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Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Domingo 13 – Ciclo B

«Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo,y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas, ven y pon las manos sobre ella, para que se cure y viva”. “Tu hija ha muerto. ¿para que molestar más al maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe”. La niña no está muerta está dormida”. La cogió de la mano y le dijo: “Talitha qumi: “contigo hablo, niña, levántate”. (Mc 5,21-43)

Ayer era un Canturión romano.
Y era un empleado suyo.
Hoy es un jefe de la sinagoga.
Y es su hija que se está muriendo.
Ayer se pedía la sanación y dejase de sufrir.
Hoy se pide que “se cure y viva”.
Y de por medio está siempre la fe de la oración.
Y hoy como ayer vemos a Jesús tocando su mano el sufrimiento humano.
Jesús tiene una sensibilidad especial para con los que sufren.
Jesús se mueve a gusto en medio del dolor y del sufrimiento.
No para contemplarlo sino para sanarlo.
Pero siempre pendiente de la fe de alguien.

Constantemente le pedimos a Dios en los momentos de dolor.
Con frecuencia nos quejamos de no ser escuchados.
Cierto que Jesús no vino a suplir a los médicos.
Ni vino para que vivamos de los milagros.
Como si los buenos no debiesen sufrir.
Pero ¿nos hemos planteado con qué fe oramos?
¿Cuál es la verdad de nuestra fe?
No es nuestro sufrimiento el que hace milagros.
Solo la fe es capaz de hacer milagros.

Hay muchos hijos que creemos muertos.
Y sin embargo, son hijos que “no está muertos sino que duermen”.
Que solo necesitan que la mano de Dios les toque y los despierte.
Hijos a los que damos por perdidos.
Pero en los que las semillas sembradas están dormidas.
Hijos que damos por perdidos.
Porque no tenemos fe en ellos y los tratamos como muertos.
Hijos que, en vez de echarlos de casa necesitan:
Que alguien los “coja de la mano”.
Que alguien les invite a levantarse.
Que alguien les invite a ponerse en pie y vivan.

Hijos a los que damos por muertos.
A los que no devolvemos a la vida con lloros y gritos.
A los que solo haremos regresar a la vida tomándoles de la mano.
A los que solo haremos regresar a la vida con una voz de esperanza: “Contigo hablo, hijo, levántate”.
No resucitamos lo que creemos muerto con lloros.
No resucitamos lo que creemos muerto con lágrimas y gritos.
Sino teniendo fe en ellos.
No viendo muerto lo que aún tiene vida, pero que está dormido.
¡Cuantos hijos damos por muertos!
¡Y son hijos a quien el ambiente sencillamente tiene dormidos!
¿Tendremos fe en ellos?
Nuestros hijos mueren cuando perdemos la fe en ellos.
Resucitan cuando volvemos a creer en ellos.
Y está bien les hagamos tratamientos.
Pero ¿Cuándo les hacemos sentir la mano y la voz de Jesús que los invita a levantarse?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 4 a. Semana – Ciclo A

“Se acercó un jefe de la sinagoga que se llamaba Jairo, y al verle se echó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas; ven, pon tus manos sobre ella para que se cure y viva”. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había gastado en eso toda su fortuna, pero en ve de mejorar, se había puesto peor. ¿Quién me ha tocado el manto? “Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz con salud”… «Tu hija ha muerto». Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo: “No temas basta que tengas fe”. (Mc 5,21-43)

A Jesús no le vemos en las fiestas.
A Jesús no le vemos donde todo va bien.
A Jesús le vemos en contacto con el dolor.
Aquí dos situaciones dolorosas.
Una la de la niña que se está muriendo.
Dos una mujer con doce años de enfermedad, gastando toda su fortuna, y siendo religiosamente impura y marginada.

Jesús sabe mucho del dolor humano.
Jesús se siente muy tocado por el sufrimiento humano.
Jesús no se hace indiferente al sufrimiento humano.
No importa si es Jefe de la Sinagoga.
O es una mujer religiosamente impura.
El dolor no tiene clases sociales.
El dolor no tiene distinción de personas.
El dolor no tiene apellido.
El dolor tiene como sujeto a la persona.
Buena o mala.
Religiosa o atea.
Religiosa o impura religiosamente.
Para Jesús todos tienen un nombre, no importa su clase social.

A la niña que ya dan por muerta, Jesús solo pide fe.
A la mujer enferma doce años, solo admira su fe.
Y Jesús no busca en modo alguno llamar la atención ni figurar.
A Jesús solo le interesa la fe de las personas en él.

Este es nuestro problema.
Podemos acudir a él.
Pero cuál es nuestra fe.
Podemos rezar mucho.
Pero con qué fe le rezamos.

