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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 16 a. Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Eso significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe”. (Mt 13, 18-23)

Me encanta lo que dice y explica Jesús.
No porque me parezca un agricultor experimentado.
Sino porque, una vez más, revela el estilo y la pedagogía de Dios.

A nosotros nos han enseñado a jugar a lo seguro.
Solo Dios se atreve a jugar al riesgo.
Solo Dios se atreve jugar a perder.
Un perder que siempre termina en ganancia.

¿A quien se le ocurre sembrar su Evangelio en corazones duros como el camino? Sólo a Dios.
¿A quién se le ocurre sembrar su Evangelio en corazones llenos de piedras duras de una cantera? Sólo a Dios.
¿A quién se le ocurre sembrar su Evangelio en corazones donde las zarzas y ortigas se sienten a gusto? Sólo a Dios.
¿A quien se le ocurre sembrar su Evangelio sabiendo que se perderá la mayor parte de las semillas? Sólo a Dios.

Diera la impresión de que, a Dios no le preocupa tanto el éxito cuanto el ofrecer posibilidades a todos, los de tierra buena y los de tierra infecunda.
¿Que se pierden muchas semillas? Pero han sido otras tantas posibilidades.
¿Que se encuentra con muchos fracasos? Pero han sido posibilidades.
¿Que se desperdician muchas posibilidades? Pero han sido posibilidades.
¿Que se pierde mucha gracia? Pero El seguirá siendo gracioso.
Como economista, Dios parece todo un fracaso.
Como economista, Dios no vale para Ministro de Economía.

Sin embargo, Jesús nos revela la grandeza del corazón de Dios.
A todos quiere dar la oportunidad.
Por más que en ellos, no haya posibilidad de cosecha.
Por más que en ellos, no haya más que un comienzo entusiasta.
Por más que en ellos, no espere una respuesta positiva.

Es preciso estar muy ilusionado con la Palabra de Dios:
Por más que se anuncie el fracaso.
Por más que nadie la escuche.
Por más que la mayor parte de las semillas se pierda.

El Evangelio no se anuncia pensando en grandes éxitos.
El Evangelio no se anuncia pensando en grandes triunfos.
El Evangelio no se anuncia pensando en grandes cosechas.

El Evangelio se anuncia pensando:
En que siempre vale la pena anunciarlo.
En que lo importante es sembrar semillas.
En que lo importante es dar oportunidades a todos.
En que lo importante es no excluir a nadie.
En que siempre habrá quien florezca en trigal.
En que siempre habrá quien tenga tierra buena en su corazón.
Aunque no toda tierra sea igualmente fecunda.
Aunque unos produzcan el treinta o el sesenta.
Siempre habrá quienes den el cien por cien.

Se podrán perder muchas semillas.
Pero otras darán fruto.
Lo importante es tener fe en esas semillas.
Lo importante es la generosidad de dar oportunidad a todos.
Lo importante es no renunciar a sembrar sino a creer en las semillas.
Lo importante es no sembrar por miedo a lo que se pierde.
Lo importante es sembrar siempre, por más que muchas se pierdan.
Lo importante es tener el coraje de arriesgarse.
Lo importante es tener el coraje de sembrar a pesar de las dificultades.
Más vale una semilla que crece, que cien que se mueren.
Más vale una semilla que se hace espiga, que cien que se pudren.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 11 – Ciclo B

“El Reino de Dios se parece a y un hombre que echa simiente en la tierra. El duerme de noche y se levanta de mañana: la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola; primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega” ¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? Con un grano de mostaza: al sembrarla en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace mas alta que las demás hortalizas…” (Mc 4,26-34)

Semilla y mostaza.
Dos pequeñas parábolas, pero de gran significado en la vida del creyente y de la Iglesia.

La palabra de Dios como semilla.
Con frecuencia sentimos miedo a afrontar el reto de la palabra de Dios.
La leemos y sentimos miedo a tomarla en serio.
La leemos y sentimos una exigencia que no es para nosotros.

