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El Evangelio se escribe con los pies

Domingo 2 B Tiempo Ordinario

Es posible que a muchos les pueda parecer extraño este título de que “El Evangelio se escribe con los pies”.
Es que estamos acostumbrados a que todo se escribe con la cabeza y el bolígrafo o la pluma.
Un Evangelio escrito con ideas.

Flickr: Aztlek

Y sin embargo, el Evangelio comenzó a escribirse con los pies.
El primer Evangelio, el que vivió Jesús y el que vivieron sus primeros seguidores no fue un Evangelio escrito en los libros sino escrito en la vida.
Jesús escribe con los pies
El Evangelio de hoy nos habla de cómo Juan se fijó en Jesús que pasaba. No dice de dónde venía ni a donde iba. Sencillamente es el Jesús que pasaba, caminando sobre las arenas calientes del desierto, y ese era el “Cordero de Dios”. El primer reconocimiento de Jesús como el Salvador. Y la primera manera de revelarse Jesús como el Cordero de Dios.

Jesús no se reveló escribiendo libros ni escribiendo el Evangelio. Felizmente no sabemos si sabía escribir. Felizmente Jesús no nos dejó nada escrito. Todo lo que escribió lo hizo caminando entre los hombres, viviendo entre los hombres y para los hombres. Lo que sí sabemos es que su vida se manifestaba en su caminar por la vida. Jesús primero se revela a través de sus pies de caminante, “fijándose en Jesús que pasaba”. Es ahí dónde Juan lo reconoce. En el “que pasaba”, en el que “caminaba”.
No es un Evangelio de ideas frías y de laboratorio.
No es un Evangelio plasmado en las páginas de un libro.
Es el Evangelio escrito con los pies sobre las arenas del camino.
Es el Evangelio escrito en una vida que ni siquiera dice nada.
Es el Evangelio del “que pasa”, del que camina.
Es el Evangelio del que “está ahí” y cuya vida sorprende y llama la atención.
El primer Evangelio de los seguidores de Jesús
Y lo curioso es que el primer Evangelio que leen sus seguidores es precisamente el Evangelio del que pasa.
Y los dos primeros discípulos que encuentran a Jesús comienzan también a escribir el Evangelio de los hombres, el Evangelio de los seguidores poniéndose en camino.
“Los dos discípulos oyeron las palabras de Juan y le siguieron a Jesús”.
Ahí comenzamos los hombres a escribir el Evangelio del seguimiento.
Un Evangelio escrito también con los pies. “Le siguieron”.
Y es ahí donde comienza el Evangelio del primer encuentro de Jesús con los hombres y de éstos con Jesús.
Es el Evangelio de los “pies”, es el Evangelio “del camino”.

“Al ver que le seguían”. No al ver que estaban sentados sino al ver que también ellos comienzan y se deciden a caminar. Ese el Evangelio de Dios a los hombres y de los hombres con Dios: “Evangelios de caminantes, Evangelio del camino”.

No se escribe el Evangelio acodándonos en nuestras hamacas, sino poniéndonos en camino, haciéndonos caminantes con el Caminante.
Porque es ahí donde, caminando, que Jesús entabla su primer diálogo con los hombres: “¿Qué buscáis?”

“Maestro, ¿dónde vives?” Es el Evangelio del que busca, del que quiere saber dónde encontrar y compartir la vida con Jesús. Y es el Evangelio de la respuesta de Dios: “Venid y lo veréis”.
Dios en camino.
Los hombres en camino.
Dios y los hombres al encuentro.
Y al final, el primer capítulo del Evangelio se escribe en “ver dónde vive Dios y quedarse con él aquel día”.

Es el Evangelio en que Dios pregunta “qué buscamos”.
Es el Evangelio en el que los hombres preguntan “dónde estás, dónde vives”.
Es el Evangelio donde, por primera vez, hombres y Dios comparten juntos un mismo día: “y se quedaron con él aquel día”.

Un Evangelio que comienza con un Dios que “pasa”.
Un Evangelio que comienza con unos hombres que “le siguen”.
Un Evangelio que comienza con la búsqueda de Dios.
Un Evangelio que comienza con el quedarse los hombres compartiendo con Dios.

