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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Lunes de la 18 a. Semana – Ciclo B

“Les dijo: traédmelos”. Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras”. (Mt 14,13-21)

No hay mal que por bien no venga, dice el refrán.
Herodes pone fin a la vida de Juan.
Jesús se ausenta para dar comienzo a su obra.
Juan muere solo en la cárcel.
Jesús comienza acompañado de una multitud de gente.
Los grandes celebran la muerte del profeta.
Los sencillos y los pobres comienzan lo nuevo con Jesús.
Los grandes celebran su poder dando muerte.
Los sencillos descubren que un nuevo camino se abre en sus vida.
Los grandes matan.
Jesús comienza sintiendo lástima de los que no pueden celebrar banquetes.
Jesús comienza sintiendo lástima de los que tienen hambre de escucharle.
Jesús comienza sintiendo lástima de los que tienen el estómago vacío.
Los grandes celebran con banquetes.
Los grandes no dan de comer a los que no tienen qué comer.
Son los pobres los que salen en ayuda de los pobres.
Son los pobres los que dan de comer a los pobres.
No son los que tienen mucho los que sacian el hambre de los pobres.
Son los que solo tienen cinco panes y dos peces quienes dan de comer a la muchedumbre de hambrientos.

Los pobres dan de comer sin sacar ruido.
Los pobres dan de comer dando de lo poco que tienen.
Los pobres dan bendiciendo lo poco que tienen.
Y los pobres dan de comer sin humillar a los necesitados.

Jesús ordena que se echen sobre la hierba.
Comer en pie es símbolo del que emprende el camino de la liberación.
Comer echados es el símbolo de que se sienten liberados.
Prestar ayuda a los necesitados sin humillarlos.
Dar de comer sin sentimientos de superioridad.

El Concilio Vaticano II lo expresa de una manera profundamente humana, cuando dice:
“Para que el ejercicio de la caridad sea verdaderamente extraordinario y aparezca como tal, es necesario que:
Se considere en el prójimo la imagen de Dios según la cual ha sido creado,
Y a Cristo Señor a quien en realidad se ofrece lo que se da al necesitado;
Se considere con la máxima delicadeza la libertad y dignidad de la persona que recibe el auxilio;
Que no se manche la pureza de intención con ningún interés de la propia utilidad o por el deseo de dominar;
Se satisfaga, ante todo, a las exigencias de la justicia;
Y no se brinde como ofrenda de caridad lo que ya se debe por título de justicia:
Si quiten las causas de los males, no solo los efectos;
Y se ordene el auxilio de forma que quienes reciben se vayan liberando poco a poco de la dependencia externa y se vayan bastando por sí mismos”. (AA 8)

No damos cuando damos de mala gana.
No damos cuando humillamos.
No damos cuando sentidos que nos quitan lo nuestro.
No damos cuando creamos dependientes y deudores.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 17 – Ciclo B

“Se sentaron; solo los hombres eran cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: “Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie”. (Jn 6,1-15)

Un primer dato que aparece como fondo del relato de la multiplicación de los panes: “Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos”. Más adelante da la cifra, creo que un poco a ojo de buen cubero, de unos “cinco mil hombres”.

Jesús no es los que hace propaganda.
Tampoco de los que amenaza con la condenación.
Tampoco de los que empujan y fuerzan.
Es su propia persona que invita y atrae.
Es su actitud y compromiso frente al sufrimiento que se hace invitación.
Es la gente que se vuelca tras Él.

¿Atraemos, o más bien, nos imponemos con la obligación?
¿Atraemos, o más bien, exigimos?
¿Atraemos, o más bien, amenazamos con la condenación?
¿Atraemos, o más bien, nuestras vidas pasan indiferentes?
¿Atraemos, o más bien, nuestras vidas no invitan ni animan a nadie?

