Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo A
Que Jesús era desconcertante, sí lo era. Porque de cuando en cuando o tiene una salidas que desconciertan a todos, o tiene unos gestos que vaya… Y esta vez la armó él mismo. Siempre evitó grandes manifestaciones que se prestasen a engaños y equívocos en torno a su persona. Cuando quisieron hacerle rey se escapó y los dejó plantados. ¿Cómo es que ahora, el primer día de su última semana, se le ocurre armar el lío que armó?
El mismo manda que le traigan el pollino. Y en abierta provocación se le ocurre entrar en Jerusalén montado en un pollino. Bueno, nosotros diríamos hoy en un burro.
Y la gente se le une y le alfombran el camino. Y le entonan himnos mesiánicos. “Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”
Por primera vez se presenta oficialmente en Jerusalén como el verdadero Mesías, provocando las iras de los Jefes. Y el aplauso de la gente sencilla.
No entra a caballo como los grandes. A Dios le basta un pollino, un borrico.
No entra acompañado de los grandes. Dios se siente mejor con la gente sencilla del pueblo.
No se pone traje de gala, sino el vestido raído de cada día.
No le hacen ningún arco de flores. Le bastan los mantos de la gente y las ramas cortadas de los árboles.
Tampoco entra a hurtadillas y medio a escondidas como otras veces. Sino abiertamente. Provocadoramente. La gente lo aclama con cantos. Jerusalén entera se alborota. Y la gente lo aclama: “Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea”.
Ya no es el momento de los discursos. Es el momento de los gestos.
Ya no es el momento de las palabras. Es el momento de los hechos.
Aquí no hay discursos a la gente. Sus únicas palabras es reclamar un pollino.
Ya no es el momento de esconderse. Es el momento de dar la cara.
Ya no es el momento de las prudencias. Es el momento de los riesgos.
Ya no es el momento de ocultar su mesianidad. Es el momento de proclamarla.
La Iglesia necesita de gestos. Pero de gestos evangélicos.
Más que de grandes discursos, con frecuencia muy lejanos de la comprensión del pueblo sencillo, cargados de grandes teologías, la Iglesia necesita de gestos sencillos que el pueblo entienda, que el pueblo viva y sienta.
Tenemos demasiados exhibicionismos que, tendrán buena voluntad, pero tienen poco de la sencillez de Jesús.
Tenemos grandes presentaciones, que posiblemente sean bien intencionados, no dudamos de la sinceridad de nadie, pero que expresan poco la sencillez y la pobreza de Jesús.
¿Cuándo será que podamos ver a nuestras autoridades religiosas, no en grandes automóviles sino montados en un borrico?
No en briosos caballos, sino en sencillos burros.
No con grandes capisayos que chocan con el vestido remendado de la gente del pueblo.
No con audiencias privadas con los grandes personajes, mientras que el pueblo sencillo tiene que mirar desde la barrera, desde lejos.
Jesús entró en Jerusalén, no rodeado con las grandes autoridades religiosas y políticas, sino metido entre la gente del pueblo. Cercano al pueblo. Tocando al pueblo. Oliendo a pueblo. Oliendo a sudor de peregrinos que venían a la fiesta.
Y no es que Jesús busque las grandes manifestaciones populares.
No fue él quien preparó a la gente para armar la procesión. No tuvo un maestro de ceremonias para que la cosa resultase bonita. No pidió que la policía le acompañase ni que le prestaran guardaespaldas para su seguridad personal. Fue la gente que se unió a El..
Con frecuencia confundimos nuestra vitalidad cristiana con las grandes masas en torno a las grandes figuras de la Iglesia. Medimos nuestra fe por las estadísticas de los que asisten a esas grandes manifestaciones. Y luego, todos somos conscientes de que todo sigue igual, que las grandes masas no suelen cambiar después de los grandes aplausos y vivas.
Jesús mismo vivió esa experiencia. Esas mismas masas que hoy le acompañan, dentro de unos días pedirán que lo crucifiquen. Los entusiasmos masivos tienen muy poco de personalización de la fe. Es más el sentimentalismo del momento que una experiencia profunda del Evangelio.
El no fundó una Iglesia de grandes masas. Por el contrario, habló de una Iglesia “pequeño rebaño”, “sal y fermento”. Una Iglesia enviada como “corderos en medio de lobos”.
Jesús comienza la gran semana montado en un borrico. Signo de la humildad y de la sencillez. Signo de la pobreza evangélica. Que son las verdaderas señales de su mesianidad. Y morirá desnudo en una cruz, en medio de las irrisiones y burlas de todos. ¿No estaremos buscando demasiado el prestigio de la Iglesia? ¿No estaremos demasiado preocupados por una Iglesia que deslumbre, en vez de una Iglesia sencilla y pobre y sin prestigio social? ¿No tendremos en la Iglesia demasiados “Mercedes” y muy pocos pollinos?
No basta predicar la pobreza. Se necesitan testigos pobres. No basta hablar de los pobres. Se necesitan pobres con los pobres, compartiendo la misma pobreza. Se necesitan más sotanas remendadas. Se necesitan menos zapatos lustrados, y más pies oliendo a polvo de los caminos.
Dios no necesita de los Ferrari ni de los Mercedes. A Dios le basta un pollino.
Clemente Sobrado C.P.