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Bocadillos espirituales para la Pascua: Lunes de la 2da Semana – Ciclo B

“Había un fariseo llamado Nicodemo, jefe judío…. Jesús le contestó: “Te lo aseguro, el que no nazca de nuevo no puede entrar en el reino de Dios”. Nicodemo le preguntó: “¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿A caso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer?” “Te aseguro, el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu”. (Jn 3,1-8)

Nicodemo descubre algo extraño en Jesús.
Aunque él es jefe se da cuenta que allí hay algo más.
El respeto humano y el amor propio, le impide ir a Jesús de día.
Tiene que conservar su imagen ante los suyos.
Por eso va a escondidas entre las sombras de la noche.
También de noche se puede buscar la verdad.
También de noche se puede buscar a Jesús.

¿Fue convencer a Jesús para que se hiciese fariseo?
¿Fue a buscar respuestas a sus dudas?
Jesús lo recibe con todo cariño y le presta toda atención.
Es un hombre que busca y Jesús ama a los que buscan.
Y les abre nuevos caminos.
Nicodemo quiere atraerlo a la religión de la Ley.
Y Jesús le despierta la curiosidad de la religión del Espíritu.
Jesús no le fuerza, sencillamente le abre a la curiosidad y el apetito.

Le propone algo fundamental: “en la religión del Espíritu, el ingreso al reino de Dios, requiere “nacer de nuevo”.
¡Hablarle de nacer a alguien que está en la ancianidad!
¡Hablarle de amanecer a quien está atardeciendo en la tarde de la vida!
¡Hablarle de nacer a quien piensa ya más en la muerte que en la vida!

Jesús le cambia el libreto.
Jesús lo desmarca de sus principios legales.
Jesús lo saca de sus propias seguridades.
Y le abre nuevos horizontes.
Le abre nuevos futuros.
Le propone nueva vida.
Le propone “nacer de nuevo”.

Y aquí surge esa enfermedad que yo llamo de “nicomeditis”.
La enfermedad del que se aferra a sus años para justificarse.
La enfermedad del que no cree más que en el nacimiento del seno materno.
Pero no ha descubierto que no hay edad para nacer del Espíritu.

Es una enfermedad bastante común en la Iglesia.
¿Cómo cambiar después de tantos siglos de tradición?
¿Cómo cambiar a nuestra edad?
Como si los años fuesen un impedimento para volver a nacer.
¿Acaso no es un virus que todos llevamos dentro?
Eso para los jóvenes.
Eso ya no está para los que vamos avanzada la tarde de la vida.

Ser cristianos, seguir a Jesús, creer en el Evangelio:
No es ponerle remiendo a la vida.
No es resignarse al paso de años.
A cualquier edad tenemos que nacer.
Hay que ser hombres nuevos.
No es cuestión de cambiarnos de camisa y de corbata.
Es cuestión de cambiar por dentro.
Es cuestión de dejarnos cambiar por el Espíritu.
“Ven Espíritu Santo y renueva la faz de la tierra”.
Nadie tiene excusas para no cambiar.
Nadie tiene edad para renunciar a ser hombres nuevos.
No hay razones para que la Iglesia reverdezca.
No hay razones para morir de vejez espiritual.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Cuaresma: Domingo 4 º – Ciclo B

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. (Jn 3,14-21)

Este Evangelio pudiera llevar varios títulos, todos ellos interesantes:
Los que buscan de noche.
Los cristianos anónimos nocturnos.
Diálogos nocturnos que hablan de grandes amaneceres.

Porque Nicodemo es uno de esos que buscan a Jesús en la oscuridad de la noche para no ser visto y no comprometerse con los de su secta.
Porque Nicodemo es uno de esos creyentes anónimos y nocturnos, en cuyo corazón ya está actuando la gracia.
Porque en ese encuentro de Nicodemo y Jesús se habla de grades amaneceres:
Es posible que Nicodemo viese algo extraño e interesante y tratase de alguna manera de jalarlo para su grupo.
Y sin embargo, Jesús le cambia totalmente de libreto, y le hace grandes anuncios:

Lo invita a salir de la esclavitud de la Ley y le anuncia la necesidad de “nacer de nuevo”.
Le anuncia un nuevo principio vital que no es precisamente el que procede de la ley, sino que procede del Espíritu.
Le revela un nuevo rostro de Dios:
No el Dios de la Ley.
Sino el Dios del amor.
Un amor que es capaz de enviar a su propio Hijo.
Un amor que tendrá su máxima expresión en ser elevado a lo alto de la Cruz.
Un amor que ni juzga ni condena sino que salva.
Un amor universal que abarca al mundo entero.
Y una llamada a vivir en la luz de la fe y no en la oscuridad de la Ley.