Alguien tiene que ver.
Alguien tiene que tomar conciencia de las necesidades de los otros.
Alguien tiene que tener sensibilidad para ver los problemas de los demás.
Aunque no es suficiente ver ni saber.
Todos conocemos demasiado las cifras y estadísticas del hambre en el mundo.
Es preciso ver con el corazón y sentir el hambre de los hombres.
Es preciso sentir el hambre de los demás en nuestros propios estómagos.
El que tiene hambre no la sacia por mucho que conozcamos de estadísticas del hambre.

Solo cuando le ponemos rostro humano al hambre, comenzamos a movernos.
Hay soluciones incompletas o inútiles.
Las soluciones que nos ofrece el sistema: “¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?”
Nosotros no disponemos de tanto dinero.
Y los pobres tampoco tienen con qué comprar.
Si hay donde comprar, quiere decir que “hay pan”.
Pero es el “pan que hay que comprarlo”, y el pobre no tiene dinero.
Nadie come contemplando el pan en las panaderías sino cuando lo tiene en la mano.

Hay que cambiar de sistema: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces”.
No se trata de mirar cuánto pan hay en la panadería.
No se trata de ver cuánto pan se endurece porque ha sobrado.
Se trata de ver cuánto pan tenemos nosotros.
Y no buscar fáciles pretextos de que, lo que tenemos es poco y no llega.

La verdadera solución es “tomar en las manos lo que tenemos”.
Saber agradecer a Dios los bienes que nos ha dado.
Reconocer que el pan es un regalo de Dios a través de la tierra.
Reconocer que el pan no tiene propietario, porque es para todos.
Reconocer que el pan no es para guardar, porque se endurece y se pierde.
Reconocer que el pan es para darlo y compartirlo.

Dios no nos regala el pan para enriquecernos con el hambre de los demás.
Dios no nos regala el pan para aprovecharnos del hambre de los demás.
Dios nos regala el pan, para que todos coman.
Dios nos regala el pan, para que no haya hambre.
Dios no nos regala el pan para que, unos pocos jueguen con los precios internacionales del trigo.
En una sociedad humana y humanizada:
No todo lo podemos ver como dinero.
No todo lo podemos ver como ganancia.
No todo lo podemos ver como mercado.
Porque, detrás del pan están los hombres, las mujeres, los niños y ancianos.
Porque, detrás del pan está la solidaridad y la generosidad.
“La vida no se nos ha dado para hacer dinero sino para hacernos hermanos.
La vida consiste en aprender a convivir y a colaborar en la larga marcha de los hombres hacia la fraternidad”. (Pagola)

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para la Pascua: Viernes de la 2da Semana – Ciclo B

“Jesús se marchó a la otra parte del Lago de Galilea. Lo seguía mucha gente porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Estaba cerca la Pascua de los judíos, entonces levantó los ojos, y al ver que acudía tanta gente, dice a Felipe: “¿Con qué compraremos panes para que coma estos?” Felipe contestó: “Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo”. (Jn 6,1-15)

¿Qué tiene Jesús para que la gente sencilla le siga por todas partes?
Diera la impresión de que la gente no tiene nada que hacer.
O ¿no será que ven en él algo más importante que los quehaceres de cada día?
Al ver estas gentes que lo siguen por todas partes y no puede desprenderse de ellas, me viene a la mente aquella pregunta que leí hace poco no sé donde: ¿Cuáles son las tres primeras palabras del Diccionario de nuestra vida?
La respuesta fue clara: “Yo”, “Tú” y “El”.
Ahí está nuestro problema. Hemos invertido los sujetos: “El”, “Tú” y “Yo”.
El centro de nuestra vida no soy yo, ni tú sino El, Dios, Jesús.
Estas gentes lo habían entendido muy bien.
Por fin había aparecido alguien capaz de dar sentido a sus vidas y capaz de dar respuesta a sus problemas.

Esta pregunta nos la tendríamos que hacer hoy también nosotros.
¿Cuál es el orden que rige nuestras vidas?
Posiblemente todos comencemos por el “yo”.
En segundo lugar pongamos al “tú”.
Y coletilla y apéndice, “él”.
Todavía Jesús y Dios no han logrado se lo central de nuestras vidas sino un apéndice necesario.
Pablo lo entendió mejor: “Ya no soy yo sino que es Cristo en mí”.

