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Bocadillos espirituales para la Pascua: Viernes de la 5ta Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que deis fruto…” (Jn 15,12-17)

Oye Señor, ¿y no podías dejar algo para otro momento?
Porque hoy, cada una de tus frases son una bomba de tiempo para nuestra fe.
“Que nos amemos unos a otros como tú nos has amado”.
“El amor más grande dar la vida por los amigos»
“Nosotros somos tus amigos”
“No somos siervos que no sabemos nada de ti”
“Nos has comunicado todo lo que tú sabes del Padre”
“Eres tú quien nos ha elegido”.
“Nos elegiste para que demos fruto y no seamos estériles”.
“El Padre nos dará todo lo que pidamos en tu nombre”.

Toda una vida cristiana.
Todo un programa de vida.
Todo un programa de lo maravillosos que somos.
Todo un programa de lo que esperas de nosotros.
¿Se puede pedir más?
Tú no te andas por las ramas.
Tú vas siempre a las raíces.
Aquí no hay medias tintas, a todo o nada.

La esencia de nuestra fe queda claramente definida:
“Que nos amemos unos a otros”.
Aquí no hay distinciones de personas. Amar a todos.
Pero no amarnos de cualquier manera.
¡Qué fácil es decir “te amo, te quiero, te adoro”!
Amar para ti es “amar como tú nos has amado”.
Tú nos marcas la cima y cumbre del amor.
Primero nos dijiste que “amásemos al otro como a nosotros mismos”.
Luego nos dijiste que “amásemos como si te amásemos a ti”.
Y ahora, ya te pasaste: “amar como tú nos has amado”.
Y amar como tú amas es “hasta dar la vida por el amigo”.

Alguien lo llamó “el mandamiento de felicidad”.
Y lo es, pero para mí es “el mandamiento de la plenitud y totalidad”.
Es posible que a muchos nos asusten tus afirmaciones.
Y sin embargo, no pides nada imposible.
Porque primero fuiste tú mismo quien estrenaste este mandamiento.
Porque tú fuiste el primero “en dar tu vida por nosotros muriendo en la cruz”.
Aquí no hay excusas. Alguien ya lo ha hecho.

Primero nos haces amigos tuyos.
Luego tú das tu vida por estos pobres amigos.
Ya no nos queda otro camino: “amar al amigo, al prójimo, porque tú le has amado así”.
Ya no tenemos razones para guardarnos nuestra vida.
Ya no tenemos razones para ser tacaños.
Primero nos pides que metamos la mano al bolsillo y abramos la billetera.
Pero ahora nos pides que pongamos nuestra vida al servicio de los demás.

Y lo curioso es que no hemos sido nuestros los primeros en elegirte a ti como amigo nuestro.
Eres tú quien has tenido el atrevimiento de “elegirnos primero a nosotros”.
Y no tienes secretos con nosotros.
Si me lo permites yo te llamaría el “chismoso del Padre”, porque todo lo que has escuchado de él nos lo has contado a nosotros.
Y hasta te atreves a decir que “todo lo que pidamos en tu nombre se nos concederá”.
Estoy seguro de que hoy te has levantado de buen humor.
Porque para decirnos tantas cosas hay que tener buen humor.
Y hay que tener mucha fe en nosotros.
Bueno, si realmente nos empapamos de tu amor y de ser tus amigos y tus elegidos, el resto tiene que resultarnos posible y fácil.

Solo me queda una doble confesión:
Confieso que todavía no vuelo tan alto.
Por eso te pide: No me des nada de cuanto te pide, pero sí “dame el amor de tu corazón, para que ame como tú nos amas”.
Abre tú mi billetera.
Pero… sobre todo, abre la billetera de mi corazón: “Hazme amar como tú me amas”.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para la Pascua: Martes de la 5ta Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo”. ( Jn 14,27-31)

Flickr: Alice Popkorn

 

Hoy hablamos mucho de la paz, y la paz no llega.
Escuchamos más el ruido de las armas que los abrazos de reconciliación.
Tal vez se deba que a buscamos la paz por los caminos por donde no suele caminar la paz.
Durante años hemos hablado de “guerra fría”, por más que cada día la calentábamos armándonos cada día más.
Existe la paz del miedo a las armas.
Existe la paz del silencio de no querer plantear los problemas.
Existe la paz del silencio, para no despertar aquello que puede enfrentarnos.
Pero esa no es la paz verdadera, sino la guerra agazapada y a la espera de cualquier movimiento.