No todos los que aparentemente están fuera, lo están de verdad.
No todos los que parecen indiferentes, lo son de verdad.
Porque en sus corazones hay una insatisfacción y una búsqueda.
Son muchos los que buscan de noche, aunque de día parezcan otra cosa.
Son muchos los que, en el silencio de la noche, buscan la verdad de Dios.
Son muchos a los que Dios les escucha en la noche, pero para anunciarles la novedad de nuevos amaneceres en el espíritu.

Dios no envía a su Hijo a poner parches a lo antiguo.
Jesús anuncia la novedad de “un nuevo nacimiento”.
Porque solo “naciendo de nuevo”, sin viejos prejuicios, se puede aceptar:
Un Dios amor.
Un Dios que, a imitación del desierto, en medio de un ambiente de muerte es capaz de ofrecer el don de la vida.
Un Dios que ama tanto al hombre que es capaz de enviar a su Hijo único.
Un Dios que es capaz de permitir que su Hijo tenga que subir al palo de la cruz, como expresión del amor que Dios tiene al mundo.
Un Dios que no habla de cumplimientos de la Ley, sino que anuncia salvación para todos.

Nicodemo recibe, por primera vez, el anuncio de un rostro distinto de Dios.
No el rostro de un Dios que castiga, sino de un Dios que ama.
No el rostro de un Dios que condena, sino de un Dios que salva.
No el rostro de un Dios que ama y salva a unos cuantos, sino ama y quiere salvar al mundo entero.

Las noches sirven para dormir, pero también para las grandes intimidades.
Las noches sirven para llenar el corazón de oscuridades, pero también para anunciar lindos amaneceres.
Las noches sirven para morir, pero también para concebir nuevas vidas y nuevos nacimientos.
Las noches sirven para ocultarse de los hombres, pero también para encontrarse con Dios.

A estas alturas de la Cuaresma, ya va siendo tiempo:
Para darnos una cita con Jesús, aunque sea de noche.
Para dejarnos transformar por el Espíritu y comenzar a nacer de nuevo.
Para ir cambiando esa imagen que arrastramos de Dios y descubrir que el Dios de nuestra fe es un Dios amor, hasta el punto de entregarnos a su propio Hijo.
Para ir descubriendo un Dios amor que quiere salvarnos, y no quiere que se pierda ni uno de nosotros.
Creer en Dios no significa que Dios existe, sino sentirnos amados por El.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Navidad: El Bautismo del Señor – Ciclo B

“Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu Santo bajar sobre él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto” (Mc 1,7-11)

De la Epifanía del pesebre, a la Epifanía del agua.
De la Epifanía al mundo pagano, a la Epifanía del desierto.
De la Epifanía de la revelación de Dios, a la Epifanía del Dios compartiendo la condición pecadora de la humanidad.

En el pesebre, veíamos a un Niño en carne humana, que nos hablaba de Dios.
En el bautismo en el desierto, vemos a un Dios que nos habla de su rebajarse a la condición del hombre.
En el pesebre no hay más que una palabra silenciosa y callada. El Niño.
En el bautismo en el desierto habla el cielo.
En el pesebre es la fe la que tiene que ver lo divino.
En el Bautismo en el desierto, es el mismo Dios que confiesa oficialmente la condición de Padre y del Hijo: “Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”.

Uno no sabe hasta dónde se rebaja más la condición de Dios:
Si cuando se hace niño en un pesebre,
Si cuando se identifica con la condición pecadora del hombre.
Si cuando Dios participa en el bautismo mezclado con todos.
Si cuando Dios se deja bautizar.

En el Bautismo de Jesús “se rasga el cielo”.
En el Bautismo de Jesús, el cielo abre sus puertas y ventanas.
En el Bautismo de Jesús, el cielo entero se asoma a las ventanas para contemplar a Dios mezclado con el mundo de los pecadores.
En el Bautismo de Jesús Dios mira complacido el mundo.
La relación de Jesús con pecadores y publicanos no es exclusiva de su vida pública.
La relación de Jesús con pecadores y publicanos comienza ya desde el principio.
El Bautismo, marca, de alguna manera, lo que será el estilo de Jesús.
En el Bautismo, Jesús queda marcado, señalado en su identidad de “Hijo amado”.
Pero también como “amigo de los pecadores”
En el Bautismo, Dios se revela como voz, como palabra, como confesión.