¿Qué es lo que atraía a la gente en la persona de Jesús?
Algo muy sencilo:
“los signos que hacía”.
“los enfermos que curaba”.
“lo que hacía por los demás”.
“la preocupación por los demás”.
“la ternura y compasión que sentía por ellos”.

Sentía que alguien se interesaba por ellos.
Que alguien se identificaba con sus problemas.
Que alguien se interesaba por sus problemas.
Que alguien los tomaba en serio cuando nadie se preocupaba e incluso los marginaba.

La gente nos valora en la medida en que se siente aceptada por nosotros, querida por nosotros, amada y valorada por nosotros.
También hoy la gente nos mira por la manera con que la miramos.
Nos busca en la medida en que encuentra acogida en nosotros.

Tal vez tendríamos que replantearnos todos nuestra pastoral.
Una pastoral que es anuncio de la Palabra.
Pero acompañada de los signos que nosotros ponemos como acompañantes de nuestra predicación.
¿Cuál es nuestra sensibilidad para todos esos que se acercan a nosotros pidiéndonos algo?
Unos nos pedirán dinero.
Otros nos pedirán de comer.
Otros nos pedirán nuestros tiempo para escucharles.

Cuando alguien nos pide para unas medicinas, no nos está pidiendo les expliquemos cómo actúan y cuán eficaces son, sino lo que quiere son las medicinas.
Al médico le corresponde hablar de la eficacia de las mismas.
Pero a nosotros nos toca dárselas.
No es cuestión de explicarles el problema del hambre en el mundo.
No es cuestión de decirles cuántos millones sufren hambre en el mundo.
Eso no llena los estómagos y no satisface la suya.
Por eso, lo que nos piden no son explicaciones, sino pan para comer.
Jesús no daba explicaciones:
Jesús sanaba a los enfermos.
Jesús daba de comer.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 6 a. Semana – Ciclo B

“Ellos comentaban: “Lo dice porque no tenemos pan”. Dándose cuenta, les dijo Jesús: “¿Por qué comentáis que no tenéis pan? ¿No acabáis de entender? ¿Tan torpes sois? ¿Para qué os sirven los ojos si no veis, y los oídos si no oís? ¿Cuántas cestas recogisteis cuando repartisteis entre siete entre cuatro mil? Le respondieron: “Siete”. Y les dijo: “Y no acabáis de entender?” (Mc 814-21)

Primero son los fariseos los que no ven ni entienden.
Acaban ver la multiplicación los de los panes y le piden una señal para creer en él.
Pero ahora son los mismos discípulos los que tampoco logran ver y comprender.
No basta tener ojos para ver.
Son muchos los que tienen ojos y no ven.
O ven solo la cáscara de la nuez pero no descubren la nuez.
Tampoco ellos han logrado comprender el milagro de la multiplicación.

Tenemos ojos, pero no vemos.
A lo más vemos las apariencias.
Cada día vemos cantidad de manifestaciones de Dios.
Pero en realidad no vemos nada.
No vemos a Dios detrás de ellas.
No vemos lo que Dios quiere revelar y manifestar.
Vemos la Iglesia como misterio y sacramento de salvación.
Y nosotros la vemos como una institución humana.
Y nosotros vemos solo sus defectos.
Y nosotros vemos solo su cáscara humana.
Pero no logramos ver el misterio que encierra.
No logramos ver la presencia de Jesús en ella.
Vemos a los hombres que la representan.
Pero no vemos al Espíritu Santo que es su alma y su dinamismo.
Nos vemos a nosotros como personas.
Pero no vemos nuestra condición de hijos.
No vemos como individuos.
Pero no nos vemos como hermanos hijos de un mismo Padre.
Vemos al que tiene hambre, pero no vemos a Jesús hambriento.
Vemos al desnudo y nos escandalizamos, pero no vemos a Jesús desnudo.
Vemos al enfermo que sufre, pero no vemos a Jesús enfermo.
Vemos al anciano que nos molesta, pero no vemos a Jesús anciano.
Vemos pero sin ver.

