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Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Jueves de la 7 a. Semana – Ciclo A

“Jesús, levantando los ojos al cielo, oró diciendo: “Padre Santo, no solo ruego por ellos, ruego también por los que crean en mí por la palabra de ellos para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean en nosotros, para que el mundo crea que tu me enviaste. También les di la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí”. (Jn 17,20-25)

Leyendo el Evangelio siento pena de cómo lo hemos aguado.
Hemos reducido a nuestra fe a los diez mandamientos.
Nos confesamos por los Diez Mandamientos.
Nos sentimos buenos porque no hacemos mal a nadie.

Y leo el Evangelio y descubro:
Que creer es vivir el misterio de Dios en Jesús.
Es vivir el misterio de Jesús en nosotros.
Es vivir el mismo misterio que el Padre y Jesús.

Creer es vivir el misterio del Padre, del Hijo en el Espíritu Santo en nosotros.
En primer lugar ¿vivimos la verdad de que Jesús, ruega por nosotros como ruega los suyos?
Nos acompaña no solo nuestra oración, que puede ser mucha.
Lo más maravilloso es que Jesús mismo ruega al Padre por nosotros.
¿Que alguien se olvidó de orar?
Pues Jesús no se olvida de orar por él.
Y ahora me avergüenzo cuando alguien me dice: “Padre, ore por mí”.
¡Pero si Jesús ya ora por ti!.

¿Qué le pide Jesús al Padre para nosotros?
Algo esencial que no sé si nosotros nos atreveríamos a pedir:
“Que seamos uno”.
Pero “que seamos uno como el Padre y Jesús son uno”.
Que haya una comunión de Jesús con el Padre, del Padre con Jesús y Jesús con nosotros.
Ser cristiano es vivir la comunión de Jesús con el Padre y de Jesús con nosotros.
¿Seremos capaces de creer que entre Dios y nosotros pueda haber una comunión así?
Ahora comienzo a comprender a Pablo: “Ya no soy yo sino que es Cristo en mí”.

¿Cuántas cosas le pedimos cada día a Dios?
¿Le pediremos esta unión entre nosotros?
¿Le pediremos este amor entre nosotros?
¿Le pediremos vivir esta comunión de amor entre nosotros?
¿Le pediremos vivir esta comunión de vida de El entre nosotros?

Una unidad que termina siendo:
El mayor testigo de credibilidad en Jesús.
El mayor testigo de credibilidad de que Jesús es el enviado del Padre.
Lo explicamos por ideas y palabras.
Pero lo vivimos en el testimonio de nuestras vidas.
La unión entre nosotros depende de nuestra unión con ellos.
De la unión entre nosotros, ¿alguien se lo imagina? depende que el mundo crea.

No se trata de que nos llevemos bien.
No se trata de que nos entendamos entre nosotros.
No se trata de que no tengamos problemas entre nosotros.
Se trata de que el mundo pueda creer en Jesús.
Se trata de que el mundo crea que Jesús es realmente el enviado del Padre.
De nuestra comunión depende la fe de otros.
De nuestro amor depende que otros crean.
Nuestra comunión de amor y vida es lo que mejor nos configura con el Padre y Jesús.
Nuestra comunión de amor y vida es lo que mejor anuncia la fe en Dios y en Jesús.

¡Qué pena que esto lo tengamos tan olvidado!
¡Qué pena que demos tan poca importancia a amarnos!
¡Qué pena que haya tantos hermanos divididos!

Creer es mucho más que ir a Misa.
Creer es mucho más que rezar.
Creer es vivir en comunión con el Padre, con Jesús y entre nosotros en un mismo amor.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Miércoles de la 7 a. Semana – Ciclo A

“Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo, No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo, Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo para que también se consagren ellos en la verdad”. (Jn 17, 11-19)

Con frecuencia, no faltan quienes hablen de nosotros.
Y nos preguntamos:
¿Qué están diciendo de nosotros?
Nos sentimos preocupados de lo que otros puedan pensar de nosotros.

Leyendo este texto:
Da gusto escuchar a Jesús hablar con el Padre sobre nosotros.
Con qué ternura habla de nosotros.
Con qué cariño le habla de nosotros.
Con qué ilusión y esperanza habla de nosotros.
Con qué fe le habla Jesús al Padre sobre nosotros.
¿Verdad que da gusto escucharle?
¿Verdad que nos sentimos felices al escucharle?
¿Verdad que se nos llena el alma al escucharle?
¿Verdad que nos sentimos importantes al escucharle?