Y nos olvidamos:
que no somos nosotros los que tenemos que afrontar los retos.
Que no somos nosotros los que tenemos que luchar.
Que no somos nosotros los que tenemos que medir nuestras fuerzas.
Cuando en realidad a nosotros nos corresponde dejarnos sembrar.
Nos corresponde dejarnos fecundar por la palabra.

Que es la fuerza misma de la palabra la que hace su obra.
Mientras nosotros dormimos:
La palabra echa raíces.
La palabra echa el tallo.
La palabra echa la espiga.
Nosotros no sabemos cómo pero la palabra actúa desde su propia fuerza.
Nosotros podemos dormirnos, pero la palabra no duerme.
Nosotros podemos levantarnos de madrugada, pero la palabra ya ha hecho su obra.

A nosotros nos toca ser tierra que abre el surco a la semilla.
A nosotros nos toca dejar que la semilla crezca en nosotros.
Creemos que somos nosotros los que lo hacemos todo.
Cuando en realidad es Dios quien actúa en silencio dentro de nosotros.
Es Dios quien hace su obra dentro de nosotros.
Es Dios quien obra en nosotros.
La obra de la gracia es silenciosa y callada.
Pero actúa en nosotros sin que nosotros nos enteremos.
La obra de la santidad, más que esfuerzo nuestro, es dejarnos hacer por Dios.
No somos nosotros lo que le hacemos crecer dentro de nosotros.
Es Dios que crece silenciosamente mientras no le pongamos obstáculos.
Más que obra de nuestras manos, somos obra de Dios.

Dios se siembra como pequeña semilla.
Dios se empequeñece hasta hacerse semilla.
Dios se empequeñece hasta hacerse casi invisible.
Dios no actúa con sensacionalismos.
Dios se revela en nosotros a través de la pobreza de la palabra.
Dios se revela en nosotros a través de la pequeñez de la gracia imperceptible.
Dios se revela en nosotros como semilla.
Y es Dios quien crece dentro de nosotros sin nosotros saberlo.
Hasta que Dios comienza a hacerse talla en nuestras vidas.
Hasta que Dios comienza a hacerse espiga en nuestras vidas.
Hasta que Dios se hace espiga que segamos hecha trigo de bondad, trigo de santidad.

La tierra es la maravilla hecha trigal.
Nosotros somos tierra hecha maravilla de Dios creciendo dentro de nosotros.
Dios crece en nosotros.
Pero crece en nosotros para ser nosotros su semilla en los demás.
Dios nos hace crecer hasta que otros nos descubren y se encuentran con El en las ramas de nuestras vidas.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 3 a. Semana – Ciclo B

“Salió el sembrado a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida, pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron y lo ahogaron resto, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno”. (Mc 4,1-20)

Flickr: usdagov

La vocación de Dios es la de sembrador.
Le encanta sembrar.
Le encanta sembrar vida.
Le encanta sembrar esperanzas.
Le encanta sembrar alegrías.
Le encanta sembrar posibilidades.
Le encanta ver sus manos siempre llenas de semillas.

No importa si muchas semillas se pierden.
No importa si muchas semillas no crecen.
No importa si muchas semillas no dan fruto.
Dios seguirá sembrando.

Nosotros somos la chacra de Dios.
Nosotros somos el campo de Dios.
Nosotros somos la tierra de Dios.

Nunca faltarán corazones endurecidos que rechazan la semilla de Dios.
Nunca faltarán corazones llenos de maleza que impiden crecer la semilla.
Nunca faltarán corazones que prefieren otras semillas.
Semillas que se pierden.
Pero semillas que Dios seguirá sembrando incluso si se pierden.
Para Dios lo importante es que todos puedan tener posibilidades.

Al fin y al cabo nunca faltará la buena tierra capaz de fructificar.
Nunca faltarán corazones que se dejan florecer.
Nunca faltarán corazones que terminan floreciendo en trigales llenos de espigas.
Nunca faltarán corazones que saben escuchar la Palabra de Dios y la hacen crecer en santidad.
Nunca faltarán corazones que florecen en gracia.
Nunca faltarán corazones que florecen en Evangelio.
Nunca faltarán corazones que se convierten en jardines de Dios.