Revelación del hijo.
Revelación de los hijos.
Si en su muerte todos hemos muerto.
En su Bautismo, de alguna manera, todos hemos sido bautizados.
Será el Bautismo de Jesús el que marcará luego nuestro bautismo.
Porque también en nuestro bautismo:
Se nos abren las puertas del cielo.
Se nos abren las puertas de la Iglesia.
Se nos abren las puertas a la vida de “hijos”.
Se nos abren las puertas a la voz del Padre.
Tal vez en nuestro bautismo no haya habido palomas.
Pero sí hay el Espíritu Santo que se posa también sobre nosotros.
Tal vez en nuestro bautismo no escuchemos más que la voz del sacerdote que nos bautiza.
Pero sí se escucha en silencio la voz del Padre que “nos reconoce y nos llama “hijos”.

Es posible que hayamos dado mucha importancia a nuestra pertenencia a la Iglesia por el bautismo. Y todo ello es verdad.
Sin embargo, lo más bello de nuestro bautismo, es algo que también a nosotros nos debiera marcar para toda la vida.
Dios nos reconoce como hijos.
Dios nos declara como “hijos amados y predilectos”.

Desde un comienzo quedamos marcados como “los predilectos” de Dios.
Y vivir nuestro bautismo es vivirnos a nosotros mismos “como los amados” de Dios.
Nuestra espiritualidad es la espiritualidad del amor.
Nuestra espiritualidad es la espiritualidad de “los predilectos”.
Pero también es la espiritualidad de nuestra solidaridad con los malos.
La espiritualidad de nuestra solidaridad con los pecadores.
La espiritualidad de la presencia del Espíritu en nuestros corazones.
Por tanto la espiritualidad de lo importantes que somos para Dios.
La espiritualidad de la verdadera dignidad de cada uno de nosotros.
La espiritualidad de cómo hemos de ver a los demás.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Navidad: Viernes de la 2 a. Semana de Navidad – Ciclo B

“Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan que le preguntaran: “Tú, ¿quién eres?” El contestó: “Yo no soy el Mesías”. “Yo soy la voz que grita en el desierto: “allanad el camino del Señor”. “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, en el viene detrás de mí, y a que no soy digno de desatarle la correa de su sandalia”. (Jn 1,19-28)

Solo los hombres especiales crean preguntas en la gente.
Solo los hombres especiales crean inquietudes en los demás.
Los vulgares pasamos desapercibidos.
Los que somos como todo el mundo pasan al anonimato.

La gente veía en Juan algo especial.
La gente veía en Juan algo distinto que sorprendía.
Juan era de esos hombres que, incluso en pleno desierto:
Creaba preocupación en los Jefes de Jerusalén.
Creaba inquietudes y preguntas en los mismos Jefes religiosos.
Sin decir nada inquietaba las vidas de los demás.
Su vida hablaba por él.
Personalmente me encantan esas vidas que van dejando preguntas por el camino.
“Tú ¿quién eres?”

Pero me encantan más aquellos que:
Conociéndose a sí mismo no se dan importancia.
Conociéndose a sí mismo no se sienten superiores a nadie.
Juan se define a sí mismo con tres rasgos fundamentales:
“El no es lo que los demás piensan”.
“El es la voz de otro que es superior a él”.
“El es el que se siente menos que los demás”.

Todo lo contrario a lo que sucede con nosotros que:
Nos encanta ser superiores a los demás.
Nos encanta sentirnos más que los demás.
Nos encanta poner como nuestro pedestal a los demás.
Nos encanta que nos admiren.

Juan se define a sí mismo:
No desde sí mismo, sino desde su misión.
Se siente identificado con la misión que Dios le ha encomendado.
Por eso, Juan se define por ser:
“voz de Dios”.
“voz que proclama a Dios allí donde todo es silencio de Dios”.
“voz que anuncia al Mesías que está viniendo, que ya está pero nadie le conoce”.
Su misión no es hacer grandes cosas,
Sino anunciar a Dios en medio de los hombres, pero un Dios que no conocemos.

