tener en su línea genealógica a prostitutas, extranjeras, adúlteras.
Asume nuestra condición humana como es en realidad “santa y pecadora”.
Ama al mundo como el mundo es con todo lo que tiene de manifestación como de oscurecimiento de Dios.

Y así será luego también su vida:
Andará comerá con publicanos y pecadores.
Defenderá u dará cara por la adúltera.
Y no sabemos si aquella María no era también “una mujer alegre de la vida”. En su discreción el Evangelio la denomina simplemente “pecadora” que ya es bastante.

Nunca llueve a gusto de todos. Como tampoco sopla el viento a gusto de todos los veleros. Tampoco estamos llamados a vivir en un mundo ideal donde todo sea fácil y cómodo para vivir nuestra fe.

Y una gran lección que aún no hemos aprendido:
Juzgar a los hijos por los pecados de los abuelos o padres.
Y que hasta la misma Iglesia, en algún tiempo, no aceptaba al sacerdocio esos “llamados hijos ilegítimos”, que ¡vaya por Dios! es algo que nunca he entendido porque todo hijo es legítimo, por más que su origen no siempre esté limpio.
Y hasta tengo la idea de que algún santo las pasó mal para que aceptasen su causa, porque en Roma, se enteraron que era “hijo ilegítimo”. ¡Pobres santos!
Jesús no se hace problemas para encarnarse en un vientre virginal, por más que en su genealogía, no todas eran “vírgenes santísimas” sino que había también buenas piezas: mujeres de la vida, adulterio e infidelidad, y eso por la línea femenina, porque de la masculina no se dice nada. Eso se da por sabido. ¡De seguro que todos eran unos santos!

Menos mal que Jesús nunca hizo ni mandó hacer su “escudo genealógico”. Su único escudo genealógico es “el Pesebre y la Cruz”. Pero pienso ¿qué símbolos pondría en él? Estoy seguro que aparecería la gracia y el pecado, santos y pecadores.

Por eso, al verle ahora encarnado en nuestra naturaleza humana, uno siente paz, serenidad y hasta satisfacción, porque en él descubrimos no ese “Dios lejano” de los filósofos, sino “ese Dios cercano”, “hecho uno de nosotros”. Un Dios que se le puede tocar con la mano y un Dios cuyos vestidos están manchados del polvo de los caminos.

Señor:
La verdad que te agradezco, que no te presentes tan solemne
como solemos hacerlo nosotros.
Nos encantan las grandezas y las admiraciones.
Y que nadie se atreva a “manchar nuestro apellido”.
Bueno, de eso ya nos encargamos cada uno de nosotros.
Te agradezco que tu historia esté manchada y
con grandes borrones de la tinta del pecado.
Te agradezco que te hayas acercado tanto a nuestras debilidades
que ya casi ni te extrañan, ni te llaman la atención.
Por eso eres capaz de comprendernos.
¡Eres estupendo!

Clemente Sobrado C. P.

Emigrantes indocumentados

Domingo Sagrada Familia a

Hola, ¿y tú de donde vienes? Yo de la Sierra. El herodes de la pobreza nos ha obligado a abandonar nuestro pueblo.
¿Y tú de dónde eres? Yo soy de la zona de peligro donde el herodes del terrorismo nos ha obligado a escapar para salvar nuestras vidas. Allí lo hemos dejado todo.
¿Y tú de donde has venido? Yo de Centro y Sudamérica esperando encontrar mejores condiciones de vida en USA. Pero estamos indocumentados, somos ilegales.
¿Y tú, hermano, de dónde has venido? De las ardientes arenas del desierto buscando encontrar en Europa mayores
posibilidades de vida. Pero somos indocumentados.
¿Y tú José, de dónde vienes con tu esposa María y ese Niño que lleváis?
Nosotros venimos de Belén. El Ángel nos ha avisado que Herodes está buscando a nuestro Hijo para matarlo. No sabemos qué hacer. No conocemos la lengua. No tenemos a nadie que nos acoja. Y somos indocumentados. Somos una familia extraña y sin derechos en esta tierra.

La Fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta en la que debiéramos celebrar el Día de todos los emigrantes, de todos los indocumentados, de todos los emigrantes ilegales.
La primera familia emigrante fue sin duda la familia de María, José y el Niño.
Es el prototipo de las familias desarraigadas.
Unas emigrantes por falta de condiciones de vida.
Otras emigrantes por miedo a la muerte.
Otras emigrantes por falta de posibilidades en su tierra.

La Navidad es muy bonita vista en los nacimientos y belenes de las familias y de nuestras Iglesias. Pero la verdadera Navidad estuvo manchada por las amenazas del poder que no permite que alguien pueda poner en peligro su condición social y económica o política.

Fue dolorosa la encarnación.
Pero era el sufrimiento de la imposibilidad de comprender el misterio.
Pero nacido el niño, la familia se siente amenazada.
También aquí intervine el Ángel no para hacer el anuncio de algo nuevo que comienza, sino para hacer el anuncio del peligro de muerte.
Dolor de José que ve al Niño amenazado de muerte.
Dolor de María que ve al Niño amenazado de muerte por el poderoso Herodes.
Y el niño que es sacado de la cuna para convertirse en emigrante que huye.

Tal vez el sufrimiento de todas nuestras familias emigrantes de hoy, nos pueda revelar en algo el sufrimiento de la Sagrada Familia en su huida nocturna a un país extraño.
No para buscar mejores posibilidades de vida.
Sino para huir de una muerte que pende sobre el Niño.
¿Y es Dios un niño que desde la cuna sufre la persecución y la oscuridad de una noche huyendo de aquellos a quienes él viene a salvar.

¿La recibiríamos nosotros en nuestra casa?  Es posible que digamos que lo haríamos felices.
¿Y por qué no recibimos a los que hoy viven con lo que tienen puesto y emigran como ilegales corriéndose el riesgo de ser apresados, devueltos a sus países o simplemente considerarlos como unos ilegales parias a los que nadie les sonríe y todos los miran como a extraños indeseables?

Es fácil hacer una mística espiritualista sobre la felicidad de la Sagrada Familia.
Pero nos olvidamos de que, a pesar de ser la familia del Hijo de Dios, para por el sufrimiento de la persecución y de la muerte encima.

Nosotros nos solemos preguntar ¿y por qué Dios permite nuestra pobreza y por qué permite tales sufrimientos?
Y le echamos en cara lo buenos que somos  y lo bien que nos comportamos.
Le argumentamos cómo a los malos todo les va bien y a nosotros que somos buenos todo nos sale mal.
Y yo me pregunto:
¿Y acaso la Sagrada Familia se merecía esta experiencia dolorosa?
¿Y a caso la Sagrada Familia no eran todos, no solo buenos, sino Santos?
¿Y por qué Dios permitió que su hijo tuviese tan triste y dolorosa experiencia a su entrada en el mundo?

La Sagrada Familia nos debe hacer comprender la verdad de todos los emigrantes que llegan a las ciudades y son excluidos y echados a los arenales marginales.
Y nos debe hacer comprender que Dios nos puede amar mucho y sin embargo, no priva de su libertad ni siquiera a los malos que amenazan de muerte a su propio Hijo.

Clemente Sobrado C. P.

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Tenemos que ser luz para los que no ven.
Tenemos que llevar una esperanza a quienes ya la han perdido.
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La familia y el amor

Escucha la Homilía del Domingo 27 de diciembre del 2009