Estamos demasiado habituados a leer el Evangelio en los libros.
Estamos poco habituados a leer el Evangelio de los caminos.
Estamos demasiado habituados a leer el Evangelio escrito.
Estamos poco habituados a leer el Evangelio escrito con los pies.
Estamos demasiado habituados a hablar del Evangelio con palabras.
Y es preciso que aprendamos a hablar del Evangelio escrito con nuestros pies.
El Evangelio del Dios que camina hacia los hombres.
El Evangelio de los hombres que caminan hacia Dios.
El Evangelio de los hombres que buscan donde está Dios.
El Evangelio de los hombres que son capaces de vivir con Dios una tarde.
Es el Evangelio escrito no en papel sino “en los caminos”.
Es el Evangelio escrito no con las manos sino con los “pies de caminante”.
Es el Evangelio que nos pone en camino hacia los hombres, para encontrarnos con Dios.
Es el Evangelio que nos pone en camino hacia Dios, para encontrarnos con los hombres. “Hemos encontrado al Mesías”. Y se abre la deuda de los caminantes: “Andrés y Juan eran los que oyeron a Juan y siguieron a Jesús”. Y Andrés y Juan son los primeros en anunciar a Simón la buena noticia del Mesías.

Clemente Sobrado C. P.
www.iglesiaquecamina.com

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Bocadillos espirituales para el Adviento y la Navidad: Segundo Domingo de Adviento

Domingo 2 B Adviento

“Jesús recorría todas las ciudades y pueblos, enseñando y proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia”. (Mt 9,35-10m1.6-8)

Proclamar el Evangelio, sí. Pero ¿sólo de palabra?
Me gusta la respuesta de los dos de Emaús:
“Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo”.
Mateo antepone primero la “enseñanza y la proclamación”, luego, “la sanación”.
Lucas antepone primero “las obras” y luego “las palabras”.
No me hago problemas con lo del orden.
Pero sí resulta importante que “la palabra va acompañada de las obras, y las obras de las palabras”.

Misión bella y hermosa la de llevar por todos los caminos de la vida la Buena Noticia del Reino. No solo en las ciudades que siempre suelen ser las privilegiadas, sino también en los pueblos pequeños, en las aldeas, que también ellos tienen derecho al regalo del Reino.

Es posible que, pudiera parecer extraño o incluso sin importancia, sin embargo:
Todos tenemos más vocación de ciudad,
Que vocación de aldea.
Más vocación de calles asfaltadas.
Que de caminos polvorientos.
Más vocación de las comodidades que ofrecen las ciudades.
Que las carencias que existen en las aldeas.
¿Dónde hay más sacerdotes? ¿En las grandes ciudades o en las aldeas?
¿Dónde hay más atención religiosa? ¿En el corazón de las ciudades o en las zonas marginales?

Pero una misión que no queda reducida a las palabras o anuncios.
Es la misión de “sanar toda enfermedad y dolencia”. Desde el Evangelio todos tenemos vocación de médicos.
Porque todos podemos y debemos sanar muchas enfermedades.
Porque todos podemos y debemos sanar muchos corazones que sufren.
Porque todos podemos y debemos sanar muchas penas en el alma.
Porque todos podemos y debemos sanar muchas heridas del corazón.
Porque todos podemos y debemos sanar muchas soledades vacías y silenciosas.
Porque todos podemos y debemos sanar muchas tristezas del corazón.
Porque todos podemos y debemos sanar muchas desilusiones y fracasos.
Porque todos podemos y debemos sanar muchas ilusiones frustradas.
Porque todos podemos y debemos secar una lágrima y hacer brotar una sonrisa.

Todos somos testigos de que, tanto en las ciudades como en las pequeñas aldea, abundan las dolencias y las penas.
¡Cuántas vidas no comprendidas!
¡Cuantas vidas sin esperanza!
¡Cuántas vidas que han perdido el sentido de vivir!
¡Cuántas vidas pintadas por fuera, pero sangrantes por dentro!
¡Cuántas vidas que esperan ser acogidas por una mano abierta!
¡Cuántas vidas que esperan tan solo una palabra amiga!
¡Cuántas vidas que esperan se les reconozca su dignidad de personas!

Y ahí está nuestro quehacer diario.
No quedarnos viendo televisión.
Sino “recorrer caminos”.
No esperar a que nos busquen, sino salir a buscarlos.
Anunciando y proclamando el Reino, claro que sí.
Pero “sanando y curando”.

Bienaventurados los solidarios
Porque siempre tendrán alguien con quien compartir.
Porque siempre tendrán alguien que los necesita.
Porque siempre tendrán alguien que lo está pasando mal.
Porque siempre tendrán quien les tienda la mano pidiendo algo.
Porque siempre tendrán alguien que necesita de su alegría.
Porque siempre tendrán alguien que necesita una palabra de aliento.
Porque siempre tendrán alguien que necesita una compañía.
Porque siempre tendrán alguien que espera una palabra de bondad.
Porque siempre tendrán alguien que espera una mano para levantarse.
Porque siempre tendrán alguien que está sufriendo en silencio.
Porque siempre tendrán alguien que llora en su corazón.
Porque siempre tendrán alguien que no sabe el camino.
Porque siempre tendrán alguien que busca y no encuentra.
Porque siempre tendrán alguien que quiere y no puede.
Porque siempre tendrán alguien a quien regalar un abrazo.
Porque siempre tendrán alguien a quien sonreír.
Porque siempre tendrán alguien a quien decirle “Te amo”.