Primero habló de él mismo.
Habló y le contó todo lo que sucedería con su muerte.
Ahora le habla de nosotros.
De lo que piensa de nosotros.
De cómo nos ve a nosotros ahora que él se va.

¿Y qué cosas habló con el Padre sobre nosotros?
Que ahora me voy a ti.
Y lo digo para ellos tengan mi alegría cumplida.
El mundo los ha odiado porque no son del mundo.
Tampoco yo soy del mundo.
Que no los saques del mundo, pero presérvalos del mal.
Ellos no son del mundo igual que yo no soy del mundo.
Conságralos en la verdad, sabiendo que tu palabra es verdad.
Igual que tú me enviaste al mundo, así los envío yo al mundo.
Yo me consagro por ellos.
Porque quiero que ellos sean consagrados en la verdad.

El mundo no entiende el plan de Dios.
Y sin embargo envió a su hijo al mundo.
Y ahora nos envía a nosotros.
Por más que tampoco el mundo nos entienda.
Pero no por eso quiere sacarnos del mundo a un lugar seguro.
Tenemos que vivir la verdad:
No en lugares fáciles.
No donde el viento a está a favor nuestro.
La misión del cristiano está allí donde el viento sopla en contra.
No busquemos tiempos fáciles.
Ningún tiempo es fácil para la palabra de Dios.
Ningún tiempo ha sido fácil para Dios.
Tampoco hay tiempos favorables a los creyentes.
Nuestra misión no es ser testigos donde todos creen.
Sino allí donde todos ofrecen resistencia.
No busquemos el aplauso del mundo.
Más bien esperemos el odio, la incomprensión y el rechazo.
“Dichosos de vosotros cuando os persigan por mi nombre”.

Pero tenemos una seguridad.
El mismo Jesús se entrega al Padre por nosotros.
El mismo Jesús se consagra en la verdad.
Para que nosotros seamos consagrados en la verdad.
No estamos llamados a vivir a medias verdades.
Como Jesús tampoco vivió de las verdades a medias.
Ni hemos de renunciar a la verdad.
Como tampoco él renunció a la verdad.
Por más que la verdad sea peligrosa y pueda llevarnos, como a El, a la Cruz.

No nos quejemos de que vivimos en ambientes difíciles para creyentes.
Más bien es ahí donde estamos llamados a ser testigos de la verdad.
Nadie nos crucificará por confesar la mentira.
Pero encontraremos muchas piedras en el camino por vivir en la verdad.
No pidamos que nos saquen del mundo y nos lleven a lugares más cómodos.
Estamos llamados a vivir en el mundo como el resto de la gente.
La única diferencia:
Que ellos son del mundo. Nosotros solo estamos en el mundo.
Pero sin ser del mundo.
Sin pensar como el mundo.
Sin actuar como el mundos.

Somos iguales siendo diferentes. Somos diferentes siendo iguales.
Se nos tiene que conocer por la diferencia.
No olvidemos: una cosa es “ser” y otra muy diferentes es “estar”.
Nosotros somos de los que “solo estamos”, al igual que Jesús.
Por eso, no nos extrañe corramos la misma suerte.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Martes de la 7 a. Semana – Ciclo A

“Jesús levantando los ojos al cielo, dijo:

“Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”.
(Jn 17,1-10)

Comenzamos con el capítulo 17 de Juan al que llamamos oración sacerdotal, porque es la oración final de Jesús con el Padre.
Una oración en la que:
Jesús desahoga su corazón.
Jesús le habla al Padre del cumplimiento de la misión.
Jesús habla de que ha llegado la hora de la Muerte.
Por tanto la hora del regreso.
Pero le habla de la suerte de los suyos.

Una oración maravillosa:
Llena de ternura.
Llena de desahogo del corazón.
Llena de confidencias con el Padre y con los suyos.

No sé cuantas horas serán treinta y tres años.
Pero para Jesús la verdadera hora es la de su muerte inminente.
“Una hora que ya ha llegado”.
“Una hora de que el Padre glorifique al Hijo”.
“Una hora de que el Hijo glorifique al Padre.
“Una hora de dar “la vida eterna a a los que me confiaste”.

Y a la vez es la hora:
“De que conozca de verdad al Padre.
Y conozcan de verdad al Hijo enviado”.

Comienza Jesús por traducir el verdadero sentido y valor de su muerte.
No es la muerte que termina en fracaso.
Es la muerte donde El es glorificado por el Padre.
Es la muerte donde El glorifica al Padre.
Es la muerte donde Dios revela su verdad.
Por eso le conocerán en ella.
Es la muerte donde Jesús se revela a sí mismo.
Por eso es el lugar donde podrán conocerle verdaderamente.