Tenemos oídos, pero no oímos.
Escuchamos la lectura de la Biblia.
Pero no logramos reconocer la voz de Dios que nos habla.
Escuchamos las explicaciones de la Palabra de Dios.
Pero solo escuchamos la palabra del que la explica.
“Habla bien”. “Habla bonito”. “Habla mal”.
“Me aburre la predicación”.
Escuchamos el grito del hambriento.
Pero no escuchamos a Jesús.
Escuchamos el grito del que no tiene casa donde vivir.
Pero no escuchamos a Jesús.
Escuchamos al sufre injusticia.
Pero no escuchamos a Jesús.
Escuchamos al excluido que no cuenta para nada.
Pero no escuchamos a Jesús.

Somos muchos los que tenemos ojos.
Pero nos pasamos la vida sin ver a Dios.
Somos muchos los que tenemos oídos.
Pero nos pasamos la vida sin escuchar a Dios.
Somos muchos los que tampoco “acabamos de entender”.

“Señor, que yo vea”.
“Señor, que yo oiga”.
“Señor, que te vea”
“Señor, que te oiga”.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Navidad: Sábado después de la Epifanía – Ciclo B

En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma. Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en despoblado, y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer.» Él les replicó: «Dadles vosotros de comer.» Ellos le preguntaron: «¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?» Él les dijo: «¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.» Cuando lo averiguaron le dijeron: «Cinco, y dos peces.»

Él les mandó que hicieran recostarse a la gente sobre la hierba en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres. (Mc 6,34-44)

Jesús no es los que hace propaganda.
Tampoco de los que amenaza con la condenación.
Tampoco de los que empujan y fuerzan.
Es su propia persona que invita y atrae.
Es su actitud y compromiso frente al sufrimiento que se hace invitación.
Es la gente que se vuelca tras Él.

Todos conocemos demasiado las cifras y estadísticas del hambre en el mundo.
Es preciso ver con el corazón y sentir el hambre de los hombres.
Es preciso sentir el hambre de los demás en nuestros propios estómagos.
El que tiene hambre no la sacia por mucho que conozcamos de estadísticas del hambre.

Solo cuando le ponemos rostro humano al hambre, comenzamos a movernos.
Hay soluciones incompletas o inútiles.
Las soluciones que nos ofrece el sistema: “¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?”
Nosotros no disponemos de tanto dinero.
Y los pobres tampoco tienen con qué comprar.
Si hay donde comprar, quiere decir que “hay pan”.
Pero es el “pan que hay que comprarlo”, y el pobre no tiene dinero.
Nadie come contemplando el pan en las panaderías sino cuando lo tiene en la mano.

Hay que cambiar de sistema: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes y dos peces”.
No se trata de mirar cuánto pan hay en la panadería.
No se trata de ver cuánto pan se endurece porque ha sobrado.
Se trata de ver cuánto pan tenemos nosotros.
Y no buscar fáciles pretextos de que, lo que tenemos es poco y no llega.

La verdadera solución es “tomar en las manos lo que tenemos”.
Saber agradecer a Dios los bienes que nos ha dado.
Reconocer que el pan es un regalo de Dios a través de la tierra.
Reconocer que el pan no tiene propietario, porque es para todos.
Reconocer que el pan no es para guardar, porque se endurece y se pierde.
Reconocer que el pan es para darlo y compartirlo.

Dios no nos regala el pan para enriquecernos con el hambre de los demás.
Dios no nos regala el pan para aprovecharnos del hambre de los demás.
Dios nos regala el pan, para que todos coman.
Dios nos regala el pan, para que no haya hambre.
Dios no nos regala el pan para que, unos pocos jueguen con los precios internacionales del trigo.
En una sociedad humana y humanizada:
No todo lo podemos ver como dinero.
No todo lo podemos ver como ganancia.
No todo lo podemos ver como mercado.
Porque, detrás del pan están los hombres, las mujeres, los niños y ancianos.
Porque, detrás del pan está la solidaridad y la generosidad.

Clemente Sobrado C. P.