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Bocadillos para la Pascua de Resurrección: Domingo después de Pascua

“Dichosos los que aun no viendo creen”. (Jn 20, 29)

– La fe no depende de los sentidos.
No depende ni del ver ni del tocar.
La verdadera fe se nos da en la experiencia del resucitado en el testimonio vivo de la comunidad.
Es ahí donde estamos llamados a creer en Jesús.
Es ahí donde Jesús se nos aparece a cada uno.

– “Tomás no estaba con ellos”…
Tomás no está en la comunidad.
Y Jesús resucitado se aparece a la comunidad y en la comunidad.
Su incredulidad no es tanto contra Jesús, sino contra la comunidad.
Se niega a creer a la comunidad que le anuncia lo que han visto.

– “Ocho días más tarde… Tomás estaba con ellos”.
No dice Juan que Jesús se le apareciese a Tomás.
Jesús vuelve a manifestarse a la comunidad y en la comunidad.
Sólo que esta vez, Tomás está en la comunidad.
Jesús le ofrece la oportunidad de ver y tocar.
Pero le hace una advertencia…
No es tocando que se debe creer.
No es metiendo los dedos en las llagas, que llegamos a la fe. Accedemos a la fe en la medida en que aceptamos el testimonio de la comunidad, de la Iglesia.
Ella es la que hace creíble la resurrección de Jesús.

-“Dichosos los que crean sin haber visto”.
Dichosos aquellos que no se escandalicen de lo humano de la Iglesia y sepan reconocer en ella la presencia de Jesús, incluso en medio de sus debilidades.
La fe necesita oír.
Pero no tanto el ver físicamente a Jesús, que es ya invisible, sino ver y descubrir su presencia en la comunidad que lo vive.

– Esa es la realidad de la Iglesia.
Y esa es la realidad del creyente.
El Crucificado se revela ahora no tanto colgado de la cruz, sino en los hermanos crucificados de la historia.
El resucitado se revela ahora no tanto dejándose tocar las llagas de sus manos o la herida del costado, sino estando en la comunidad, haciendo su experiencia con la comunidad.

Actitud para hoy:
– Es un equívoco afirmar que “yo creo en Jesús, pero no en la Iglesia”. Los que no están en la Iglesia sólo saben de la resurrección por oídas, pero no la han experimentado.
– Jesús se hace visible como el crucificado – resucitado en la pobreza de una comunidad llena de debilidades. No es la fuerza la que revela a Jesús, sino la comunión, la fraternidad y el amor.

Clemente Sobrado C.P.

Mama, mirame, soy Emily

b-dom17

niña

Domingo 17 b del ordinario

José Luis Martín Descalzo cita una escena de “Nuestra Ciudad” de Thornton Wilder, en la que describe cómo un día autorizaban a los muertos a regresar a la vida y vivir un solo día con los vivos. Nadie quiso volver, salvo la niña Emily que, a pesar de que todos la desaconsejaban, ella quiso hacer la experiencia de revivir el día en que cumplió nueve años.
“Y ahí la vemos, con sus nueve años recién cumplidos, bajando las escaleras de la casa, con su vestido nuevo y sus rizos recién peinados, esperando el grito de alegría que dará su madre cuando la vea tan guapa. Pero su madre está ocupadísima en preparar la tarta del aniversario y la merienda, a la que vendrán todas las amigas de su hija.
Y ni siquiera mira a la pequeña. “Mamá, mírame” grita Emily, “soy la niña que hoy cumple nueve años”. Pero la madre, sin mirarla, respondió: “Muy bien, guapa, siéntate y toma tu desayuno”.
Emily repite: “Pero mamá, mírame, mírame”. Pero su madre tiene tanto que hacer que ni la mira. Luego vendrá su padre, preocupado por tantísimos problemas económicos. Y tampoco él mirará a su hija. Y no la mirará tampoco su hermano mayor, volcado en sus asuntos. Y Emily suplicará en el centro de la escena: “Por favor, que alguien se fije en mí. No necesito ni de pasteles ni de dinero. Sólo que alguien me mire”. Pero es inútil. Los hombres, ahora lo descubre, no se miran, no reparan los unos en los otros. Porque no les interesa a ninguno lo del otro. Y, llorando, regresa Emily al mundo de los muertos, ahora que ya sabe que estar vivo es estar ciego y pasar junto a lo más hermoso sin mirarlo”. ( Razones para la alegría pág. 126)