Jesús no contempla su hora:
Ni como la hora del sufrimiento.
Ni como la hora del fracaso.
Ni como la hora del triunfo de los hombres.
Ni siquiera como muerte.
Sino como hora de vida.
Sino como hora de revelación.

Una manera nueva de ver su muerte
Una manera de ver como glorioso lo que pareciera total derrota.
Una manera de ver esa hora como la hora más rica de su vida.
Como una manera de encontrar el Padre, el Hijo y nosotros.
Padre e Hijo son glorificados.
Nosotros como renacidos a la vida del Padre y del Hijo.

Y hasta se atreve a confesar:
La fe que ellos ya tienen en él.
El conocimiento que ya tienen de él.
Los diferencia del mundo.
Y los presenta también como del Padre, “soy tuyos”.
Y acepta que, a pesar de ser los hombres quienes lo lleven a la Cruz, sin embargo, no solo se siente glorificado por el Padre, sino que también, “y en ellos ha sido glorificado”.

Con frecuencia:
Nosotros vemos la Pasión y Muerte desde afuera, desde el sufrimiento.
La vemos que el último fracaso de su vida.
Cuando en realidad debiéramos mirar la Cruz:
Como él la mira.
¿Seremos capaces de verla como glorificación?
¿Seremos capaces de verla con los sentimientos del mismo Jesús?
“Sentid en vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús”.

Es la distinta manera de ver las cosas.
Incluso la muerte.
O la vemos desde su cascarón.
O la vemos por dentro.
O la vemos con los ojos.
O la vemos con el corazón.
¡Linda meditación sobre la muerte de Jesús!

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Jueves de la 7 a. Semana – Ciclo C

“Padre, este es mi deseo; que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías está con ellos, como también yo estoy con ellos”
.

(Jn 17,20-26)

Siempre me ha gustada esta manera de hablar de Jesús con el Padre.
Porque Jesús no es de los que comienza pidiendo como mendigo.
Sino que, comienza expresando sus deseos.
Es tal su confianza en el Padre que no le pide, le basta manifestarle sus deseos.
Esta es la verdadera oración.
Este es el verdadero estilo y manera de hablar con el Padre.
Al Padre, no es necesario “pedirle”, es suficiente expresarle los sentimientos del corazón.
Pero esto significa una gran confianza.
Significa una intimidad con él.
¿Para qué pedirle cuando él mismo ya conoce la verdad de nuestras vidas?
¿Para qué pedirle cuando él mismo conoce lo que necesitamos?
Y además para qué pedirle, cuando es suficiente expresarle nuestros deseos.

Y además me gusta:
Porque Jesús no pide nada para él.
Todo lo que pide es para nosotros.
Y no pide que nos de esto o lo otro.
No pide que nos dé ni salud ni riqueza.
No pide que nos dé larga vida.
Pide algo mucho más esencial.
“Que cuanto hemos creído en él estemos donde él está”.
Jesús no se siente bien sin nosotros.
Jesús, desde su encarnación, no sabe vivir sin nosotros.

Y esto me encanta:
No saber vivir sin los otros.
No saber vivir sin nosotros.
No saber vivir, ni siquiera con el Padre y sin nosotros.
Desde que se hizo hombre como nosotros, lo nuestro le pertenece como le pertenece lo divino.
Desde que se hizo hombre él parte de nosotros y nosotros somos como parte de él.

Y por eso expresa ante el Padre un deseo que es esencial a nuestra fe.
“Estén conmigo donde yo estoy”.
Por la encarnación se incorporó a nuestra condición de vida.
Ahora quiere incorporarnos a su condición divina.
Nuestro destino final no es como cuando vamos al fútbol que nos sentamos donde nos toca.
Jesús quiere sentir que estamos a su lado, no nos quiere lejos, sino junto a él.
Esto es amor.
Esto es valorar nuestra compañía.
Como si no le bastase la compañía del Padre quiere también la nuestra.
Pero no porque él nos necesite.
Sino porque él quiere compartir con nosotros su propia gloria.
Así como compartió nuestra naturaleza y debilidades humanas, ahora que compartamos también nosotros su misma gloria.

¿Y de qué gloria habla Jesús?
La misma gloria trinitaria.
La gloria que él tenía antes de la creación en el misterio trinitario.
La gloria que él tenía antes de encarnarse en nuestra condición humana.
Esto se llama amarnos de verdad.
Esto se llama valorarnos de verdad.
Esto se llama sentirnos como algo realmente suyo.

