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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Fiesta de San Juan

“A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como su padre. La madre intervino diciendo: “¡No! Se va a llamar Juan. Le replicaron: “Ninguno de tus parientes se llama así”. El pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos quedaron extrañados Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: “¿Qué será este niño?” (Lc 1,57-66.80)

Todo niño es un milagro de Dios.
Todo niño es un milagro de la vida
Dicen que todo niño nace con un pan bajo el bazo.
Yo no he visto a ninguno.
De lo que sí estoy seguro es que cada niño nace con una misión que cumplir.
Por eso todo niño que nace es un misterio de y un milagro de Dios.

Juan Bautista es un milagro en su concepción.
Y es un milagro en su nacimiento.
Todos empeñados en ver en él la prolongación de su padre Zacarías y de su familia.
Y Dios empañado en hacer de su nacimiento algo nuevo.
Todos lo quieren poner por nombre Zacarías (recordado por Yahweh”)
E Isabel y Zacarías empañados en romper la tradición y llamarle Juan (gracia o don de Dios”.

Juan no será sacerdote del templo.
No será continuación de su padre.
Juan será la “voz del desierto”.
La voz que anuncia la “Palabra”.
No será él la “Palabra”, pero será la voz que la hace resonar en el desierto.
La voz que proclama el cambio y lo nuevo que comienza.
Todos lo quieren ver como la voz del pasado.
Pero la misión de Juan es ser la voz del cambio y de lo nuevo, de lo que está en camino.

Cada uno somos únicos.
Cada uno somos como todos y distintos a todos.
Cada uno tenemos una misión personal que cumplir.
Nuestra misión no es ser copia de nadie, sino ser él mismo.
Todos empeñados en marcar nuestro futuro.
Todos empeñados en convertirnos en copias de nuestros padres.
Y Dios empeñado en hacernos distintos.
Empeñado en encomendarnos una misión que solo nosotros podemos cumplir.
Somos únicos para Dios.
Tenemos nuestro propio nombre delante de Dios.
Y todos llamados a anunciar la novedad de Dios, en vez de ser repetidores de lo viejo y antiguo.

Los hijos son hijos de sus padres.
Pero no copias de los mismos.
Y nosotros empeñados en buscar todas las semejanzas con la familia:
La nariz es del padre.
Los ojos de la madre.
Las orejas del abuelo.
Y a la abuela también le tiene que tocar algo en el reparto.
Al fin puro ensamblaje de la chatarra familiar.
Y por más que físicamente pueda tener muchas semejanzas, como persona es único y tiene una misión única.

La misión de los padres se parece a la de Isabel y Zacarías.
Reconocerle como propio hijo, pero no dueños del hijo.
Es el deber de saber reconocer el misterio de Dios en el hijo.
Dejarle ser él mismo y no pretender convertirlo en su propia continuación.
¿Eres abogado? No quieras dejarle tu propio despacho.
¿Eres casado? No pretendas buscarle novia a tu gusto.
Dejadle seguir su propio camino, aunque no sea el vuestro.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Navidad: San Juan Apóstol – Ciclo A

“Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero; y, asomándose, vio las vendas en el suelo, pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró a sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con as vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó”. (Jn 20,2-8)

Celebramos hoy la fiesta de San Juan, el discípulo amado.
Primero fue el amor humanado de Dios.
Ahora es el discípulo que entendió el amor de Dios.
Y se hizo el discípulo preferido del que hace dos días era un niño en un pesebre.
El Niño en el pesebre es el símbolo y señal del amor de Dios.
El discípulo Juan es el símbolo y señal de amor humano para con Dios.
Y para ello, la liturgia nos recuerda la mañana de Pascua.

En la conocida encuesta que le hizo la Civiltá Católica al Papa Francisco.
El periodista le pregunta “¿De qué tiene la Iglesia mayor necesidad en este momento histórico? ¿Hacen falta reformas? ¿Qué iglesia sueña?”
La respuesta fue clara. Primero necesitamos el cambio de cada uno.
“Veo con claridad que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad”.
En una palabra que lo primero que necesita es el amor.

Las cosas no cambian cambiando las estructuras.
Sino cambiando los corazones.
Es que la Iglesia necesita estructuras.
Pero antes necesita del amor.
Solo el amor:
Nos salvará.
Nos hará comunidad.
Nos hará buscar.

El amor y la estructura corren juntas.
Pedro, la estructura, y Juan, el amor, el carisma, corren juntos.
Pero el amor siempre llega antes.
Siempre el amor ve primero.
Siempre el amor abre caminos.
Siempre el amor nos descubre el futuro.
Por eso Juan llega primero al sepulcro.
Pero llegar antes no significa decir y entrar antes.
El amor llega primero, pero sabe esperar a la estructura.

Juan llega primero, pero no entra.
Luego llega Simón y entra.
Juan espera a que entre Simón para luego entrar él.

