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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 16 – Ciclo B

“Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. El les dijo: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. Porque eran tanto los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer… Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. ( Mc 6,30-34)

Trabajar sí. Es ley de vida.
Pero descansar también.
Resulta curioso que el relato de la creación termine con la frase de que el último día “Dios descansó”.
Pablo dirá que el que “no trabaja, que no coma”.
¿No habría que completarlo con “el que no descansa, que no coma”.

Nos han enseñado a trabajar.
No nos valoran si no trabajamos.
Sentimos que no valemos para nada si no trabajamos.
Todos andamos buscando trabajo, y lo necesitamos.
Pero no nos han enseñado a descansar.
Trabajo y descanso son como el proceso de la respiración: inspirar y expirar.
No basta con “inspirar el oxígeno”.
Pero tampoco podemos estar constantemente “expirando”.
Ambos funcionan a un mismo rito.
Algo parecido debiera suceder con el trabajo y el descanso.

El mismo Jesús pasó por esta experiencia.
“Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”.
“Porque eran tanto los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer”.
Bueno, yo no sé si trabajamos y nos cansamos mucho.
Pero sí veo que apenas sabemos comer.
Ahora todo el mundo anda con su lonchera.
Y disponemos de un tiempo reducido.
Ya el comer no es un tiempo de relajación.
Comemos todos a prisa mirando al reloj.
Por eso no tenemos tiempo para pensar, ni para reírnos, ni para contarnos cuentos.

El trabajo es el camino de la libertad.
Pero puede ser el camino de la esclavitud.
La esclavitud del ganar y nos pegamos hasta “horas extras”.
Sin embargo hay algo que justifica el no poder descansar.
Es la atención a las personas.
Tenemos tiempo para todo, pero no tenemos tiempo para los demás.
No sé si los discípulos se fueron a almorzar.
Lo que sabemos es que Jesús se quedó sin almuerzo porque sintió lástima de la gente y se puso a “enseñarles con calma”.

Es lo que nos falta hoy a nosotros.
No tenemos tiempo como esposos para estar juntos.
No tenemos tiempo como padres para estar tranquilos y sin prisas con los hijos.
No tenemos tiempo para visitar tranquilos a los padres ancianos.
No tenemos tiempo para visitar a los abuelos con tranquilidad.
No tenemos tiempo para visitar con tranquilidad y sin mirar al reloj a los enfermos.
Hasta estamos pendientes del reloj cuando queremos escucharnos a nosotros mismos.

¿No podíamos crear el día “sin reloj”?
¿No podíamos crear el día “sin prisas”.
Crear el día de “comer tranquilos”.
Crear el día de escuchar y hablar con los demás “con calma.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Jueves de la 15 a. Semana – Ciclo B

“Exclamó Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. (Mt 11,28-30)

Jesús es un tipo bien observador.
Jesús es de los que caminan pero sus ojos se fijan en todo.
Y llega incluso a darse cuenta de que:
La gente vive cansada.
La gente vive con demasiados agobios.
Hoy diría “venid a mí todos los estresados”.

Hoy abundan por todas partes las técnicas de relajación.
Sin embargo en ningún manual de relajación encontré la sugerencia de “acercarse a Jesús, pues él nos aliviará”, “pues en El encontraréis vuestro descanso”.
No niego el valor de muchas de esas técnicas o ejercicios.
Pero ¿habremos descubierto que un rato con Jesús, también es una manera de descansar y de salir de nuestros agobios, de nuestro estrés?

Charlar con alguien unos momentos ayuda a relajarnos.
Sentir la compañía de los otros ayuda a relajarnos.
Compartir serenamente unos momentos con alguien, siempre resulta relajante.
Pasarnos un rato de silencio con Jesús, también afloja los nervios y los músculos.
Charlar un rato con Jesús, también calma nuestra ansiedad.
Compartir, incluso sin decir nada, un rato con Jesús, serena nuestro espíritu.

Contemplar en silencio un lindo paisaje, pone paz en el espíritu.
Contemplar en silencio el color de las rosas, pone paz en el espíritu.
Contemplar en silencio el corazón de Jesús, pone serenidad en el espíritu.
Contemplar en silencio el rostro de Jesús, pone serenidad en el espíritu.
Contemplar en silencio la paz de Jesús, pone paz a nuestro espíritu.