Clemente Sobrado C.P.

Bocadillos para la Pascua de Resurrección: Sábado después de la Ascensión

“Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios.
No llevéis oro, ni plata, ni cobre en vuestras fajas, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento”. (Mt 10,7-13)

Hay una frase que suele repetirse hoy mucho: “aprender haciendo”.
Jesús también quiere que los discípulos aprendan haciendo y siendo testigos de lo que El mismo hace y no solo escuchando.
Y los envía a hacer sus primeros pinillos de anunciadores del Reino.
Les encomienda su propia misión “anunciar que el Reino de los Cielos está cerca”.
Les encomiendo ser portadores:
De buenas noticias.
De gozosas esperanzas.
No los envía de moralizadores.
Ni los envía para anunciar amenazas.
Ellos tienen que llevar una luz y una razón de esperanza a las gentes.

La gente tiene suficientes problemas. Suficientes sufrimientos y conflictos.
La agente sufre y sus esperanzas se marchitan con frecuencia.
El discípulos de Jesús tiene la misión:
De llevar alegría.
De llevar ilusiones.
De llevar esperanzas que despierten los corazones y se abran a la vida.

Pero, no han de ir como simples predicadores, porque de palabras ya estamos todos bastante bien surtidos. La gente necesita realidades, necesita hechos.
Necesita oír pero más todavía ver y experimentar.
La gente necesita de quienes les alivien y liberen. Por eso, los discípulos tienen la misión de anunciar con señales la cercanía del Reino:
sanad enfermos,
resucitad muertos,
limpiad leprosos,
expulsad demonios.

La gente no vive de bonitas palabras. “Vaya usted con Dios”. “Que Dios lo bendiga”.
Está bien que “vaya con Dios”, pero si a la vez vuelve con salud o vuelve libre de esos malos espíritus que le carcomen por dentro, mucho mejor.
El que tiene hambre, no quiere explicaciones sobre el pan, sino que le regalemos un pan.
El que está desnudo o mal vestido, no quiere explicaciones de cómo se hacen los vestidos, sino que le regalemos uno.

Está bien que “Dios los bendiga”. Pero Dios les bendice y hace visibles sus bendiciones en ese pan que le regalamos, en esa medicina que le compramos, en ese pescado que le damos.

Por eso el Reino de Dios no se puede anunciar escondiéndolo tras un montón de maletas de turista.
¿Se han fijado en la cantidad de maletas cuando vamos o salimos del aeropuerto?
Con frecuencia vemos más las maletas que al pasajero.
Y estamos más preocupados de las maletas que de los que nos esperan.
¿No han tenido la experiencia de salir del aeropuerto no ver al que les espera y se han tomado un taxi por su cuenta?

Por eso mismo Jesús, quiere que el Reino se anuncie sin maletas.
Que no ocultemos el Evangelio detrás de nuestra billetera.
Que no ocultemos el Evangelio detrás de la elegancia de nuestro vestir.
Que no ocultemos el Evangelio detrás de nuestros diplomas o títulos.
El Reino de Dios y el Evangelio que lo anuncia, no necesitan adornos ni decoraciones.
Ellos brillan suficientemente por sí mismos.
Y el Evangelizador tiene que sentirse libre, ver a la gente en vez de preocuparse de que no le roben su chequera o sus Tarjetas de Crédito.
A un amigo mío le habían pedido dar unas charlas en un pueblo joven. Y pensaba irse en su Mercedes. Menos mal que aún queda gente cuerda y le dio una requintada. “Te vas en microbús” como van los pobres a quienes les llevas la Buena Noticia de Dios.

¿No necesitaremos caminar más y viajar menos en Mercedes?
¿No necesitaremos más subirnos al microbús en vez de ir cómodamente en nuestro Mercedes?
¿No estarán de más muchos capisayos por muy eclesiásticos que sean?

Clemente Sobrado C. P.

La mies es la misma y mas abundante

Domingo 14 c del ordinario

Al leer el Evangelio de hoy me viene a la mente un recuerdo de mi infancia. En el pueblo, digamos en la aldea, no había fuentes de trabajo. Por eso, cuando llegaba el verano, el tiempo de la siega, la aldea se quedaba casi vacía de hombres y mujeres. Todo el que podía hacer algo se iba a Castilla para segar el trigo. Era un tiempo feliz donde la gente podía ganarse “alguito”, que para una aldea era mucho.

