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Vivir la Semana Santa

Todas las semanas son santas. Pero ésta tiene un algo especial, pues recuerda la última semana de vida de Jesús, y los grandes acontecimientos de su Pasión, Muerte y Resurrección.

Bien le pudiéramos llamar la Semana de la plenitud de Dios y también de la plenitud del hombre.
Porque es el final de toda la historia de Dios con el hombre.
Siglos de historia, Dios revelándose poco a poco al hombre y descubriendo la verdadera dignidad del hombre.
Hasta entonces, Dios se había manifestado de a poquitos.
Como quien dice, Dios iba abriendo pequeñas rendijillas para dejar salir algo de sí mismo para que el hombre lo reconociese.

Pero en esta Semana Santa:
Dios se abrió del todo.
Si dijo todo.
Se dio todo.
Se entregó todo.
A partir de su muerte, Dios ya no tiene nada más que decirnos de sí mismo.
Quien se da entera, se da del todo y no tiene nada más que dar.

Ahora sí que podemos decir que Dios es “amor”, que Dios “nos ama”. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”.
Pero cuando Dios se dice entero, y se revela como amor, nos está revelando y manifestando también a nosotros en nuestra verdadera dignidad.
¿Tanto ama Dios?
Y ¿tan grande es el hombre?

La Semana Santa es la plenitud de lo humano y lo divino de Dios.
La humanidad de lo divino, llega a su más honda profundidad.
Y lo divino de la humanidad llega a la plenitud de humanidad.

La Semana Santa huele a dolor, a sangre, a clavos y a maderos.
Por eso huele a muerte.
Pero, la Semana Santa huele, sobre todo a entrega, a libertad, a fidelidad, a generosidad.
Habla de muerte, pero anunciando la vida.
Vemos muerte, pero esperando la vida.
Tocamos la muerte, para luego encontrarnos con la vida.

Porque la Semana Santa no termina en la Cruz ni en el Calvario.
La Semana Santa termina en la explosión de la vida que rompe los lazos de la muerte y se hace Pascua de Resurrección.

Por eso, es una Semana:
donde los ruidos están de sobra
y se necesita el silencio.
Porque es más lo que tendremos que escuchar que lo que tenemos que decir.
¿No podríamos regalarnos unos minutos de silencio para escuchar esa palabra hecha de muerte pero proclamando la vida?

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir la Semana Santa: Domingo de Ramos – Ciclo A

La fe de los sencillos

El Domingo de Ramos es la fiesta de los sencillos, de quienes necesitan expresar sus sentimientos en manifestaciones populares, simples como su propia fe y su propio corazón.

Cuando el corazón no está manchado de falsos intereses se expresa en cosas simples, pero auténticas.
Cristo dijo: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”
La gente del pueblo rindió en este día su homenaje público a la divinidad de Jesús el Mesías, “el que viene en nombre del Señor”.
Tal vez no fue una fe muy ilustrada, pero era fe. Lo aceptaban y se entregaban a El.

Fue el pueblo sencillo el que abrió la semana santa, poniendo luz y calor en la figura de Jesús.
Serán luego los grandes quienes la oscurezcan en estos días.
Pero el pueblo ya ha dicho su palabra.
Volverá a callar el Viernes Santo, ya que su propia sencillez se dejará manipular por sus propios jefes espirituales.
Pero en su corazón seguirá creyendo en Jesús de Nazaret el “bendito de Dios”.

Domingo de Ramos es la confesión pública de la fe de un pueblo.
No basta creer en privado.
Hay que expresar también esa fe en la vida social, en la vida pública.
Suele existir una falta de coherencia:
entre pensamiento y vida,
entre lo privado y lo público,
entre nuestro ser y nuestro obrar.

Ramos es la reacción espontánea del pueblo y la rabia de los jefes al sentirse desbordados y no secundados por las masas.
A las masas se las pretende atar siempre a nuestros gustos y caprichos y egoísmos. Las gentes sencillas no siempre conectan con nuestras ideas abstractas.
Prefieren la sencillez y espontaneidad de un Mesías montado en un borrico.
Prefieren todo aquello que sabe a vida, que sabe a sinceridad.

Por eso es preciso ahondar nuestra fe, para no ser tan fácilmente manipulados por ideologías interesadas.
Necesitamos profundizar aquello que creemos,
conocerlo mejor,
saber dar razón de nuestra esperanza.

