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Palabras para caminar: Ser como las abejas

1.- Sé como las abejas. Tienen un bello oficio. Visitan las flores del jardín y se llevan el polen de las flores para con él fecundar otras semillas. Busca lo bueno que hay en la vida y fecunda con ello tu vida y la vida de los demás.

Flickr: Jacinta Lluch Valero

 

2.- Sé como las abejas. Tienen un bello oficio. Visitan las rosas y no se fijan en las espinas. Sólo buscan la miel que hay en ellas. ¿Por qué andar buscando siempre lo malo que hay en la vida? Si fuésemos abejas dejaríamos de lado las espinas y contemplaríamos las rosas.

3.- Sé como las abejas. Tienen un bello oficio. Recogen la miel que hay en cada flor del jardín. En las flores grandes y en las chicas. En las muy bellas y en las que no lo son tanto. Es que para quien busca siempre hay mucho de bueno que encontrar en la vida de cada persona.

4.- Sé como las abejas. Tienen un bello oficio. Repasan las flores, las del jardín y las del monte. Y con la miel que encuentran hacen luego ellas un rico panal. Cada día debiera elaborar mi panal con toda la bondad que descubro en los míos y en los de afuera.

5.- Sé como las abejas. Tienen un bello oficio. Elaboran un rico panal de miel suficiente para ellas y la mayor parte te la regalan a ti para que endulces tu vida. ¿Por qué quedarme con mis alegrías si son suficientes para mí y para compartirlas con los demás?

6.- Sé como las abejas. Tienen un bello oficio. Son fecundas y alimentan con su miel a los demás. A los hijos no basta darles la vida. Hay que darles luego la miel, ese gusto y ese sabor por la vida. Que amen y sientan el gusto de vivir.

7.- Sé como las abejas. Tienen un bello oficio. Trabajan todas para todas. Y todo lo comparten. Nadie se hace dueña de la miel de su trabajo. Hoy puedo compartir muchas cosas con los demás. Sé que dando de lo mío, disfruto yo y pueden vivir otros muchos.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 11 a. Semana – Ciclo A

“Dijo Jesús a sus discípulos: “No atesoréis tesoros en la sierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman, ni ladrones que abran boquetes y roben”. ( Mt 6,19-23)

La vida se mueve en distintas vertientes:
Los que piensan en disponer de lo necesario para vivir.
Los que piensan en amontonar lo superfluo.
Los que piensan en amontonar por el ansia de tener más.

El corazón humano vive insatisfecho.
Nunca tiene lo suficiente para ser feliz.
Siempre ansía tener más.
Cada fin de año, las Revistas suelen traer el nombre de los “más ricos del mundo”.
Pero aún los más ricos no logran ser lo ricos que quisieran ser.
Hay quienes nunca van a poder disfrutar de todo lo que tienen.
Y tampoco lo podrán llevar con ellos cuando mueran.
Pero mientras tanto, viven en constante tensión:
Cada día viven del ritmo de la Bolsa.
Cada día viven del movimiento de la inflacción o devaluación.
Cada día viven de la posible quiebra de la economía.
Es un tener con ansiedad.
Es un tener con preocupación.
Es un tener con miedo.

Jesús sabía muy bien de todos estos ritmos del corazón humano.
Jesús sabía muy bien del sufrimiento del “querer tener siempre más”.
Jesús sabía muy bien del sufrimiento de los vaivenes de la economía.

Y no es que Jesús está contra el ansia de tener lo necesario para vivir.
Ni esté en contra del tener.
Lo que Jesús nos dice es que:
Atesorar en la tierra tiene sus riesgos.
Atesorar en la tierra tiene sus riesgos.
Atesorar en la tierra tiene sus peligros.

Lo que Jesús nos dice es:
Que atesoremos allí donde no hay peligro.
Que atesoremos allí donde podemos vivir tranquilos.
No se trata de atesorar en dólares.
Tampoco se trata de atesorar en euros.
Se trata de atesorar la bondad del corazón.
Atesorar la generosidad del compartir.
Atesorar la bondad de compartir con los necesitados.
Atesorar la bondad de compartir nuestro pan con los que no lo tienen.
Atesorar la bondad de nuestro servicio a los demás.
Atesorar la bondad de nuestro esfuerzo de hacer felices a los demás.
Atesorar la bondad de nuestro esfuerzo en la lucha por la justicia y la paz.
Atesorar la bondad de de nuestro esfuerzo para que los demás puedan vivir con dignidad.
Atesorar la bondad de hablar bien de los demás.
Atesorar la bondad de lucha para que los demás sean reconocidos en su dignidad.
Atesorar la bondad de nuestro esfuerzo por vivir el amor con que el Padre nos ama.
Atesorar la bondad de nuestro esfuerzo por hacer sentir a los demás que Dios los ama.

