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¡Feliz día, papá!

Papá, al felicitarte en tu día,
quisiera decirte que te necesito:
Te necesité para venir a la vida.
Te necesité para, al nacer, encontrara un hogar caliente.
Te necesité para sentir tu amor,
en el amor con que amabas a mamá.
Te necesité para que alguien me diese una cuna.
Te necesité para que no me faltase nada
y tuviese una niñez feliz.
Te necesité para que pudiese estudiar y tener una profesión.

Flcikr: pentecostalsofoc

Necesité de tu presencia
que me hiciese sentir que soy importante en la vida.
Necesité de tu cariño
que me hiciese descubrir el calor del amor humano.
Necesité de tu fuerza
que me diese confianza y seguridad en mí mismo.
Necesité tu palabra de aliento
para cuando sintiese miedo en la vida,
y de tu experiencia,
cuando mis ilusiones de niño iban más lejos
que la realidad.

Necesité de tu debilidad,
para que yo mismo no me derrumbase mañana
en mis fracasos frente a la vida.

Necesité de tus correcciones
que me impidieran construyese mi vida
sobre mis caprichos de niño.

Y ahora que ya te veo apoyado en tu bastón,
eres tú quien me necesita para no sentirte solo contigo mismo,
sentado en el parque o en tu sillón.

Disculpa las veces que te he fallado.
Tú necesitas hoy de tu hijo.
Y tu hijo sigue necesitándote.
Los dos hemos crecido juntos.
En este tu día, quiero tengas la alegría de sentirte orgulloso
de este tu hijo que se siente orgulloso de ti.
¡Felicidades, papá!

P. Clemente Sobrado C.P.

Bocadillos espirituales para vivir la Pascua: Viernes de la 7 a. Semana – Ciclo B

“Después de comer con ellos, dice a Simón, hijo de Juan, “¿me amas más que estos?” El le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que re quiero”. Jesús le dice: “Apacienta mis corderos”. Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” El le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. El le dice: “Pastorea mis ovejas”. Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que e preguntara por tercera vez si lo quería… (Jn 21,15-19)

Recuerdo cuando el filósofo Jean Guitton soltó aquella frase tan gráfica: “Si quieres conocer las crisis de cada época, fíjate en las palabras que más se repiten. Si se habla mucho de libertad, es señal de que la libertad está en crisis. Si hablas mucho de amor es que el amor está en crisis”.
¿No estaremos en crisis de amor?
Todas las canciones son sobre el amor.
Las películas están cargadas de amor.
Los enamorados no se cansan de confesar su amor.
Diera la impresión de que todo nos amamos.
Y mientras tanto, el poder y el egoísmo sacrifican el amor por todas partes.
Muchas frases de amor no son sino expresiones de nuestros deseos y egoísmo.
Bastaría preguntar a los casados ¿qué pasó con aquel amor de adoración de cuando estaban solteros?
Como decía aquel mi amigo de Marsella: “María, María, el amor que te tenía era poco y se acabó”. Y los dos viejos se querían a rabiar.

Un mundo sin amor es un mundo sin amor es un mundo muerto.
Una Iglesia sin amor es una Iglesia sin vida.
Una Iglesia sin amor es una Iglesia en estación invernal.
Una familia sin amor es una familia en invierno.
Una Diócesis sin amor es una diócesis invernal.
Una Parroquia sin amor es una parroquia con frío invernal.
Un corazón sin amor es un corazón con fío invernal.

La Iglesia que pensó Jesús es una Iglesia rebaño y pastor.
Es una Iglesia en la que pastor y ovejas se conocen.
Es una Iglesia en la que pastor y vejas se conocen por su nombre.
Es una Iglesia en la que el pastor de su vida por las ovejas.
Es una Iglesia en la que las ovejas siguen a su pastor.

Por eso Jesús no examina a Pedro, el Pastor de las Iglesias de teología ni de derecho canónico. Le examina del amor.
Y como pastor, no de un amor cualquiera.
“Simón ¿me amas más que éstos?”
Y se lo pregunta por tres veces.
Su misión será de magisterio.
Pero fundamentalmente será una misión de amor y de servicio.
Será necesario el magisterio.
Pero es fundamental el amor y el servicio.

El Papa Francisco hizo esta confesión al comienzo de su pontificado:
“también el Papa, para ejercer su poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de San José, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad especialmente a los pobres, a los más débiles”.

La Iglesia no puede ser testigo del poder.
Sino testigo del amor.
No testigo del ser más.
Sino de ser la servidora de todos.
Pero no ese “servicio” que se hace poder.
Sino el servicio que se convierte en ternura, amabilidad, comprensión.
No en ese “seudo servicio” que crea prestigio.
Sino en el servicio que se traduce en “dar la vida por las ovejas”.
Ese fue el testamento de Jesús a Pedro.
No de ser “maestro” sino “Pastor”.