Hay verdades que nos cuesta digerir.
Hay verdades que si las viviésemos cambiarían totalmente el horizonte de nuestras vidas.
Hay verdades que las tomásemos en serio daría un sentido diferente a nuestras vidas y también a nuestra muerte.
Porque morir ya no sería terminar y poner fin a nuestras vidas.
Morir significaría correr la misma suerte de Jesús.
Morir significaría entrar en la participación y comunión de la gloria trinitaria del Padre.

Gracias, Señor, porque nos amas tanto que “sin nosotros vivir no puedes”.
Gracias, Señor, porque nos amas tanto que “sin nosotros te faltaría algo”.
Gracias, Señor, porque quieres que nuestro destino sea el tuyo.
Estar a tu lado, estar junto a ti.
Y juntos compartir la misma gloria del Padre.
Ahora sé que puedo vivir con gozo y puedo morir con alegría.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Miércoles de la 7 a. Semana – Ciclo C

“No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad”. (Jn 17, 11-19)

El cristiano no vive en los aires.
El cristiano no huye del mundo.
El cristiano está llamado a vivir en el mundo.
Por eso el cristiano es como el resto de la gente.
Vive donde viven los paganos.
Vive donde viven los que no creen.
Vive donde viven todos.

Jesús es claro. Le pide al Padre que “no los saques o retires del mundo”.
Por eso cristiano no es un extraño al mundo.
Está llamado a compartir la historia del mundo.
Está llamado a compartir los problemas del mundo.
Está llamado a compartir los avances de la historia del mundo.
Está llamado a compartir el hambre del mundo.
Está llamado a compartir las injusticias del mundo.
Está llamado a compartir las desgracias del mundo.
Está llamado a compartir las posibilidades y dificultades del mundo.

El mundo es la casa del cristiano.
El mundo es el espacio donde el cristiano está llamado a vivir su fe.
El mundo es el espacio donde el cristiano está llamado a vivir el Evangelio.
El mundo es el espacio donde el cristiano está llamado a caminar hacia Dios.
El mundo es el espacio donde el cristiano está llamado a escuchar a los hombres.
El mundo es el espacio donde el cristiano está llamado a escuchar la voz de Dios.
El mundo es el espacio donde el cristiano está llamado a hacer su camino de santidad.

El problema del cristiano consiste:
En estar donde todos están.
Hacer lo que todos hacen.
Luchar donde todos luchan para sobrevivir.

Pero a la vez, el cristiano:
Está y no es.
Está con todos y no puede ser como todos.
Está “con” no ser “como”.
Porque el cristiano lleva dentro algo que siendo como todos, lo diferencia de todos.
Porque el cristiano lleva dentro algo que, de alguna manera, lo hace extraño a todos.

Por eso Jesús pide que “sin sacarlos del mundo, los preserve del mundo”.
Por eso Jesús pide que “sin sacarlos del mundo, los haga vivir en la verdad”.
Por eso Jesús pide que “sin sacarlos del mundo” se sientan como El enviados al mundo.
Y este es el verdadero problema del cristiano.
Todos sabemos la fuerza que ejerce el ambiente en nosotros.
Todos sabemos la fuerza que ejerce la mentalidad en nosotros.
Todos sabemos la fuerza que ejerce el “así piensan todos”.
Todos sabemos la fuerza que ejerce el “así hacen todos”.
Todos sabemos la fuerza que ejerce el “hoy las cosas han cambiado”.
Todos sabemos la fuerza que ejerce el “hay que vivir como todos”.

Amar al mundo, sin pensar como el mundo.
Amar al mundo, sin vivir los criterios del mundo.
Amar al mundo, sin que el mundo nos devore.
Por eso contamos con la oración de Jesús.
Jesús sabe lo que es encarnarse en el mundo siguiendo siendo Dios.
Jesús sabe lo que es caminar contra la corriente de todos.
Este “estar y no ser” no resulta nada fácil.
Pero así nos quiere Dios.
Y por eso nuestra vida tiene que ser lucha constante.
Nuestra vida tiene que ser un discernimiento constante.
Nuestra vida tiene que ser una confrontación constante.
Que puede llevarnos a sentirnos extraños y nos sientan extraños.
No estamos llamados a “huir del mundo”.
Sí estamos llamados a ser fermento de la verdad en el mundo.

De ahí que cada día tenemos que aferrarnos a la oración de Jesús:
“Presérvalos del mundo”.
“Conságralos en la verdad”.

Clemente Sobrado C. P.