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Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Sábado de la 3 a. Semana – Ciclo B

“El fariseo, erguido, oraba así: “Oh Dios! Te doy gracias, porque no soy como los demás… El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador”. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel, no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”. (Lc 18,9-14)

Orar es ponernos delante de Dios en nuestra verdad.
Reconocernos en nuestra verdad.
Ponernos delante de Dios tal y como somos.
Delante de Dios no es como inflarnos y sacar pecho.

Sin embargo, la oración no puede ser:
Un sentirnos más que los demás.
Un sentirnos superiores a los demás.
Un sentir desprecio por los demás.
No oramos para destacar nuestras virtudes y los pecados de los demás.

El problema de la oración del fariseo no estaba tanto en reconocer lo bueno que hacía, sino: “En no ser como los demás”.
Un presentar a Dios los pecados y debilidades de los demás.
Quien desprecia a los demás delante de Dios, está despreciando a Dios en ellos.
Quien acusa ante Dios los pecados y debilidades de los demás, está cayendo en lo peor de la oración, que es, acusar a los otros.
Orar, sin amar a los demás, es orar en el vacío.
Esto lo entendió muy bien Santa Teresa, cuando en el libro de su vida, al hablar de su vida de oración escribe: “Y ahora, comenzamos a hablar de cosas de amistad”.

La oración del fariseo es la oración de los “satisfechos”. Yo prefiero la oración de los pobres que claman al Señor desde sus impotencias, pero con gran confianza. Prefiero lo que se canta en la Misa campesina de Nicaragua:
“Vos sos el Dios de los pobres, El Dios humano y sencillo,
El Dios que suda en la calle, El Dios de rostro curtido.
Por eso es que te hablo yo, así como te habla mi pueblo,
Porque sos el Dios obrero, El Cristo trabajador”.

Además ¿quién es capaz de decir “yo no soy como los demás” o sentir su superioridad sobre el resto?
Solo Dios conoce mi corazón y el corazón del hermano.
Solo Dios conoce mi verdad y la verdad de mi hermano.
Solo Dios conoce lo que yo llevo dentro y lo que hay dentro del corazón del hermano.

Puede que yo “no robe como roban los demás”.
Pero es posible que esté robando la verdad de mi hermano.
Puede que yo “no sea injusto como los demás”.
Pero estoy cometiendo la injusticia de juzgar y condenar a mi hermano.
Puede que yo “no cometa los adulterios de los demás”.
Pero ¿hay mayor adulterio que ser infiel al amor de mi hermano?
¿Qué otra cosa es el adulterio sino la infidelidad del corazón?
Una infidelidad que no se da solo en el matrimonio sino en todo aquel que no ama a su prójimo.
Puede que yo no sea “publicano como los demás”.
Pero ¿quién no lleva mucho de publicano en su corazón?
Puede que yo “ayune dos veces por semana”.
Pero es posible que, con mis actitudes egoístas, obligue a ayunar todos los días a mi hermano, negándole un pedazo de mi pan.
Puede que “pague el diezmo de todo lo que tengo”.
Pero luego, ser incapaz de compartir lo mío con los necesitados.

Nos ponemos delante de Dios en la oración:
Para hablarle de nosotros y no de lo defectos de los demás.
Para pedirle que su amor nos justifique, y no como ya justificados.
Para pedirle su bondad y misericordia, y no para pasarle la contabilidad de nuestros derechos.
Para pedirle un corazón como el suyo, capaz de amar a todos, y no para excluir a nadie del nuestro.
Nuestra oración ha de ser:
La oración del pobre que necesita de Dios.
La oración del pobre que, cada día, espera sentirse amado por El.
La oración del pobre que todo lo espera de El.
Orar es ponernos como niños e hijos delante de Dios agradeciéndole su amor.
Orar es interesarnos por los demás.
Orar es pedir que los demás descubran el camino del amor.
Orar es comprender y amar a los que otros consideran malos.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Sábado después del Miércoles de Ceniza – Ciclo B

“Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado en el mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: “¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?” Jesús replicó: No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores a que se conviertan”. (Lc 5,27-32)

A Jesús le importan poco los escándalos de los buenos.
Le interesa la conversión de los malos.
No le importa que también los de mala fama sean llamados.
No le importa que en su grupo formen parte también los pecadores.
Su grupo no es el equipo de los “buenos”.
Es el equipo de los hombres tal y como son.
El no excluye a nadie.
No excluyó ni siquiera a Judas que siempre fue un extraño en el grupo y terminó traicionándolo.