Los años han pasado y hoy nadie va a segar a Castilla. Las máquinas modernas han suplantado a las personas. Los amplios campos de trigales de Castilla ya no están para que ser segados con la hoz ni empacados en pequeños paquetes de paja con su espiga. Hoy todo lo hace la máquina. Siega, trilla y empaca. Han cambiado los tiempos.

Me pregunto ¿qué diría Jesús hoy si vieran estas tremendas máquinas segadoras que lo hacen todo? El mundo es más grande que Castilla. Y las mieses siguen siendo abundantes. Lo que sucede es que estas mieses en las que piensa Jesús no pueden segarse con la hoz ni con las máquinas. La imagen de la “mies” es realmente significativa. Y sigue siendo válida. Y eso de los “obreros son pocos” tampoco creo que ha perdido su actualidad.

Pero, no puedo olvidar lo de la siega de mis tiempos de los trigos de Castilla. Los campos siguen siendo los mismos. Los trigales posiblemente son muchos más en el día de hoy. Pero han cambiado los sistemas.

Me sigo preguntando, ¿y nosotros seguiremos siendo los segadores de hace tantos años o no tendríamos que cambiar también de sistemas? Es posible que hace unos años los obreros de los campos y las mieses del Señor tuviesen su manera de sembrar y de segar. Pero también hoy han cambiado mucho las cosas.
Los hombres siguen siendo los mismos, pero también diferentes.
Las inquietudes y problemas de los hombres siguen siendo los mismos, pero también diferentes.
El corazón de los hombres sigue siendo el mismo, pero también diferente.
Antes se podía llevar un sermón repetido en infinidad de sitios, prescindiendo de la realidad de cada situación.
Se podía hablar sin tener en cuenta la realidad de cada corazón y de cada mente.

Hoy posiblemente esto ya no sirva. Tampoco nosotros podemos trabajar la mies del Señor con la antigua hoz. Y necesitemos cambiar de sistema. Tal vez no nos sirvan las nuevas máquinas segadoras de Castilla, pero sí necesitemos buscar los nuevos modos y sistemas de acercarnos a los hombres y de anunciar el Evangelio. Es posible que ya no nos sirvan los sermones del pasado y tengamos que redactar sermones nuevos, pero primero escuchando a los hombres, entrando en sus corazones, en su mundo, en sus preocupaciones y problemas.
Es más. Tal vez ya no nos sirva el sistema de contar con grandes masas que nos escuchen y tengamos que acercarnos a cada uno en particular y hablarle a cada uno el lenguaje que él pueda entender. Nadie cuestiona hoy en Castilla que antes se segaba todo con la hoz y se necesitaba de mucha gente. Tampoco nadie debiera cuestionar hoy el cambio de nuestra manera de proclamar y anunciar el Evangelio hoy.
Tal vez hoy no necesiten de sermones, pero sí de alguien que les escuche primero.
Tal vez hoy no necesiten de muchas palabras, pero sí de alguien que les tienda una mano y los acompañe en el camino como Jesús con los dos de Emaús.
Tal vez hoy no necesiten de muchos discursos dichos desde los púlpitos de las Iglesias, pero sí de más encuentros personales en la calle, en el hogar, en la oficina o incluso en su mundo de diversión.
Tal vez hoy no estén dispuestos a que les demos nuestras ideas, sino que les ayudemos a que sean ellos mismos los que se encuentren con el Evangelio.

Pero, claro, esto es posible que requiera de muchos más obreros. Y nos convierta a todos en segadores, aunque yo preferiría decir que, más que segadores, que a todos nos encanta segar lo que ya está maduro, el Evangelio necesite hoy de más sembradores.
Se necesite más de una pastoral personal, capilar, de contacto individual.
Se necesite más de una pastoral de siembra.
Se necesite más de una pastoral de acompañamiento hasta que la gente encuentre por sí misma su verdad y sus respuestas.
Recordemos a la Samaritana del pozo. Luego de abrirles el camino para el encuentro con Jesús, todos dicen felices: “ahora creemos no porque tú nos lo has dicho, sino porque nosotros mismos lo hemos visto”.

Los hombres son los mismos.
El Evangelio también es el mismo.
Los caminos son diferentes.
Los métodos son distintos.
Y los encargados de anunciar el Evangelio, la Iglesia, también debemos ser distintos.
Las máquinas han suplido mucha mano de obra. Pero el Evangelio necesita cada día más obreros, más mano de obra. Las máquinas han dejado a muchos sin trabajo. El anuncio del Evangelio necesita cada día más trabajadores. En esa mies del Señor, todos tenemos algo que hacer. Todos estamos llamados e invitados. Aquí nadie podrá decir que no tiene empleo o trabajo.

Clemente Sobrado C. P.

www.iglesiaquecamina.com

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La Buena Noticia para los pobres

Escucha la Homilía del Domingo 24 de enero del 2010