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Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Sábado de la 7 a. Semana – Ciclo B

“Pedro, volviéndose, vio que los seguí el discípulo a quien Jesús tanto amaba el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: “Señor, ¿Quién es el que te va a entregar?” Al verlo, Pedro dice a Jesús: “Señor, y éste ¿qué? Jesús le contesta: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, a ti ¿qué? Tú, sígueme”. (Jn 21,20-25)

Así termina Juan su Evangelio, con una escena que manifiesta en primer lugar una cierta relación particular entre Pedro y Juan, y en segundo lugar, recuerda la escena de la Ultima Cena cuando Pedro pide a Juan le revele quién de ellos es el traidor.

Luego de las tres confesiones de amor de Pedro y la misión de Jesús como pastor de sus corderos y ovejas, Jesús le dice a Pedro: “Sígueme”. Y viene el interés o la curiosidad de Pedro: “Bueno, y con éste ¿qué va a pasar?”
La respuesta de Jesús es bien curiosa:
¿A ti qué te importa lo que yo voy a hacer con Juan?
Tú preocúpate de ti.
Tú sígueme.
Tú sé tú mismo y deja que él sea él mismo.

La idea de Jesús es suficientemente clara.
Todos somos discípulos suyos.
Pero cada uno tenemos nuestro propio camino.
Cada uno tenemos nuestra propia misión.
Pedro será el testigo de lo que tiene que ser el nuevo pastor en la Iglesia.
Juan tendrá como misión ser el testigo del amor
Hasta este momento todos le seguían en grupo
Desde ahora tendrán que dispersarse por caminos distintos.
Todos serán testigos suyos.
Pero todos por caminos distintos y misiones diferentes.

Todos hemos recibido un mismo bautismo.
Todos formamos una misma Iglesia.
Todos compartimos la mis fe.
Y todos compartimos la misma misión.
Pero todos por caminos distintos.
La unidad no impide la diversidad de caminos y misiones.
Como tampoco la diversidad ha de ser un impedimento y un obstáculo para la unidad.

Como cantamos en nuestras misas dominicales:
“¡Un solo Señor, una sola fe,
Un solo bautismo, un solo Dios y Padre.
Llamados a guardar la unidad del Espíritu, por el vínculo de la paz.
Llamados a formar un solo cuerpo, en un mismo Espíritu.
Llamados a compartir una misma esperanza en Cristo”.

La Constitución sobre la Iglesia del Vaticano II, luego de describir todo aquello que nos une y es común a todos añade:
“Porque hay diversidad entre sus miembros, ya según los ministerios, pues algunos desempeñan el ministerio sagrado en bien de sus hermanos; ya según la condición y ordenación de vida, pues muchos en el estado religioso, tendiendo a la santidad por el camino más arduo, estimulan con su ejemplo a los hermanos”. (LG n.13)

Y describe luego esas diversas condiciones de vida: solteros, casados, viudez, trabajo, salud etc.
La Iglesia es una: los caminos muchos.
La santidad es una: los caminos muchos.
El Evangelio es uno: los caminos muchos.
El Padre es uno: los caminos muchos.
Jesús es uno: los caminos muchos.
El Espíritu Santo es uno: los caminos muchos.
El camino de los casados es distinto: pero su vocación en la Iglesia es la misma.
El camino de los trabajadores es distinto: pero su vocación en la Iglesia es la misma.
El camino del sacerdote es distinto: pero su vocación ante el Evangelio es la misma.
Ni mi camino es tu camino.
Ni el tuyo es el mío.
Pero tú y yo estamos llamados a ser la misma Iglesia y a vivir y testimoniar el mismo Evangelio. “Tú sígueme”.
Si todos los caminos conducen a Roma, también conducen a la santidad. No cambies el tuyo por el de tu vecino. Lo importante es encontraros al final.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Jueves de la 7 a. Semana – Ciclo B

“También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me han enviado y los has amado como me has amado a mí”. (Jn 17, 20-26)

Jesús no sabe hablar con el Padre si no es hablándole de nosotros.
Se siente tan unido y tan “uno” con nosotros que cuando habla de sí con el Padre tiene que hablarle también de nosotros.
En esta oración de Jesús diera la impresión de que:
Jesús no es nada sin el Padre.
Jesús no es nada sin nosotros.
Y nosotros no somos nada sin Jesús y el Padre.
Nadie le ha hablado tanto al Padre nosotros como Jesús.
Desde que se encarnó y se hizo uno de nosotros, Jesús no se entiende a sí mismo sin nosotros:
“para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí,
Y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”.