Nosotros tenemos la manía de excluir.
La manía de dividir.
La manía de clasificar.
La manía de hacernos jueces los unos de los otros.

Muchas veces me he preguntado:
Si con nuestros criterios yo hubiese sido llamado.
Si con nuestros criterios yo hubiese sido religioso y sacerdote.
Si con nuestros criterios yo hubiese podido atender espiritualmente a tanta gente en tanto años que llevo de sacerdote.
Felizmente mi vida no depende de lo que piensen los buenos.
Felizmente mi vida depende de los criterios de Dios.
También yo soy “de los enfermos que necesitan curación”-
También yo soy “de los pecadores que necesitan conversión”.

Por eso toda mi vida es una fiesta.
Una fiesta donde están invitados buenos y malos.
Una fiesta donde están invitados santos y pecadores.

Con los criterios y la mentalidad de los fariseos y escribas:
Leví nunca hubiese dejado de ser publicano.
Nunca hubiese sido incorporado a la comunidad de los buenos.
Nunca hubiese sido acogido y amado por la comunidad.
Hubiese seguido siendo el aborrecido publicano que estaba a favor del poder dominante.

Por eso nuestras vidas son un misterio.
Por eso nunca podemos decir “yo no puedo”:
Porque los malos siempre tienen la posibilidad de ser buenos.
Porque los buenos siempre tienen la posibilidad de ser santos.
Porque los santos siempre tienen la posibilidad de ser más simpáticos.
Somos un misterio de gracia y pecado.
Somos un misterio de aborrecidos y amados.
Somos un misterio de se excluidos y amados.
Somos un misterio de seguir sentados en nuestra silla de publicanos.
Somos un misterio de ser llamados y levantarnos y seguirle.
Nadie sabe lo que la gracia es capaz de hacer en nosotros.
Incluso cuando menos lo esperamos tenemos la posibilidad de la irrupción de Dios en nuestras vidas por alejadas que estén.

¿Cómo comienzas la cuaresma?
¿Sentado en tu mesa contando la plata?
¿Y no sabes que puedes terminar la cuaresma siendo del grupo de los resucitados?
Aquí no cabe el desaliento.
Aquí solo cabe la esperanza.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Jueves de la 31 a. Semana – Ciclo A

“Solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”. (Lc 15,1-10)

No es suficiente escuchar a Jesús.
No es suficiente leer el Evangelio.
Se puede escuchar a Jesús para conocer la verdad.
Se puede escuchar a Jesús para seguirle.
Se puede escuchar a Jesús para dar sentido a nuestras vidas.

Pero también se puede escuchar a Jesús:
Para atacarle.
Para criticarle.
Para acusarle.
Para seguir viviendo a nuestro aire y estilo.
Para confrontarle con nuestro modo de pensar.

Hay acusaciones que son lo mejor que se puede decir de una persona.
Hay acusaciones que terminan siendo alabanzas.
Una de acusaciones más estupendas contra Jesús es:
“murmurar de acoge a los pecadores”.
“murmurar de que come con los pecadores”.

Dios nos excluye a nadie.
Dios no margina a nadie.
Dios no condena a nadie.

Al contrario, lo más bello del corazón de Dios es:
“acoger a los pecadores”.
“es comer con los malos”.
“es salir al encuentro de los extraviados”.
“es buscar lo que se ha perdido”.
“es salir al camino de los que han caído”.

