“Dijo Jesús a sus discípulos: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que deis fruto…” (Jn 15,12-17)
Oye Señor, ¿y no podías dejar algo para otro momento?
Porque hoy, cada una de tus frases son una bomba de tiempo para nuestra fe.
“Que nos amemos unos a otros como tú nos has amado”.
“El amor más grande dar la vida por los amigos»
“Nosotros somos tus amigos”
“No somos siervos que no sabemos nada de ti”
“Nos has comunicado todo lo que tú sabes del Padre”
“Eres tú quien nos ha elegido”.
“Nos elegiste para que demos fruto y no seamos estériles”.
“El Padre nos dará todo lo que pidamos en tu nombre”.
Toda una vida cristiana.
Todo un programa de vida.
Todo un programa de lo maravillosos que somos.
Todo un programa de lo que esperas de nosotros.
¿Se puede pedir más?
Tú no te andas por las ramas.
Tú vas siempre a las raíces.
Aquí no hay medias tintas, a todo o nada.
La esencia de nuestra fe queda claramente definida:
“Que nos amemos unos a otros”.
Aquí no hay distinciones de personas. Amar a todos.
Pero no amarnos de cualquier manera.
¡Qué fácil es decir “te amo, te quiero, te adoro”!
Amar para ti es “amar como tú nos has amado”.
Tú nos marcas la cima y cumbre del amor.
Primero nos dijiste que “amásemos al otro como a nosotros mismos”.
Luego nos dijiste que “amásemos como si te amásemos a ti”.
Y ahora, ya te pasaste: “amar como tú nos has amado”.
Y amar como tú amas es “hasta dar la vida por el amigo”.
Alguien lo llamó “el mandamiento de felicidad”.
Y lo es, pero para mí es “el mandamiento de la plenitud y totalidad”.
Es posible que a muchos nos asusten tus afirmaciones.
Y sin embargo, no pides nada imposible.
Porque primero fuiste tú mismo quien estrenaste este mandamiento.
Porque tú fuiste el primero “en dar tu vida por nosotros muriendo en la cruz”.
Aquí no hay excusas. Alguien ya lo ha hecho.
Primero nos haces amigos tuyos.
Luego tú das tu vida por estos pobres amigos.
Ya no nos queda otro camino: “amar al amigo, al prójimo, porque tú le has amado así”.
Ya no tenemos razones para guardarnos nuestra vida.
Ya no tenemos razones para ser tacaños.
Primero nos pides que metamos la mano al bolsillo y abramos la billetera.
Pero ahora nos pides que pongamos nuestra vida al servicio de los demás.
Y lo curioso es que no hemos sido nuestros los primeros en elegirte a ti como amigo nuestro.
Eres tú quien has tenido el atrevimiento de “elegirnos primero a nosotros”.
Y no tienes secretos con nosotros.
Si me lo permites yo te llamaría el “chismoso del Padre”, porque todo lo que has escuchado de él nos lo has contado a nosotros.
Y hasta te atreves a decir que “todo lo que pidamos en tu nombre se nos concederá”.
Estoy seguro de que hoy te has levantado de buen humor.
Porque para decirnos tantas cosas hay que tener buen humor.
Y hay que tener mucha fe en nosotros.
Bueno, si realmente nos empapamos de tu amor y de ser tus amigos y tus elegidos, el resto tiene que resultarnos posible y fácil.
Solo me queda una doble confesión:
Confieso que todavía no vuelo tan alto.
Por eso te pide: No me des nada de cuanto te pide, pero sí “dame el amor de tu corazón, para que ame como tú nos amas”.
Abre tú mi billetera.
Pero… sobre todo, abre la billetera de mi corazón: “Hazme amar como tú me amas”.
Clemente Sobrado C. P.