Hay corazones para todo:
Corazones que responden al treinta por ciento.
Corazones que responden al sesenta por ciento.
Corazones que responden al cien por cien.

El problema no es el sembrador.
El problema no es Dios.
El problema somos nosotros.
El problema es nuestro corazón.

No todos respondemos de igual manera.
Si no soy mejor, la culpa no es de Dios, sino mía.
Dios siembra en mí semillas de bondad.
Si no soy santo, la culpa no es de Dios, sino mía.
Dios siembra en mí semillas de santidad.
Si no soy feliz, la culpa no es de Dios, sino mía.
Dios siembra en mí semillas de felicidad.
Si vivo sin esperanza, la culpa no es de Dios, sino mía.
Dios siembra en mí semillas de esperanza.

A Dios le duele se pierdan sus semillas.
Pero, ¡qué alegría la de Dios, cuando nos ve como trigales con espigas maduras!
En cualquier momento Dios viene a buscar
Las espigas de sus semillas.
Los granos maduros de su trigo.
Sembremos, aunque muchas semillas las lleve el viento. En algún sitio brotarán.
Señor, hazme semilla de vida y de alegría.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 24 a. Semana – Ciclo A

“Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó y por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer dio fruto al ciento por uno”. (Lc 8, 4-15)

Dios se hace semilla.
Jesús se hace semilla.
La Palabra de Dios se hace semilla.

La suerte de las semillas es muy variada.
No por ellas mismas.
Sino por la tierra donde cae.
Es la tierra la que condiciona la suerte de la semilla.
Es la tierra la que condiciones el fruto de la semilla.
Por eso, también la suerte de la Palabra de Dios, depende de la tierra de nuestros corazones.
La suerte de la gracia, depende de la tierra de nuestros corazones.
La suerte del amor de Dios para con nosotros, depende de nuestros corazones.
Las mil y una oportunidades que Dios nos da cada día, dependen de la tierra de nuestros corazones.

El Evangelio es el mismo para todos.
¿Por qué en unos florece y en otros se marchita?
¿Por qué en unos da frutos de santidad y, en otro, de vulgaridad?
Por qué en unos da frutos de compromiso y, en otros, de inutilidad?
¿Por qué unos son santos y otros nos contentamos con ser unos buenos vulgares?

La Eucaristía es la misma para todos.
¿Por qué a unos los transforma y a otros nos deja como estamos?
¿Por qué la comunión transforma a unos y otros comulgamos y seguimos igual?

En mi vida me ha tocado vivir al lado de religiosos cuya causa de beatificación está en curso.
Y mientras tanto, siento que mi vida no pasa de ser más o menos buena.
Posiblemente serán muchos más.
Pero, al menos, debo confesar que me ha tocado vivir con cuatro religiosos, hoy camino de los altares.
Uno fue mi Vice-Maestro en el Noviciado.
Otro fue mi confesar en el Noviciado.
Otro fue mi director siendo estudiante.
Todos hacíamos los mismo: los mismos tiempos de oración, la misma Eucaristía, la misma comunidad, la misma comida, los mismos horarios.

De cada uno de nosotros depende:
La suerte de Dios que se nos da y nos ama.
La suerte de su Evangelio.
La suerte de la misma gracia.

En unos, Dios resplandece y brilla.
En otros, Dios está como opacado.
En unos, Dios salta a la vista.
En otros, Dios parece como escondido.

La parábola de Jesús no pretende hablar de la bondad de la semilla.
Sino de la suerte de la semilla.
No pretende demostrar la bondad de la semilla.
Sino de la calidad de la tierra de nuestros corazones.
¿Por qué tú eres santo y yo no?
No culparemos a Dios ni su Evangelio.
La explicación la encontraremos cada uno en nuestro corazón.
¿Por qué unos viven profundamente su bautismo, mientras que otros solo lo acreditamos con la Partida de Bautismo que nos da la Iglesia?
¿Por qué unos viven con profunda alegría su matrimonio, mientras otros se divorcian?
Por qué unos son sacerdotes entregados alma vida y corazón a sus fieles, en tanto otros son puros funcionarios?