¿Hay algo más bello que Dios siguiéndonos los pasos hasta alcanzarnos?
¿Hay algo más bello en nuestra fe que saber que Dios siempre tiene su corazón abierto aunque seamos pecadores?
¿Hay algo más bello en nuestra fe que saber que para Dios nunca nos da por perdidos?
¿Hay algo más bello en nuestra fe que saber que Dios es el que tiene siempre los brazos abiertos para estrecharnos contra su corazón por más que seamos malos?

¿Eres de los malos?
Dios te abre sus brazos.
¿Eres pecador?
Dios te abre su corazón.
¿Eres de los extraviados?
Dios te invita a su mesa.
Y sabes que compartir la mesa:
Es entrar en comunión de personas.
Es entrar en amistad.

Por eso nunca podemos perder la esperanza.
Puede que los tuyos se escandalicen de ti.
Dios no se escandaliza nunca por más pecador que seas.
Más bien, Dios se escandaliza de los “buenos” que se escandalizan de los malos.
¿Eres pecador?
No pierdas la esperanza, que el está dispuesto a acogerte.
¿Eres pecador?
No pierdas la esperanza, que él está dispuesto a abrazarte.
¿Eres pecador?
No te desilusiones ni pierdas la esperanza, ahí está él para invitarte a comer con él.
¿Pecador? “¡Que nadie te robe la esperanza!”
¿Qué los buenos se escandalizan?
Olvídate. Tú mira ese corazón abierto y esa mesa donde tienes una silla.

Y no olvidemos a nuestros hermanos divorciados quien hablando al clero de Roma les pidió dar una “cordial acogida” a las parejas divorciadas que se acercan a Dios.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 19 a. Semana – Ciclo A

“Dijo Jesús a sus discípulos: “Si tu hermano peca, llámale la atención a solas. Si te hace caso, has salvado al hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o publicano”. (Mt 18,15-20)

Bello texto que tendríamos que vivir más en la vida de la Iglesia.
Jesús reconoce el pecado en la vida de la comunidad.
Jesús quiere que el pecador no se sienta incómodo en la comunidad.
Jesús nos pide que en vez de condenar ayudemos al pecador a salir de su pecado.
Jesús reconocer el poder de la comunidad y de salvar al pecador.
Pero también reconoce las resistencias del pecador para no dejarse salvar por la comunidad.
Y sólo cuando ya no se deja transformar por el amor de la comunidad, queda al margen de la misma.

Toda una hermosa pedagogía sobre la que nos hemos trabajado mucho.
¿Qué mi hermano peca?
No es razón de escándalo.
Pero es razón de comprensión para con él.
¿Qué mi hermano peca?
Entra en las posibilidades de cualquier comunidad.

Actitudes cristianas para con el pecador:
La primera es no airear su pecado.
No a la chismografía.
“Llámale la atención a solas”.
No comiences por desplumarle ante los demás.
No comiences por ir con el cuento a los demás.
Por tanto, lo importante no es que se conozca su pecado.
Lo que importan no es hundirle más.
Lo que importa es “salvar al hermano que ha fallado”.
¡Me encanta la delicadeza y la actitud amorosa de Jesús frente al pecador!
¡Cuánta bondad la del corazón de Jesús para los que han fallado!

La segunda, Jesús se pone en el caso de que no te haga caso.
Tampoco entonces hemos de tocar las campanas.
Más bien, juntarse dos o tres que, con su caridad, puedan tocar a su corazón.
Que el que ha caído, más que sentirse avergonzado, se sienta arropado por sus hermanos.
¡Cuántos hermanos serían hoy grandes cristianos si hubiesen sido testigos del amor de sus hermanos y que su pecado no lo aleja sino que lo arropa con el cariño fraterno!

La tercera, al pecador, siempre le queda el amor y la caridad de toda la comunidad.
Para Jesús, la comunidad cristiana:
Es una comunidad fraterna.
Es una comunidad de amor.
Es una comunidad de perdón.
Es una comunidad de salvación.