Por eso Jesús nos deja otra paz. La suya.
La paz fruto del amor y no del odio.
La paz fruto de la fraternidad y no de la discordia.
La paz fruto de la mutua comprensión y no de la enemistad.
La paz fruto de la justicia y no de la injusticia.
La paz fruto de la solidaridad y no de la división.
La paz fruto de la generosidad y no del egoísmo.
La paz fruto del respeto para con el otro y no de la devaluación de otro.
La paz fruto de la valoración del otro y no del olvido del otro.
La paz fruto del diálogo en la mutua escucha y respeto.
La paz fruto de compartir los mismos sentimientos de Jesús.
La paz fruto del perdón.
La paz fruto de corazones sin resentimiento.
La paz fruto de corazones sin egoísmo.
La paz fruto de la amistad y no del poder confrontación.

Es la paz con nosotros mismos.
Es la paz con los que están a nuestro lado.
Es la paz que ve a la humanidad como “familia humana”.
Es la paz que ve en cada hombre y mujer a un hermano.

Y es una paz que no nos la deja simplemente como un regalo o un programa.
Es la paz que él mismo quiere construir a nuestro lado.
Por eso dice que se va, “pero vuelve a nuestro lado”.
Por tanto es la paz que estamos llamados a construir y vivir juntamente con él.
No es solo la paz que él nos deja.
Es la paz que él quiere construir en nosotros y con nosotros.
Es la paz fruto del amor: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.

Sentimos el gozo y la alegría del regreso de Jesús al Padre.
Pero sentimos también el gozo y la alegría de que “vuelva a nuestro lado” y no nos deje solos.

Con él podremos vivir esa paz que recitamos en la conocida oración de San Francisco:
“Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz .
Donde haya odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es:
Dando , que se recibe;
perdonando, que se es perdonado;
muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.

Vive en paz contigo mismo, y vivirás en paz con todos nosotros.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para la Pascua: Lunes de la 5ta Semana – Ciclo B

“Dijo Jesús a sus discípulos: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”. Le dijo Judas, no el Iscariote: “Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?” Respondió Jesús y le dijo: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió”. (Jn 14,21-26)

¡Qué fácil es decir que nosotros amamos a Dios!
Jesús nos propone dos caminos capaces de iluminar nuestras vidas.
Cada una con una afirmación y cada una con una consecuencia.
Ambas caminan juntas.

¿Amamos de verdad a Dios?
Jesús propone el criterio para decirnos si le amamos de verdad.
Es como el termómetro para medir la temperatura de nuestro amor.
El criterio para saber si amamos es: “si aceptamos y guardamos sus mandamientos”.
Primero ¿aceptamos los mandamientos de Dios?
¿Y sabemos que los mandamientos de Dios son dos: amarle a él y al prójimo?
Ante todo, se trata de “aceptar esta verdad fundamental”.
Convertirlos en el eje de nuestro ser cristianos.
El amor no es cuestión de que nosotros hacemos, sino de lo que nos señala el Padre.

Tampoco es suficiente “aceptarlos”, creer en ellos.
Es cuestión de vivirlos, de practicarlos, “los guarda”.
¿De que sirve creer en el amor si luego no amamos?
¿De qué sirve las bonitas palabras, si luego no las ponemos en práctica?