El caso de Emily, sabemos que es una ficción literaria, pero que tiene una historia real. Son muchos los que a nuestro lado están necesitados de que los veamos, les miremos y nos fijemos en ellos.
Y esto es lo maravilloso del Evangelio de hoy. Es importante que Jesús dé de comer a tanta gente con hambre. Pero, tal vez lo más importante es que Jesús “levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: “¿Con qué compraremos panes para todos estos?”

No habrá milagro, si primero no tenemos ojos para ver a los demás.
No habrá reparto de pan, si primero no sabemos ver al hermano necesitado que está a nuestro lado.
Mucha gente no podrá comer, si antes alguien no es capaz de fijar los ojos en ella, mirarla con cariño y respeto y sentirse afectado por su realidad de pobreza.
Porque fijarnos en los demás es sentirnos interesados por ellos, preocupados por ellos.
Porque fijarnos en los demás ya es, de alguna manera, sentirnos solidarios con ellos.
El milagro de la multiplicación de los panes comienza por “levantar los ojos” de nuestros propios quehaceres y ver y contemplar a los demás.
Es cierto que la gente necesita de pan para comer.
Pero, con frecuencia, la gente necesita sobre todo sentir que alguien le mira, alguien se fija en ella, para alguien sigue siendo todavía importante, más importante que nuestros quehaceres y ocupaciones.
El pan puede llenar el estómago. Pero una mirada bondadosa nos hace recuperar nuestra propia autoestima.
El pan puede saciar el hambre. Pero unos ojos que nos miran y contemplan nos hacen interesantes a nosotros mismos y nos devuelven el ánimo de seguir viviendo y luchando por la vida.

En nuestro mundo hay mucha hambre. Pero, de ordinario, siempre nos fijamos en los hambrientos que tenemos lejos de nosotros.
¿Alguien tiene tiempo para mirar con amor a los que tienen el estómago vacío a nuestro lado?
¿Alguien tiene una mirada de bondad para esos que cada día pasan a nuestro lado y nos tienden la mano?
Tal vez no podamos solucionarles su problema. Pero siempre podremos tener una mirada y una palabra de bondad que les llegue al alma.

En nuestro mundo hay demasiada hambre de pan. Pero nuestro mundo, incluso el mundo de los ricos, sufre de otras muchas hambres tan importantes como las del pan, el arroz o el pescado o la carne.
A muchos les sobra el pan. Pero les falta la mirada de amor y de cariño de los suyos. Por eso se sienten extraños incluso en casa.
Maridos, ¿cuánto tiempo hace que no miráis a los ojos de vuestras esposas?
¿Sabéis de qué color son sus ojos?
¿Cuánto tiempo hace que no os fijáis en el vestido nuevo, en su nuevo peinado, para decirle que le queda bonito?
Padres, ¿cuánto tiempo hace que no miráis con ternura a los ojos de vuestros hijos? ¿Y cuánto tiempo hace que no les decís lo bonitos que les quedan esos pantalones vaqueros, rotos y deshilachados por todas partes? Ya sé que a vosotros eso no os va, pero a ellos les encantan.

¿Será cierto lo que dice Emily? … “ahora que ya sabe que estar vivo es estar ciego y pasar junto a lo más hermoso sin mirarlo”. ¿Será cierto que estar vivo es estar ciego y pasar junto a lo más hermoso sin mirarlo?

Oración
Señor: Con frecuencia los Evangelios nos dice que tú te fijabas,
que mirabas a la gente que te rodeaba.
Muchos de tus milagros comenzaron por los ojos.
Muchos de tus milagros comenzaron por abrir los ojos y ver.
A nosotros nos has regalado dos ojos.
Pero ¿sabemos mirar?
¿Sabemos mirar a aquellos que tenemos cerca de nosotros?
Es posible que muchos no estén esperando de nosotros nada,
sólo una mirada de cariño, de ternura y de amor.

Clemente Sobrado C. P.

www.iglesiaquecamina.com

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