Clemente Sobrado C. P.

El Papa Francisco nos habla sobre los Abuelos

Abuelos

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: San Pedro y San Pablo – Ciclo A

“Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”   El les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro, tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. (Mt 16,13-19)

Siempre es más fácil responder por los otros.
“Ellos respondieron”.
Aquí todos estaban seguros.
Lo difícil es cuando tenemos que responder por nosotros mismos.
“Simón Pedro tomó la palabra”.
Los demás guardaron silencio.

Todos conocemos mejor la vida de los demás que la nuestra.
Todos tenemos ideas más claras sobre la vida de los otros que sobre la nuestra.
Todos somos mejores jueces de lo que piensan y dicen los otros que sobre los que pensamos y decimos nosotros.

Es importante para Jesús saber qué piensa de El la gente.
Pero es posible que eso no fuese más que una introducción para la segunda pregunta.
Porque para El, posiblemente era mucho importante conocer cómo estaban ellos asimilando su doctrina y sobre todo su personalidad. Y de modo particular, a Jesús le interesaba, no tanto el saber lo que sabían o pensaban, sino ¿qué significaba para ellos?

Es la pregunta que todos debiéramos hacernos.
No cuánto sabemos de El.
No qué doctrinas o teorías seguimos sobre El.
No cuál es nuestra teología sobre El.
A Jesús, claro que le importa la “ortodoxia” de nuestras ideas.
Pero a Jesús le interesa más “el significado, el sentido de su vida” en nuestras vidas.
A veces me cuestiono si la Iglesia no estará demasiado preocupada por la “ortodoxia doctrinal” y se preocupe menos de nuestra vivencia de Jesús. Hay más condenas doctrinales que condenas de falta de vivencias.

La fe implica ideas y doctrinas.
Pero la fe no es creer en doctrinas.
La fe es creer en “Alguien”.
Y en Alguien que sea el centro de nuestras vidas.
En Alguien que de sentido a nuestras vidas.
En Alguien que de sentido a lo que hacemos.

La pregunta, más que “¿qué decimos nosotros de Jesús?” debiera ser:
“¿Qué es Jesús para nosotros?”
Se puede saber muchas cosas sobre alguien a quien nunca tratamos.
Se puede saber muchas cosas sobre los demás sin que nos importen nada.
Se puede saber mucho sobre Jesús, sin que él diga algo a nuestro corazón.
Se puede rezar el Credo en la Iglesia, y luego vivir como lo hubiésemos olvidado.

Jesús no vino a crear una escuela de teología. Ni invitó a nadie para que fuese su alumno.
Jesús vino a dar un sentido nuevo a la vida. Por eso las invitaciones que él hace es “a seguirle”. Los llama “Discípulos”, pero, no tanto como aprendices de doctrinas, sino como “aprendices de seguimiento”.

¿Es Jesús el centro de nuestra vida?
¿Es Jesús el centro de nuestro pensamiento y de nuestro corazón?
¿Es Jesús el centro de nuestro caminar?
¿Es Jesús el que da sentido a nuestra existencia?
Pablo supo expresarlo de una manera bien nítida:
“Yo no quiero saber nada entre vosotros sino a Cristo, y este crucificado”.
“Para mí la vida es Cristo”.

Enseñamos doctrinas. Pero enseñamos poco a enamorarnos de El.
Enseñamos doctrinas. Pero enseñamos poco a hacer de Jesús el tesoro de nuestro corazón.
El creyente está llamado a confesar y recitar el Credo, toda esa serie de verdades cristianas. Pero, no por eso somos cristianos.
Comenzamos a ser cristianos cuando nos enamoramos de Jesús y decidimos seguir sus pasos y decidimos vivir como El vivió.
Podemos saber mucha teología de Jesús, pero tener una vivencia muy pobre de él.
Un Jesús que llevamos en la cabeza. Y lo que importa es el “Jesús vida y en la vida”.

Clemente Sobrado C. P.

¿Qué queda de Simón en Pedro?

San Pedro y San Pablo
Día del Papa

Flickr: catholicism

El Domingo 13 A del Ordinario cede hoy el lugar a la fiesta de las dos grandes figuras de la Iglesia: Pedro y Pablo. Un día en el que se dirán maravillas del uno y del otro. Y no es para menos, pues sus figuras son claves en la Iglesia. Y eso no lo podemos negar.

Sin embargo, yo quisiera ser más realista. Y partir de una pregunta que pudiera parecer extraña: ¿Qué queda de Simón en Pedro? Porque primero fue Simón. Y Jesús llamó a Simón. Luego le cambió el nombre por el de Pedro.
Simón, el hombre del lago y de la barca y de la pesca.

Pedro, el hombre de la Iglesia. La roca sobre la que Jesús quiere fundar su Iglesia.
Y todos lo recordamos como Pedro. Y todos lo recordamos como el hombre de las “llaves”.

