“Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir porque no era de los nuestros”. Jesús respondió: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está en contra de nosotros está a favor nuestro”. (Mc 9,38-43.45.47-48)
“No es de los nuestros”.
Y es posible que sea muchos de esos que “no son de los nuestros”, sean sin embargo “de Jesús”.
Puede que muchos no pertenezcan explícitamente a la Iglesia.
Y sin embargo estén viviendo, sin decirlo, el Evangelio.
Por eso dice Jesús: “No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede hablar mal de mí”.
Pero llega hasta más.
Quien lee el capítulo 25 de Mateo, se encuentra que:
ni siquiera damos de comer en nombre de Jesús,
ni vestimos al desnudo en nombre de Jesús,
ni damos de beber en nombre de Jesús,
ni visitamos al enfermo en nombre de Jesús,
ni visitamos a los presos en nombre de Jesús.
Sin embargo, “a mí me lo habéis hecho”.
Está bien que todos pudieran ser “de los nuestros”.
Está bien que todos pudieran estar bautizados.
Está bien que todos pudieran ser Iglesia.
Pero el hecho de no ser institucionalmente Iglesia, no significa que “no sean de los nuestros”.
En un tiempo se decía “fuera de la Iglesia no hay salvación”.
Como si Dios pusiese fronteras a la salvación.
Como si Dios solo amase a los que están en casa.
Como si solo los que estamos dentro hiciésemos el bien.
Como si solo los que estamos dentro viviésemos los valores evangélicos.
Como si solo los que estamos dentro nos salvásemos.
Hay mucha bondad también en los que “no son de los nuestros”.
Hay mucha verdad y sinceridad en los que “no son de los nuestros”.
Hay muchos que cada día luchan por un mundo más humano y, “no son de los nuestros”.
Hay muchos que cada día se sienten solidarios de los necesitados y comparten lo que tienen.
Hay muchos que, estoy seguro de que sin saberlo “son de los nuestros”.
También el hermano mayor “era de los nuestros”, porque estaba en casa.
Y sin embargo, estaba en casa sin vivir ni la condición de hijo y menos de hermano.
Y el que se fue de casa, tenía el corazón en “la casa de mi padre”.
Y Dios hizo fiesta cuando regresó.
Me da miedo:
Cuando comenzamos a clasificar a la gente.
Cuando comenzamos encasillar a la gente.
Cuando comenzamos a poner fronteras entre buenos y malos.
Cuando comenzamos a excluir a los demás.
Que la Iglesia es el “sacramento de la gracia” no tengo dudas.
Pero tampoco dudo de que también fuera de la Iglesia hay mucha gracia.
Me quedo con la frase de Bernanos: “Todo es gracia”.
Por eso, aún los que institucionalmente “no son de los nuestros” hacen milagros de amor, de bondad, de generosidad.
No podemos ser de los que “prohibimos a los demás hacer el bien”.
Trabajemos juntos, que para todos hay trabajo.
Y Dios ama a todos sin excluir a nadie.
Clemente Sobrado C. P.