Jesús no se entiende a sí mismo sin nosotros aquí en la tierra.
Se ha identificado tanto con nosotros que se ve a sí mismo como uno de de nosotros.
Incluso le pide al Padre, que en el cielo:
estemos donde él está,
contemplemos su gloria, “la que me diste , porque me amabas, antes de la creación del mundo”.
No se entiende a sí mismo sin nosotros, aquí en la tierra.
Pero tampoco en el cielo.
Como si no le bastara la gloria que recibe del Padre, si no es compartiéndola con nosotros.

Y es en esta comunión del Padre con El, de El con nosotros y nosotros con El, donde Jesús quiere hacer creíble su encarnación. “Para que el mundo crea que tú me has enviado”.
No haremos creíble la encarnación con nuestras grandes estructuras eclesiales.
No haremos creíble la encarnación con los grandes títulos eclesiales.
No haremos creíble la encarnación de Jesús con nuestras grandes Catedrales.
No haremos creíble la encarnación de Jesús con todas nuestras teologías.

Lo único que hace creíble la encarnación es:
Nuestra comunión con él,
Pero sobre todo, la comunión de amor entre nosotros mismos.
El gran argumento que hace creíble la encarnación de Jesús es “el amor, la unidad, la comunión y la fraternidad”.

El amor no es solo una exigencia del corazón humano.
El amor es una exigencia de la fe.
El amor es una exigencia del amor del Padre que nos envió a Jesús.
El amor es una exigencia de la credibilidad de su encarnación y su presencia en medio de nosotros.

La Iglesia es el sacramento de la credibilidad de la humanización de Jesús.
La Iglesia es el sacramento de la credibilidad de la encarnación de Jesús en el vientre virginal de María.
La Iglesia es el sacramento de la credibilidad de la Navidad.
La Iglesia es el sacramento de la credibilidad del Evangelio.
La Iglesia es el sacramento de la credibilidad de la vida eterna.
Pero sólo a través del amor.
Sin amor la Iglesia no es creíble en sí misma.
Sin amor la Iglesia no es creíble en su predicación.

El amor es el principio del conocimiento.
“Padre Santo, el mundo no te ha conocido, yo te he conocido,
Y estos han conocido que tú me enviaste.
Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos”.
Las grandes crisis de la Iglesia no son doctrinales.
Las grandes crisis de la Iglesia no son estructurales.
Las grandes crisis de la Iglesia son “crisis de amor”.

Pensamiento: De nuestro amor depende la credibilidad del Evangelio.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Miércoles de la 7 a. Semana – Ciclo B

“Jesús levantando los ojos al cielo oró diciendo: “Padre santo, guárdalos en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros”. (Jn 17,11.19)

Tiene que ser maravilloso estar frente a la muerte y olvidarse uno de sí mismo para pensar en los demás.
Jesús contempla su próxima muerte pensando en nosotros.
Jesús mira a su muerte mirándonos a nosotros.
Jesús mira a su muerte preocupado de nosotros.
Jesús mira a su muerte hablándole al Padre nosotros.

Y no le pide cosas para nosotros.
No le pide que nunca nos enfermemos.
No le pide que todos los días sean festivos.
Le pide algo para él y para la Iglesia fundamental: “que sean uno”.
Le pide la unidad que supere toda división.
Le pide la unidad que supere todo resentimiento.
Le pide la unidad que supere todo individualismo.

Por eso le pide “que todos sean uno”, pero “como nosotros”.
Le pide para su Iglesia la unidad trinitaria.
Le pide para su Iglesia la unidad que nace de la unidad de Dios con Jesús.
Le pide para su Iglesia la unidad que es comunión de Dios con nosotros.
Unidad de vida.
Unidad de verdad.
Unidad de amor.
Unidad en mismo Espíritu.