Pero, la pregunta es: ¿y qué quedó de Simón, el del Lago, en el Pedro de la Iglesia?
¿Desapareció el verdadero Simón?
¿Se quedó solamente el Pedro?
¿O más bien tendríamos que decir que hay en él una mezcla de Simón y de Pedro?
¿Qué quedó en Francisco del Cardenal de Buenos Aires?

El Pedro de la Iglesia no deja de ser el Simón del Lago.
A pesar de que Jesús le cambió de nombre, sin embargo, inmediatamente florece el Simón que no logra entender a Jesús y hasta trata de disuadirle de sus planes y proyectos. Sigue vivo el Simón que busca el triunfalismo mesiánico de Jesús y no acepta la historia del Jesús crucificado.

Sigue siendo el Simón que pelea con el resto sobre la primacía en el nuevo Reino. ¡Quién va a ser el mayor de todos?
Sigue siendo el Simón creído de sí mismo que prefiere morir él por el mismo Jesús.
No entiende que Jesús muera por él, pero él si cree que puede dar la vida por Jesús.
Sigue siendo el Simón cobarde y con miedo que niega a Jesús la noche de la Pasión.

No es cuestión de cambiar simplemente de nombre. La gracia no destruye a la naturaleza. Pedro no destruye a Simón. Y esto se presta para una mejor comprensión de la Iglesia.
El Bautismo nos hace hijos de Dios, pero no borra nuestra condición de hijos de nuestros padres, ni nuestra herencia genética ni nuestra personalidad, ni nuestra sensibilidad y nuestro mundo afectivo, ni nuestras ideas.
Los Papas cambian de nombre cuando son elegidos. Pero no por eso dejan de ser lo que eran. Juan Pablo II seguirá siendo Karol Wojtyla, el hombre de la experiencia del marxismo. Benedicto XVI no dejará de ser Joseph Ratzinger, el hombre profesor de teología y Prefecto de la Congregación de la fe. Francisco no dejará de ser Jorge Mario Bergoglio. Por eso mismo, todos ellos tratarán de conservar la fidelidad a la Iglesia de Jesús, pero cada uno le imprimirá su propia personalidad. Francisco brilla tanto que casi nos hemos olvidado de su nombre de nacimiento.

Como bautizados todos somos Iglesia. Pero todos nosotros arrastramos nuestra cultura y nuestra propia historia. Los Papas son la cabeza visible de la unidad de la Iglesia, pero todos ellos siguen llevando consigo su propia historia humana.

Y lo difícil ahora es ¿qué queda de nuestra herencia biológica y cultural en la experiencia de nuestra fe bautismal?
¿Qué quedó de Wojtyla en la experiencia de su misión como Papa?
¿Qué quedó de Ratzinger en la experiencia pontificia de Benedicto XVI?
¿Qué queda de Bergoglio en la experiencia de Francisco?

Es posible que en todos nosotros, en “Pedro”, quede latente mucho de “Simón”. ¿Y cómo distinguir al Simón del Pedro que todos llevamos dentro? No es fácil a Pedro desprenderse del Simón de antes. No será nada fácil en la Iglesia olvidar el “Simón” que todos llevamos en nuestros genes.
Y por eso, no debemos escandalizarnos de que, más de una vez, aflore el Simón, incluso por encima del Pedro en la Iglesia. Las ansias de triunfalismos. Las ansias de poder. E incluso nuestros miedos en la hora de la Pasión de la Iglesia.

Porque, ¿alguien pondrá en duda de que también la Iglesia busca sus triunfalismos?
Porque, ¿alguien pondrá en duda de que también en la Iglesia se dan las ansias de poder, de estar arriba y ser el primero?
Porque, ¿alguien pondrá en duda de que también en los momentos difíciles de afrontar los cambios que nacen de la Pasión, también sentimos miedos, indecisiones y hasta preferimos evadir los verdaderos problemas que hoy nos plantean los hombres y las culturas?

¿Cómo distinguir en la Iglesia a “Simón” de “Pedro”?
¿Cómo distinguir en la Iglesia su condición humana de su condición divina?
¿Cómo distinguir la Iglesia de los hombres de la Iglesia Trinitaria?
¿Cómo distinguir la Iglesia Pueblo de Dios de la Iglesia de Jesús?

¿Dónde están las fronteras? ¿Dónde están los límites?
¡Si al mismo tiempo Simón es Pedro y Pedro es Simón!
Pedro tendrá que ser fiel a Jesús y Simón tendrá que ser fiel a sí mismo.
La Iglesia tendrá que ser fiel a Jesús, pero tendrá que ser fiel también a Dios en la historia de los hombres. Fidelidad al Evangelio y fidelidad a las legítimas aspiraciones, problemas e interrogantes de los hombres en cada momento de la historia.

Clemente Sobrado C.P.