No se trata de atesorar cosas, billetes y chequeras.
Se trata de atesorar la bondad de las obras buenas de cada día.
Se trata de atesorar la bondad de lo que hacemos por los demás.
Se trata de atesorar la experiencia diaria de Dios en nuestros corazones.
Se trata de atesorar la experiencia de trabajar por el Reino.
Los santos son los que han atesorado su fidelidad a la gracia de Dios en ellos.

Señor: que no me falte lo necesario para vivir con dignidad.
Señor: que no me deje engañar por los bienes materiales.
Señor: que cada día tú seas el mejor tesoro de mi corazón.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 12a. Semana – Ciclo B

“Al entrar en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogando: “Señor, tengo en casa un criado que está en casa paralítico y sufre mucho”. Jesús le contestó: “Voy a curarlo”. Pero el centurión le replicó: “Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano”. (Mt 8,5-17)

Un relato lleno de detalles que pueden ilustrar nuestra fe.
Primero “un centurión romano”, por tanto un “pagano”.
Segundo, un no cristiano, pero con una gran sensibilidad para quienes sufren, incluso si no es más que un simple criado.
Tercero, un pagano que cree que es suficiente la “palabra de Jesús” para sanar a su criado.
Cuarto, un pagano que no se cree digno de que Jesús entre en su casa.

¿Qué nos está sugiriendo este texto?
Algo para mí bien importante. También los que no conocen la fe en Jesús tienen una gran nobleza de corazón.
Que también los que están fuera de la Iglesia hacen mucho bien a la humanidad.
Que también los que no son cristianos pueden tener una gran sensibilidad con los que sufren que no siempre encontramos en los que creemos.
Que también los no cristianos pueden tener una gran sensibilidad ante el sufrimiento de sus inferiores, sus criados.
Que no siempre es preciso la presencia física de Jesús.
Que bastaría tener suficiente fe en su palabra.
Y recordar lo que cada vez que vamos a misa solemos decir, no siempre descubriendo su verdadero sentido y valor: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa”.

Como veis:
También fuera de la Iglesia hay muchas cosas buenas que nosotros tendríamos que reconocer.
También los que no creen viven, posiblemente sin pensar en el Evangelio, muchas de las exigencias del Evangelio.
También los que no creen o son paganos pueden enseñarnos mucho a los creyentes, sobre todo, su sensibilidad para con los que sufren y que tendríamos que aprender de ellos.
Es un gesto maravilloso ver cómo un “centurión romano” es capaz de sentirse tan comprometido con alguien que es inferior a él, un simple criado.
Lo cual, pudiera ser una llamada de atención, al cuidado que nosotros, creyentes, tenemos con toda esa gente que llamamos “empleados domésticos” o simplemente “empleados nuestros”, “gente de servicio”.

Esto nos lleva a descubrir que:
También fuera de la Iglesia hay mucha bondad.
También fuera de la Iglesia puede haber mucha santidad.
También fuera de la Iglesia puede haber mucha fe.

Flickr: Patricil

Lo cual, de alguna manera debiera cuestionarnos y hacernos pensar y reflexionar.
El centurión no era religioso, era un pagano romano.
El centurión no iba a Misa ni comulgaba.
El centurión no era un creyente, seguidor de Jesús.
Pero revela y manifiesta una gran fe en El.
Incluso revela y manifiesta la humildad de no creerse digno de que Jesús entre a su casa.
Y lo más importante, un no creyente que, sin embargo, cree en la eficacia la palabra de Jesús. “Basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano”.

Todos tenemos mucho que aprender de los demás.
La verdad del Evangelio nos llega por muchos caminos.
También los de fuera tienen mucho que decirnos y nosotros mucho que aprender de ellos.
Abrámonos a la verdad, venga por los caminos que venga.
Aunque llegue a nosotros a través de un “centurión romano”.
Dios se revela en todos y habla a través de todos.

Clemente Sobrado C. P.