La comunidad no puede abandonar al pecador.
Al contrario, ante la resistencia a unos pocos, que como último recurso de salvación.
Es la comunidad entera:
Que no excluye a nadie, ni al pecador, al estilo de Jesús.
Que tiene como misión salvar y no condenar.
Solo cuando uno se resiste a toda la comunidad, queda prácticamente marginado de ella.
No tanto que la comunidad lo eche fuera, sino porque es incapaz de dejarse amar, y el mismo se excluye del amor.
Y donde no hay amor o donde no nos dejamos amar, ya dejamos de pertenecer a la misma.

¿Cuándo la Iglesia aprenderá este estilo de tratar a sus fieles?
¿Cuándo la Iglesia aprenderá a salvar y no condenar a nadie?
Ahora entiendo el grito del Papa Francisco cuando dijo a los sacerdotes: “No os canséis de ser misericordiosos”.
Y ahora entiendo mejor mi misión en el confesionario: “sacramento de la comprensión, de la misericordia, del perdón y de la salvación”.
¡Gracias, Señor, y hazme cada día más misericordioso!

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Sábado de la 3 a. Semana – Ciclo A

“Para algunos que, teniéndose por justos se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho diciendo: “¡Oh Dios! Ten compasión de mí que soy un pecador”. (Lc 18,9-14)

Jesús era un gran observar.
Y hablaba desde la experiencia de la realidad.
Se daba cuenta de que siempre hay de esos que yo llamaría “chulillos del espíritu”, de los que se ríe y a los que no da importancia alguna, incluso hasta se atreve a ponerlos en ridículo.

De ahí que les lanza una parábola muy sencilla.
Dos hombres orando.
Dios hombres delante de Dios.
El uno, muy inflado de sí mismo.
El otro hecho un calamidad detrás de una columna.

El primero ¿sabéis cómo ora?
Parecía un contador que le pasaba las cuentas a Dios.
El no necesitaba de Dios.
Sencillamente le contaba lo bueno que era.

Y peor todavía.
Su oración consistía en contarle a Dios lo bueno que era él.
Mucho más bueno que los demás que eran todos unos pecadores.
¿Bonita oración, verdad?
Ponerse a orar despreciando a al resto.
El era el único.
Pagaba el diezmo de todo lo que tenía.

Además no era ladrón como los demás.
Adúltero como los demás.
Injusto como los demás.
Por ejemplo, no era como ese pobre publicano, que consciente de su condición de pecador escondía el rostro entre sus manos y clamaba misericordia, comprensión y perdón.

El creer lo que uno es está bien.
El creerse superior al resto ya no está según Dios.
Y menos todavía compararse con los demás y despreciarlos.
Este buenazo, que se pasaba de bueno, volvió a casa, lejos de Dios.
En cambio, el pobre publicanos volvió a casa justificado, perdonado, amado y llevado de la mano de Dios.

Uno puede ser bueno y puede cumplir con todos los mandamientos.
Puede que se siente bueno delante de Dios por hacer lo que hace.
Pero, su oración ¿no echará por tierra toda aquella santidad”.
Una oración que “da gracias a Dios”. Hasta ahí vamos bien.
Pero una oración en la que uno se presenta ante Dios como el “bueno” y considera “malos al resto”, ¿será la oración que llega a Dios?

La oración que menosprecia a los malos ¿llegará realmente al corazón de Dios que también los ama?
“No soy como los demás”, ¿será la oración que Dios espera de los buenos?
Si tomamos en serio esta página del Evangelio es posible que muchos nos sintamos un tanto incómodos.
Sobre todo, si nos atenemos a las palabras de Jesús: “el publicano volvió a su casa justificado”, mientras que el “bueno del fariseo” no.

La oración no solo es expresión de nuestra relación con Dios sino también de nuestra relación con los demás.
Y hasta es posible que tengamos que examinar la verdad de nuestra oración preguntándonos cómo vemos a los malos delante de Dios.

No soy ladrón, pero no amo a los hermanos, a quienes desprecio.
No soy injusto, pero no amo a mis hermanos, a quienes desprecio.
No soy adúltero, pero no amo a mis hermanos, a quienes desprecio.
¿Es esta la oración que Dios escucha?

Clemente Sobrado C. P.