Unos momentos:
De oración callada, descansa al alma.
De contemplación silenciosa, descansa el alma.
De escucha callada de Jesús que nos habla, descansa el alma.

Planificar unos momentos diarios de silencio con El, nos devuelve la serenidad.
Planificar unos momentos diarios de conversación con El, nos dará tranquilidad.
Planificar unos momentos diarios de silencio interior, apagando todos los ruidos y escuchando a Dios en nosotros, nos aliviará en nuestros agobios y tensiones.

Hay personas cuya sola presencia nos serena.
¡Mucho más la presencia de Dios en nuestro corazón!
Hay personas cuyas palabras nos regalan paz.
¡Mucho más las palabras de amor de Dios habitando en nosotros!

El vivir a golpe de reloj ya nos crispa los nervios.
El regalarnos uno minutos de silencio nos tranquiliza.
El romper nuestras prisas regalándonos unos momentos de silencio para escucharle, es como la suave caricia de la mano de Dios regalándonos paz.
El regalarnos esos pequeños espacios cada día:
Nos ayuda a encontrarnos con nosotros mismos.
Nos ayuda a sentir latir nuestro corazón.
Nos ayuda a mirarnos interiormente.
Nos ayuda a ver nuestro paisaje interior.
Nos ayuda a vivir con nosotros mismos como amigos y no como extraños.

La experiencia de Dios nunca es estresante.
La experiencia de Dios siempre es relajante.
La experiencia de Dios siempre es fuente de paz.

¿Qué quiere usted irse a gastar su dinero en el gimnasio? Puede hacerlo.
¿Qué no cree usted que el encuentro con Dios en el silencio del corazón no nos proporciona serenidad y descanso?
No me crea a mí.
Haga usted mismo la prueba. Además no le cobran nada.
¿Qué no le resulta? Puede dejarlo cuando guste.
Pero le aseguro de que posiblemente le va usted a coger gusto.
Solo le pido que haga la prueba. El resto lo dejo a su discreción.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 4 a. Semana – Ciclo A

“El les dijo: “Vengan ustedes solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tanto los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y sintió compasión de ellos, porque andaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”. (Mc 6,30-34)

¡Qué bien que nos viene este Evangelio!
Porque todos estamos perdiendo la paz y la tranquilidad.
Porque todos andamos esclavos del reloj.
Todos andamos esclavos de la hora.
Y para colmo, muchos tienen que marcar tarjeta.

La gente le seguía por todas partes.
También habría que decir de él que no daba abasto.
Hasta el punto de no tener tiempo ni para comer.
Por eso invita a los discípulos a irse a un lugar solitario y tranquilo.
“A descansar por un poco”.

Hemos convertido todos los días en laborables.
Incluso los días festivos tenemos que trabajar.
Y si no vamos a trabajar, ahí está el campo de fútbol o de deportes.
Que al fin, terminaos todos bien cansados.
¿Cuándo descansamos?
¿Se han dado cuenta de la pinta que tenemos los lunes?
Tenemos una cara que parece como apagada.
Incluso no vamos a misa porque “tenía que trabajar”.
Nos hemos olvidado de que el descanso es tan importante como el trabajo.
Nos hemos olvidado de que un poco de descanso nos haría rendir más en el trabajo.
Pero sobre todo, el descanso es necesario para el cuerpo.
Es necesario para el espíritu.
Y esto lo vemos cada día por lo tensos y nerviosos como andamos.

Resulta curioso que en el Génesis hablando de la creación se nos diga “y Dios descansó”.
¿Será que también Dios necesita del descanso o no será más bien una manera de decirnos que, al menos un día a la mesa, hay que descansar.

Jesús y los suyos vivían agobiados, no por el trabajo como tal, sino porque la gente no les dejaba descansar.
El atender a la gente también fatiga.
El atender constantemente a la gente, también nos impide dedicarnos un tiempo a nosotros.
Ellos “no tenían tiempo ni para comer”.

¿No nos sucede algo parecido a nosotros?
¿Cuándo podemos reunirnos en familia para comer traquilos?
Cada uno cargamos con nuestra ponchera?
Hasta los chiquillos llevan su lonchera al colegio.
Tenemos un tiempo medido para poder almorzar.