Jesús descubre la fe en el encargado de la Sinagoga.
Jesús descubre la fe en una mujer impura.
Jesús no hace distinción de personas.
Jesús no se fija en que título tenemos.
Jesús no se fija en nuestros diplomas,
Lo que a Jesús le interesa es con qué fe acudimos a El.

Puede que este sea nuestro problema.
No es suficiente acudir a él.
Puedo que acudamos con muy poca fe.
Y sin fe, Jesús no puede hacer nada.
Nos lamentamos de que no nos ha escuchado.
Pero no nos preguntamos con qué fe le hemos hablado.

Jairo sigue teniendo fe aunque le anuncien la muerte de su hija.
La mujer enferma tiene una fe que cree que con solo tocarle el vestido es suficiente.
Y por eso mismo:
Jesús nunca dice “yo te he curado”.
Jesús nunca dice “yo te he devuelto a la vida”.
Jesús siempre atribuye a la fe de la persona el milagro de la salud.

No importa lo que los demás piensen de ti.
No importa lo que los demás crean de ti.
No importa lo que tú haces.
No importa lo que tú eres.
Lo importante es lo que tú crees.

No nos lamentemos de que no nos escucha.
Veamos con qué fe hemos acudido a él.
No es cuestión de rezar, sino cuestión de tener fe.
El problema es nuestra fe.
El problema es qué tipo tenemos de fe.
Es cuestión de calidad de fe.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Lunes de la 14 a. Semana – Ciclo C

“Se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo: “Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza y vivirá”. Una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con solo tocarle el manto quedaría curada. Jesús se volvió y al verla le dijo:”¡Animo, hija! Tu fe te ha curado”. “Fuera. La niña no está muerta, está dormida”. Cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie”. (Mt 9,18-26)

Hace unos meses, un compañero mío tuvo que legalizar unos papeles.
Si mi memoria no me falla tuvo que tocar a unas diez ventanillas.
Y no en el mismo edificio sino recorriendo Lima de punta a punta.
Siento que nosotros para hacernos importantes necesitamos complicar las cosas.
Siento que nosotros para demostrar que somos algo necesitamos que los demás tengan que aburrirse de tocar puertas.

Por eso me encanta Jesús y lo que dicen de El los Evangelios.
Cuando se trata de dar vida, su actitud es ahora.
Cuando se trata de devolver la salud a alguien, su actitud es ahora.
No se da ninguna importancia.
No complica las cosas ni hace sufrir con la espera.

La niña que acaba de morir, no tiene por qué esperar a levantarse.
El papá que llora de rodillas, no tiene por qué esperar a recuperar a su hija.
La mujer que esperó doce años con su impureza legal, no tiene por qué esperar.
La mujer que esperó doce años a sentirse limpia, le bastó tocar la orla del manto.

Cuando nos hacemos los importantes, haciendo esperar a los demás, demostramos:
El poco aprecio que tenemos por los demás.
La poca estima que tenemos por los demás.
Lo poco que valoramos a los demás.
Lo poco o nada que nos dice el sufrimiento del que tiene que esperar y dar mil y una vueltas tocando puertas.
Lo poco que nos dice el tiempo que hacemos perder a los demás inútilmente.

La mejor manera de hacer el bien es:
Hacerlo sin ruido.
Hacerlo sin llamar la atención.
Hacerlo sin que nos tengan que rogar.
Hacerlo sin que nos tengan que dar gracias.
Hacerlo sin que nos crean superiores.
El bien que saca mucho ruido humilla al que lo recibe.
El bien que saca mucho ruido habla más de nosotros que de los otros.

Cuando se trata de dar vida, el tiempo no puede esperar.
Cuando se trata de regalar vida, el tiempo no puede esperar.
Cuando se trata de devolver la pureza de las personas, el ruido sirve de poco.
Cuando se trata de devolver la dignidad a las personas, el ruido oculta la bondad.
Cuando se trata de devolver la dignidad a las personas, el tiempo es ahora.

La religión que necesita sacar mucho ruido, puede terminar vacía.
La religión que necesita llamar la atención de los de arriba, puede que esté vacía.
La religión que necesita de mucha publicidad, quiere decir que tiene poca vida.
La religión que necesita hacernos esperar, quiere decir que no es la de Jesús.

Le mejor religión es la que devuelve la vida.
La mejor religión es la que devuelve la dignidad de las personas.
La mejor religión es la que hace el bien en silencio.
La mejor religión es la que hace mejores a los demás.
La mejor religión es la que no hace esperar.
La mejor religión es la que no hace acepción de personas.
Lo mismo vale un “personaje”, que una “mujer desconocida del pueblo”.
Jesús, en la mismísima cruz, le dice al buen ladrón: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Por eso Dios es “hoy”.
Por eso el amor es “ahora”.
Por eso la vida es “ya”.

Clemente Sobrado C. P.