Consecuencia del amor a Dios y al prójimo.
Primero: nos da la certeza de que nuestro amor es verdadero.
“ese me ama”.
Segundo: nos da la certeza de ser amados por el Padre.
“al que me ama, lo amará mi Padre”.
Tercero: nos da la certeza de que también Jesús nos ama.
“y yo también lo amaré”.
Cuarto: nos da la certeza de que Jesús se nos revela.
“y me revelaré a él”.
Y esta es la respuesta a la pregunta de Judas, no el Iscariote:
“Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?”.
Porque amáis. El amor es el principio del conocimiento.
Nosotros decimos: “conocer para amar”.
Jesús nos dice: “amar para conocer”.

La otra consecuencia del amor que es todo un descubrimiento:
“El que me ama guarda mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”:

No basta conocer a Dios.
Es preciso saber ¿qué hace Dios en nosotros cuando se siente amado cumpliendo la ley del amor?

Lo primero: que también nosotros somos amados por él.
Somos amados Padre: “mi Padre lo amará”.
¿Hay experiencia más bella que sentirnos amados por el Padre?
Lo segundo: el amor es como teleobjetivos que acercan las cosas.
Y no solo lo acercan sino que “vendremos a él”.
No hace falta salir de nosotros.
Es él quien junto con el Hijo “vienen a nosotros”.
Pero no de visita médica.
No para tomarnos juntos el lonche.
Sino para habitar y morar en nosotros.
“y haremos morada en él”.
¿Te has imaginado alguna vez que tú eres el cielo de Dios?
¿Te has imaginado que tú eres la casa de Dios?
¿Te has imaginado alguna vez que Dios viene a ti para quedarse, para habitarte y morar en ti?

Vive lo que eres.
Vive lo que llevas dentro.

Clemente Sobrado C. P.

Palabras para caminar: Demuéstrate que…

1.- Sí, demuéstrate a ti mismo que tú eres importante. No esperes a que lo digan los demás. Sería como si te hablasen de descubrimientos de riquezas muy lejanas a ti. Tú eres el mejor explorador de ti mismo.

Flickr: Andres Ubierna

2.- Demuéstrate a ti mismo que sabes valorarte, que sabes apreciarte, que sabes mirarte. ¿No crees que te estás devaluando demasiado? Crees que los otros valen más que tú. Para quien murió por ti, parece que tú vales lo mismo que todo el mundo.

3.- Demuéstrale a Dios que bien valió la pena regalarte la vida. Porque cada día la aprecias más, la valoras más y la haces florecer más. El mejor agradecimiento que le puedes hacer a Dios por la vida es vivirla a gusto y con gusto.

4.- Demuéstrale a Dios que bien valió la pena que se encarnase y se hiciese hombre por ti. Porque desde entonces, tú mismo sabes valorar tu condición humana y la condición humana de los demás. Que tú amas mucho el cielo, pero a la vez estás enamorado de la humanidad.

5.- Demuéstrale a Dios que bien valió la pena que muriese por ti. Porque desde entonces crees más en el amor de Dios, aún en medio de tus flaquezas y debilidades sigues fiándote de El. Y desde entonces, cada hombre que se te cruza en el camino, te merece el respeto mismo que te merece su muerte en la Cruz.

6.- Demuéstrale a Dios que bien valió la pena que te regalase la familia llamada Iglesia. Porque desde entonces tú te sientes y vives siempre en familia, aún cuando estés solo en casa. Y porque sabes que ahí en la Iglesia siempre será posible encontrarle a Él. Incluso, cuando el rostro de la Iglesia esté afeado por muchas debilidades.

7.- Demuéstrale a Dios que bien valió la pena que te hiciese renacer por el Bautismo. Porque desde entonces sabes que no eres el de antes, que eres diferente. Porque sientes que dentro de ti llevas una vida diferente a la tuya, pero que ya es tuya, aunque siga siendo su vida divina de la gracia.

Clemente Sobrado C. P.