Y sin embargo, Jesús no encuentra ese lugar tranquilo.
Porque las gentes se le adelantan.
Y él las ve “como ovejas descarriadas y sin pastor”.
Y cuando se trata de atender a los necesitados, no espacio para descansar.
No estoy seguro de que ese día almorzasen.
Porque se olvidó a la comida y atendió a la gente descarriada.

Tal vez aquí esté la diferencia entre Jesús y nosotros:
Nosotros no descansamos por causa del trabajo y ganarnos algo.
Jesús no encentra descanso por causa de la gente necesitada.
Tenemos que aprender a descansar del trabajo.
Pero ojalá no tuviésemos tiempo porque nos dedicamos a atender:
A los enfermos.
A los ancianos.
A los que viven solos.
A los que no tienen qué comer.

También los domingos y días festivos necesitan de nosotros.
Las personas están siempre por encima de nuestro descanso.
Las personas tienen prioridad a nuestro almuerzo.
Los enfermos, los ancianos, los que viven solos, los que no tienen que comer, pueden ser el mejor culto dominical y festivo.
“¿Sentimos, como Jesús, compasión?”
¿Cuánto tiempo dura ese culto?
¿Nos sentimos a gusto con él?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Jueves de la 15 a. Semana – Ciclo C

“Exclamó Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. (Mt 11, 28-30)

Somos muchos los que decimos:
Estoy cansado, debo tomarme unas vacaciones.
Estoy cansado, debo tomarme unos días de descanso.
Y como hoy las Agencias de Viajes te arman un tour en menos que canta un gallo, allá nos vamos:
¿A descansar de verdad?
¿O regresar más cansados que cuando fuimos?

Es cierto que:
Todos estamos demasiado cansados.
Que llegamos a casa y lo único que nos apetece es darnos una buena ducha y tumbarnos en el sofá viendo TV.
Que llegamos a casa cansados y no siempre podemos descansar porque los hijos se nos echan encima y hay que atenderlos. “Siempre llueve sobre mojado”.

Hay un cansancio físico, fruto de nuestro trabajo.
Hay un cansancio físico, consecuencia de tantas cosas que hacemos.

Y tal vez nos olvidamos de que:
Hay otro cansancio interior.
Hay otro cansancio espiritual.
Hay un cansancio del alma fruto de nuestras preocupaciones.
Hay un cansancio del alma fruto de nuestras tensiones interiores.
Hay un cansancio del alma fruto de nuestros propios desequilibrios interiores.

Es por ello que Jesús, que nos invita a cuantos estamos “cansados y agobiados” a acudir a él.
Para ellos nos ofrece dos criterios:
“Cargad con mi yugo”
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

El yugo de Jesús no es pesado.
No es el yugo de la ley.
Es el yugo del amor.
Es el yugo de la paz del espíritu.
Es el yugo de la libertad.
Es el yugo del encuentro con nosotros mismos.
Es el yugo del abandono en las manos del Padre.
Es el yugo del servicio fraterno en el amor.
Es el yugo de la alegría Dios en nosotros.

“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”
La mansedumbre da descanso al espíritu.
La mansedumbre serena nuestro espíritu.
La mansedumbre tranquiliza nuestros nervios.
La mansedumbre da paz y serenidad.
La mansedumbre es lago tranquilo en cuyo espejo se mira Dios.

Por su parte:
La humildad no es abatimiento, sino serenidad.
La humildad no sentirnos menos de lo que somos.
La humildad es la tranquila aceptación de lo que somos.
La humildad es la paz del espíritu.

Acudir a Jesús es acudir a alguien que siempre vive esa serenidad interior.
Acudir a Jesús es abandonarnos como El en la Providencia de Dios.
Hablar con alguien siempre desahoga.
Hablar con Jesús desahoga el alma.
Recostar nuestra cabeza en su corazón es como el niño en brazos de su madre.

Están esos sillones relajantes.
¿No sería bueno relajarnos apoyados en los brazos de Jesús?

Clemente Sobrado C. P. 

Sabemos descansar?

b-dom16

Escucha la Homilía del Domingo 19 de julio del 2009

flickr: lo.tangelini

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