Es la primera vez que Jesús decide dejarse llevar del entusiasmo de la gente.
Es la primera vez que mezclado entre la gente, decide hacer su ingreso en Jerusalén provocando la ira y la rabia de los jefes.
No lo hace con signos de solemnidad sino con signos de pobreza.
No entra en carro blindado.
Tampoco en brioso caballo.
A El le basta un borrico.

¿Cómo comenzamos nosotros esta Semana Grande?
Es la Semana de Dios.
Pero también es la Semana del hombre.
En ella se revela Dios.
En ella se revela el corazón del hombre.
No la veamos como la semana de los demás.
Veámosla como “nuestra, mi” semana.
La de Jesús comenzó con cantos del pueblo-
Y terminó con el triunfo de la Resurrección.
Pero entre tanto, los hombres juzgando y condenando a Dios.

Clemente Sobrado C. P.

Para Dios es suficiente un pollino

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor – Ciclo A

Que Jesús era desconcertante, sí lo era. Porque de cuando en cuando o tiene una salidas que desconciertan a todos, o tiene unos gestos que vaya… Y esta vez la armó él mismo. Siempre evitó grandes manifestaciones que se prestasen a engaños y equívocos en torno a su persona. Cuando quisieron hacerle rey se escapó y los dejó plantados. ¿Cómo es que ahora, el primer día de su última semana, se le ocurre armar el lío que armó?
El mismo manda que le traigan el pollino. Y en abierta provocación se le ocurre entrar en Jerusalén montado en un pollino. Bueno, nosotros diríamos hoy en un burro.
Y la gente se le une y le alfombran el camino. Y le entonan himnos mesiánicos. “Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”

Por primera vez se presenta oficialmente en Jerusalén como el verdadero Mesías, provocando las iras de los Jefes. Y el aplauso de la gente sencilla.
No entra a caballo como los grandes. A Dios le basta un pollino, un borrico.
No entra acompañado de los grandes. Dios se siente mejor con la gente sencilla del pueblo.
No se pone traje de gala, sino el vestido raído de cada día.
No le hacen ningún arco de flores. Le bastan los mantos de la gente y las ramas cortadas de los árboles.
Tampoco entra a hurtadillas y medio a escondidas como otras veces. Sino abiertamente. Provocadoramente. La gente lo aclama con cantos. Jerusalén entera se alborota. Y la gente lo aclama: “Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea”.

Ya no es el momento de los discursos. Es el momento de los gestos.
Ya no es el momento de las palabras. Es el momento de los hechos.
Aquí no hay discursos a la gente. Sus únicas palabras es reclamar un pollino.
Ya no es el momento de esconderse. Es el momento de dar la cara.
Ya no es el momento de las prudencias. Es el momento de los riesgos.
Ya no es el momento de ocultar su mesianidad. Es el momento de proclamarla.

La Iglesia necesita de gestos. Pero de gestos evangélicos.
Más que de grandes discursos, con frecuencia muy lejanos de la comprensión del pueblo sencillo, cargados de grandes teologías, la Iglesia necesita de gestos sencillos que el pueblo entienda, que el pueblo viva y sienta.

Tenemos demasiados exhibicionismos que, tendrán buena voluntad, pero tienen poco de la sencillez de Jesús.
Tenemos grandes presentaciones, que posiblemente sean bien intencionados, no dudamos de la sinceridad de nadie, pero que expresan poco la sencillez y la pobreza de Jesús.
¿Cuándo será que podamos ver a nuestras autoridades religiosas, no en grandes automóviles sino montados en un borrico?
No en briosos caballos, sino en sencillos burros.
No con grandes capisayos que chocan con el vestido remendado de la gente del pueblo.
No con audiencias privadas con los grandes personajes, mientras que el pueblo sencillo tiene que mirar desde la barrera, desde lejos.
Jesús entró en Jerusalén, no rodeado con las grandes autoridades religiosas y políticas, sino metido entre la gente del pueblo. Cercano al pueblo. Tocando al pueblo. Oliendo a pueblo. Oliendo a sudor de peregrinos que venían a la fiesta.