No le pide esa unidad externa que nace de pertenecer a unas mismas estructuras.
No le pide esa unidad externa que nace de la obediencia a los Jefes.
No le pide esa unidad externa y aparente y vacía por dentro.
Sino la unidad de “creer todos el mismo amor”.
La unidad de “vivir todos del mismo amor”.
La unidad de “vivir todos la misma vida divina”.
La unidad de “vivir todos la misma verdad del Evangelio”.
La unidad de “vivir todos una misma filiación”.
La unidad de “vivir todos una misma fraternidad”.
La unidad de “vivir todos una misma comunión”.

El único modelo de unidad de la Iglesia es la del Padre con Jesús.
El único modelo de unidad de la Iglesia es la de su comunión con Jesús.
El único modelo de unidad de la Iglesia es la de la comunión en un mismo Espíritu.

Para ello, Jesús nos quiere en el mundo.
No al margen y fuera del mundo.
“No ruego los retires del mundo”.
Pero sí “que los guardes del mundo”.
Igual que él estuvo en el mundo, sin ser del mundo.
Igual que él estuvo en el mundo, pero siempre al margen de los criterios del mundo.
Es en el mundo donde estamos llamados a ser testigos de esa unidad.
Es en el mundo donde tenemos que demostrar que los hombres podemos entendernos.
Es en el mundo donde tenemos que demostrar que la fraternidad es posible.
Es en el mundo donde tenemos que demostrar que la fraternidad puede darse sin armas.

El Documento de Puebla lo expresó hasta poéticamente hablando de los seglares:
hombres de la Iglesia en el corazón del mundo,
Y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia” (DP 786)
O como dice Aparecida: “porque incentivan la comunión y la participación en la Iglesia su presencia en el mundo” (A 215)

Si hemos de ser “uno como el Padre y Jesús son uno”, estamos llamados en la Iglesia:
A ser uno con el Papa y él con nosotros.
A ser uno con los Obispos y ellos con nosotros.
A ser uno con todos los creyentes.
A ser uno con todos los hombres, aún con aquellos que no “sean de los nuestros”.
El gran pecado de en la Iglesia es la falta de unidad, de comunión.
Y aquí todos somos responsables. Fieles y Pastores.
Ni la autoridad debe dividir ni distanciar.
Ni la condición de seglares debe ser fuente de división.

Somos cristianos y somos humanidad cuando somos una sola familia y una sola comunión en la fraternidad.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para la Pascua: 5to Domingo de Pascua – Ciclo B

“Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,1-8)

Universidad de Navarra

Nosotros, con suma facilidad hablamos de Jesús y de nosotros, como realidades distintas. Como realidades paralelas, pero distantes.
Jesús, en cambio, habla de El y nosotros como formando una sola unidad.
La imagen de la vid se presta para describir esa íntima relación.
No es una fusión. Es una relación vital.
El es la vid, nosotros los sarmientos.
Tronco y sarmientos son realidades distintas, pero unidas, formando un todo.
El tronco sin sarmientos no da fruto.
Los sarmientos sin su unión al tronco se secan y tampoco dan fruto.
Tronco y sarmientos viven una misma vida.
Tronco y sarmientos viven de la misma savia.
Tronco y sarmientos viven de las mismas raíces.

La vid es la que da la vida.
La vid es la que da la savia.
La vid es la que nos une a las raíces.
Las raíces absorben la vida en la tierra de Dios.

No somos cristianos que viviendo por nuestra cuenta.
Somos cristianos que vivimos, en la medida en la que estamos unidos a Jesús.
La Iglesia es como un gran viñedo.
En ella hay muchas vides.
En ella hay muchos sarmientos.
Pero el fruto es el mismo, los racimos.
Los racimos producen el mismo vino que alegra nuestras mesas.

