San José Obrero
“La gente decía admirada: “¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces ¿de dónde saca todo eso? Y aquello les resultaba escandaloso. Y no pudo hacer allí milagros, porque les faltaba fe”. (Mt 13,54-58)
Un día la profesora preguntó a los alumnos: Vamos a ver ¿quién me dice de donde vienen los niños?
Uno respondió: De una flor, Señorita.
Otro respondió: De una rosa, Señorita.
Otro más sabidito: Los trae la ciegüeña de París, Señorita.
En esto se levanta Jaimito y dice: “Ahora entiendo que aquí no hay ninguno normal. Yo, al menos, he venido de la barriga de mi madre”.
«Jaimito, ¿qué estás diciendo?» Dijo escandalizada la maestra.
«Señorita, permítame ser normal, por más que no haya tenido un origen tan maravilloso y florido como estos anormales.»
Es un poco lo que le pasó a Jesús.
Que, aun siendo Dios, se hizo hombre por el camino de la normalidad.
Todo el mundo le conocía por sus orígenes.
Era hijo del “carpintero” y su madre se llamaba María.
Ni nació de una rosa ni lo trajo la ciegüeña, colgado de unos pañales parisinos.
Ni nació de algo misterioso cuyo origen todo el mundo desconociese.
Claro que el nacimiento parece que condiciona demasiado la credibilidad de uno.
Ser uno más del pueblo no era título alguno llamativo.
Ser hijo de un carpintero, tampoco le daba suficiente renombre.
Y como es más importante la cuna de donde venimos, que la verdad que anunciamos, aunque todos se quedan abobados de su doctrina, nadie le cree.
Pesa más nuestro apellido que lo que decimos.
Pesa más nuestro origen que lo que proclamamos.
Pesa más la profesión de nuestros padres, que la verdad de nosotros mismos.
Pesa más la fama de nuestra madre, que la verdad de nuestra identidad.
Personalmente he tenido una suerte bárbara, porque mi padre fue zapatero.
Y la gente creyó y sigue creyendo en mí.
Soy un suertudo. Nadie me conoce como “el hijo del zapatero de a Ponte”.
Me siguen reconociendo como “Clemente”.
Como que soy yo mismo con mis debilidades y mis cualidades.
Señor, aquí sí he tenido mejor suerte que tú.
Admiraban su doctrina.
Pero no le creían a El. Era el hijo del “carpintero”.
Admiraban lo que decía.
Pero no le creían a El. Era el hijo del “carpintero”.
No sabían de donde “sacaba esa sabiduría”.
Pero no le creían a El. Su madre se llamaba María.
Y claro, al rechazarle a El, rechazaron también doctrina.
Y claro, al no darle crédito a El, tampoco lo dieron a su doctrina.
De alguna manera también todo esto nos ayuda a purificar nuestra fe.
La fe no es cuestión de admirar las cosas que uno dice.
Sino fiarnos de Alguien.
La fe no es cuestión de admirar lo que uno sabe.
Sino fiarnos de Alguien.
La fe no es cuestión de muchas teologías.
Sino fiarnos de Alguien.
La fe no es conocer todo el Credo, incluso el largo de Nicea.
Sino fiarnos de Alguien, aunque haya sido carpintero.
La fe no es saberlo todo.
Sino fiarnos de Alguien, aunque su madre se llame María.
Por eso, Jesús “no hizo allí milagros”.
Porque les “faltaba la fe”.
Admiraron su sabiduría.
Pero no creyeron en él.
Como si el ser “hijo del carpintero” fuese un estorbo para aceptarle personalmente a El.
Clemente Sobrado C. P.