Y no es que Jesús busque las grandes manifestaciones populares.
No fue él quien preparó a la gente para armar la procesión. No tuvo un maestro de ceremonias para que la cosa resultase bonita. No pidió que la policía le acompañase ni que le prestaran guardaespaldas para su seguridad personal. Fue la gente que se unió a El..
Con frecuencia confundimos nuestra vitalidad cristiana con las grandes masas en torno a las grandes figuras de la Iglesia. Medimos nuestra fe por las estadísticas de los que asisten a esas grandes manifestaciones. Y luego, todos somos conscientes de que todo sigue igual, que las grandes masas no suelen cambiar después de los grandes aplausos y vivas.
Jesús mismo vivió esa experiencia. Esas mismas masas que hoy le acompañan, dentro de unos días pedirán que lo crucifiquen. Los entusiasmos masivos tienen muy poco de personalización de la fe. Es más el sentimentalismo del momento que una experiencia profunda del Evangelio.

El no fundó una Iglesia de grandes masas. Por el contrario, habló de una Iglesia “pequeño rebaño”, “sal y fermento”. Una Iglesia enviada como “corderos en medio de lobos”.

Jesús comienza la gran semana montado en un borrico. Signo de la humildad y de la sencillez. Signo de la pobreza evangélica. Que son las verdaderas señales de su mesianidad. Y morirá desnudo en una cruz, en medio de las irrisiones y burlas de todos. ¿No estaremos buscando demasiado el prestigio de la Iglesia? ¿No estaremos demasiado preocupados por una Iglesia que deslumbre, en vez de una Iglesia sencilla y pobre y sin prestigio social? ¿No tendremos en la Iglesia demasiados “Mercedes” y muy pocos pollinos?

No basta predicar la pobreza. Se necesitan testigos pobres. No basta hablar de los pobres. Se necesitan pobres con los pobres, compartiendo la misma pobreza. Se necesitan más sotanas remendadas. Se necesitan menos zapatos lustrados, y más pies oliendo a polvo de los caminos.

Dios no necesita de los Ferrari ni de los Mercedes. A Dios le basta un pollino.

Clemente Sobrado C.P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 26 a. Semana

“Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén”. (Lc 9,51-56

Comenzamos el mes de octubre con una decisión de Jesús con el rechazo de los samaritanos.
Si pudiésemos tomarlo a broma, diríamos que primero lo rechazan lo paganos y luego los rechazarán los creyentes.

Y lo primero que llama la atención:
Jesús era consciente de que su vida llegaba al final.
Y sabía que su final estaría en Jerusalén.
Y que, sin embargo, no rehuye el riesgo.
Sabe donde esta el peligro.
Sabe donde está el riesgo.
Y sin embargo, Jesús no lo rehuye.
Sabe donde está el peligro, pero no busca las seguridades.
“Cuando se iba a cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo”.
Es decir, sabiendo que se cumplía el tiempo de su vida entre nosotros, Jesús no evita el riesgo.
Jesús sabe que mejor está en Galilea.
Y que el peligro está donde están los jefes, en Jerusalén.
Y, sin embargo, decido subir a Jerusalén.

Es este un detalle que puede ser un criterio para nuestra de creyentes.
Ver el peligro es de gente que piensa.
Huir del peligro es de gente cobarde.
Nadie puede negar que confesar su fe implica siempre un riesgo.
Afrontar el peligro es de convencidos en el Evangelio.

Estoy pensando en el Obispo Pasionista, Eugenio Bossilkov.
En septiembre de 1948 está en Roma, en la casa generalicia.
Todos saben el peligro que corre regresando a Bulgaria donde está en la punta de mira del partido comunista, concretamente de Stalin.
La comunidad le aconseja quedarse en Roma.
Sin embargo, él la última misa que celebra como despedida de la comunidad dijo claramente: “Si soy capaz de vivir, también soy capaz de morir”. “No puedo pensar en mi vida cuando mis fieles están sufriendo la persecución”. Y se regresó a Bulgaria. En 1952, el día de la Asunción fue apresado y la noche del once al doce de noviembre, tras un ridículo juicio, fue fusilado de madrugada. Es el primer mártir del marxismo. Beatificado por Juan Pablo II.