Señor: Tú has sembrado buena semilla en mi corazón.
Dame la gracia de hacerla fructificar.
Señor: Tú has sembrado la semilla de mi vocación.
¿Estaré dando los frutos que tú esperabas de mí?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 16 a. Semana – Ciclo A

“El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Entonces fueron los trabajadores a decirle a su amo: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? “Un enemigo lo ha hecho”. Los trabajadores le preguntaron: “¿Quieres que vayamos a arrancarla?” “No, porque al arrancar la cizaña, podrán arrancar también el trigo. Déjenlos crecer juntos”. (Mt 13,24-30)

Las manchas se ven mejor cuando el vestido es blanco.
El pecado se ve mejor cuando la Iglesia es santa.
Los defectos se ven mejor cuando la gente es buena.
Y de seguro que la gente:
Ve mejor la mancha que llevas en el vestido, que el resto de vestido.
Ve mejor la mancha que llevas en la cara, que el resto de cara limpia.
Ve mejor los pecados los pecados de la Iglesia, que todo lo bueno que hay en ella.
Nosotros mismos vemos mejor lo malo que hacemos, que lo bueno.

Y sin embargo, nos guste o no:
Siempre habrá vestidos limpios con alguna que otra mancha.
Por eso los lavamos.
Siempre habrá gente buena con muchos defectos.
Siempre habrá una Iglesia Santa, manchada por nuestros pecados.

Jesús quiere una Iglesia Santa.
Sin embargo sabe que su Iglesia será un trigal con cizaña creciendo junto al trigo.
Sabe que su Iglesia tendrá muchos santos, pero que a su lado, también existen pecadores.
Que también los pecadores son parte de la Iglesia.
Y que la Iglesia no dejará de ser Iglesia, aunque la manchemos con nuestras infidelidades.
Y que Jesús la sigue amando, por más que vea en ellas manchas de pecado.

Frente al pecado de la Iglesia:
Unos se escandalizarán.
Otros ni se darán cuenta.
Otros gritarán que esa no es la Iglesia de Jesús.
Tampoco faltarán los puritanos que piden echar a la Iglesia a los malos.
Ni faltarán quienes quisieran una Iglesia donde crezca solo el trigo.
En cambio, Jesús ni se escandaliza ni protesta, ni excluye a los malos.

¿Razones?
La cizaña nunca se convertirá en trigo.
Pero se la podrá seleccionar a la hora de la cosecha.
Pero en la Iglesia, los buenos siempre tienen la posibilidad de ser malos.
Y los malos siempre tienen la posibilidad de ser buenos.
Ni los buenos hoy están seguros para mañana.
Ni los malos están condenados para siempre.
Todos vivimos el riesgo de las posibilidades.

En mi vida consagrada y sacerdotal he sido testigo de muchos que un día se consagraron a Dios y se ordenaron y luego abandonaron lo uno y lo otro.
En mi vida sacerdotal he sido testigo de muchos que, después de una vida destrozada, a los treinta, cuarenta o sesenta años, ha regresando con el corazón roto pidiendo misericordia.
He gozado mucho con la bondad de muchísimos corazones.
Y hasta he sentido pena de no ser tan fieles como ellos.
Pero creo que he gozado más, cuando me llega uno de esos tiburones, que a los setenta años me da un abrazo con lágrimas de gozo por haber regresado al camino y a los brazos de Dios.

Iglesia:
Sé que Jesús te quiere sacramento de salvación.
Y sé que muchos veces muchos te han abandonado por tus miserias.
Sé que sería maravillosa una Iglesia de Santos.
Pero ¿no es también maravilloso ver que muchos que no lo son, todavía pueden serlo?
Por eso, Iglesia, te amo como eres.
Quisiera que fueses como Jesús “te pensó, te quiso y te amó”.
Pero te seguiré amando como eres.
Con mi santidad y con mi pecado.
Y me sentiré feliz de poder caminar cada día codo a codo, santos y pecadores.
“Dejemos crecer juntos buenos y malos”.
Y sigamos sembrando, aunque luego veamos que también abunda la cizaña.

Clemente Sobrado C. P.