Bocadillos espirituales para la Pascua: Miércoles de la 2da Semana – Ciclo B

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado…” (Jn 3,16-21)

Amar. Entregar. Perecer. Creer. Tener vida. Juzgar. Salvar.
Ocho verbos en unas líneas. Y todos como una especie de jardín de rosas.
Amar es entregar. Entregar para no perecer.
Entregar es para creer. Creer es para tener vida.
Enviar no es para juzgar. Enviar es para salvar.
Creer es estar salvado. No creer es condenarse.
Creer es no ser juzgado.
Dios no condena, sino que somos cada uno los que decidimos nuestra salvación.

Frente a las exigencias moralistas de la Ley, Jesús le abre a Nicodemo un nuevo horizonte, una nueva esperanza, un nuevo panorama para su espíritu.
Una nueva experiencia de Dios. Un Dios que ama y no condena.
Una nueva experiencia de la fe. Una fe que es experiencia del amor.
Una nueva experiencia de la salvación. Que es sentirse amado y creer en el amor.

Jesús comienza no por interpretar la Ley ni impartir normas y preceptos morales.
La vida ha de comenzar por la experiencia del amor de los padres.
La vida cristiana ha de comenzar por la experiencia del Dios que nos ama.
El Dios de nuestra fe no comienza por ser un Dios amenazador.
El Dios de nuestra fe comienza por la apertura y la generosidad del corazón de Dios.
Dios no comienza revelándose como el “que es”, el “ser”, como lo hace la filosofía.
Dios comienza manifestándose como el “que ama”.
Y la medida de su amor es nada menos que la entrega de su Hijo único.
¿Por dónde comenzamos nosotros a enseñar el rostro de Dios a los niños?
¿Por dónde comenzamos nosotros a predicar el rostro de Dios a los hombres?
En las bases de nuestra fe tiene que estar no el “ser supremo”, ni “el juez supremo” sino la experiencia de ser amados.

Jesús comienza por anunciarnos la vida.
Dios quiere que vivamos.
No es el Dios de la muerte sino el Dios de la vida.
Jesús rechaza esa idea, tan metida en nuestros corazones, del Dios que “nos juzga”.
El Juicio Final de Miguel Angel en la Capilla Sixtina resulta en realidad demasiado trágico. El Juez supremo revela poco de ternura y de amor. ¿Será realmente el juez que Jesús nos revela?

Por otra parte, la fe es mucho más que creer en las verdades del Credo.
Creer es creer en el que ha sido enviado y entregado.
Creer es por tanto creer en el amor.
Y la fe se expresa en dos realidades a las que, de ordinario, tanto miedo tenemos:
“El que cree no será juzgado”.
“El que cree ya tiene vida eterna”.

Somos nosotros los únicos jueces de nuestra vida.
Dios sólo se dedicará a ver la verdad de nuestra fe.
La fe ya nos juzga.
El creer termina siendo ya un juicio sobre nosotros mismos.

¡Cuánto hemos abusado del terrible juicio de Dios en las predicaciones!
¡Cuánto miedo sembrado en los corazones con el tema del juicio!
Por eso me encanto cuando Pablo se pregunta a sí mismo “¿y quién me juzgará?” Y se responde a sí mismo: “El mismo que murió por mí”. Dicho de otra manera: “me juzgará el amor, el que me ama, el que fue entregado por mí”. Valdría la pena que hoy pudiésemos cantar:

“Nadie hay tan grande como Tú, nadie hay, nadie hay. (2)
¿Quién habrá que haga maravillas como las que haces tú? (2)
1. No con la fuerza, ni la violencia, es como el mundo cambiará. (2)
Sólo el amor lo cambiará, sólo el amor nos salvará. (2)
2. No con las armas, ni con la guerra es como el mundo cambiará. (2)
Sólo el amor lo cambiará, sólo el amor nos salvará. (2)
3. No con los pactos, ni los discursos, es como el mundo cambiará. (2)
Sólo el amor lo cambiará, sólo el amor nos salvará.” (2)
Dios es amor y a todos nos invita a vivir desde la experiencia del amor.

Clemente Sobrado C. P.