Las prisas matan muchas posibilidades

Domingo 16 a del ordinario

El Evangelio de hoy me trae a la mente una página de El Comercio de Lima, donde publicaba algunos artículos de Paulo Coelho. Ustedes se habrán dado cuenta que tengo cierta preferencia por él, por esa sencillez con la que dice las cosas.
Como hace ya varios meses que lo leí, recuerdo sólo la idea. Se trataba de un muchacho que todos los días tenía que robar algo a sus compañeros de Colegio. Hartos, fueron al maestro zen Bankey a quejarse y a pedirle lo expulsase del Colegio. El maestro escuchó atento, pero guardó silencio. El chico seguía robando. Un día ya se pusieron fuertes y exigían que lo sacasen.  El maestro, muy tranquilo, les respondió: “Como ustedes son muy sabios, saben distinguir el camino de lo recto y lo torcido. Ustedes pueden irse a estudiar a cualquier otro lugar. Pero este pobre hermano, que no sabe lo que está bien y lo que está mal, sólo me tiene a mí para
enseñarle, y voy a seguir enseñándole. En ese momento un torrente de lágrimas purificó el rostro del ladrón: y el deseo de robar había desaparecido”.

Todos tenemos prisas para que los otros cambien.
Todos tenemos prisas para que los otros dejen de ser malos.
Y a todos nos falta ese mínimo de comprensión con sus debilidades.
Y a todos nos falta ese mínimo de comprensión para saber darle tiempo.
Y a todos nos falta ese mínimo de bondad para que su corazón vaya reaccionando.

Fue la reacción de los trabajadores que descubrieron que en medio del trigal había también mucha cizaña. ¿Quieres que la arranquemos?
El dueño fue muy sabio. “No, que al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos”.

Arrancando a los malos podemos arrancar a un posible bueno.
Arrancando a los malos podemos arrancar a un posible santo.
Arrancando a los malos de la Iglesia, es posible que muchos que hoy nos sentimos gente buena, hace tiempo habríamos dejado la Iglesia y nos hubiésemos convertido en peores.

Me encantó la frase que un día leí. “Ustedes tienen reloj, pero yo tengo el tiempo”.
Los hombres tenemos reloj. El reloj de las prisas.
Dios no tiene reloj. Tiene todo el tiempo sin prisas.
Dios tiene todo el tiempo para seguir esperando.
Y gracias a las esperas de Dios, muchos hemos cambiado.
Y gracias a las no prisas de Dios, muchos somos hoy diferentes.

No olvidemos que Dios no pretendió una Iglesia de angelitos, sino de hombres.
Dios no pretendió una Iglesia de puro santo, sino que también los pecadores tienen sitio en ella.
Y no es que Dios nos quiera pecadores. Dios nos quiere a todos santos.
Pero sabe que el ritmo de conversión de cada uno es distinto.
Mucho tiempo esperó Jesús la conversión de los fariseos.
Y ninguno se convirtió. Y no por eso los excluyó.
El mismo tiempo dedicó y esperó a los pecadores y publicanos.
Y muchos de ellos terminaron siguiéndole.

Si al ladronzuelo del Colegio lo tiran a la calle, posiblemente seguiría robando toda su vida.
Pero con un poco de amor y de espera, las lágrimas limpiaron no solo su rostro sino también sus manos que no volvieron a robar.

Las prisas para con uno mismo son malas. Las prisas para con los demás son peores.
La bondad que espera, cambia los corazones.
Tenemos que saber ver la cizaña mezclada con el trigo.
Pero tenemos que saber esperar para arrancarla.
Tenemos que saber reconocer lo malo que hay en la Iglesia.
Pero necesitamos comprender a los malos y darles tiempo para su conversión.
El amor no tiene prisas. La incomprensión se precipita, por eso nunca llega al tiempo preciso. El amor siempre llega en el momento oportuno, el desamor siempre llega a deshora.

Es preciso querer ser trigo del bueno. Pero no alejándonos de la cizaña.
Tenemos que saber aceptar que los malos existen, pero sin alejarlos de nosotros los buenos.
Más bien, debiéramos preocuparnos de que nuestra bondad, y nuestra santidad puedan ser la gran oportunidad para que los pecadores encuentren el camino de la gracia.
Dios está acostumbrado a esperar. No lleva reloj. Tiene el tiempo.

Clemente Sobrado C. P.
www.iglesiaquecamina.com

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