La imagen de Jesús-vid y cristianos-sarmientos nos ofrece una bella imagen de la Iglesia.
No hay Iglesia sin la cepa que es Jesús.
No hay Iglesia sin los racimos que somos cada uno de nosotros.
La Iglesia es una comunión de vida.
En la Iglesia todos vivimos la misma vida.
Y todos estamos llamados a producir los mismos racimos.
Y todos estamos llamados a producir ese mismo vino en el lagar del corazón de Dios, alegría y esperanza de los hombres.

Como en cualquier viñedo, también en la Iglesia:
Hay sarmientos vivos.
Hay sarmientos cargados de racimos.
Hay sarmientos que la embellecen.
Hay sarmientos que la hacen fecunda.
Como hay también sarmientos secos.
Sarmientos inútiles que afean la vid y ocupan un lugar inútilmente.
Sarmientos secos que ofrecen una mala imagen de la Iglesia.
Sarmientos secos que presentan una Iglesia infecunda.

Sarmientos vivos, porque viven de la savia del tronco que es Jesús.
Sarmientos secos, porque ha dejado de correr esa savia por ellos.
La Iglesia no es una bella y maravillosa estructura.
La Iglesia es una maravillosa vida compartida por todos.
Una vida que no se ve, pero que se la siente en los sarmientos verdes y en los racimos colgados de cada uno de nosotros.
La vida no se ve en sí misma.
La vida se manifiesta en los sarmiento y en los racimos.
La vida íntima de la Iglesia no se ve.
Pero se manifiesta en la vida de cada uno de nosotros y en los frutos de Evangelio que producimos.
Unidad de vida que termina en unidad de estructuras.
Unidad de vida sin la cual la unidad estructural queda vacía.
Unidad de vida con el tronco original que es Jesús.
Unidad estructural con el tronco estructural jerárquico.
“Un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo,
Un solo Dios y Padre.
Llamados a formar un solo cuerpo, en un mismo Espíritu…
Llamados a compartir una misma esperanza en Cristo,
Cantamos y proclamamos…”.
Somos en la medida en que participamos de la vida de Jesús, vid de toda la Iglesia.

Clemente Sobrado C. P.

Palabras para caminar: No dividas

1.- No dividas a los hombres en colores: blancos y negros, amarillos o mestizos.
Dios los unió e hizo a todos iguales en una misma dignidad: la de ser personas.
Lo que Dios unió que no lo separe tu corazón.

Flickr: Eugenio 

2.- No dividas a los hombres en «izquierdas y derechas».
¿No te has dado cuenta de que la derecha y la izquierda están unidas a un mismo tronco que es el cuerpo?
¿No te has dado cuenta de que sin la izquierda tu derecha pierde capacidad y sin la derecha, la izquierda no podrá hacer todo lo que es capaz?

3.- No dividas a los hombres en tontos y sabios.
Mira que el centro del hombre no es la cabeza sino el corazón.
Y el corazón riega con la misma sangre el cerebro de los tontos y el de los inteligentes. Por encima del saber está el amor.
¿De qué te sirve el saber si no amas?

4.- No dividas a los hombres en buenos y malos.
¿No has visto cómo el autobús, el avión, el tren lleva a unos y a otros?
¿Será tu corazón quien decida a los que va a llevar dentro?
Si sólo quiere llevar a los santos, tendrás demasiados asientos vacíos en tu corazón…

5.- No dividas a los hombres en blancos y cholos.
¿No ves cómo la calle se deja pisar por unos y otros?
Hasta las autopistas aceptan al blanco y al cholito.
¿Quieres que tu corazón sea sólo autopista de blanquitos…?

6.- No dividas a los hombres en amigos y enemigos.
¿No ves cómo los hospitales reciben a todos los enfermos sin preguntarles si son de tu partido o del otro?
¿Sólo tu corazón les va a exigir como tarjeta de ingreso el carné del partido?

7.- Dios manda el sol para buenos y malos, santos y pecadores, altos y bajos, hombres y mujeres. Que tu corazón no haga excepciones donde Dios no las hace.
A los que tú excluyes de tu corazón, Dios los recibe en el suyo.

Clemente Sobrado C. P.