¿Pudiéramos nosotros ser como la voz de Dios en el desierto donde nadie se interesa por él?
¿Pudiéramos ser los parlantes del micrófono de Jesús hoy en el mundo?
¿Pudiéramos ser voz que proclama y anuncia allí donde todos silencian a Dios?

No se trata de sentirnos más que los demás.
Se trata de ser capaces de reconocernos como Dios nos reconoce.
Se trata de ser aquello para lo que Dios nos ha llamado.
Se trata de ser aquello que Dios espera de nosotros.
Se trata de ser nuestra verdad, que es la verdad de Dios.
Se trata de vivir nuestra verdad respondiendo a la misión que Dios nos encomendó.
Se trata de definirnos desde nuestra misión.
Se trata de definirnos no desde nuestro apellido y pergaminos, sino desde nuestra relación con Jesús.
Ser lo que somos:
Cuando nuestro ser se expresa en nuestro hacer.
Ser creyente viviendo como creyente.
Ser bautizado y vivir como bautizados.
Ser casados y vivir como casados.
Ser sacerdote y vivir como sacerdote.
Ser consagrado y vivir como consagrado.
El ser que se expresa en el hacer.
El hacer que expresa nuestro ser.
Juan es un hombre de una sola pieza, capaz de definir su ser por su hacer.
Nada de dualidades entre ser y hacer.
Entre vivir y hacer.
Entre fe y vida.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Lunes de la 2 a Semana – Ciclo A

“Había un fariseo llamado Nicodemo, magistrado judío. Este fue a ver a Jesús de noche… Jesús le contestó; “Te lo aseguro, el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios”. Nicodemo le pregunta: “¿Cómo puede nacer un hombre, siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y nacer? Jesús le contestó: “Te lo aseguro, el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es, lo que nade del Espíritu es espíritu” No te extrañes de que te haya dicho: “Tienes que nacer de nuevo”. (Jn 3, 1-8)

Hay quien quiere encontrarse con Jesús.
Pero su orgullo o su “qué dirán” le impide ir de día.
Pero va de noche.
También de noche se puede encontrar a Jesús.
El encuentro con Jesús no tiene hora.
Puede ser por la mañana, al mediodía o por la noche.

¿Qué buscaba en realidad Nicodemo?
¿Conocer la verdad de Jesús?
¿Conocer la verdad?
¿Tratar de ganarlo para su religión farisaica?
Ciertamente se trata de un hombre insatisfecho, pero que no se atreve a afrontar su citación.
¿Conocer más sobre la doctrina de Jesús?

No lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que Jesús le cambió totalmente el libreto.
Jesús no le da clases sobre la ley.
Jesús le plantea la radicalidad de su misión:
“Tienes que nacer de nuevo”.
Respuesta que Nicodemo no se esperaba.
Respuesta que Nicodemo no entiende.
O que entendió demasiado y trata de protegerse contra el peligro que corre.
Y aflora en él la “enfermedad llamada Nicomeditis”.
Esa enfermedad que todavía no hemos logrado extirpar tampoco nosotros.
Para él nacer es salir del vientre materno.
Para él no hay más nacimiento que el salir del vientre de la madre.
Para él no hay más nacimiento que el humano y de la carne.

Jesús trata de aclarárselo:
No se trata que ya viejo vuelvas al vientre de tu madre.
Se trata de dejarte transformar por el Espíritu.
Se trata de un nacimiento espiritual.
Se trata de un nacimiento pascual.

No somos seguidores de Jesús porque tenemos unos papeles que nos acreditan.
No somos seguidores de Jesús por estamos bautizados.
No somos seguidores de Jesús porque vamos a Misa.
Somos seguidores de Jesús:
“Porque somos hombres y mujeres nuevos”.
Nuevos porque somos recreados por el Espíritu.
Nuevos porque somos nueva creación.
La primera creación nos dio la vida humana.
La nueva creación nos da la vida divina de Dios.

Y aquí no vale escondernos tras nuestra condición de “viejos”.
El Espíritu hace nacer a los niños.
El Espíritu hace nacer de nuevo a los jóvenes.
El Espíritu hace nacer de nuevo a los ancianos.
El Espíritu nos hace renacer a todos.
Por eso todos estamos llamados a “nacer de nuevo”.
Quien no ha “nacido de nuevo” de poco le sirven todas las demás expresiones de cristianos.

Clemente Sobrado C. P.