Ser cristiano no es buscar seguridades.
Ser cristiano no es evitar el peligro.
Ser cristiano no es refugiarse entre los buenos.
Ser cristiano no es refugiarse en la Iglesia los domingos.
Ser cristiano no es tener miedo a que los demás se rían de él.
Ser cristiano no es buscar un lugar caliente donde todos le aplaudan.
Ser cristiano no es salvar su vida de quienes le persiguen.
Ser cristiano es ser rechazado por los que no creen.
Ser cristiano es ser rechazado también por los buenos.

Comprendemos que los que no creen rechacen al creyente.
Lo difícil es creer que, sean los mismos creyentes los que se burlan él.
Todavía no puedo entender que el no creyente puede confesar su incredulidad abiertamente.
Y nadie se escandalice.
Y sin embargo, se le niegue el mismo derecho al que se dice creyente.
Y lo peor de todo, es que esto sucede en ambientes llamados de cristianos.
Hoy tendremos que decir: es fácil creer entre los que no creen.
Lo difícil es creer entre los creyentes que, a la primera de espadas, te califican de “fundamentalista”.
Pues, si así son las cosas, yo diría que Jesús fue el primer fundamentalista.
Porque sabiendo que había llegado hora, se mete en a boca del lobo.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Sábado de la 25 a. Semana

“Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres”. Pero ellos no entendían este; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto”. (Lc 9,43-45)

Siempre resulta mucho más fácil entender lo cómodo.
Siempre resulta mucho más fácil entender aquello que no nos complica la vida.
Siempre resulta mucho más fácil entender el placer y la felicidad.
Siempre resulta mucho más fácil entender el éxito y el triunfo.
Lo difícil es entender
El fracaso humano.
El sufrimiento humano.
La debilidad divina que el poder.
La Cruz que el éxito.

En el Evangelio de ayer Jesús quiso ser claro con sus discípulos.
Jesús quiso mostrarles la verdad del camino del Evangelio.
Pero se dio cuenta de que no habían entendido nada.
Que ellos vivían en otra onda.
“Ni siquiera se atrevían a preguntarle sobre el tema”

Algo que nos sucede a todos.
Nos resulta difícil:
Entender un Jesús crucificado.
Entender que la fidelidad al Evangelio conlleva rechazo.
Entender el sufrimiento.
Entender el por qué del dolor.
Entender el por qué de la enfermedad.
Entender que siendo buenos tengamos que sufrir.
Entender que siendo buenos Dios “nos haga sufrir”.

Y Jesús nunca habla de que Dios le haga sufrir.
Jesús nunca habla de que Dios lo rechace.
Jesús nunca habla de que sea Dios quien lo juzga y condena.
Jesús nunca habla de que sea Dios quien lo condene a la Cruz.
Serán los hombres: los ancianos, los sumos sacerdotes, los escribas.

Somos muchos los que hablamos de “cómo Dios permite nuestro sufrimiento”.
Y no nos preguntamos por las verdaderas causas de nuestros sufrimientos.

Sin embargo, Jesús quiere dejar las cosas claras.
A Jesús no le va eso de engañarnos con falsas promesas.
Pero quiere que:
Descubran que el camino del Evangelio no es fácil.
Descubran que el camino del Evangelio tiene poco de alabanza y aplauso.
Descubran que sin Cruz no hay verdadera revelación de Dios.
Descubran que sin Cruz no hay verdadera salvación.
Descubran que sin Cruz no hay verdadero amor
Descubran que sin Cruz no hay verdadera Iglesia.

Esto lo entendió mejor el Papa Francisco que Pedro que ha confesado a Jesucristo, diciendo:
“Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo.”
Yo te sigo, pero no hablemos de Cruz. Esto no cuenta.
Te sigo con otras posibilidades, pero sin la Cruz.

Mientras que el Papa Francisco dice:
“Cuando caminamos sin la Cruz,
cuando edificamos sin la Cruz y
cuando confesamos un Cristo sin Cruz,
no somos Discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”.

Y aun añade “Quisiera que todos, luego de estos días de gracia, tengamos el coraje, precisamente el coraje:
de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor;
de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, que ha sido derramada sobre la Cruz;
y de confesar la única gloria, Cristo Crucificado.
Y así la Iglesia irá adelante.
Deseo que el Espíritu Santo, la oración de la Virgen, nuestra Madre, conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar Jesucristo. Así sea”.

Clemente Sobrado C. P.