Este es el símbolo de esta figura que hoy celebramos.
Juan es el símbolo de amor.
Simón es el símbolo de la estructura.
No se oponen sino que saben situarse cada una en su lugar.

El amor siempre va por delante.
El amor siempre ve primero.
El amor siempre llega primero.
Por eso lo que hoy necesita con mayor urgencia la Iglesia es el amor.
Sólo luego vendrán las estructuras.
No. La Iglesia no cambiará cambiando las leyes, las estructuras.
La Iglesia cambiará cuando cambiemos el corazón.
El amor corre más que la ley.
La ley siempre llega más tarde.
El amor descubre lo nuevo.
La ley tendrá que confirmarlo.

El mundo no cambia con más leyes.
El mundo cambia con más amor.
Las leyes no harán avanzar la Iglesia.
Solo el amor llegará más lejos y primero.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Lunes de la 12 a. Semana – Ciclo C

Nacimiento de San Juan Bautista

“A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: “¿Qué va a ser este niño?” Porque la mano del Señor estaba con él”. (Lc 1,57-66)

 

Todo nacimiento está lleno de misterio. El de Juan es toda una pregunta desde la fe.
Es el misterio de la vida.
Es el misterio de Dios que la regala.
Es el misterio de un vientre seco que reverdece.
Es el misterio de un padre que fecunda en el silencio de su mudez.
Es el misterio de un padre que durante nueve meses deja crecer al hijo sin poder compartir su alegría con Isabel.
Dos ancianos. Una embarazada. El otro mudo.
Mientras tanto una vida que crece.

“Se enteraron los vecinos y parientes”.
¿No se habían enterado hasta el nacimiento?
Alguien ha afirmado que, de vergüenza Isabel se retiró a una finca vecina para esconder el misterio de Dios en su vientre.
Se puede ocultar el embarazo.
No se puede ocultar al hijo.
Para ellos, el hijo esperado en el silencio que madura la fe.
Para los vecinos y parientes, el hijo de la sorpresa.
Y todos lo ven como “que el Señor le había hecho gran misericordia y la felicitaban”.

¿Y dónde está María, la virgen que está gestando al Salvador?
Vivió el silencio de la encarnación.
Vivió el silencio de la “muchacha de servicio”.
Y ahora, deja que todos vivan el misterio de su pariente.
También ella guarda silencio, porque solo en el silencio se madura el misterio y la fe.

Nadie conoce el misterio de ese nacimiento.
Pero todos descubren el hacer misterioso de Dios.
Todos lo ven “como que el Señor le había hecho misericordia” a Isabel.

Todos pedimos, cada día, milagros a Dios.
Y sin embargo qué poco vivimos el milagro de la maternidad de nuestras madres.
Qué poco vivimos el milagro de la vida.
Qué poco vivimos ese milagro que Dios puede hacer de regalarnos la vida.
Cuando nos nace un niño, lo primero que hacemos es buscarle parecidos familiares, cuando en realidad el recién nacido no se parece todavía a nadie.
Y sin embargo, ¡qué poco nos fijamos en ese don y esa gracia de Dios!

Y la gran pregunta que se hacen todos: “¿Qué va a ser este niño?”
Dicen que cada niño nace “con un pan bajo el brazo”.
Yo no he visto a ningún niño con un pan.
Sí he visto a los recién nacidos pidiendo la tetita de mamá.
Nos acordamos del pan, y sin embargo:
Cada niño que nace, trae consigo un gran interrogante: ¿Qué será?
El nacimiento de Juan era todo un misterio de la “misericordia de Dios”.
Pero el nacimiento de Juan era todo un misterio de la “misión que Dios tenía para él”.
No sería “sacerdote” como su padre.
Sería el “mensajero” que prepara caminos.
No sería el “hombre del templo”y “del culto”
Sería el “hombre del desierto” y “del anuncio”.
No sería el “hombre que recuerda el pasado”.
Sería el “hombre que anuncia la proximidad de lo nuevo”
No será el “hombre que anuncia la esperanza”.
Sería el “hombre que anuncia que la esperanza ya es realidad”.
No sería el “hombre de la Ley”.
Sería el “hombre que abre caminos donde no hay caminos”.

El nacimiento de Juan el Bautista:
Es la primera ruptura con el pasado.
Ya no se llamará Zacarías, porque no será como su padre.
Se llamará Juan porque anunciará lo nuevo que está allí mismo a su lado en el vientre virginal de María.
El misterio de lo nuevo en un vientre que lleva dentro la “novedad”.
El misterio de lo nuevo que acaba salir de un vientre que llevaba el “anuncio”.

Todo nacimiento es un misterio.
Por eso, cada uno somos fruto del misterio de la misericordia de Dios.
Y todos somos el misterio del anuncio de lo nuevo.
No somos repetición de nadie. Somos únicos.
Y somos preparadores de los caminos de Dios.

Clemente Sobrado C. P.